Mercedes, mira por nosotros
Mercedes Rico era una mujer eternamente juvenil de 77 a?os. Echo de menos que no narrara su propia vida, tan apasionante como la de las mujeres a las que quiso y admir¨®
La primera amiga que tuve se llamaba Alicia. Ella deb¨ªa rondar los 34 y yo ten¨ªa 5. En aquel poblado solitario al que a¨²n no hab¨ªan llegado los ni?os, sus hijos tampoco, esa mujer era la ¨²nica persona que se prestaba a escucharme. Yo era una criatura con mucha conversaci¨®n y, a pesar de que mi madre me reprend¨ªa a menudo por ser tan sociable, llamaba a diario a su puerta y descubr¨ªa, aun sin saberlo, el milagro de la amistad. Sin duda, ella ten¨ªa el don de saber escuchar a una ni?a y yo ese af¨¢n por conocer al ser humano, que es en lo que he basado mi oficio. Pasaron d¨¦cadas y Alicia y yo seguimos habl¨¢ndonos con la misma consideraci¨®n. Me espanta la idea de segregar la amistad por edades y no tengo inter¨¦s en medirme solo con los de mi generaci¨®n. Tengo la sensaci¨®n de que aplazamos siempre la conversaci¨®n con personas mayores, olvidadizos de que con la muerte se llevan la sal de su tiempo. Tambi¨¦n nos dejamos llevar por la creencia de que a partir de cierta edad las amistades ya no se renuevan, que el mundo se nos estrecha y hay que conformarse con lo ya conocido.
Hace unos tres a?os comenc¨¦ una preciosa relaci¨®n por email (qu¨¦ nostalgia de la palabra epistolar) con Mercedes Rico, a la que hab¨ªa conocido cuando era diplom¨¢tica en activo. Busco el origen de nuestro intercambio de estos ¨²ltimos a?os y veo que fue ella quien me contact¨® para agradecerme un art¨ªculo sobre el libro de Aza?a que escribi¨® su madre, la periodista Josefina Carabias, publicado por Plaza & Jan¨¦s en 1981 y descatalogado tras la primera edici¨®n: quiso la mala suerte que Carabias muriera de un infarto antes de verlo en librer¨ªas y en su mezquina difusi¨®n intervino el escaso inter¨¦s que en los gaseosos ochenta hab¨ªa por los cronistas de aquellos a?os de la Rep¨²blica y la guerra.
Por fortuna, al entusiasmo de la hija por la obra de su madre y a mi empe?o porque esa penetrante cr¨®nica volviera a estar disponible se sum¨® la voluntad de la editora Elena Ram¨ªrez de publicarlo, y ah¨ª tenemos de nuevo Aza?a, los que lo llam¨¢bamos don Manuel llegando a las manos de no pocos lectores que descubren la prosa limpia, sincera, chispeante de esta periodista ejemplar que conecta en fondo y forma con el nuevo periodismo espa?ol capitaneado por el que fuera su jefe, Chaves Nogales. Por cierto, que no hace mucho me escribi¨®: ¡°Veo que del libro de Belmonte de Chaves un listillo ha eliminado el ep¨ªlogo de mi madre¡±.
Esta semana, Mercedes Rico, que tanto vel¨® por la recuperaci¨®n de la obra de su madre y la memoria de su hermana, Carmen Rico Godoy, ha muerto en casa y en paz, querida y cuidada. Nunca me pareci¨® anciana, nunca lo fue. Era una mujer eternamente juvenil de 77 a?os. Lo que ahora echo de menos es que se pusiera a la tarea de narrar su propia vida, tan apasionante como la de las mujeres a las que quiso y admir¨®. Mercedes hab¨ªa heredado el coraje materno y fue la tercera espa?ola que accedi¨® a la carrera diplom¨¢tica tras levantarse el veto de Franco a las mujeres, y la primera, en el 85, en ostentar el cargo de embajadora. Como bien contaba L¨®pez Aguilar en la necrol¨®gica, Mercedes sirvi¨® con tes¨®n, encanto y paciencia a esas ideas progresistas de pluralidad y tolerancia que hered¨® de sus padres, los cuales vieron frustrados sus sue?os y condicionadas sus vidas por la dictadura.
Ella fue una infatigable batalladora por la ampliaci¨®n de los derechos de las mujeres, en ocasiones lidiando con la oposici¨®n de la Iglesia cat¨®lica y de una derecha que vaticinaba el fin de la familia. Lo m¨¢s admirable de su personalidad era esa naturaleza llana, esa chispa, ese entusiasmo, que lo impregnaba todo de alegr¨ªa, algo tan escaso estos tiempos de discursos tan afectados por el melodramatismo. En esa iron¨ªa nuestra conversaci¨®n encontraba su tono perfecto: ¡°?Mi madre estar¨¢ feliz, la puedo imaginar haciendo entrevistas a Dios!¡±. Fue la suya una amistad de ¨²ltima hora, que me ha dejado una gran huella: esa discreci¨®n en expresar los propios m¨¦ritos, siendo muchos, esa manera atenta y curiosa de estar en la vida hasta el ¨²ltimo aliento. Y as¨ª, quiere este art¨ªculo ser un mensaje m¨¢s de los que nos intercambiamos. Tan solo para decirle que, si yo fuera creyente, me tranquilizar¨ªa pensando en su habilidad diplom¨¢tica para convencer a Dios de que afloje un poco.
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