El v¨¦rtigo de la ¡°takiya¡±: nueva entrega de las cr¨®nicas de Emmanuel Carr¨¨re desde el juicio por los atentados de Par¨ªs

Cap¨ªtulo 20

1. Epidemia de silencio

Puede cambiar, sin duda cambiar¨¢, pero por el momento el juicio se ha estancado. Desde las vacaciones de Navidad, dos acusados han contra¨ªdo la covid: resultado, dos semanas de interrupci¨®n, la sacrosanta planificaci¨®n se va al garete. Sobre todo se propaga entre los acusados una inquietante epidemia de silencio. Hace unos d¨ªas, el sueco Osama Krayem anunci¨® que ya no responder¨¢ a ninguna pregunta. Jueces, fiscales, abogados de las partes civiles y de la defensa han formulado las suyas a alguien o m¨¢s bien ante alguien que ni siquiera parec¨ªa o¨ªrlas. Su mirada flotaba en el vac¨ªo: una ciudadela inexpugnable. Ahora le toca el turno a Mohamed Bakkali.

El pasado noviembre, durante los interrogatorios denominados de personalidad, Bakkali impresion¨® a todo el mundo con su presencia s¨®lida, su voz grave y pausada, la pensativa naturalidad de su palabra. Es el intruso en el ramillete de pobres diablos y de canallas alineados en el banquillo. Le acusan de haber participado en la log¨ªstica, es decir, alquilando escondrijos y escoltando a asesinos, de los atentados de Par¨ªs pero tambi¨¦n del atentado en el tren Thalys, en agosto de 2015, y del de Bruselas, en marzo de 2016. Por el del Thalys le juzgaron en Par¨ªs. A pesar de que en todo momento proclam¨® su inocencia, le condenaron a 25 a?os y ha recurrido la sentencia. Por consiguiente, hasta nueva orden es el ¨²nico de los acusados que no tiene antecedentes penales, pero su evidente inteligencia ser¨¢ siempre una circunstancia agravante: si un tipo de su talla est¨¢ en el ajo, nos decimos, no es por haber hecho de ch¨®fer, como Mohamed Amri o Hamza Attou.

Esperamos mucho, pues, de Mohamed Bakkali, pero he aqu¨ª que se levanta y antes de la primera pregunta explica por qu¨¦ no responder¨¢: ¡°Ya me juzgaron en Par¨ªs. Respet¨¦ las reglas y no me sirvi¨® de nada. Me condenaron sin ninguna prueba por algo que no he hecho. S¨¦ que diga lo que diga mi palabra no tiene valor, conque ya no tengo fuerzas para luchar ni explicarme. Por eso me acojo a mi derecho al silencio¡±. Un momento en blanco. El presidente acusa el golpe. Como nosotros, piensa que el juicio se desmorona.

Se dice que despu¨¦s de Krayem las fichas de domin¨® corren el riesgo de derrumbarse unas sobre otras y que cada vez ser¨¢ m¨¢s dif¨ªcil decir que importa poco, the show must go on. Intenta ablandar al rebelde. ¡°Est¨¢ en su derecho m¨¢s estricto¡± [cosa indudable]. ¡°Pero usted sabe que eso puede serle desfavorable¡±. ¡°Todo me es desfavorable. Haga lo que haga¡±. ¡°S¨ª, pero bueno, ha recurrido. Absoluciones tras un recurso... eso existe¡±. La tentativa es lastimosa, Bakkali ni siquiera ahonda en la iron¨ªa: ¡°?En un caso de terrorismo tan grave?¡±. Suspiro. Puesto que hay que seguir, sigamos, cada cual desgrana a su vez delante de la pared preguntas en las que nadie cree ya. Una periodista, a mi lado: ¡°Si esto empieza a ser el silencio, en un momento u otro va a llenarse de otra cosa¡±. Quiz¨¢.

2. Hermanos mayores, hermanos peque?os

Hace 40 a?os, en el tiempo lejano de la Marcha de los moros y de SOS Racisme, se hablaba mucho de los hermanos mayores y los hermanos peque?os. En los que empezaban a llamarse los barrios sensibles, se supon¨ªa que los mayores imped¨ªan que los peque?os hiciesen trastadas demasiado serias. Hay parejas de hermanos en todos los recovecos del 13 de noviembre: los hermanos Abdeslam, los hermanos El Bakraoui, los hermanos Abrini, la semana pr¨®xima los hermanos Atar...

