La lasciva mirada del poder
Espa?a necesita desde luego una ley que ampare y desarrolle la Memoria Hist¨®rica, pero negar el consenso historiogr¨¢fico sobre la Transici¨®n amenaza la democracia y la convivencia pac¨ªfica entre espa?oles
¡°La nuestra no es una batalla entre el bien y el mal, sino entre lo preferible y lo detestable¡±. Esta frase de Raymond Aron, uno de los intelectuales liberales m¨¢s notables del pasado siglo, me vino a la cabeza al escuchar las declaraciones oficiales acerca de la controvertida Ley de Memoria Democr¨¢tica que en cierta medida aspira a enterrar el esp¨ªritu y la letra de la Transici¨®n pol¨ªtica espa?ola. Atrapado entre la t¨¢ctica electoralista de la norma y el rechazo de la misma por el independentismo provinciano y xen¨®fobo, el ministro de la Presidencia se ampar¨® en el ¡°consenso historiogr¨¢fico¡± para asegurar que ¡°la inercia de la dictadura¡± perdur¨® hasta 1982, cuando el PSOE accedi¨® democr¨¢ticamente al Gobierno. Al escuchar tan infantil relato llegu¨¦ a la conclusi¨®n de que el se?or Bola?os tiene un conocimiento embarullado de palabras como consenso, historia, franquismo e incluso socialismo democr¨¢tico. A¨²n peor, ignora en qu¨¦ consiste el principio de inercia, descrito por Galileo Galilei y formulado matem¨¢ticamente por Newton. Le hubiera bastado consultar el diccionario para comprender que se trata de la propiedad de los cuerpos de mantener su estado de movimiento o reposo, salvo que una fuerza exterior lo altere.
Soledad Gallego-D¨ªaz ha explicado en este peri¨®dico, con minuciosa precisi¨®n, el verdadero consenso historiogr¨¢fico respecto a la Ley de Amnist¨ªa de 1977, que ahora pretende desautorizar la coalici¨®n gobernante. Lejos de ser una argucia del franquismo para tratar de perpetuarse, fue una exigencia de las fuerzas democr¨¢ticas, reclamada en clamorosas manifestaciones p¨²blicas, propuesta y defendida en Cortes por las v¨ªctimas de la represi¨®n de la dictadura y votada por abrumadora mayor¨ªa en el Congreso, con solo dos votos en contra y la ¨²nica abstenci¨®n de la Alianza Popular, partido liderado por los exministros de Franco. De modo que la mencionada ley fue la aut¨¦ntica fuerza exterior que venci¨® las inercias del anterior r¨¦gimen. Este hab¨ªa sufrido ya otros empellones, como la reforma pol¨ªtica de 1976, la legalizaci¨®n de partidos pol¨ªticos y organizaciones sindicales, la liquidaci¨®n del Movimiento Nacional, la devoluci¨®n de la legitimidad din¨¢stica de la Jefatura del Estado con la abdicaci¨®n de don Juan de Borb¨®n en su hijo, y las elecciones democr¨¢ticas de 1977. La primera ley del nuevo Parlamento de ellas emanado, en realidad una asamblea constituyente, fue precisamente la de Amnist¨ªa, condici¨®n expresa de la oposici¨®n democr¨¢tica para iniciar los debates constitucionales. La definitiva victoria sobre las inercias franquistas tuvo lugar con la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n de 1978. El voto afirmativo a la misma cosech¨® m¨¢s del 90% de los sufragios emitidos y el 60% del total del censo. Las escasas formaciones pol¨ªticas que votaron en contra o se abstuvieron fueron los nacionalistas vascos, tanto del PNV como de la izquierda abertzale, Esquerra Republicana, y relevantes herederos del franquismo capitaneados por exministros y otros hombres del antiguo r¨¦gimen.
