Las vidas largas
La sexta entrega de ¡®El mundo entonces¡¯, un manual de historia sobre la sociedad actual escrito en 2120, cuenta c¨®mo las vidas se alargaron gracias a los avances y qu¨¦ pas¨® con la nueva vejez
Se pueden discutir muchas cosas sobre el comienzo del siglo XXI, pero una es indudable: las personas viv¨ªan tanto m¨¢s que antes. Lo mostraba una cifra que entonces se impon¨ªa: la llamaban ¡°esperanza¡± o, m¨¢s claro, ¡°esperanza de vida¡±.
Pese a su nombre espl¨¦ndido, la esperanza de vida era un c¨¢lculo estad¨ªstico: t¨¦cnicos y programas promediaban la edad a la que mor¨ªan las personas en un determinado espacio geogr¨¢fico y as¨ª pronosticaban cu¨¢ntos a?os podr¨ªan durar los que nac¨ªan all¨ª en ese momento. La esperanza de vida era una cifra b¨¢sica que dec¨ªa lo m¨¢s b¨¢sico: vivir o no vivir. Esperanza de vida significaba retrasar por m¨¢s tiempo la muerte ¡ªque segu¨ªa siendo ineludible.
Durante siglos la esperanza de vida se hab¨ªa mantenido m¨¢s o menos constante. Hasta mediados del XVIII era raro que superara los 35 a?os; era cierto que en esa cuenta pesaba mucho la gran cantidad de chicos que mor¨ªan: dos de cada cinco no llegaban a la edad adulta. La esperanza de vida era un promedio: un intento de describir un conjunto limando sus particularidades. Pero, a¨²n as¨ª, era un promedio brutalmente elocuente ¡ªaunque, como todos los n¨²meros, se usaba para cualquier enga?o. Era f¨¢cil decir, por ejemplo, que en 1950 ¡°la esperanza de vida de la humanidad¡± eran 46 a?os y en 2020 eran 73. Era f¨¢cil y, aunque ahora la cifra nos pueda parecer menor, representaba un avance extraordinario. Pero decirla supon¨ªa no decir, por ejemplo, que en 2020 se calculaba que los nacidos en Norteam¨¦rica deb¨ªan vivir ¡ªen promedio¡ª hasta los 79 a?os y los nacidos en ?frica hasta los 59. No decir que entre un norteamericano y un africano la famosa desigualdad se med¨ªa as¨ª de f¨¢cil, as¨ª de despiadada: que uno ten¨ªa muchas posibilidades de vivir 20 a?os m¨¢s, un tercio de vida m¨¢s que el otro.
Para eso, las diferencias econ¨®micas eran centrales, pero tambi¨¦n actuaban otras: estilos de vida, clima, presiones, cataclismos varios y dem¨¢s sobresaltos. En esos d¨ªas los cinco pa¨ªses con mayores esperanzas eran, en ese orden, Jap¨®n, Suiza, Espa?a, Singapur y Francia, que superaban los 83 a?os; los cinco con menores eran Suazilandia, Lesotho, Sierra Leona, Chad y Costa de Marfil, que andaban por los 50: m¨¢s de 30 a?os menos.
(El ser humano promedio ¡ªdec¨ªan entonces, aunque sab¨ªan que el ser humano promedio no exist¨ªa¡ª ten¨ªa 31 a?os, y el africano promedio ¡ªque tampoco exist¨ªa¡ª ten¨ªa menos de 20, y el italiano o espa?ol promedio ten¨ªa m¨¢s de 45. Era otra forma de decir lo mismo.)
