Un homenaje a Ucrania, una pianista legendaria y un ¡®tour de force¡¯ violin¨ªstico culminan el Festival de M¨²sica y Danza
La ¡®Segunda sinfon¨ªa¡¯ de Chaikovski con John Eliot Gardiner y la LSO, Maria Jo?o Pires como solista y la fantas¨ªa de Biber con Lina Tur ponen punto y final a la cita musical veraniega en Granada.
Cuando se anunci¨® la programaci¨®n completa de la 71? edici¨®n del Festival Internacional de M¨²sica y Danza, a comienzos de marzo, nada hac¨ªa presagiar la dimensi¨®n simb¨®lica que supon¨ªa incluir casualmente en su clausura la Segunda sinfon¨ªa de Chaikovski. De hecho, en el programa inicial de la London Symphony Orchestra (LSO) bajo la direcci¨®n de John Eliot Gardiner, esta composici¨®n de 1872 aparec¨ªa con su t¨ªtulo habitual de Peque?a Rusia, un apelativo que le dio Nikolay Kashkin.
En sus Memorias de P. I. Chaikovski (1896), este cr¨ªtico y amigo del compositor justificaba el t¨ªtulo de la sinfon¨ªa por la inclusi¨®n de varias canciones folcl¨®ricas de la regi¨®n ucraniana, que formaba parte de lo que se conoc¨ªa como ¡°Rusia peque?a¡±. Ese concepto geogr¨¢fico (al igual que el de ¡°Rusia menor¡±) cay¨® pronto en desuso y pas¨® a considerarse despectivo. Pero curiosamente ha sido rescatado recientemente por Vlad¨ªmir Putin para justificar la uni¨®n hist¨®rica entre Rusia y Ucrania, tal como recordaba Marta Reb¨®n en su reciente ensayo El complejo de Ca¨ªn. El ¡°ser o no ser¡± de Ucrania bajo la sombra de Rusia (Destino).
La orquesta londinense exigi¨® al festival granadino que no se incluyese el apelativo de la sinfon¨ªa de Chaikovski en el programa de mano, seg¨²n inform¨® su director, Antonio Moral. Y el propio Gardiner lo explic¨® en un breve discurso antes de dirigir la sinfon¨ªa, anoche en el Palacio de Carlos V. Comenz¨® proponiendo un nuevo t¨ªtulo para la obra: ¡°Pienso que ser¨ªa bonito que pensemos en titular esta sinfon¨ªa como Ucraniana y no Peque?a Rusia. Prosigui¨® dedicando la interpretaci¨®n ¡°a todos los que est¨¢n sufriendo en Ucrania por esta terrible adversidad¡±, lo que motiv¨® una salva de aplausos entre el p¨²blico. Y concluy¨® confesando el desaliento que todos compartimos ante esta guerra: ¡°Como m¨²sicos, a menudo nos sentimos impotentes ante situaciones pol¨ªticas que parecen imposibles. Pero una cosa que podemos hacer es enviar de alguna forma nuestra esperanza, aliento y simpat¨ªa al pueblo ucraniano¡±.
A continuaci¨®n, el director brit¨¢nico (Fontmell, Dorset, 79 a?os) comenz¨® la obra de Chaikovski con un imponente acorde de sol mayor. Y escuchamos al trompista Timothy Jones el tema basado en la canci¨®n ucraniana Descendiendo por nuestra madre, el Volga, que el compositor seguramente escuch¨® a los sirvientes de la casa de su hermana Sasha, en Kamenka, cerca de Kiev, donde compuso la sinfon¨ªa. El tema pasa al fagot y regresa a la trompa, aunque el fondo es siempre diferente, algo que Chaikovski claramente aprendi¨® de Kamarinskaya, de Glinka. En el arranque de la forma sonata que remata ese primer movimiento, que fue completamente revisado en 1879, comenzaron a arreciar los primeros problemas de conjunci¨®n, a pesar del liderazgo incuestionable de Carmine Lauri como concertino.
Gardiner opt¨® por una estudiada elegancia en el andantino marziale que el compositor reutiliz¨® de su ¨®pera Undina, a pesar de que incluye la canci¨®n popular Gira mi hilandera en la secci¨®n central tocada por la madera. Y el scherzo fue lo peor de su interpretaci¨®n con una orquesta descompensada y poco ordenada, aunque la gran clase del conjunto se mostr¨® en el finale que preside otro tema popular ucraniano titulado La grulla, que Gardiner manej¨® con pompa, elegancia e imaginaci¨®n en sus diferentes secciones hasta la coda que apret¨® para provocar la algarab¨ªa final.