Estas cosas no las pudo vivir el se?or ministro de la Presidencia. Naci¨® apenas tres a?os antes de que sucedieran y es evidente que los diversos planes de educaci¨®n de nuestra democracia, sometidos alternativamente a presiones ideol¨®gicas y partidistas de todo g¨¦nero, han hurtado mucha informaci¨®n a las nuevas generaciones, cuando no la han deformado por completo, como en el caso de Catalu?a. Pero est¨¢n en los libros y hasta en Wikipedia. Aunque ya es sabido que nuestros l¨ªderes pol¨ªticos son considerablemente ¨¢grafos, a comenzar por el presidente del Gobierno y continuando con el jefe de la oposici¨®n, podr¨ªan al menos enterarse a trav¨¦s de la lectura de c¨®mo era en realidad la Espa?a de la Transici¨®n. Comenz¨® con el entierro del dictador, a cuyo cad¨¢ver homenajearon no menos de medio mill¨®n de personas durante dos d¨ªas interminables y culmin¨® institucionalmente con la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n. El posterior golpe de Estado abri¨® un periodo de inestabilidad pol¨ªtica y la victoria electoral del socialismo democr¨¢tico supuso la normalizaci¨®n del llamado r¨¦gimen del 78. Para hacer posible el consenso, el partido socialista renunci¨® al marxismo y el comunista al leninismo. Aunque ha vuelto a esa doctrina hace pocos a?os, en un movimiento reaccionario y retr¨®grado del que se han contagiado casi todas las otras formaciones, ideolog¨ªas aparte. Obsesionadas con el ejercicio del poder y la autoestima que les genera, entusiastas como son del clientelismo pol¨ªtico, andan enfurru?adas con los intelectuales que no les elogian, los militantes que no les obedecen, o los que se atreven a pensar de manera diferente. Su conciencia del pudor pol¨ªtico no incorpora la pr¨¢ctica de que el fin no justifica los medios. Responde m¨¢s bien al puritanismo ambiente, del que hace gala la ministra de Igualdad, tan dispuesta a prohibir cosas que pretende castigar hasta las miradas imp¨²dicas. Concepto este de tan refinada lascivia que merece lugar de honor en la literatura er¨®tica.
Al se?or ministro de la Presidencia, que felizmente se ha rectificado a s¨ª mismo de sus propias chorradas, quiz¨¢ sea preciso recordarle que fueron las fuerzas exteriores al sistema, el terrorismo de ETA y el golpismo militar, quienes trataron de impedir la inercia democr¨¢tica. El r¨¦gimen del 78 y la previa amnist¨ªa no son el equivalente a una ley de punto final como las que surgieron tras la eliminaci¨®n de algunas dictaduras militares latinoamericanas; constituyen en cambio un comienzo, el inicio de un desarrollo pol¨ªtico y de una moral colectiva truncados progresivamente por el debilitamiento de las instituciones, cada vez m¨¢s rehenes de la partitocracia.
Este pa¨ªs necesita desde luego una ley que ampare y desarrolle la Memoria Hist¨®rica, la democr¨¢tica y la no democr¨¢tica. Y ha de empezar por el reconocimiento de nuestro sistema pol¨ªtico como consecuencia de la reconciliaci¨®n nacional entre vencedores y vencidos de la Guerra Civil, pol¨ªtica liderada en su d¨ªa por el Partido Comunista de Espa?a. Es inadmisible que la derecha siga sin querer condenar formalmente el franquismo o que no haya un acto de desagravio com¨²n a las v¨ªctimas de ambos lados de la contienda y a las de la brutal represi¨®n posterior al final de la guerra. Y es incomprensible que cuarenta a?os despu¨¦s de la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n y cerca de un siglo m¨¢s tarde del levantamiento militar contra la II Rep¨²blica, los gobiernos democr¨¢ticos y las principales fuerzas pol¨ªticas sigan siendo incapaces de consensuar nuestra historia com¨²n sobre la que existen evidencias cient¨ªficas suficientes que a¨²n se ocultan a las nuevas generaciones. La Transici¨®n no fue de ninguna manera perfecta pero, en la l¨ªnea marcada por Raymond Aron, hubo que optar por lo preferible frente a lo detestable. Esta misma elecci¨®n sigue siendo pertinente en los tiempos que corren y convendr¨ªa que nadie se ufane de estar del lado correcto de la historia, mucho menos cuando de una contienda fratricida hablamos. El pronunciamiento militar contra el Gobierno del Frente Popular que precedi¨® a la Guerra Civil no fue el primer intento violento de usurpar el poder. El PSOE desat¨® en 1934 una revoluci¨®n contra el Gobierno leg¨ªtimo de la Rep¨²blica, ocasi¨®n que aprovech¨® el Gobierno catal¨¢n de Esquerra Republicana para intentar su propio golpe de Estado. Los esfuerzos por reforzar los sentimientos de identidad, negando los hechos objetivos frente al reclamo de la raz¨®n constituyen una amenaza al sistema democr¨¢tico vigente, y a la convivencia pac¨ªfica entre los espa?oles. El consenso historiogr¨¢fico sobre nuestra memoria compartida y los olvidos necesarios para una convivencia en paz est¨¢n suficientemente establecidos en la Constituci¨®n y honran la petici¨®n de Manuel Aza?a: paz, piedad, perd¨®n. Cualquier enmienda tendente a vulnerar la vigencia de esos principios es fruto de una mirada imp¨²dica, dedicada a recrearse ante el espejo antes que a gobernar la realidad. La irreprimible lascivia del poder.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.