¡®Apolo 10 1/2: una infancia espacial¡¯, el ¡®Yo fui a EGB¡¯ de Richard Linklater

Tras su viaje a la Ant¨¢rtida junto a Cate Blanchett en la fant¨¢stica e inclasificable D¨®nde est¨¢s, Bernadette, Richard Linklater se entrega a un fest¨ªn de nostalgia en su nueva pel¨ªcula, Apolo 10 1/2: una infancia espacial, un filme de animaci¨®n estrenado en Netflix en el que el director de Boyhood sue?a con regresar a la edad de la inocencia para volver a pisar la Luna.

Con su habitual encanto, Linklater recorre el verano de 1969 en un suburbio de Houston, donde la fantas¨ªa de un escolar se cruza con uno de los episodios de mayor euforia nacional de EE UU, aquel c¨¦lebre ¡°peque?o paso para el hombre, un gran paso para la humanidad¡± que Neil Armstrong pronunci¨® un 21 de julio dejando sin habla a buena parte del planeta.

Para desplegar las alas de su memoria, el cineasta construye una pel¨ªcula de animaci¨®n llena de ritmo que mezcla las texturas del archivo, del v¨ªdeo casero a la televisi¨®n, con las del cine. Apolo 10 1/2 es una reconstrucci¨®n del pasado abonada a ese fetichismo nost¨¢lgico que en Espa?a trajo tantos beneficios a los creadores de Yo fui a EGB. Es decir, a una nostalgia servida a trav¨¦s de programas de televisi¨®n, canciones, juguetes, pel¨ªculas, discos, marcas y el resto de la exuberante memorabilia que construye la identidad de tantos boomers. Linklater tira de autobiograf¨ªa y fantas¨ªa para mezclar el sabor de un helado con 2001, una odisea del espacio, la pel¨ªcula de Stanley Kubrick que en 1968 imagin¨® el futuro; el p¨®ster de Raquel Welch en Hace un mill¨®n a?os con la guerra de Vietnam o la revista Playboy con Perdidos en el espacio, serie de televisi¨®n de la d¨¦cada de los sesenta sobre una familia de exploradores que navegaba a la deriva por las estrellas.

Excesivo en su recuento de objetos y recuerdos, Linklater acaba sucumbiendo a esa melancol¨ªa suya tan de domingo por la tarde y que vuelve a invocar en esta nueva pel¨ªcula. Quiz¨¢ Apolo 10 1/2: una infancia espacial tiene en s¨ª mismo algo de juguete retro, como el LEM 200 de Congost, aquella luna de hojalata con su alunizaje y sus diminutos astronautas fabricada en Espa?a a principios de los setenta, pero con el eco que hoy perdura de las ¨²ltimas palabras de Armstrong despu¨¦s de describir las huellas de sus botas en la fina arena de la Luna: ¡°?Hermoso, hermoso! ?Qu¨¦ magn¨ªfica desolaci¨®n!¡±.