H¨¢gase la luz
La muerte y el consuelo de la m¨²sica dominan un concierto extraordinariamente coherente protagonizado por Vox Luminis y el Freiburger BarockConsort
Una de las v¨ªctimas (espirituales) m¨¢s dolorosas de este ¨²ltimo a?o de pandemia fue la cancelaci¨®n de la Pasi¨®n seg¨²n san Mateo de Bach que iban a haber interpretado el 5 de abril de 2020 en el Auditorio Nacional el grupo Vox Luminis y la Orquesta Barroca de Friburgo. De semejante hermanamiento, y con esa obra en los atriles, solo pod¨ªa esperarse algo muy grande. Casi un a?o despu¨¦s, el primero al completo y un pu?ado de instrumentistas de la segunda han recalado en Madrid, uno de los pocos oasis europeos donde a¨²n puede hacerse m¨²sica en directo con presencia de p¨²blico en la sala. Manteniendo una generosa distancia entre ellos, los integrantes de Vox Luminis se han permitido incluso la licencia de cantar sin mascarillas (volvi¨¦ndoselas a poner religiosamente, eso s¨ª, en cuanto aparec¨ªan unos cuantos compases seguidos de silencio en alguna de las partes vocales).
Universo Barroco
Heinrich Ignaz Franz von Biber: 'Requiem'. Christoph Bernhard: 'Herr, nun l?ssest du deinen Diener in Frieden fahren'. Agostino Steffani: 'Stabat Mater'. Vox Luminis. Freiburger BarockConsort. Dir.: Lionel Meunier. Auditorio Nacional, 7 de marzo.
El programa era inusual y quiz¨¢s habr¨ªa lucido m¨¢s en la Sala de C¨¢mara, porque en la Sinf¨®nica fueron demasiadas las sutilezas que se perd¨ªan irremediablemente en un espacio tan grande y con muchas butacas vac¨ªas, sobre todo, claro est¨¢, en los momentos m¨¢s ¨ªntimos, que no fueron pocos, en los que la interpretaci¨®n quedaba reducida a una o dos voces acompa?adas tan solo por un pu?ado de instrumentos. Se cambi¨®, con buen criterio, el orden del programa, como anunci¨® desde el escenario el trombonista Miguel Tantos Sevillano. Para empezar, el R¨¦quiem en fa menor de Biber, una obra compacta pero llena de enjundia. A continuaci¨®n, un motete m¨¢s breve de Christoph Bernhard. Como cierre, el sustancial Stabat Mater de Agostino Steffani. Es decir, dos obras en lat¨ªn nacidas en el ¨¢mbito cat¨®lico flanqueando una obra de texto latino destinada a la liturgia luterana.
Se conoce la genialidad de Biber gracias a sus obras instrumentales, fundamentalmente sus Sonatas del Rosario, una colecci¨®n excepcional que se ha programado y grabado con frecuencia en los ¨²ltimos a?os, cuando por fin ha ocupado el lugar de honor que le corresponde en la literatura violin¨ªstica. No en vano, Charles Burney, en el tercer volumen de su Historia General de la M¨²sica, se refer¨ªa al compositor bohemio en estos t¨¦rminos: ¡°De todos los violinistas del pasado siglo [el XVII], Biber parece haber sido el mejor, y sus solos son los m¨¢s dif¨ªciles y los m¨¢s imaginativos de toda la m¨²sica que he visto de la misma ¨¦poca. Una de las obras est¨¢ escrita en tres pentagramas, como si se tratara de una partitura para dos violines y un bajo, pero est¨¢ pensada para tocarse en dobles cuerdas¡±.
Christoph Bernhard es m¨¢s recordado como te¨®rico musical que como compositor e inici¨® su carrera como cantante en la corte electoral de Dresde bajo la direcci¨®n nada menos que de Heinrich Sch¨¹tz. Que este lo ten¨ªa en gran estima lo corrobora el hecho de que, muchos a?os despu¨¦s, le pidiera en 1670 que pusiera m¨²sica a un texto latino (Cantabiles mihi erant justificationes tuae, un verso del Salmo 119) a fin de que se interpretara en su propio funeral, y as¨ª se hizo dos a?os despu¨¦s, aunque la m¨²sica ¨Dalabada por Sch¨¹tz¨D se ha perdido. En la etapa hamburguesa de su carrera, Bernhard trabaj¨® codo con codo al lado de Matthias Weckmann, una de las luminarias musicales de la ¨¦poca. Su producci¨®n conservada ¨Denteramente vocal¨D y sus escritos reflejan un vasto conocimiento de las t¨¦cnicas de canto. En ellos defendi¨® la muy original teor¨ªa de que los compositores de su ¨¦poca absorb¨ªan y sintetizaban en sus obras los manierismos creados e introducidos por los int¨¦rpretes.