Y si las diferencias entre pa¨ªses eran dram¨¢ticas, las internas eran casi m¨¢s feroces: en los Estados Unidos, en 2020, por ejemplo, un var¨®n blanco esperaba vivir siete a?os m¨¢s que un var¨®n negro ¡ªporque entonces los negros ten¨ªan menos plata para curarse y cuidarse y alimentarse bien, y m¨¢s chances de morir violentamente. En Rusia, por ejemplo, un hombre esperaba vivir 10 a?os menos que una mujer ¡ªporque entonces ellos segu¨ªan bebiendo y fumando y empach¨¢ndose mucho m¨¢s que ellas. En Francia, por ejemplo, tan ¨¦galit¨¦ fraternit¨¦, los se?ores del 5% m¨¢s rico, que ganaban m¨¢s de 6.000 euros, esperaban vivir 13 a?os m¨¢s que el 5% m¨¢s pobre, que ganaban 500. Y as¨ª de seguido. La esperanza de vida era un indicador imprudente: hablaba, cantaba, gritaba tantas cosas ¡ªpero no es cierto que esa haya sido la raz¨®n para dejar de usarlo. Y, m¨¢s all¨¢ de esas desigualdades, la mayor¨ªa de las personas viv¨ªan mucho m¨¢s que antes.
(Era precisamente esa constataci¨®n, dec¨ªan algunos, la que hac¨ªa m¨¢s odiosas a¨²n las diferencias: cuando no se pod¨ªa, no se pod¨ªa; ahora que se pod¨ªa, no hacerlo era violencia pura.)
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Nada de esto niega que la ciencia y t¨¦cnica m¨¦dicas hab¨ªan avanzado como nunca antes. Aunque la medicina pr¨¢ctica m¨¢s desarrollada estaba en un momento de transici¨®n: el trabajo del m¨¦dico ya no consist¨ªa, como hab¨ªa sido durante muchos a?os, en revisar a su paciente y evaluar sus s¨ªntomas para deducir, gracias a sus conocimientos, el posible diagn¨®stico. En ese momento un m¨¦dico era ¡ªsalvo marcadas excepciones¡ª un operador que ped¨ªa estudios y m¨¢s estudios y pod¨ªa definir que en un porcentaje apreciable de los casos la combinaci¨®n de tal y cual resultado supon¨ªa tal o cual dolencia. La medicina ya era una pr¨¢ctica estad¨ªstica: era lo mismo que poco despu¨¦s har¨ªan las m¨¢quinas, acotado todav¨ªa por las limitaciones de almacenamiento, actualizaci¨®n y proceso de la mente humana.
Pero en esos d¨ªas, en el MundoRico, las personas visitaban servicios m¨¦dicos m¨¢s que nunca antes. Durante milenios los m¨¦dicos ¡ªo curadores varios¡ª hab¨ªan sido personajes que solo se consultaban en circunstancias extraordinarias. En 2020 la proliferaci¨®n de especialistas, de centros de salud, de terapias diversas ¡ªy de miedo a las enfermedades, uno de los temas que el p¨²blico m¨¢s buscaba en la inter-net (ver cap.19)¡ª hizo que un ciudadano medio de pa¨ªs rico viera a alg¨²n m¨¦dico entre ocho y diez veces por a?o. Por lo cual la cantidad de m¨¦dicos creci¨® enormemente: los pa¨ªses ricos ten¨ªan una media de 4 cada 1.000 habitantes; los m¨¢s pobres no llegaban a 0,4: 10 veces menos m¨¦dicos por persona.
Pero, globalmente, su cantidad se hab¨ªa multiplicado como nunca. Hab¨ªa m¨¢s de 10 millones en todo el mundo ¡ªy la Organizaci¨®n Mundial de la Salud planteaba que faltaban cuatro o cinco millones m¨¢s. Estados Unidos, con el 4% de la poblaci¨®n, concentraba el 8% de los m¨¦dicos y el 17% de los enfermeros.
(Una consecuencia secundaria de ese ascenso del n¨²mero de m¨¦dicos fue el descenso social de la profesi¨®n: la mayor¨ªa de sus practicantes dejaron de pertenecer a la burgues¨ªa acomodada y pasaron a ser empleados de clase media, funcionarios que no siempre llegaban bien a fin de mes.)
