No hay amor sin admiraci¨®n
El editor Juan Cerezo recuerda la carrera de Almudena Grandes desde que irrumpi¨® en el panorama literario espa?ol con una romperadora novela er¨®tica, ¡®Las edades de Lul¨²', hasta los ¡®Episodios de una guerra interminable¡¯
Se nos ha ido una escritora extraordinaria, se me ha ido una amiga del alma. Nos ha dejado una narradora europea de primer nivel, he perdido a una de las mujeres m¨¢s importantes de mi vida. La novelista que ha dominado como pocos el poder de la ficci¨®n para conmover, y para abordar los asuntos capitales de la historia de Espa?a y de nuestra memoria civil, era tambi¨¦n, perdonadme, la camarada que ...
Se nos ha ido una escritora extraordinaria, se me ha ido una amiga del alma. Nos ha dejado una narradora europea de primer nivel, he perdido a una de las mujeres m¨¢s importantes de mi vida. La novelista que ha dominado como pocos el poder de la ficci¨®n para conmover, y para abordar los asuntos capitales de la historia de Espa?a y de nuestra memoria civil, era tambi¨¦n, perdonadme, la camarada que nos ha regalado a m¨ª y a todos los que trabajamos con ella, tanta generosidad y tanto cari?o, que era imposible no sentirse traspasado por un amor rendido. Debo decirlo, y s¨¦ que me comprender¨¢n todos los que la conocieron en mayor o menor medida, incluso los que hablaron unos minutos con ella esperando una dedicatoria: era imposible no quererla.
Era una joven de veintitantos cuando irrumpi¨® con insolente originalidad en la literatura espa?ola con Las edades de Lul¨², una gozosa y desinhibida novela er¨®tica a la sombra de Boris Vian, que recog¨ªa el esp¨ªritu de los ochenta, la ruptura de todos los tab¨²es y represiones. Como dijo Vargas Llosa, una prodigiosa primera novela que, 40 a?os despu¨¦s de la Nada de Carmen Laforet, nos habla de un nuevo tiempo, de una nueva mujer liberada. Y Almudena contaba, en efecto, que ella era una joven de la Movida que quiso contar su propia generaci¨®n de mujeres sin complejos, que iban por delante del pa¨ªs, la que encontramos en Malena es un nombre de tango, en Atlas de Geograf¨ªa Humana, o m¨¢s tarde en el tri¨¢ngulo amoroso de una novela breve, Castillos de cart¨®n.
Cuando en Los aires dif¨ªciles, donde manifest¨® su indisimulado homenaje a los novelistas del siglo XIX, cre¨® a Sara G¨®mez, humillada por ser de familia menesterosa, supo que hab¨ªa tocado una deuda hist¨®rica pendiente, y que seguir¨ªa por ah¨ª. Ley¨® como posesa libros de historia sobre la Rep¨²blica, la Guerra Civil y el franquismo, hurg¨® en memorias y testimonios, hizo visionados maratonianos de pel¨ªculas de la ¨¦poca¡ Y con esos materiales levant¨® una obra monumental, El coraz¨®n helado, donde cont¨® la historia de dos familias, la de ?lvaro Carri¨®n, que prosper¨® en el franquismo, y la de Raquel Fern¨¢ndez Perea, en el exilio franc¨¦s, despose¨ªda de todo, que buscaba una reparaci¨®n personal, familiar, hist¨®rica. Fue su Fortunata y Jacinta, el gran vierteaguas de su trayectoria, y a la vez el pliegue por el que las novelas contempor¨¢neas y generacionales dieron paso a la historia de los padres y abuelos de esas hijas de la Movida¡
Encontr¨® tantas historias olvidadas, ocultas, de coraje y dignidad, que decidi¨® entregarse a la prospecci¨®n narrativa de esa desconocida, escondida, posguerra en la sus Episodios de una guerra interminable. Ah¨ª su talento brill¨® como nunca: cont¨® la invasi¨®n del valle de Ar¨¢n desde la cocina en que se aporta el suministro a las tropas, y nos explicaba c¨®mo funcionaba el Partido Comunista a partir de los amores de Pasionaria (In¨¦s y la alegr¨ªa); los ind¨®mitos guerrilleros de la Sierra de Ja¨¦n desde los ojos de un ni?o en una casa cuartel de la Guardia Civil (El lector de Julio Verne); la organizaci¨®n clandestina y la red de solidaridad de los comunistas madrile?os desde la perspectiva de una pobre muchacha renuente a meterse en l¨ªos que visita a un condenado en Cuelgamuros (Las tres bodas de Manolita); los efectos de la Segunda Guerra Mundial, y la funesta geopol¨ªtica derivada, a partir de un m¨¦dico destituido y un viejo amigo que se infiltra con falsa identidad en la organizaci¨®n que evade nazis a finales de los cuarenta (Los pacientes del doctor Garc¨ªa); la represi¨®n y la asfixia moral en un manicomio de mujeres en Ciempozuelos (La madre de Frankenstein).
