Igor Stravinski, el m¨²sico de las mil caras
Se conmemora el cincuentenario de la muerte de uno de los compositores m¨¢s influyentes, admirados y escurridizos del siglo XX
Igor Stravinski es, a un tiempo, uno y su contrario. Y, entre medias, se apilan muchos otros. El ruso fue un maestro del disfraz, del transformismo, del disimulo, de la reinvenci¨®n, de la autopropaganda, y su vida longeva le permiti¨® desplegar todo su inagotable repertorio de trucos, como un ventr¨ªlocuo que asume m¨²ltiples personalidades que se anulan o contradicen entre s¨ª. Pero, en ¨²ltima instancia, su m¨²sica lo redime siempre. No en vano, a poco de morir en Nueva York, en las primeras horas del 6 de abril de 1971, se sucedieron titulares period¨ªsticos como ¡°Sin lugar a duda, era la figura m¨¢s descollante de la m¨²sica del siglo XX¡± (The Guardian) o, ampliando mucho m¨¢s el radio temporal, ¡°uno de los grandes genios creativos y originales de toda la historia de la m¨²sica¡± (The Washington Post) o ¡°el m¨¢s moderno de los modernos¡± (The New York Times). The Irish Times fue m¨¢s all¨¢ y se preguntaba: ¡°?Qu¨¦ puede escribir la gente de a pie sobre los inmortales?¡±, para pasar a compararlo despu¨¦s con Beethoven, como si uno y otro fueran los ep¨ªtomes de la creaci¨®n musical de sus respectivos siglos.
Nacido en la Rusia zarista de Alejandro III en 1882, fallecido en los Estados Unidos de Richard Nixon y enterrado en la isla de San Michele, en Venecia, su gloria empez¨® quiz¨¢ con un golpe de suerte, que fue el que lo puso en contacto con el visionario Sergu¨¦i Di¨¢guilev en 1909, gracias en parte a la muerte el a?o anterior de quien hab¨ªa sido su maestro en su San Petersburgo natal, Nikol¨¢i Rimski-K¨®rsakov, y a que otros compositores m¨¢s veteranos declinaron previamente la invitaci¨®n del empresario. Lo que sucedi¨® luego es bien conocido: los Ballets Rusos, Par¨ªs, El p¨¢jaro de fuego, Petrushka, La consagraci¨®n: la de la primavera y la suya propia. El esc¨¢ndalo que rode¨® el estreno de este ¨²ltimo ballet en el Th¨¦?tre des Champs-Elys¨¦es de Par¨ªs el 29 de mayo de 1913 fue la espoleta que desat¨® el aluvi¨®n de publicidad que tanto benefici¨® al joven y ambicioso iconoclasta. Pero nadie le regal¨® nada, porque su partitura ¡ªmucho m¨¢s entroncada en el folclore ruso de lo que ¨¦l estaba dispuesto a reconocer¡ª era rompedora, brutal, irreverente casi, hasta el punto de que ha conservado intacta hasta hoy el aura de m¨²sica primigenia, salvaje, pura, que se dir¨ªa salida a borbotones de las entra?as de la tierra.
Menos de dos meses antes, el 31 de marzo, Viena, la gran capital musical europea, hab¨ªa asistido a otra batalla campal entre partidarios y detractores de lo que entonces se consideraba la nueva m¨²sica. Arnold Sch?nberg dirig¨ªa en la Gran Sala de la Musikverein y el concierto tuvo que interrumpirse, en medio de la gresca, tras la interpretaci¨®n de dos de los Altenberg-Lieder de su disc¨ªpulo Alban Berg. Sch?nberg no cej¨® en su empe?o de llevar concienzudamente su revoluci¨®n arm¨®nica hasta el final, mientras que Stravinski (zaherido por el austr¨ªaco como ¡°el peque?o Modernsky¡± en el canon en espejo de la segunda de sus S¨¢tiras op. 28) decidi¨® deslizarse de La consagraci¨®n de la primavera a Pulcinella, de la ¡°Rusia pagana¡± a la commedia dell¡¯arte. El neoclasicismo le sirvi¨® de refugio en la primera posguerra mundial, un terreno donde su prodigiosa inventiva y sus ritmos angulosos se sintieron igual de c¨®modos al producir obras maestras como Oedipus Rex, el concierto Dumbarton Oaks, la Sinfon¨ªa de los Salmos o The Rake¡¯s Progress, con un libreto de Wystan Hugh Auden y Chester Kallman rimado y armado a la antigua usanza. Por otra pirueta del destino, la ¨®pera se estren¨® en La Fenice dos meses despu¨¦s de la muerte de Sch?nberg, que hab¨ªa sido su vecino casi literal en Los ?ngeles en los a?os cuarenta, tras huir ambos del furor nazi y la Europa en guerra. A pesar de la cercan¨ªa, se ignoraron mutuamente, pero, nada m¨¢s morir el austriaco, Stravinski confes¨® sentirse solo.