Ning¨²n pa¨ªs ten¨ªa tantos m¨¦dicos por habitante como Cuba ¡ªque los exportaba¡ª con m¨¢s de 8 cada 1.000, aunque Italia lo segu¨ªa de cerca y Francia, Grecia, el Reino Unido, Georgia o Israel rondaban los 6 cada 1.000 habitantes. Chad, N¨ªger, Liberia o Somalia pod¨ªan tener, si acaso, un d¨¦cimo de m¨¦dico cada 1.000 personas. Y algo parecido pasaba con las camas de hospital: la media europea era de 4 por cada 1.000 habitantes; la media africana, menos de una. En los pa¨ªses m¨¢s pobres la escasez de m¨¦dicos e instalaciones segu¨ªa siendo grave: una de las principales causas de muerte de su poblaci¨®n. Acceder a la medicina siempre que fuera necesario todav¨ªa era un privilegio del MundoRico.
(Pero las enfermedades segu¨ªan relacionadas con lo m¨¢gico. No exist¨ªan formas de preverlas a partir del mapa gen¨¦tico y, as¨ª, nadie sab¨ªa cu¨¢les podr¨ªan tocarle y se interpretaba su aparici¨®n como un azar inveros¨ªmil o el designio de alg¨²n ser superior m¨¢s inveros¨ªmil a¨²n. En cualquier caso, no hab¨ªa hoja de ruta previa y la zozobra que produc¨ªa esa amenaza siempre presente era, seg¨²n algunos historiadores, un c¨ªrculo extremadamente vicioso: causaba muchas de las enfermedades entonces en circulaci¨®n.)
Las desigualdades de la atenci¨®n m¨¦dica no solo acortaban las vidas de los individuos; tambi¨¦n produc¨ªan enfermedades diferentes. ¡°La civilizaci¨®n es morirse de un infarto. O, por lo menos, eso es lo que hacen cada vez m¨¢s las personas de los pa¨ªses que se piensan m¨¢s civilizados, los m¨¢s ricos¡±, escribi¨® un comentarista guaso en esos d¨ªas. Y era cierto que en Suecia o Alemania el 39% de las personas se mor¨ªan por enfermedades cardiovasculares; en Kenia, por ejemplo, s¨®lo el 11%. No era porque tuvieran corazones m¨¢s fuertes; se mor¨ªan antes de otras cosas. Diarreas y otros males g¨¢stricos, VIH, tuberculosis, desnutrici¨®n, malaria y todos esos ni?os que no consegu¨ªan cumplir los cinco a?os. En el MundoRico, en cambio, la vejez ¡ªel aumento exponencial de la cantidad de viejos¡ª era la consecuencia m¨¢s directa de las mejoras sanitarias, y un problema que todav¨ªa no sab¨ªan resolver.
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En esos d¨ªas la vejez era un rompecabezas nuevo, de proporciones nunca vistas. Hacia 1960 viv¨ªan en el mundo unos 3.000 millones de personas y 150 millones ten¨ªan m¨¢s de 65 a?os: el 5%. En 2022, sobre 8.000 millones, 800 superaban esa edad: el 10% de la poblaci¨®n. El doble de viejos: a veces los n¨²meros parecen mudos; otras, gritan. El incremento, sobre todo en los pa¨ªses ricos donde los retiros y pensiones eran un derecho adquirido de quien cumpliese 65 a?os, complic¨® muchas cosas: si demasiadas personas viv¨ªan demasiado tiempo no hab¨ªa forma de que los ¡ªrelativamente¡ª j¨®venes que todav¨ªa trabajaban sostuvieran con sus trabajos sus descansos (ver cap.15).