Cecilia Bartoli, con su innato olfato comercial, vio en los m¨²ltiples talentos y la azarosa vida de Agostino Steffani (religioso, compositor, erudito, diplom¨¢tico, pol¨ªglota, esp¨ªa, compositor) un fil¨®n que explotar, pero el italiano sigue siendo una figura en gran medida desconocida para muchos. John Hawkins, otro pionero historiador de la m¨²sica, como Charles Burney, public¨® en 1750 en Londres sus Memorias de la vida del Signore Agostino Steffani, otrora Maestro de la Capilla Electoral en Hanover y m¨¢s tarde Obispo de Spiga, pero el italiano es un personaje escurridizo, hasta el punto de que le gustaba pasar sus propias composiciones como obra de su copista, Gregorio Riva, lo que explica quiz¨¢ por qu¨¦ apenas visitaron la imprenta. De su prestigio en Alemania da fe el hecho de que una breve disertaci¨®n te¨®rica impresa en ?msterdam en 1694 fue traducida al alem¨¢n seis a?os despu¨¦s por Andreas Werckmeister. Ya en el siglo XIX, Friedrich Chrysander lo menciona en varias ocasiones en su biograf¨ªa de Handel, que tom¨® prestada en su Theodora m¨²sica de Steffani para su ¨®pera La lotta d¡¯Hercole con Acheloo, un gran elogio indirecto. Y el music¨®logo alem¨¢n calific¨® su Stabat Mater de ¡°la m¨¢s importante y posiblemente la ¨²ltima de las composiciones de Steffani¡±, algo que corrobora una carta del compositor fechada a comienzos de 1728.
Vox Luminis salt¨® a la fama con su grabaci¨®n de las Exequias musicales de Heinrich Sch¨¹tz y, aunque han abordado con frecuencia la m¨²sica del siglo XVIII e incluso del XX (en Aldeburgh a¨²n recuerdan su interpretaci¨®n de Sacred and Profane de Benjamin Britten en 2017), parecen sentir una afinidad natural por el siglo XVII, que produjo una m¨²sica barroca muy diferente de la que solemos escuchar habitualmente: la grandeza de Bach y Handel ha acabado eclipsando en exceso el genio de Sch¨¹tz, Buxtehude o Cavalli. Por eso pasar¨¢ alg¨²n tiempo antes de que escuchemos de nuevo el R¨¦quiem de Biber, y m¨¢s a¨²n en una interpretaci¨®n tan austera y, al mismo tiempo, tan intensa que la que nos han regalado Vox Luminis y un peque?o grupo instrumental de c¨¢mara en el que figuraban varios nombres hist¨®ricos de la Orquesta Barroca de Friburgo, como las violinistas Anne Katharina Schreiber y Christa Kittel (aunque esta toc¨® el domingo la viola), la violagambista Hille Perl, el laudista Lee Santana, el violonista James Munro o el organista Torsten Johann. Aunque no se indicaba en el (virtual) programa impreso, no tocaron dos de los trombonistas anunciados: Simon van Mechelen (un hist¨®rico del instrumento, miembro de Concerto Palatino, entre otros muchos grupos) y Joost Swinkels, sustituidos por el gran David Yacus en el bajo y Daniel Serafini en el tenor, lo que hizo que Miguel Tantos Sevillano tocara el tromb¨®n contralto.
Lionel Meunier situ¨® a los cinco solistas y los cinco ripienistas en un largo semic¨ªrculo incompleto (con los bajos en el centro) y plante¨® una versi¨®n en la que parec¨ªan darse la mano el mundo cat¨®lico (ese viol¨ªn solista, tan biberiano, casi como un espectral Esp¨ªritu Santo flotando por encima de la textura vocal e instrumental, tocado con comedimiento y din¨¢mica justa por Anne Katharina Schreiber) y el mundo protestante (la muerte como consuelo y no como desgarro). Resulta llamativa la escritura de tres partes independientes para viola (la tercera la toc¨® Hille Perl con la gamba, aunque se situara en el grupo del continuo, frente al ¨®rgano), mientras que los tres trombones se limitan a doblar a las voces. Plagado de secciones homof¨®nicas, y a pesar de la ausencia de alguno de sus miembros, como el contratenor Alexander Chance (viajar se ha convertido en una pesadilla para los desdichados m¨²sicos brit¨¢nicos en el infierno del pos-Brexit) o el tenor Jo?o Moreira, Vox Luminis volvi¨® a lucir esa milagrosa fusi¨®n de voces que jam¨¢s pierden su individualidad. Entre ellas, fue un placer volver a ver a la soprano suiza Sara J?ggi, ausente en sus formaciones desde hace tiempo, y que ha demostrado ser el complemento perfecto de Zsuzsi T¨®th, como sabe todo el que les haya o¨ªdo cantar O dive custos, de Henry Purcell, otra m¨²sica f¨²nebre. Aqu¨ª estaban dispuestas antifonalmente, con Stefanie True y Victoria Cassano flanque¨¢ndolas como segundas sopranos. En el Dies irae y el Agnus Dei, este ¨²ltimo a un tempo casi incomprensiblemente lento, pero sin que se resintiera nunca la fluidez, se alcanzaron quiz¨¢ los momentos m¨¢s memorables. Y el ¡°Requiem aeternam dona eis Domine¡±, cantado al final con el solo acompa?amiento del continuo, fue el corolario perfecto de una obra en la que, con la m¨¢xima econom¨ªa de medios, Biber consigue momentos de alt¨ªsima expresividad.
