Lo que hay detr¨¢s del mito de Bob Marley
Cuarenta a?os despu¨¦s de su muerte, el cantante sigue siendo la figura central de la m¨²sica ¡®reggae¡¯ y de su pa¨ªs, Jamaica
Sabemos que Bob Marley (1945-1981) todav¨ªa destaca entre las estrellas m¨¢s rentables. Su puesto en el hit parade de los difuntos comercialmente activos se explica por una fama genuinamente global y por el gancho de su merchandising: cualquier producto que lleve su nombre o su imagen es vendible (y eso incluye desde textiles a una marca de marihuana). Todo lo que gira alrededor de Marley es desmesurado, incluyendo su bibliograf¨ªa: unos 500 libros.
Y aun as¨ª, buena parte de su leyenda se basa en f¨¢bulas y malentendidos. Lo cual tiene sentido trat¨¢ndose de Jamaica, donde ¡ªseg¨²n el dicho¡ª ¡°no encontrar¨¢n hechos, pero s¨ª versiones¡± (enti¨¦ndase como gui?o a uno de tantos inventos de las discogr¨¢ficas locales, que multiplicaban las versiones de temas de ¨¦xito, frecuentemente a partir de una misma grabaci¨®n). En general, lo que se nos cuenta de Marley requiere correcci¨®n o puntualizaci¨®n. Su propia existencia suele ser representada como una met¨¢fora del colonialismo: el oficial brit¨¢nico blanco que deja embarazada a una chica de aldea. Resulta que Norval Marley era jamaicano de nacimiento, un ingeniero militarizado durante la Segunda Guerra Mundial que intent¨® ayudar al mantenimiento de su hijo Robert. Tampoco Cedella Booker fue una madre mod¨¦lica: no cuid¨® demasiado del chaval. La vida de Cedella era intensa: antes de casarse con un estadounidense, mantuvo una complicada relaci¨®n con el progenitor de Bunny Wailer, futuro compa?ero de su hijo en The Wailers. Y Bob necesitaba todos los apoyos posibles. En la cruel jerarqu¨ªa del gueto, su piel era un handicap: le llamaban ¡°el chico alem¨¢n¡± o ¡°el peque?o amarillo¡±.
Imposible imaginar hoy la pobreza que conoci¨® Bob Marley. Su viuda, Rita, recordaba jornadas en las que deb¨ªa esconder su desnudez, mientras se secaba la ¨²nica ropa que ten¨ªa. Y hablamos de alguien que disfrutaba de cierta reputaci¨®n como cantante. Una idea de su desesperaci¨®n: emigr¨® a Estados Unidos y trabaj¨® en f¨¢bricas de DuPont y Chrysler. La posibilidad de ser reclutado para combatir en Vietnam le hizo regresar al Caribe.
La industria musical jamaicana trat¨® tan vilmente a The Wailers como al resto de sus artistas: fueron estafados incluso por personajes hoy santificados, como el productor Lee Perry. A cambio, tuvieron abundantes oportunidades de grabar, reflejando la ralentizaci¨®n del ska hacia el rock steady y el reggae. Un recopilatorio no exhaustivo, The complete Bob Marley & The Wailers 1967-1972, abarca 11 discos compactos, y eso que termina antes de su contrato con Island Records.
Abandonados en Londres por su ¨²ltimo ¡°descubridor¡±, el vocalista tejano Johnny Nash, The Wailers se acogieron a la protecci¨®n de Chris Blackwell, ingl¨¦s blanco criado en Jamaica. Aunque los puristas prefieran los crudos discos anteriores, el fundador de Island concibi¨® la enorme audacia de encaminar al grupo hacia el mercado contracultural, a?adiendo sintetizador y guitarra rock a las sesiones jamaicanas. No regate¨® en presupuestos y consigui¨® ¨¢lbumes luminosos, bellamente empaquetados. Tambi¨¦n es cierto que Blackwell rompi¨® The Wailers, originalmente un tr¨ªo vocal al estilo de The Impressions, para lanzar a Bob como solista. Una jugada realizada con la complicidad de Marley, que call¨® cuando se hizo creer a Bunny Wailer que deb¨ªan actuar en el circuito gay estadounidense (anatema para un rastafariano) y que no calm¨® el ego del tercer miembro, el sulfuroso Peter Tosh.
El mito de Marley como Che-Guevara-con-rastas tampoco se sostiene. Por sus creencias, abominaba de la pol¨ªtica, y solo su preeminencia le empuj¨® a mediar en el enfrentamiento homicida entre los principales partidos de la isla, el JLP y el PNP; de hecho, manifestaba cierta simpat¨ªa por el derechista Edward Seaga [primer ministro de Jamaica entre 1980 y 1989], quien al menos exhib¨ªa sensibilidad musical. Sufri¨® un misterioso atentado, base de la celebrada novela Breve historia de siete asesinatos (Malpaso), de Marlon James.
Una idea de su desesperaci¨®n: emigr¨® a Estados Unidos y trabaj¨® en f¨¢bricas de DuPont y Chrysler
Fuera de algunos gestos cara a la galer¨ªa, Marley no ejerc¨ªa de militante del black power. Pretend¨ªa establecerse como estrella internacional y, a tal fin, colaboraba con disqueros, publicistas, periodistas blancos. Se ocup¨® personalmente de que muchos plumillas de visita a Jamaica sobrevivieran en lo que, a pesar del barniz tur¨ªstico, era un pa¨ªs del (perd¨®n) Tercer Mundo, con un venenoso clima racial y una violencia brutal. Queda por hacer el retrato de Marley como hombre de negocios a escala jamaicana, empe?ado en controlar los medios de producci¨®n con Tuff Gong, estudio y discogr¨¢fica. Buscaba ganar p¨²blico negro, lo que explica sus costosos acercamientos a ?frica y la humildad de ejercer como telonero de grupos en cierto declive, como Sly & the Family Stone o The Commodores.
Su prudencia empresarial le fall¨® cuando cay¨® enfermo. Los prejuicios rastafarianos le impidieron buscar tratamientos sensatos frente al melanoma, aunque finalmente opt¨® por dudosas terapias alternativas. Los sabios de la tribu ofrec¨ªan consejos in¨²tiles: solo las f¨¦minas que le rodeaban se atrevieron a cortar sus dreadlocks, la mata de pelo que le imped¨ªa dormir. Los mismos mentores le disuadieron de hacer testamento, a pesar de que dejaba varias mujeres, un m¨ªnimo de 11 hijos y una mara?a contractual. Ej¨¦rcitos de abogados consumieron millones de d¨®lares en batallas judiciales entre presuntos herederos, administradores de su legado y antiguos asociados que aspiraban a una porci¨®n del pastel. Pocos se quedaron contentos.
Babelia
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