M¨¢s rocambolesco casi parece que el ruso acabara cultivando el dodecafonismo (y el serialismo) justo poco despu¨¦s de morir su creador y formidable oponente, aun cuando antes hubiese afirmado que ¡°los modernistas han arruinado la m¨²sica moderna¡±, y por ¡°modernistas¡± Stravinski se refer¨ªa a ¡°los caballeros que trabajan con f¨®rmulas en vez de ideas¡±, creadores ¡°que pretenden escandalizar a los burgueses y acaban agradando a los bolcheviques. A m¨ª no me interesan ni la burgues¨ªa ni los bolcheviques¡±. En su conversi¨®n desempe?¨® un papel fundamental Robert Craft, que entr¨® en su vida en 1948 y permaneci¨® fielmente a su lado hasta el final como amanuense, secretario, confidente (veraz o falaz, seg¨²n se requiriera), parachoques, correveidile y ap¨®stol ¨²nico de su religi¨®n. Como admirador incondicional de Sch?nberg e int¨¦rprete pionero de su m¨²sica en Estados Unidos, Craft gan¨® a su alter ego para la causa, lo que a su vez facilitaba tender puentes con la vanguardia europea, m¨¢s hija de la Segunda Escuela de Viena que de la est¨¦tica mutable, imprevisible e intransferible de Stravinski.
Visita a Espa?a
Hace ahora justo un siglo estuvo en Espa?a, pa¨ªs que visit¨® con frecuencia y bajo cualesquiera reg¨ªmenes pol¨ªticos, franquismo incluido. Acompa?¨® entonces a los Ballets Rusos, dirigi¨® Petrushka en el Teatro Real y viaj¨® con Di¨¢ghilev a la Semana Santa sevillana. En una entrevista aparecida en La Voz el 21 de marzo de 1921 defendi¨® que el fin de la m¨²sica es ser, ¡°ante todo, una sensaci¨®n ac¨²stica¡± y que ¡°se ha querido expresar con ella toda clase de sentimientos y teor¨ªas filos¨®ficas, con lo cual se ha ganado ¨²nicamente que el ritmo haya perdido poco a poco su riqueza. ?Sentimientos del alma! ?Qu¨¦ quiere decir esto? ?No tiene cada momento su alma?¡±. Y a?ad¨ªa: ¡°Todo mi af¨¢n es dar una sensaci¨®n ac¨²stica, busc¨¢ndola donde est¨¦ y venga de donde venga. Huyo de todo lo hecho, porque es convencional, acad¨¦mico¡±. Asomaban ya entonces las tesis que luego plasmar¨ªa en su Po¨¦tica musical (escrita a varias manos, como siempre), decidida a negar a la m¨²sica toda expresividad, un mantra que impregna tambi¨¦n con frecuencia, aunque no siempre, las interpretaciones que nos leg¨® de su propia m¨²sica, una fuente esencial de sus ingresos.
Solo ¨¦l pudo conseguir, en un mismo a?o (1962), y en plena Guerra Fr¨ªa, ser recibido casi con honores de jefe de Estado por John Kennedy en la Casa Blanca y por Nikita Jrushchov en el Kremlin, en lo que supuso su regreso a Rusia despu¨¦s de casi medio siglo de ausencia. Tambi¨¦n hab¨ªa estado en 1935 con su entonces admirado Benito Mussolini, pero nada hizo mella en una reputaci¨®n escrupulosamente cincelada y vigilada por ¨¦l celosamente y con denuedo durante toda su vida. Por deseo de su mujer, Vera, fue enterrado en Venecia y el funeral ¡ªcat¨®lico y ortodoxo¡ª en la iglesia de SS. Giovanni e Paolo, el 15 de abril, congreg¨® a multitudes. Aunque adquiri¨® la nacionalidad estadounidense en 1945 (despu¨¦s de haber sido ruso, ap¨¢trida y franc¨¦s), ni Nueva York ¡ªdonde muri¨®¡ª ni Hollywood ¡ªsu pen¨²ltimo hogar¡ª parec¨ªan lugares propicios para acoger su cuerpo, como tampoco lo era la Uni¨®n Sovi¨¦tica, tan diferente del pa¨ªs que lo vio nacer en 1882. Venecia, donde estren¨® varias de sus obras y donde siempre fue feliz, se antoj¨® el lugar m¨¢s id¨®neo: el agua y los palacios rememoraban a San Petersburgo y La Serenissima era, como el propio Stravinski, un s¨ªmbolo de la confluencia entre Oriente y Occidente. Su tumba se encuentra en la secci¨®n ortodoxa de San Michele, a pocos metros de donde reposa su descubridor, Sergu¨¦i Di¨¢ghilev.
Cuanto m¨¢s se lean sus escritos autobiogr¨¢ficos o sus supuestas conversaciones con Robert Craft, m¨¢s embarullada llegar¨¢ su imagen. Sin embargo, cuanto m¨¢s se escuche su m¨²sica ¡ªla agreste y eruptiva de los primeros a?os, la di¨¢fana y remansada de su etapa neocl¨¢sica, la concisa y herm¨¦tica de su ¨²ltima ¨¦poca, con referencias cruzadas y dislocaciones temporales entre todas ellas¡ª, m¨¢s n¨ªtidamente percibiremos su genio multiforme e incomparable. Su ¨²ltima partitura conservada, de la primavera de 1969, son unas transcripciones a l¨¢piz, con escritura fina y temblorosa, muy diferente de su habitual caligraf¨ªa gruesa y rotunda, de varios preludios y fugas del Clave bien temperado de Bach: el Preludio en Mi bemol menor, del primer libro, fue la ¨²ltima m¨²sica que toc¨® tres d¨ªas antes de morir.
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