Los muertos acabar¨¢n hablando
Cuando se destruye un lugar sagrado como es una maternidad entendemos el adjetivo que corresponde a quien est¨¢ al mando: criminal
Una madre olvida pronto el dolor del parto porque en lo que viene despu¨¦s le va la vida entera. Si la criatura que le compensa el sufrimiento muere, no hay consuelo posible. Nadie sabe la fuerza que infunde a una parturienta su reci¨¦n nacido, nadie comprende, hasta que lo vive, c¨®mo ese peque?o ser que depende de nosotras, m¨¢s que un cachorro de cualquier otra especie, hace remontar a la madre de la experiencia del dolor extremo, la sangre y la ca¨ªda hormonal para que asuma el papel de protectora. Muchas han sido las im¨¢genes que nos sacuden de las v¨ªctimas civiles ucranias, pero sin duda la que permanecer¨¢ en nuestra memoria y se convertir¨¢ en el paradigma de la crueldad de la invasi¨®n es la de esa mujer que, habiendo sobrevivido al bombardeo de la maternidad donde esperaba el momento de parir, es trasladada a otro lugar seguro. Desparramada en la camilla, rotos los huesos de la pelvis, sujet¨¢ndose a¨²n as¨ª con la mano la barriga, temblorosa, ajena por el shock incluso al dolor que la desgarra, esa joven, de la que desconocemos el nombre, al saber que el reci¨¦n nacido ha muerto no encuentra raz¨®n alguna para sentirse compensada por el horror y le ruega al cirujano: ¡°M¨¢teme ahora¡±. Su deseo se cumpli¨® de manera natural. No sabemos cu¨¢nto influy¨® su voluntad de morir: la madre se fue al otro mundo siguiendo el rastro de su ni?o.
Hay gente que dice no querer ver, no poder soportar im¨¢genes que alimentan las pesadillas nocturnas, pero los reporteros que nos las muestran est¨¢n d¨¢ndole un sentido esencial a su trabajo, demostr¨¢ndonos que para que la opini¨®n del ciudadano sea soberana el periodismo ha de ser libre. La prueba est¨¢ en que sabemos lo que est¨¢ ocurriendo en Ucrania, pero desconocemos cada vez m¨¢s lo que piensa la poblaci¨®n de ese pa¨ªs opaco informado por una sola voz, la de Putin, que micr¨®fono en mano exalta el nacionalismo de miles de compatriotas en un mitin siniestro, alimentando mentiras que den sentido a su guerra, ocultando el n¨²mero de bajas de los j¨®venes soldados de reemplazo que manda al campo de batalla. Pero antes o despu¨¦s los muertos acaban hablando, aunque sea por boca de sus madres.
En La llama, la tercera parte de La forja de un rebelde, Arturo Barea cuenta c¨®mo salv¨® de la quema unas fotos, tomadas en el dep¨®sito de cad¨¢veres, de los ni?os de la escuela de Getafe que un Junker, a vuelo bajo, hab¨ªa bombardeado una semana antes: ¡°Se les hab¨ªa puesto en fila y se les hab¨ªa prendido un n¨²mero en las ropitas para identificarlos. Hab¨ªa un chiquit¨ªn con la boca abierta de par en par en un grito que nunca acab¨®¡±. Si esas fotos del oto?o de 1936 se convirtieron en una prueba evidente del sufrimiento del pueblo de Madrid fue porque Barea, al frente de la oficina de censura de la rep¨²blica, contradijo el deseo del atemorizado funcionario del Ministerio de Estado y se las llev¨® a las oficinas de la Telef¨®nica. Pero quien se atrevi¨® a entreg¨¢rselas a los periodistas extranjeros fue Ilsa, reci¨¦n llegada a Espa?a, la austriaca combativa que se convertir¨ªa en esposa de Barea. Ilsa Kulcsar, formada pol¨ªticamente en el movimiento obrero austriaco, pol¨ªglota y defensora a ultranza de la verdad period¨ªstica, anim¨® a Barea a ser generoso con la informaci¨®n que se conced¨ªa a los corresponsales y desafi¨® la tendencia oficial a ofrecer noticias positivas que se supon¨ªa favorec¨ªan la resistencia del bando republicano. Retando a los superiores, jug¨¢ndose el pellejo, Kulcsar y Barea entregaron las fotos de los ni?os de Getafe a la prensa extranjera y estas protagonizaron portadas de prensa de medio mundo. Esos rostros de una infancia brutalmente interrumpida dieron cuenta de los l¨ªmites que se estaban traspasando. Si alguna vez existieron unos l¨ªmites en la guerra, asumiendo que se puede hablar de ¨¦tica en ese trance, en Espa?a comenzaron a perderse.
Hay quien piensa que incidir en las fotos de ni?os muertos, enfermos o parturientas es andar buscando una discutible reacci¨®n emocional en quien desde la seguridad de su casa lo contempla. La opini¨®n de Barea es tan clara como su prosa: ¡°Las caras de aquellos ni?os asesinados ten¨ªa que verlas el mundo¡±. El reporterismo nos insta a mirar de frente a la verdad y la verdad es lo contrario a la propaganda. Cuando se destruye un lugar sagrado como es una maternidad entendemos el adjetivo que corresponde a quien est¨¢ al mando: criminal.
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