Pero, adem¨¢s, hab¨ªa una complicaci¨®n que podr¨ªamos llamar ontol¨®gica. Con la extensi¨®n de la vejez y el aumento de los viejos, la contradicci¨®n se hac¨ªa m¨¢s evidente: aun en las mejores condiciones posibles, esos hombres y mujeres se volv¨ªan mucho m¨¢s fr¨¢giles que unos a?os antes, viv¨ªan mucho peor. Era evidente que, a partir de cierto momento, todas sus facultades, f¨ªsicas y mentales, disminu¨ªan y nada las reemplazaba: envejecer era pura p¨¦rdida. Se escrib¨ªan tratados que intentaban entender por qu¨¦ la naturaleza, de ordinario tan sabia, hab¨ªa dise?ado un proceso en que las personas s¨®lo se degradaban. ¡°Por mucho que intentemos disfrazarlo con adornos tribales, envejecer es ir perdiendo fuerzas, facultades, esperanza, gracia¡±.
Tardaron en entender que el error estaba en atribuir la vejez a la naturaleza: que ese estado no era un devenir natural sino un invento humano ¡ªo, punte¨® alguien, un ¡°error humano¡±. Que, silvestres, las personas sol¨ªan morirse cuando dejaban de ser capaces de reproducirse ¡ªcuando dejaban de ser ¨²tiles a la manada¡ª: que un hombre que no pod¨ªa cazar o una mujer que no pod¨ªa masticar duraban poco.
La vejez, entonces, ese camino de pura p¨¦rdida, no era una falla de la naturaleza; era otra consecuencia del orgullo humano. Inventar la vejez fue un largo proceso que implic¨®, entre otras cosas, ir controlando los factores que la imped¨ªan: primero fueron fieras hambrientas, fr¨ªos extremos, el hambre, plantas venenosas; despu¨¦s las guerras y masacres, aguas podridas, infecciones, virus, partos. La extensi¨®n de las vidas fue una gran meta y un esfuerzo extraordinario de la civilizaci¨®n que, durante siglos, hab¨ªa dado resultados muy escasos hasta que, en el siglo XX, los cambios t¨¦cnicos consiguieron una explosi¨®n de a?os. Y sin embargo en 2022 la vejez todav¨ªa era aquella novedad incompleta: los cient¨ªficos hab¨ªan logrado que las personas vivieran muchos a?os m¨¢s, pero todav¨ªa no hab¨ªan aprendido a hacerlos buenos. Ese momento de transici¨®n dejaba a tantos perplejos o infelices.
Contra la vejez o, mejor dicho, contra el envejecimiento de los cuerpos, y a favor de esa cultura del yo que fue una de las marcas principales de la ¨¦poca, hubo entonces un desarrollo in¨¦dito de todo tipo de t¨¦cnicas destinadas a conservar y mejorar las carnes personales. Hasta entonces los ejercicios corporales siempre hab¨ªan servido para preparar a su ejecutante para ciertas actividades f¨ªsicas: la caza, el deporte, la guerra. En ese principio de siglo se empezaron a usar ¡ªcon frenes¨ª, sin medida¡ª para modelar el cuerpo de cada quien y adaptarlo a los gustos y temores de la ¨¦poca. Florecieron los gimnasios llenos de aparatos e instructores ¡ªdonde gentes de toda edad y condici¨®n intentaban parecerse a los modelos dominantes¡ª, las lecciones grupales o personales en vivo o en virtual, e incluso esos sirvientes de los m¨¢s privilegiados que llamaron ¡°personal trainer¡±: alguien que trabajaba el cuerpo de un solo cliente. Los ejercicios se complementaban con muchas otras operaciones: dietas, potingues, cirug¨ªas.
En s¨ªntesis, se podr¨ªa decir que en ning¨²n otro momento de la historia tantos hicieron tanto por sus cuerpos. No lo sab¨ªan, por supuesto, pero fue su cima: la digitalizaci¨®n creciente de todos los aspectos de la vida los fue volviendo m¨¢s y m¨¢s superfluos.
