Dos piezas surrealistas de la historia de Espa?a
Franco escondido en la ba?era durante la sanjurjada y Pilar Primo de Rivera como posible esposa de Hitler son algunos de estos extra?os episodios nacionales
1. Conoc¨ª a Pedro Sainz Rodr¨ªguez en los ¨²ltimos a?os de su vida. Era el modelo del gordo listo, incansable y sutil, que desde su juventud, movi¨¦ndose en la sombra, hab¨ªa estado presente detr¨¢s de la cortina en todos los fregados pol¨ªticos: en el cuarto de ba?o con la querida del nuncio apost¨®lico Tedeschini para arrancarle unas cartas comprometidas; en la conspiraci¨®n de la sanjurjada del 10 de agosto de 1932 contra la Rep¨²blica, en los preparativos del Alzamiento del 18 de Julio, en las maniobras de la Monarqu¨ªa durante 40 a?os junto a don Juan en Estoril para recuperar el trono. A veces me invitaba a comer y mientras le ca¨ªa la sopa por la comisura hasta la servilleta, que llevaba anudada como un ni?o en el pescuezo, me contaba historias muy surrealistas.
¡ªMire usted, los que dicen que Franco se raj¨® en la sanjurjada mienten. Yo estaba presente en la entrevista en el restaurante Camorra de la cuesta de las Perdices, a la que acudimos los tres despu¨¦s de burlar a cuatro polic¨ªas, y all¨ª Franco le dijo a Sanjurjo: ¡°Yo no le doy mi palabra de sumarme a su alzamiento, no se lo prometo; har¨¦ lo que sea, seg¨²n las circunstancias; lo que le aseguro es que si el Gobierno decide mandar fuerza para dominar ese movimiento, yo no ir¨¦ y, adem¨¢s, procurar¨¦ que no vaya nadie. No har¨¦ nada para que usted no triunfe¡±. Franco no se met¨ªa en l¨ªos porque tem¨ªa perder su carrera. Por aquellos d¨ªas para tratar de convencerlo lo cit¨¦ en el peque?o hotel de la calle Victoria donde yo viv¨ªa en esos d¨ªas. Lleg¨® un poco alterado porque cre¨ªa que lo hab¨ªan seguido. Despu¨¦s de estar un buen rato charlando son¨® del tel¨¦fono interior. Era el conserje que preguntaba si un se?or hab¨ªa subido a mi habitaci¨®n. Al o¨ªr esto Franco pens¨® que la polic¨ªa lo iba a detener y se tumb¨® en la ba?era detr¨¢s de las cortinas. Era simplemente el taxista que hab¨ªa tra¨ªdo a Franco y preguntaba si iba a bajar porque no le hab¨ªa pagado la carrera. Y cuatro a?os despu¨¦s le cost¨® much¨ªsimo unirse al alzamiento del 18 de julio. Exigi¨® que le pusieran 40.000 duros en Italia y, aun as¨ª, la contrase?a para sumarse a Mola fue un telegrama en el que se declaraba fiel a la Rep¨²blica, por si las moscas. Franco era muy cauto. Por ejemplo, cuando se mat¨® Mola y en el lugar del accidente se levant¨® un obelisco, en el Consejo de Ministros le dijimos que deb¨ªa ir a inaugurarlo. Se neg¨® en redondo: ¡°No. no, aquello es un valle muy peligroso y puede llegar un avi¨®n rojo y soltarme una bomba¡±.
2. Un d¨ªa le pregunt¨¦ al escritor Ernesto Gim¨¦nez Caballero cu¨¢l hab¨ªa sido el momento cumbre de su azarosa vida. Sentado en un sill¨®n abacial all¨ª en su estudio comenz¨® a agitar los brazos como las aspas de aquel molino que Don Quijote hab¨ªa confundido con un gigante y con una locura muy parecida, me dijo:
¡°El momento cumbre de mi vida sucedi¨® durante una cena en Berl¨ªn, dos d¨ªas antes de la Nochebuena de 1941, invitado a casa de Goebbels. Fuera sonaban las alarmas de bombardeos y se o¨ªan los clamores de las patrullas de la Gestapo. Antes de cenar yo le hab¨ªa regalado a Goebbels un capote de luces para que toreara a Churchill, y en eso Goebbels tuvo que salir porque lo llam¨® Hitler. Al quedar a solas con Magda, su mujer, en un sal¨®n privado donde ard¨ªan los troncos de la chimenea, me cre¨ª arrebatado por una fuerza superior y le expuse mi grand¨ªsima visi¨®n, la posibilidad de reanudar la Casa de Austria que se hab¨ªa interrumpido con Carlos II el Hechizado. Magda estaba sentada frente a m¨ª en un sof¨¢ de raso verde y oro. Pero luego hizo que me acercara a ella para ofrecerme una copa de licor que calent¨® con las manos y humedeci¨® levemente los bordes con los labios. En aquel ambiente de ascua y pasi¨®n, sent¨ª que iba a jugarme la carta de un gran destino, no s¨®lo m¨ªo, sino de mi patria y del mundo entero. Entonces le propuse la f¨®rmula para llegar al armisticio de Europa reanudando al mismo tiempo la estirpe hispano-austr¨ªaca. Se trataba de casar a Hitler con una princesa espa?ola de nuevo cu?o, como Ingunda, Brunequilda o Gelesvinta. S¨®lo hab¨ªa una candidata posible por su limpieza de sangre, su fe cat¨®lica y sobre todo por su fuerza para arrastrar a las juventudes espa?olas: ?Pilar Primo de Rivera! Hab¨ªa que casar a Hitler con la hermana de Jos¨¦ Antonio. Al o¨ªr esto los ojos de Magda se humedecieron de emoci¨®n. Tom¨® mis manos y las estrech¨® con las suyas. Y acercando su boca a mi o¨ªdo musit¨® el gran secreto: ¡°Su visi¨®n es extraordinaria y yo la har¨ªa llegar con gusto al f¨¹hrer, pero resulta que HitIer tiene un balazo en un genital y es impotente desde sus tiempos de sargento. No hay posibilidad de continuar la estirpe. Lo de Eva Braun no es m¨¢s que un tapadillo para disimular¡±.
Babelia
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