Montados en la piedra de la locura
Si algo est¨¢ cambiando es mi forma de leer cualquier texto, porque en todos me parece descubrir menciones, solapadas o no, a la vida que llevamos en pleno coraz¨®n del caos
Si con la pandemia hubo una demanda masiva de textos sobre el confinamiento, ahora empiezan a solicitarse textos que digan si est¨¢ cambiando nuestra percepci¨®n del mundo. Si algo es seguro que est¨¢ cambiando es de un tiempo a esta parte es mi forma de leer cualquier texto, porque en todos me parece descubrir menciones, solapadas o no, a la vida que llevamos en pleno coraz¨®n del caos.
Lea lo que lea, encuentro alusiones al desorden y la locura y a nuestra penosa experiencia cotidiana de ver cada vez m¨¢s igualadas raz¨®n y demencia. Y la verdad es que ya no s¨¦ cuantas veces he le¨ªdo la historia de la aterradora experiencia vivida en 1961 por el meteor¨®logo y matem¨¢tico Edward Lorenz cuando cre¨® en su ordenador una simulaci¨®n del clima. Acabo de volver a encontr¨¢rmela descrita en La piedra de la locura, el texto philipdickensiano de Benjamin Labatut que parece confirmar unas palabras de Emmanuel Carr¨¨re: ¡°Vivimos en el mundo que imagin¨® Philip K. Dick¡±.
Como sabemos, esa experiencia de Lorenz fue una simulaci¨®n sencilla, que reduc¨ªa al clima a s¨®lo un pu?ado de variables, pero era capaz de replicar, a grandes rasgos, la atm¨®sfera de nuestro planeta, hasta que una segunda simulaci¨®n le hizo ver a Lorenz que en su sistema de ecuaciones lo contrario tambi¨¦n pod¨ªa ser cierto. Tal descubrimiento le llev¨® a comprender, aterrado, all¨¢ en la soledad de su laboratorio, que el azar lo gobierna todo y el clima es impredecible y en realidad estamos siempre en el coraz¨®n del caos.
De hecho, la percepci¨®n de que viajamos a toda velocidad, sin conductor alguno, montados en ¡°la piedra de la locura¡±, es decir, montados en una an¨¢rquica roca llamada Tierra, es parecida a la que tanto me conmocion¨® en mi primer viaje a las islas Azores, donde iba a impresionarme la inagotable velocidad de las nubes y ver que el tiempo all¨ª no era nunca estable, y el caos parec¨ªa estar indic¨¢ndonos que hab¨ªa algo en la esencia misma de las cosas y del propio caos que escapaba a nuestro alcance. Porque en las Azores uno ten¨ªa la impresi¨®n de que jam¨¢s podr¨ªa prever el tiempo que har¨ªa una hora despu¨¦s. Y uno all¨ª acababa no comprendiendo el mundo, pero s¨ª, por ejemplo, a Compay Segundo, aquel cubano que cantaba que iba de Alto Cedro para Marcan¨¦ y en cuanto llegaba a Cueto iba para Mayar¨ª. Toda esa velocidad, que es la aliada perfecta de una angustia excesiva del esp¨ªritu ¡ªtoda esa desaz¨®n por querer estar en Sintra cuando est¨¢s en Lisboa y viceversa¡ª la veo hoy relacionada con la angustia que cargamos al ver que no tenemos un lugar en el Universo, que es de lo que habla en el fondo Compay y lo que sistem¨¢ticamente me ha emocionado siempre de la letra de su canci¨®n. Una emoci¨®n que no me nubla y menos me impide ahora decir que, si bien nuestra percepci¨®n del mundo puede estar cambiando, no ser¨ªa de extra?ar que todo aquello que la cambia est¨¦ ah¨ª desde siempre. A fin de cuentas, el caos y la locura podr¨ªan ser tan antiguos como esa primera luz del universo que tanto andamos buscando estos d¨ªas.
Babelia
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