Aza?a y la joven cronista
Definir el franquismo como una ¡°opci¨®n¡± es aberrante, como si no estuviera en su misma naturaleza el sello totalitario que impide la posibilidad de cualquier otra opci¨®n pol¨ªtica
Me encanta imaginar la escena: una jovencilla de apenas 22 a?os, Josefina Carabias, cruz¨¢ndose con el presidente del Ateneo, Manuel Aza?a, en 1930. La instituci¨®n est¨¢ patas arriba, porque don Manuel, ese hombre que a la joven le parece un viejo aun sin serlo, ha decidido desapolillar el mobiliario, lacar puertas, restaurar cuadros, l¨¢mparas, colocar tal cantidad de ceniceros que a los atene¨ªstas les resulte embarazoso tirar las colillas al suelo, y hasta se las ha arreglado para que el cantinero sirva un caf¨¦ en condiciones en vez de recuelo. El nuevo presidente, pol¨¦mico y audaz, rodeado siempre de aza?istas y antiaza?istas, se entrampa, pero considera que para revitalizar un espacio de debate antes hay que modernizarlo.
Cuenta Carabias que al cruzarse con don Manuel, este le dijo con sorna: ¡°Ya ve todo el l¨ªo que estoy armando para que usted pele la pava confortablemente¡±. Y es que, seg¨²n la periodista, Aza?a era uno de los pocos ¡°viejos¡± a quienes no molestaba que en el Ateneo tuvieran lugar escarceos amorosos; era consciente de que las j¨®venes tambi¨¦n acud¨ªan al centro al calor de la inteligencia que se daba cita entre esas paredes. La presencia de las estudiantes, de profesoras o escritoras, de mujeres, contribu¨ªa a que entrara de golpe aire fresco en una instituci¨®n a la que Aza?a, en su af¨¢n organizativo, deseaba renovar. ¡°Era un hombre lo bastante moderno¡± ¡ªescribe la periodista¡ª ¡°para saber que el amor no es incompatible con nada¡±.
Son los recuerdos que dedica la cronista a Aza?a, desde que lo conoce como presidente del Ateneo hasta que lo entrevista como presidente de la Rep¨²blica, en Los que le llam¨¢bamos don Manuel. Al narrar estas conversaciones da cuenta tambi¨¦n del nacimiento de su vocaci¨®n period¨ªstica y de una incesante actividad como reportera en aquellos a?os en los que Espa?a a punto estuvo de ser otra. Posee Carabias una prosa tan limpia, directa y sincera que hay que volver a menudo a ella para huir de la ret¨®rica que engolfa nuestra lengua y la empacha de adjetivos.
Me acord¨¦ de pronto de ese libro agudo y alegre al leer, estupefacta, el acto de Falange Espa?ola que el Ateneo de Madrid alberg¨® la semana pasada. Celebraba Falange su fundaci¨®n en 1933 y convoc¨® a un nutrido grupo de varones (en su mayor¨ªa) que vitorearon a Jos¨¦ Antonio, a Franco, exhibieron la bandera del aguilucho, describieron el presente como una inevitable repetici¨®n de aquella Espa?a del 36, expresaron su lealtad y gratitud al dictador, vaticinaron un futuro negro, prometieron defender del caos a esa patria suya que no es la de todos, y coronaron el evento entonando el Cara al Sol con el brazo en alto. Como era de esperar, el que una instituci¨®n tan apegada a la idea ilustrada de Espa?a, que fue vigilada y censurada en la dictadura, permitiera semejante esperpento ha despertado indignaci¨®n. El Ateneo, para colmo, recibe subvenciones de la Comunidad y el Ayuntamiento, y se debe por tanto a una ¨¦tica democr¨¢tica. Su presidente se ha justificado afirmando que quien paga manda y que tambi¨¦n han abierto sus puertas a otras opciones ideol¨®gicas. Definir el franquismo como una ¡°opci¨®n¡± es aberrante, como si no estuviera en su misma naturaleza el sello totalitario que impide la posibilidad de cualquier otra opci¨®n pol¨ªtica. Deber¨ªa haberse colado una Josefina Carabias que nos hiciera la cr¨®nica de velada tan testoster¨®nica.
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