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En cualquier caso, era cierto que la salud hab¨ªa progresado m¨¢s que otras necesidades. Durante el siglo XX aparecieron medicinas que parec¨ªan ineludibles ¡ªla aspirina, los antibi¨®ticos, la anestesia, la p¨ªldora anticonceptiva¡ª y t¨¦cnicas revolucionarias como la radiograf¨ªa y la ecograf¨ªa, los by-pass, los transplantes de ¨®rganos y la cirug¨ªa l¨¢ser. Pero la mayor¨ªa de los expertos coincid¨ªa en que nada hab¨ªa prolongado tanto las vidas como la mejora de la higiene.
Hacia 1920 la enorme mayor¨ªa de las viviendas no ten¨ªa un ba?o propio conectado a redes cloacales; el aumento de esas conexiones salv¨® a millones. Pero en 2020, aunque los habitantes de los pa¨ªses ricos ni lo imaginaban, la otra mitad del mundo segu¨ªa sin tener cloacas (ver cap.2). La mitad que las ten¨ªa viv¨ªa muy distinto: las personas todav¨ªa defecaban y, tras milenios, hab¨ªan resuelto las formas de hacerlo en espacios higi¨¦nicos; gracias a una mezcla de t¨¦cnicas cloacales cada vez m¨¢s desarrolladas y mano de obra barata, los ba?os de los que ten¨ªan ba?os eran lugares casi limpios. La mitad que no ten¨ªa cagaba muy parecido a sus tatarabuelos: alrededor de 1.000 millones de personas sol¨ªan hacerlo al aire libre.
En un mundo que se jactaba de su ¡°globalizaci¨®n¡±, la falta de ba?os era un ejemplo tan elocuente de desarrollo desigual: mientras que en el MundoRico cagar era la actividad m¨¢s privada y m¨¢s oculta, en el Pobre hab¨ªa muchas personas que siempre lo hab¨ªan hecho con otras, en descampados o letrinas comunes. Lo que para algunos era un tab¨² absoluto era, para otros, la costumbre.
¡°Seguramente no lo habr¨ªa mirado de no ser por el sol: el sol sal¨ªa tan rojo, bien al fondo, deslumbrante, pero en el contraluz, como sombras chinescas, repartidos por el campo en l¨ªneas muy irregulares, dos o tres docenas de cuerpos en cuclillas cagaban en la madrugada. La imagen no era fija: uno se levantaba, uno llegaba, alguno alzaba un brazo en el esfuerzo. Cada cuerpo no importaba mucho: entre todos, compusieron mi primer paisaje de la India¡±, dec¨ªa un reportaje de la ¨¦poca, curiosamente autorreferencial.
Y miles de millones de personas tampoco imaginaban que el agua debiera ¡°conseguirse¡±. El agua, si acaso, deb¨ªa ¡°pagarse¡± a fin de mes, pero tenerla consist¨ªa en abrir la canilla o grifo o pluma. Mientras tanto, una persona de cada cuatro ¡ªcasi 2.000 millones¡ª segu¨ªa viviendo sin agua potable en sus casas, y ten¨ªa que ir a buscarla a alg¨²n lugar m¨¢s o menos cercano, una fuente o, si acaso, alg¨²n r¨ªo. Ese gesto que para tantos era absolutamente natural ¡ªabrir el grifo y dejar correr el agua¡ª para tantos otros era un sue?o, y la diarrea y otras enfermedades sanitarias segu¨ªan matando m¨¢s gente que todas las guerras juntas. Visto desde aqu¨ª sorprende que tantos, en tiempos ni siquiera tan lejanos, no tuvieran conciencia de que su mundo era dos mundos.