El concierto culmin¨® con el scherzo de la m¨²sica incidental de Mendelssohn para El sue?o de una noche de verano como propina, que fue uno de los mejores momentos de esta c¨¢lida noche granadina. La velada hab¨ªa comenzado pasadas las diez y media, con los dos ¨²ltimos intermedios de Rosamunda de Schubert, que la batuta precisa y musical de Gardiner elev¨® especialmente en el tercero, con esa cuerda que flota y canta con la madera. Pero el otro momento especial de la noche fue la actuaci¨®n de la legendaria Maria Jo?o Pires (Lisboa, 77 a?os) en el Concierto n¨²m. 27, de Mozart. La pianista lusa afront¨® el ¨²ltimo del salzburgu¨¦s con una mezcla inconfundible de sencillez y nostalgia. Lo escuchamos en la exposici¨®n y el desarrollo del primer movimiento, con esas inflexiones al modo menor donde dialog¨® admirablemente con la flauta de Sharon Williams y el oboe de Olivier Stankiewicz.
Pero nada pudo competir con el larghetto central que Pires elev¨® hasta convertirlo en un monumento a la a?oranza. Lo hizo sin a?adir un solo adorno o variaci¨®n, que el propio Gardiner ha impulsado en interpretaciones con instrumentos de ¨¦poca. La desnudez y sinceridad musical de Pires fascin¨® tambi¨¦n en el chispeante rond¨® final, exquisitamente servido por Gardiner con admirables cambios din¨¢micos. El d¨ªa anterior, el s¨¢bado 9 de julio, Pires toc¨® como solista el Concierto n¨²m. 3 de Beethoven, donde el director ingl¨¦s insisti¨® m¨¢s en sus postulados historicistas. Pero la pianista portuguesa, que seg¨²n se anunci¨® antes de su actuaci¨®n hab¨ªa estado enferma pocos d¨ªas atr¨¢s, volvi¨® a dar otra lecci¨®n de sencillez y musicalidad. Empez¨® muy comedida, y con el dramatismo justo que emana del do menor de la obra, pero en el desarrollo del allegro con brio inicial lleg¨® a conversar con la orquesta en ese deambular por varias tonalidades menores del tema inicial. Nuevamente fue el largo central lo mejor de la noche, con esa profundidad inconmensurable en sus dedos, que disfrutamos hasta en los pasajes de transici¨®n, donde acompa?¨® con delicados arpegios los solos de la flauta y el fagot. En el rond¨® final no s¨®lo revel¨® sabiamente los cambios de car¨¢cter, sino que despej¨® con valent¨ªa el tortuoso camino hacia la meta final en do mayor de la obra.
El concierto de Gardiner, del s¨¢bado 9 de julio, se complet¨® con otras dos composiciones de Beethoven: la obertura Leonora II y la Cuarta sinfon¨ªa. En ambas obras, el director brit¨¢nico trat¨® de transformar el sonido de la LSO en un conjunto historicista. Lo escuchamos en la introducci¨®n de la obertura, con una atenci¨®n extrema a la articulaci¨®n y la din¨¢mica, que dio un particular protagonismo al timbalero, pero tambi¨¦n con un sonido magro sin vibrato, al que a?adi¨® un letargo extremo en cada pausa. No obstante, la LSO exhibi¨® su legendaria flexibilidad, especialmente en la sinfon¨ªa, que afrontaron con casi todo los m¨²sicos tocando de pie. La interpretaci¨®n tuvo m¨¢s virtuosismo que inter¨¦s. Y el director brit¨¢nico trat¨® de acercarse a los colores y las metronomizaciones de ¨¦poca, algo que consigui¨® especialmente en el adagio y el scherzo, mientras que el allegro ma non troppo final son¨® forzado en su sobrehumana celeridad. Todo mejor¨® despu¨¦s con el tercer intermedio de Rosamunda de Schubert como propina, aunque fuera la misma m¨²sica programada al d¨ªa siguiente.
