Brines, hasta el amanecer
Era meticuloso como con la poes¨ªa. Esas noches que lo ve¨ªan regresar a casa con el paso lento de los elegantes pod¨ªan terminar luego en poemas
En aquel tiempo de leyenda, oscura la ciudad como la decadencia del r¨¦gimen, la noche empezaba en la ciudad cuando Francisco Brines sal¨ªa de casa. Su domicilio, ante un cuartel descuidado, era vecino de poetas, Caballero Bonald, Fernando Delgado, Fernando Qui?ones. Por all¨ª transitaba tambi¨¦n Luis Feria, o ven¨ªa Carlos Bouso?o a buscar conversaci¨®n y risa. Era ¨¦poca de convenios felices, de ausencia de pedanter¨ªa. Aquellos no eran poetas tristes, y cuidado que era triste el tiempo.
En aquel entonces ese que rodeaba a Brines era un vecindario pac¨ªfico porque por aquellos tiempos los poetas no se envidiaban, y ese era el caso de aquel ramillete por otra parte divertido de personas. Brines era el m¨¢s misterioso, y el m¨¢s risue?o, como si tuviera en casa y en sus ojos una risa contenida por la buena educaci¨®n.
All¨ª, en la casa, el hombre de Oliva dispon¨ªa del reposo del d¨ªa, la larga espera hasta que el atardecer juntara su ocupaci¨®n de poeta con el rigor feliz de esperar que la noche le abriera la ventana a las otras pasiones. Sal¨ªa de all¨ª, de aquella casa, vestido como si a esas horas fuera a un concierto de compromiso, elegante, pulcro de afeitado y de vestimenta, lanzado al compromiso de convivir como si inaugurara cada noche y esa tambi¨¦n fuera otra vez la primera noche de su vida. En invierno iba a la calle como si fueran a caer chuzos de punta o una nevada de enjambre.
A algunos de nosotros, cuando ¨¦l se juntaba con quienes le estuvieran esperando, generalmente en el Drugstore de Vel¨¢zquez, nos gustaba acariciar ese cashemir delicado del que ¨¦l tardaba en despojarse, pues se quedaba de pie como si dudara entre sentarse o seguir camino hacia donde pocos sab¨ªan que era la diversidad secreta de sus distintos destinos.
No es que ¨¦l ocultara sus pasos, sino que la discreci¨®n era en ¨¦l como una facultad del alma, y todos supieran que a esas horas en que sal¨ªa a la calle el resto del viaje iba a ser una aventura que durar¨ªa hasta el amanecer y no m¨¢s all¨¢. Su relaci¨®n con el sol era pura, terminante: deb¨ªa llegar a casa cuando el cielo estuviera a¨²n encapotado, de modo que su sombra no cayera sobre el suelo como la hojarasca ruidosa de un reloj.
Era, pues, meticuloso como con la poes¨ªa. Esas noches que lo ve¨ªan regresar a casa con el paso lento de los elegantes pod¨ªan terminar luego en poemas que m¨¢s tarde se leer¨ªan como los m¨¢s felices de su historia. Hace unos d¨ªas alguien me pidi¨® que abriera un libro suyo, y el azar me llev¨® a la p¨¢gina 352 de su poes¨ªa completa (Tusquets, Ensayo de una despedida). Ah¨ª estaba, elegante, feliz, tangible, nocturno, el resplandor de una de esas noches (¡°Abramos la ventana,/ entren calor y noche/ y el ruido del mundo/ sea s¨®lo el ruido/ del placer¡±). El poema se titula Canci¨®n de los cuerpos, y en ¨¦l se puede ver a Brines feliz como un muchacho que espera que la noche dure tanto como ese latido que busc¨® al salir de casa.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.