La deslumbrante recreaci¨®n de momentos hist¨®ricos en toda su complejidad y alcance, y sus protagonistas, ejemplos de supervivencia, a los que les regalaba el agridulce desenlace de llegar vivos a la Transici¨®n, demostraban que su talento y su imaginaci¨®n narrativa se encontraban en un momento ¨¢lgido. Basta mirar la lista de personajes al final de sus novelas para percibir la densidad humana de su universo, en el que, ¨²ltima muestra de su fecundidad, fueron apareciendo, para cerrar el ciclo, los protagonistas de las obras primeras: la familia que acogi¨® a Sara G¨®mez, los Carri¨®n, y hasta la familia editora de Atlas de Geograf¨ªa Humana, como me pregunt¨® la traductora francesa de La madre de Frankenstein al encontrar una alusi¨®n de alguien que no era de la novela. Enfrentados a la Historia con may¨²scula desde la resistencia, la dignidad, el tes¨®n de los supervivientes, levant¨® un hormigueante Madrid del siglo XX del que se sentir¨ªa orgulloso su admirado don Benito.
Solo hizo dos interrupciones al proyecto. Una fue Los besos en el pan, un ¨ªntimo apunte al natural, casi una acuarela humana, donde demostraba su capacidad de observaci¨®n del panorama en el que nos postr¨® las crisis de 2008. Otra, la que estaba acabando estos d¨ªas, sobre un futuro inmediato, casi dist¨®pico (ella, que fue la primera que me recomend¨® a Margaret Atwood), en respuesta a la epidemia y el confinamiento. No sospechaba que con ese cambio de planes nos quedamos sin conocer a Mariano en el Bidasoa, su sexto episodio ya sin escribir.
Nunca le agradecer¨¦ bastante su fidelidad a Tusquets Editores, su complicidad casi de socia, de auspiciadora de tantos autores que empezaban, su papel de hada de la editorial. Le gustaba presentarse como un ¡°perro verde¡±, porque antepuso a cualquier maniobra o cabildeo del mundo literario el compromiso con sus lectores, el no defraudarlos novela a novela. Y prefer¨ªa siempre tenernos cerca, sin mediaci¨®n, porque valoraba por encima de todo sentirse rodeada de amigos. A muchos de ellos los homenaje¨® transfiriendo sus nombres, sus domicilios, a sus personajes de ficci¨®n. Sus notas explicativas al final de cada novela son un g¨¦nero en s¨ª mismo, los agradecimientos m¨¢s densos y hermosos de la literatura espa?ola.
Su despliegue de energ¨ªa, su capacidad de trabajo arrolladora, era en el fondo para querer y para ser querida, para cuidar a los suyos, para homenajear a tanta gente an¨®nima humillada por la historia. Se me amontonan los recuerdos, su felicidad en las firmas de la Feria de Madrid, o en Sant Jordi, donde cada vez m¨¢s j¨®venes le declaraban su fervor, el trabajo de editing en sus novelas generacionales, el sms que recib¨ª en la Feria de Londres dici¨¦ndome que me sentara, que ten¨ªa una noticia gorda, un plan para una d¨¦cada, una serie de seis episodios de los que ten¨ªa hasta el t¨ªtulo, los viajes al valle de Ar¨¢n donde visitamos el cementerio de los guerrilleros, la presentaci¨®n en Alcal¨¢ la Real, la ma?ana en el manicomio de Ciempozuelos¡ O hace solo 15 d¨ªas, la reuni¨®n en la que quer¨ªa recoger el Premio del Festival E?e, aunque fuera en silla de ruedas, porque as¨ª se hab¨ªa comprometido.
Pero acabo con el discurso en la C¨¢tedra Cort¨¢zar en la Feria Internacional de Guadalajara, donde dio su mejor versi¨®n de una ¨ªntima historia personal: cont¨® que ella fue una ni?a gorda y morena a la que nunca dieron un papel en la funci¨®n de Navidad de sus a?os escolares. Esa ni?a, en cambio, ten¨ªa sus armas secretas, los libros y su abuelo Manolo Grandes, la inspiraci¨®n de tantos abuelos ben¨¦ficos de su obra. Gracias a la Odisea para ni?os que le regal¨®, ella aprendi¨® a leer en primera persona del plural: naufrag¨® con Ulises, escap¨® de Polifemo con ¨¦l, y como ¨¦l no fue reconocida al llegar a ?taca. Y ella fue el Ulises mendigo que ha comido los restos del banquete, y sorprende con sus flechas a todos los ufanos y ricos candidatos en el palacio de Pen¨¦lope, en una justa venganza final.
Esa reparaci¨®n contra las injusticias atraviesa como una corriente profunda sus novelas. Tambi¨¦n est¨¢ en muchos de sus l¨²cidos an¨¢lisis de actualidad, donde demostr¨® la valent¨ªa de quien no se arruga ni sigue ning¨²n dictado. Y esa corriente profunda es la que har¨¢ inevitable que una enorme ola de amor surja del coraz¨®n de sus muchos lectores, y de todos nosotros en la editorial, de Luis, de Mauro, de Irene, de Elisa, y sus hermanos y su t¨ªa Lola, de los muchos amigos que nos sentimos hu¨¦rfanos de ella antes de lo que tocaba. No hay amor sin admiraci¨®n.