La higiene, a¨²n as¨ª, hab¨ªa mejorado lo suficiente como para incidir en la reducci¨®n de otro rubro estad¨ªstico muy en boga entonces: la tan mentada ¡°mortalidad infantil¡±. Los ni?os eran particularmente sensibles a las condiciones sanitarias. Era cl¨¢sico el ejemplo de la evoluci¨®n de Londres tras la ¡°Revoluci¨®n Industrial¡± del siglo XIX, cuando la mitad de los chicos se mor¨ªa antes de los cinco a?os y, gracias al agua potable y las cloacas, esas muertes se redujeron a ¡°solo¡± una quinta parte de los nacidos vivos.
Lo mismo se reprodujo en muchos rincones del planeta durante el siglo y medio posterior; tambi¨¦n es cierto ¡ªqueda dicho¡ª que en muchos rincones no fue as¨ª. Por eso la mortalidad infantil ¡ªla proporci¨®n de ni?os nacidos vivos que no llegaban a los cinco a?os¡ª fue otro indicador de las enormes diferencias. Todav¨ªa en pleno 2020, en todo el mundo, 30 de cada 1.000 chicos se mor¨ªan antes de cumplir los cinco. Pod¨ªan llegar a 100 en Afganist¨¢n, Somal¨ªa o la Rep¨²blica Centroafricana y, por supuesto, no alcanzaban a tres en la mayor¨ªa de los pa¨ªses ricos. Las condiciones del parto, el acceso a los remedios y los cuidados sanitarios, la alimentaci¨®n de sus madres, su propia alimentaci¨®n o la falta de ella ¡ªentre otros factores¡ª produc¨ªan estas diferencias abismales.
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Las t¨¦cnicas m¨¦dicas, mientras tanto, segu¨ªan mejorando. Y segu¨ªan mostrando con demasiada claridad la desigualdad en el reparto de la salud: la diferencia de recursos entre los pa¨ªses ricos y los pobres era disparatada. Un ejemplo obvio eran los transplantes. El transplante de ¨®rganos era, entonces, una t¨¦cnica relativamente nueva: el primer transplante de h¨ªgado ¡ªentre gemelos¡ª se hab¨ªa realizado en 1954, el primero de coraz¨®n en 1967, el primero de pulm¨®n en 1983, el primero de mano en 1999, el primero de cara completa en 2010. Los transplantes todav¨ªa consist¨ªan en la inserci¨®n del ¨®rgano de un muerto ¡ªlo cual, por supuesto, limitaba mucho sus posibilidades y hab¨ªa obligado a las asociaciones m¨¦dicas a redefinir la muerte como ¡°muerte cerebral¡±, para evitar que pacientes con cerebros da?ados fueran mantenidos artificialmente vivos y sus ¨®rganos no pudieran usarse.
(A principios de 2022 un hecho inesperado empez¨® a cambiar ese panorama: por primera vez en la historia un hombre recibi¨® el coraz¨®n de un cerdo. Sucedi¨® en Estados Unidos; el ¨®rgano proven¨ªa de unos puercos especialmente criados y tuneados para su uso humano. El evento no recibi¨®, entonces, mucha atenci¨®n ¡ªfue otro de esos acontecimientos cuya importancia el mundo solo entendi¨® tiempo despu¨¦s¡ª pero abri¨® caminos que, durante cierto lapso, fueron muy transitados y salvaron muchas vidas.)
A¨²n con esas dificultades los transplantes crec¨ªan much¨ªsimo ¡ªen ciertos lugares. Aquel a?o, sin ir m¨¢s lejos, Estados Unidos y Europa, con 800 millones de habitantes, hab¨ªan realizado 65.000 operaciones del transplante m¨¢s com¨²n, el de h¨ªgado: 1 cada 12.000 habitantes; aquel mismo a?o en ?frica hab¨ªa habido 800 operaciones: una cada 1.500.000 habitantes.
