El Aza?a secreto que conoci¨® Josefina Carabias
La periodista asisti¨® a momentos hist¨®ricos de la Segunda Rep¨²blica que desvel¨® en un libro que ahora se reedita despu¨¦s de cuatro d¨¦cadas
Cerca de la medianoche del 13 de abril de 1931, Manuel Aza?a sali¨® de la clandestinidad. La llegada de la Segunda Rep¨²blica era cuesti¨®n de horas y los pol¨ªticos del comit¨¦ revolucionario que se hab¨ªan ocultado tras la sublevaci¨®n de Jaca por temor a represalias de la dictadura de Berenguer se reunieron en el domicilio de Niceto Alcal¨¢ Zamora, futuro presidente del r¨¦gimen que se avecinaba. Embozado en una capa, Aza?a subi¨® a un coche estacionado en la calle de Mart¨ªnez Campos de Madrid con una mujer al volante y dos pasajeros m¨¢s. Uno era Cipriano Rivas Cherif, dramaturgo, periodista, amigo y cu?ado de Aza?a. La otra era Josefina Carabias, una reportera de 22 a?os que tardar¨ªa medio siglo en relatar en un libro aquel encuentro ¡ªy otros, entre divertidos y delicados¡ª con el hombre m¨¢s amado y denostado de la Segunda Rep¨²blica.
Carabias call¨® primero por lealtad al l¨ªder republicano y despu¨¦s por mera supervivencia. Solo cuando regres¨® la democracia, la periodista decidi¨® rescatar de su memoria todos los episodios y las an¨¦cdotas que hab¨ªa compartido con Aza?a, desde que se conocieron en el Ateneo de Madrid, hervidero de conspiraciones, vanguardias y chascarrillos, cuando ella era una joven licenciada en Derecho que viv¨ªa en la Residencia de Se?oritas y ¨¦l un pol¨ªtico desconocido con cierto pedigr¨ª literario (en 1926 hab¨ªa ganado el Premio Nacional de Literatura por una biograf¨ªa sobre Juan Valera).
En casa de Josefina Carabias no se habl¨® de Aza?a durante la dictadura. ¡°No se hablaba del pasado, o hablaba solo de cosas divertidas¡±, recuerda su hija Mercedes Rico Carabias, durante una charla en su domicilio madrile?o. ¡°Empez¨® a fiarse de este pa¨ªs y de la democracia poco antes de morir¡±, a?ade. Carabias acab¨® de escribir Aza?a. Los que le llam¨¢bamos don Manuel en el verano de 1980. Un mes despu¨¦s de enviar el original a la editorial Plaza&Jan¨¦s, falleci¨® de un infarto y se llev¨® consigo la vida trepidante de una periodista que, en la d¨¦cada de los treinta, se infiltr¨® una semana en el hotel Ritzcomo camarera para hacer un reportaje. Antes que el alem¨¢n G¨¹nter Wallraff se hiciera pasar por inmigrante turco, antes que la francesa Florence Aubenas se convirtiese en una limpiadora precaria y explotada. ¡°Cuando se habla de innovaci¨®n del periodismo, de darle alas al oficio y darle un aire literario, no es necesario mirar a Am¨¦rica: Josefina Carabias lo hizo antes¡±, resalta la escritora Elvira Lindo en el pr¨®logo a la actual edici¨®n, que acaba de publicar Seix Barral.
Ni es un libro de historia ni una biograf¨ªa al uso, Carabias escribe con la ligereza de las cr¨®nicas y proporciona un acercamiento a su personaje imposible en los ensayos historiogr¨¢ficos. Su Aza?a es bromista y algo cenizo (¡°Deber¨ªa ser manguero municipal por lo bien que maneja el chorro de agua fr¨ªa¡±, dir¨¢ de ¨¦l Valle-Incl¨¢n), pero siempre un pol¨ªtico honesto acosado en sus d¨ªas finales por la enfermedad, el espanto de la Guerra Civil y el ninguneo de las autoridades de Vichy, la zona no ocupada de Francia donde muri¨® en 1940.
A veces Carabias relata episodios de primera mano tan extravagantes como su asistencia junto a Valle-Incl¨¢n al multitudinario mitin de la plaza de toros de Madrid de 1930, donde Aza?a dijo: ¡°Nosotros no podemos rematar estas declaraciones poni¨¦ndoles como conclusi¨®n la promesa de una era de felicidad, de ventura y de grandeza. La libertad no hace felices a los hombres, los hace simplemente hombres¡±.
¡°Esta es la cabeza mejor amueblada de la Rep¨²blica¡±, le conf¨ªa Valle-Incl¨¢n a Carabias, poco antes de encontrarse con el propio Aza?a y abroncarle por sus palabras: ¡°Ya sabemos que no es as¨ª, que ni la Rep¨²blica ni ninguno de los que estaban hablando all¨ª nos pueden hacer felices. Pero su obligaci¨®n era decirlo. ?Se imagina usted a esos pobres hombres que han venido desde Valencia o desde Sevilla cuando vuelvan a su casa y les digan a sus convecinos: ¡®Todo estuvo muy bonito pero de pronto sali¨® un se?or calvo con anteojos y dijo que la Rep¨²blica no nos va a hacer felices?¡±.
Carabias y Aza?a ilustran la relaci¨®n compleja que viven a menudo pol¨ªticos y periodistas. Ella, que se estren¨® en Estampa y luego trabaj¨® en Ahora, La Voz y Radio Madrid, antepone su lealtad a las exclusivas. ?l, reacio a las entrevistas (¡°Yo solo hablo para La Gaceta [el BOE de entonces]¡±), conf¨ªa tanto en su discreci¨®n que le pide un favor para ayudar a suavizar a la opini¨®n p¨²blica partidaria de ejecutar al general Sanjurjo tras su golpe militar de 1932. A instancias del entonces presidente del Gobierno, Carabias entrevista a la madre del capit¨¢n Ferm¨ªn Gal¨¢n, ejecutado por su pronunciamiento contra la monarqu¨ªa en Jaca en 1930, y partidaria de indultar a Sanjurjo. ¡°Es muy probable¡±, escribe la periodista, ¡°que ni el propio general tuviera noticias de que Aza?a hab¨ªa hecho tanto como hizo para salvarle¡±.
Del exilio al anonimato
Mercedes Rico Carabias cree que la memoria de su madre va y viene en oleadas. En los ¨²ltimos a?os se instituy¨® un premio de periodismo parlamentario que lleva su nombre, pero no deja de resultar llamativo que una de las primeras tesis sobre ella la haya realizado Catherine Saupin, de la Universidad de Nantes. ¡°La vida de Carabias merece una biograf¨ªa rigurosa. Fue pionera en muchos aspectos¡±, destaca Elvira Lindo en el pr¨®logo. Tuvo, adem¨¢s, la habilidad de salirse con la suya y volver a recuperar un papel estelar en la prensa espa?ola durante la dictadura (fue corresponsal en Par¨ªs y Washington). Despu¨¦s de vivir en el exilio en Francia hasta 1942, mientras su marido Jos¨¦ Rico Godoy estaba encarcelado en Madrid, Carabias purg¨® su pasado republicano con el anonimato. ¡°No la dejaron firmar con su nombre ni entrar en la Asociaci¨®n de la Prensa, que jug¨® un papel siniestro¡±, recuerda su hija. En esos a?os se convirti¨® en Carmen Moreno hasta que en 1948 le permitieron recuperar su firma.
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