El hermano de Mohamed Bakkali, Abdelmajid, ha venido a declarar desde Inglaterra, donde tiene un garaje, y es un hermano ejemplar: dice que la perdici¨®n del peque?o es que es demasiado bueno, demasiado confiado, que hace favores con demasiada facilidad. Al mismo tiempo, aunque le lleva cuatro a?os, Abdelmajid podr¨ªa ser el gemelo de Mohamed. La misma corpulencia, la misma cara debajo de la mascarilla, la misma autoridad natural. Produce la turbadora impresi¨®n de que es el mismo, y no se sabe muy bien qu¨¦ hacer con esa identidad. Lo c¨®modo ser¨ªa que hubiera en el banquillo un Bakkali terrorista y fan¨¢tico, y en el estrado un Bakkali pl¨¢cido y tolerante.

Abdelmajid habla del islam como quien ha le¨ªdo y meditado y cuya palabra tiene peso. Sosegadamente, recuerda que yihad, en ¨¢rabe, significa simplemente el esfuerzo que hace cada quien todos los d¨ªas para ser mejor. ¡°En este sentido, yo hago la yihad, o al menos intento hacerla. Ustedes hablan de ella como de una guerra santa, pero no es eso y por eso no comprenden¡±. Le escuchamos, le aprobamos, miramos a Mohamed en el banquillo: si hablase dir¨ªa sin duda las mismas cosas, con las mismas palabras pensadas con detenimiento, la misma voz que los dos no necesitan elevar para que se les escuche. Si en la vida real uno se encontrara con uno de los dos hermanos sin saber cu¨¢l es, le costar¨ªa mucho distinguirlos. ?No habr¨ªa en ello un poco de takiya?

3. ¡°Elementos concretos de no radicalizaci¨®n¡±

No sabemos si Mohamed Bakkali es tan culpable como le acusan de serlo; quiz¨¢ no. No sabemos si es tan inocente como ¨¦l asegura; sin duda no. Es la misi¨®n de un juicio, amontonando elementos factuales, establecer estas cosas en la medida en que es posible hacerlo. Pero Mohamed Bakkali tiene raz¨®n cuando dice, sereno: ¡°No sigo porque s¨¦ que diga lo que diga se interpretar¨¢ como una estratagema¡±. Tal vez no dice la verdad, pero incluso si la dice no le creer¨¢n.

Perdonen que me repita: hace dos semanas habl¨¦ de esta actitud astuta y de fingimiento que en ¨¢rabe se llama takiya, y forzosamente volver¨¦ a hablar de ella. Tanto como el silencio, del cual es el reverso, gangrena el juicio y no se puede hacer nada: es as¨ª. Es as¨ª en muchos juicios penales, pero m¨¢s a¨²n en este, porque en la l¨®gica leg¨ªtimamente paranoica de la takiya, cuanto menos aspecto de terrorista tiene alguien m¨¢s posibilidades hay de que lo sea. Es como en la vieja pel¨ªcula de ciencia ficci¨®n La invasi¨®n de los ladrones de cuerpos, donde extraterrestres mal¨¦ficos toman posesi¨®n, uno tras otro, de los habitantes de una aldea pac¨ªfica. Nada permite distinguir a los verdaderos terr¨¢queos, si a¨²n quedan, de quienes los han reemplazado. Detr¨¢s del rostro familiar de tu vecino puede esconderse un fr¨ªo monstruo. En su versi¨®n rigorista, el islam proh¨ªbe tomar alcohol, fumar, jugar en un casino, perseguir faldas, escuchar m¨²sica. ?Qu¨¦ har¨¢, para dar el pego, un yihadista que se apresta a actuar? Tomar alcohol, fumar, jugar en el casino, perseguir faldas, escuchar m¨²sica, como los kamikazes del 11 de septiembre o, en nuestro caso, como Salah Abdeslam.

Por suerte, hay gente cuyo oficio consiste en separar el grano de la paja, detectores de mentiras institucionales, como la directora del QER de Fleury-M¨¦rogis, que vino a declarar. QER significa quartier d?¨¦valuation de la radicalisation (barrio de evaluaci¨®n de la radicalizaci¨®n), y aterra un poquito, sin embargo, saber que esta evaluaci¨®n se basa, por ejemplo, en entrevistas en franc¨¦s, sin int¨¦rprete, con detenidos que solo hablan urd¨², que se toma nota de la ¡°escasa formaci¨®n religiosa¡± de alguien que ha pasado cinco a?os en una madrasa y que se buscan con ah¨ªnco en los antecedentes de cada cual ¡°elementos concretos de no radicalizaci¨®n¡±.

Aterra un poquito, y tambi¨¦n lo tomamos a chirigota, como cuando ves los cuestionarios para entrar en Estados Unidos, donde te preguntan si planeas cometer actos terroristas, pero la verdad es que no nos gustar¨ªa estar en el lugar de la directora, pues no es seguro que lo har¨ªamos mejor, y que la ¨²ltima palabra la tendr¨¢ siempre el sagaz Abdelmajid Bakkali: solo Dios escruta los corazones, creamos o no en ?l, y si no creemos significa simplemente que nadie los escruta.