Eran m¨¢s de 1.000 veces menos, que se explican cuando se considera la desigualdad primordial: el gasto en salud de cada sociedad. Entre los 11.000 euros por persona y por a?o que le dedicaban los Estados Unidos o los 7.000 de Suiza, Noruega o Alemania, por un lado, y los 70 euros ¡ªs¨ª, anuales¡ª de N¨ªger, Burundi o Etiop¨ªa, la diferencia no pod¨ªa ser m¨¢s brutal. Va de nuevo: Estados Unidos, por ejemplo, gastaba en la salud de sus habitantes 170 veces m¨¢s que Gambia. Cada estadounidense pod¨ªa pagar por su salud en dos d¨ªas lo que un gambiano en todo el a?o.
Aunque, por supuesto, dentro de los Estados Unidos ¡ªque segu¨ªa sin tener un sistema de salud universal¡ª las diferencias tambi¨¦n eran estrepitosas. En Europa, mientras tanto, se manten¨ªan los sistemas de salud p¨²blica gratuita que se hab¨ªan formado en los a?os de la redistribuci¨®n ¡ªcada vez m¨¢s deteriorados. En casi todos los dem¨¢s pa¨ªses la diferencia entre la atenci¨®n p¨²blica ¡ªa menudo casi inexistente¡ª y la privada sol¨ªa ser cuesti¨®n de vida o muerte.
Cuando se hablaba de gastos en salud se ten¨ªa en cuenta el mantenimiento de los hospitales, la adquisici¨®n de maquinaria m¨¦dica y los salarios de los profesionales pero, sobre todo, el consumo de medicamentos. El MundoRico estaba lleno de pastillas. Entre Estados Unidos y los cinco pa¨ªses m¨¢s pr¨®speros de Europa ¡ª650 millones de habitantes, el 8% de la poblaci¨®n mundial¡ª compraban el 54% de los medicamentos del planeta, pero los pa¨ªses nuevorricos aumentaban su consumo a marchas forzadas y la industria farmac¨¦utica se expand¨ªa sin cesar. En 2019, justo antes de la peste, ingres¨® casi un mill¨®n y medio de millones de euros, 60% m¨¢s que 10 a?os antes: pocos sectores hab¨ªan tenido ese nivel de desarrollo.
Hab¨ªa, en ese negocio, varios rasgos peculiares. Para empezar, el hecho de que cada nuevo remedio fuera propiedad exclusiva de quienes lo hab¨ªan inventado. Se discut¨ªa: las farmac¨¦uticas argumentaban que los costos de investigaci¨®n eran muy altos; les contestaban que a menudo los investigadores hab¨ªan trabajado durante a?os en instituciones estatales con fondos p¨²blicos, pero las patentes que obten¨ªan eran absolutamente privadas. Se discut¨ªa: hab¨ªa quienes planteaban que si un remedio era necesario para salvar vidas nadie ten¨ªa derecho a retacearlo so pretexto de que le pertenec¨ªa.
De hecho, ya entonces, varios pa¨ªses populosos rechazaban esa imposici¨®n: tanto la India como Sud¨¢frica o Brasil autorizaron la fabricaci¨®n de ¡°gen¨¦ricos¡± ¡ªremedios iguales a los ¡°originales¡± que no pagaban su patente, ya porque hubiera vencido o porque un estado decid¨ªa no hacerlo. En muchos casos empezaron a exportarlos y otros pa¨ªses del MundoPobre los aprovecharon. En el Rico las patentes de las grandes farmac¨¦uticas segu¨ªan respet¨¢ndose rigurosamente.
Aquellas compa?¨ªas defin¨ªan la medicina seg¨²n sus intereses. Por ejemplo: como les resultaba mucho m¨¢s rentable un remedio que debiera tomarse regularmente que uno que actuara de forma puntual, hab¨ªan desarrollado todo tipo de terapias que supon¨ªan la ingesta continua de sus productos. El mundo ¡ªy sobre todo el MundoRico¡ª se atiborraba de pastillas: casi cinco millones de millones de dosis consumidas cada a?o.