Con sus dos coros contrapuestos, ambos a cinco voces, y su quinteto instrumental, el motete Herr, nun l?ssest du deinen Diener in Frieden fahren, de Christoph Bernhard es un compa?ero de viaje ideal de la obra f¨²nebre de Biber. Faltaron las dos cornetas para acompa?ar a los tres trombones en uno de los tres coros, pero en estos tiempos hacer viajar a dos instrumentistas para tocar poco m¨¢s de diez minutos es probablemente un lujo excesivo. Aparte de la secci¨®n inicial, repetida de nuevo al final, confiada al tutti, la obra contiene dos d¨²os para dos sopranos (Zsuzsi T¨®th y Stefanie True) y contralto y tenor (Jan Kullmann y Philippe Froeliger), ambos muy exigentes t¨¦cnicamente, como lo es tambi¨¦n el solo confiado al bajo (Sebastian Myrus), que le obliga a descender hasta un Mi bemol, parad¨®jicamente sobre la palabra Ruhm (gloria). Se trata de una obra menor, pero que, as¨ª interpretada, se escucha con gran placer, casi como un ap¨¦ndice luterano del R¨¦quiem de Biber, con el que comparte no solo su tema mortuorio.
Las tres partes para viola muestran de nuevo la influencia alemana en la m¨²sica de Steffani y le ayudan a conformar dos bloques ¨Dinstrumental y vocal¨D a seis voces, en consonancia con su creencia en la importancia del sistema senario en la m¨²sica. El Sol menor del Largo de la primera secci¨®n enlaza perfectamente con el Fa menor de Biber y el Do menor de Bernhard. En ¨¦l pudimos escuchar por fin a las cuatro sopranos cantando al un¨ªsono, aunque Meunier mantuvo la ubicaci¨®n antifonal para jugar con su participaci¨®n conjunta, separada o alternante. O¨ªmos tambi¨¦n el primer breve solo de Victoria Cassano (¡°O quam tristis et afflicta¡±), un d¨²o de Zsuzsi T¨®th y Sara J?ggi (¡°Tui nati vulnerati¡±) y un magn¨ªfico tr¨ªo de Jan Kullmann, Philippe Froeliger y Sebastian Myrus (¡°Virgo virginum¡±) con el solo acompa?amiento del continuo. Pero el momento m¨¢s emocionante lleg¨® casi al final, en ¡°Quando corpus morietur¡±, en un sorprendente Mi bemol mayor, donde a partir del cuarto comp¨¢s Steffani hace entrar a las seis voces en una constante secuencia ascendente por grados conjuntos (de Mi bemol a Do) y cuyos cuatro largu¨ªsimos silencios marcan un momento de estasis antes de que los dos versos finales expresen el deseo de que el alma alcance tras la muerte el Para¨ªso, donde Steffani retoma el Sol menor inicial, que enlaza espiritualmente a su vez al Requiem de Biber, cerr¨¢ndose el c¨ªrculo con una l¨®gica implacable.
A Meunier y sus cantantes no se les pas¨® uno solo de los numerosos madrigalismos de Steffani: cromatismo o chocantes modulaciones para expresar el llanto en ¡°fleret¡± o ¡°plangere¡±, retardos para ilustrar los azotes en ¡°et flagellis subditum¡± o un apunte casi de stile concitato monteverdiano en ¡°inflammatus et accensus¡±. Aunque tan solo leves movimientos de sus brazos revelan que el bajo franc¨¦s es la mente rectora, hubo momentos en los que eran Anne Katharina Schreiber o el organista Torsten Johann quienes marcaban entradas o finales. Vox Luminis ha sido siempre un grupo muy democr¨¢tico y parece contagiar su credo a cuantos hacen m¨²sica a su lado. Su regreso, en el marco de una peque?a gira por Espa?a (Sevilla, Madrid y San Sebasti¨¢n) que pone fin en su caso a un silencio de muchos meses, es una de las mejores noticias posibles en estos meses a¨²n inciertos. ¡°La Musica dunque ¨¨ ordinata ¨¤ muovere, ¨¤ corregere, ¨¤ cangiare, ¨¤ sedare le Passioni dell¡¯Animo; M¨¤ per qual forza? O questo ¨¨ il Punto! Per forza dell¡¯Harmonia¡±, escribi¨® Steffani en su op¨²sculo te¨®rico sobre la influencia de la m¨²sica de los antiguos en la de su propia ¨¦poca. Y a la interpretaci¨®n que se escuch¨® el domingo en el Auditorio Nacional le cuadran, uno tras otro, esos mismos verbos e id¨¦ntico objeto directo. Vox Luminis es siempre fiel a su nombre latino. Fiat lux: y la luz se hizo.
Babelia
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