En esta recta final del festival granadino, a las bes habituales de Brahms y Beethoven le ha seguido una tercera mucho m¨¢s infrecuente. Me refiero a Heinrich Ignaz Franz von Biber (1644-1704), el ap¨®stol austr¨ªaco del stylus phantasticus, cuya integral de las Sonatas del Rosario son¨® durante las ma?anas del s¨¢bado y domingo, 9 y 10 de julio, en la iglesia del Monasterio de San Jer¨®nimo. Un tour de force violin¨ªstico de la ibicenca Lina Tur Bonet al frente de su grupo MUSIca ALcheMIca. Quince sonatas para viol¨ªn y bajo continuo, correspondientes a los misterios gloriosos, dolorosos y gozosos, junto a una Passacaglia final para viol¨ªn solo. Un ciclo fascinante que puede fecharse en torno a 1676 y que se ha conservado en un manuscrito destinado al arzobispo de Salzburgo, Maximilian Gandolph von Khuenburg, seguramente para fines devocionales, aunque su contenido no se diera a conocer hasta 1889. Se trata de una fuente ¨²nica que no conserva su portada, por lo que no sabemos qu¨¦ t¨ªtulo le dio Biber al ciclo, pero que identifica la tem¨¢tica de cada sonata por medio de un grabado. Su audici¨®n completa supone un viaje musical que combina lo sacro y lo profano, tal como aclar¨® la propia Lina Tur durante los comentarios que hizo entre cada una de las sonatas. Se inici¨® con La Anunciaci¨®n y con la violinista avanzando por la nave central hacia el altar donde se encontraban todo los integrantes del continuo: el violone, la tiorba, el arpa, el clave y el ¨®rgano.
Una de las particularidades del ciclo es que implica quince afinaciones o scordaturas diferentes para el viol¨ªn. Se trata de un efecto inventado en el siglo XVII que propone alterar la normal afinaci¨®n de las cuatro cuerdas por quintas del instrumento (sol-re-la-mi) con fines expresivos y dram¨¢ticos. Biber lo explot¨® admirablemente en este ciclo hasta el punto de que algunas sonatas no es posible tocarlas con un viol¨ªn moderno. Por ejemplo, la segunda, La visitaci¨®n, implica una afinaci¨®n paralela la-mi-la-mi que evoca el encuentro de dos mujeres en el mismo estado de buena esperanza. Tur abord¨® est¨¢ segunda sonata con acompa?amiento al clave de Javier N¨²?ez y demostr¨® que es una consumada especialista en esta m¨²sica, que grab¨® con ¨¦xito para Pan Classics en 2015. Pero su interpretaci¨®n de Granada fue mucho m¨¢s contenida en los siguientes misterios gozosos, La Natividad y La presentaci¨®n en el templo, que contaron con la efectiva sencillez del arpa de Sara ?gueda y todo el conjunto de continuo. La intensidad y la fantas¨ªa se elev¨® en la segunda parte, y especialmente en las tres sonatas finales, con los misterios dolorosos, como la sexta, La agon¨ªa de Jes¨²s en el huerto de Getseman¨ª, acompa?ada por la discreta tiorba de Jadran Duncumb. El punto m¨¢s alto del s¨¢bado se alcanz¨® con la octava, La coronaci¨®n de espinas, donde se utiliza una de las afinaciones m¨¢s extremas y dolorosas para el instrumento (re-fa-si bemol-re). Tur brill¨® especialmente en la jiga y doble que cierran la sonata, idealmente arropada por sus excelentes instrumentistas.
El concierto matinal del domingo, 10 de julio, fue superior al del d¨ªa anterior. Arranc¨® con la novena sonata, Jes¨²s con la cruz a cuestas camino del Calvario, que la violinista toc¨® subida al p¨²lpito. Desde all¨ª afront¨® las progresiones cada vez m¨¢s complejas de la obra con el s¨®lido apoyo del excelente organista Daniel Oyarz¨¢bal. Le sigui¨® otro de los momentos m¨¢s destacados de todo el ciclo, la d¨¦cima sonata, La crucifixi¨®n, que conjug¨® a todo el continuo sin arpa en una interpretaci¨®n intensa y teatral que elev¨® todas las simbolog¨ªas cruciformes y sufrientes previamente explicadas por la violinista. Las ¨²ltimas cinco sonatas con los misterios gloriosos se iniciaron con La Resurreci¨®n y con otro extremo en la afinaci¨®n del instrumento, donde Biber invierte sus cuerdas centrales. Aqu¨ª Tur se mostr¨® especialmente imaginativa y afront¨® versiones m¨¢s arriesgadas de esta m¨²sica. En la doce, La ascensi¨®n, destac¨® la participaci¨®n del violone de Andrew Ackerman, mientras que en la trece, Pentecost¨¦s, impresion¨® por el fragor de las dobles cuerdas. La violinista ibicenca, que utiliz¨® cuatro violines diferentes cada d¨ªa para poder abarcar todas las afinaciones, ofreci¨® versiones especialmente atractivas de las dos ¨²ltimas sonatas, La Asunci¨®n y La coronaci¨®n de la Virgen, a pesar de puntuales despistes en el aria variada de la catorce y en la zarabanda de la quince. No obstante, lo mejor de todo el concierto fue la Passacaglia final que Tur toc¨® con la mezcla ideal de concentraci¨®n y libertad, de lo sacro y lo profano.
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