(Era un mundo drog¨®n. O, mejor dicho, el MundoRico lo era: all¨ª, un adulto promedio tomaba entre dos y cuatro pastillas cada d¨ªa. Pululaban ¡°remedios¡± para casi todo: las personas no ten¨ªan que revisar lo que hac¨ªan ¡ªsus comidas, sus h¨¢bitos, sus perezas¡ª porque alguna droga lo solucionar¨ªa. Y tomar medicinas se volvi¨® una costumbre. Hasta entonces, las personas las consum¨ªan cuando ten¨ªan alg¨²n problema ¡ªun d¨ªa, dos d¨ªas, cinco¡ª y dejaban de hacerlo cuando se curaban: tomarse una pastilla era el signo de una anomal¨ªa, una perturbaci¨®n. En cambio en esos d¨ªas la mayor¨ªa se tragaba los mismos remedios ma?ana tras ma?ana, noche tras noche, todos los d¨ªas de sus vidas. Medicarse se volvi¨® una costumbre; la farmacia, un destino habitual.)
Pero ya empezaba ¡ªaunque muy minoritaria¡ª una tendencia que se confirmar¨ªa en las d¨¦cadas siguientes y que cambiar¨ªa muchos rasgos de la industria farmac¨¦utica: era lo que algunos llamar¨ªan ¡°medicina ad hoc¡±. Despu¨¦s de siglos donde las enfermedades eran tratadas de forma gen¨¦rica ¡ªtodos los que sufren tal cosa deben tomar tal droga¡ª, la medicina fue aprendiendo a asistir a cada quien seg¨²n las caracter¨ªsticas particulares de su cuerpo y sus males y a producir, para eso, preparados espec¨ªficos. Lo cual fue particularmente efectivo para combatir la enfermedad m¨¢s temida de esos tiempos, esa que entonces se llamaba ¡°el c¨¢ncer¡± ¡ªy que era, en realidad, un conjunto de tantos males que esa designaci¨®n solo mostraba su ignorancia.
Hasta entonces, las terapias para los diversos ¡°c¨¢nceres¡± sol¨ªan atacar por igual c¨¦lulas enfermas y c¨¦lulas sanas. Fue entonces cuando especialistas en varios pa¨ªses empezaron a buscar ¡ªy encontraron¡ª maneras de atacar espec¨ªficamente a las enfermas. Para eso, por supuesto, primero tuvieron que mejorar las herramientas de an¨¢lisis para determinar qu¨¦ tipo de c¨¦lulas produc¨ªan la perturbaci¨®n; entonces pudieron crear ¡ªe introducir en el cuerpo del paciente¡ª elementos que atacaran directamente a las pertubadoras. Ese sistema ad hoc fue una revoluci¨®n, y se convirti¨® en el principio de una era nueva para la medicina. Que, en esos d¨ªas, solo estaba empezando, y todav¨ªa tardar¨ªa algunas d¨¦cadas en asentarse plenamente ¡ªaunque, por supuesto, con mucha m¨¢s fuerza en los pa¨ªses donde los pacientes o las instituciones pod¨ªan pagar esa atenci¨®n personalizada, que todav¨ªa resultaba especialmente cara.
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Mientras tanto, planeaban diversas amenazas. La m¨¢s agitada era la ¡°crisis de los antibi¨®ticos¡±: m¨¦dicos, estudiosos, organismos varios sol¨ªan alertar sobre el hecho de que cada vez aparec¨ªan m¨¢s bacterias resistentes a los antibi¨®ticos en uso, y que llegar¨ªa un momento en que estos dejar¨ªan de funcionar y se producir¨ªa una situaci¨®n catastr¨®fica: los m¨¦dicos ya no tendr¨ªan c¨®mo contener las infecciones y el mundo volver¨ªa a su estado pre-Fleming, en que cualquier peque?a herida ¡ªu operaci¨®n¡ª pod¨ªa ser mortal por infecciosa. Las grandes farmac¨¦uticas, a todo esto, no hac¨ªan demasiado: los antibi¨®ticos eran dif¨ªciles y caros de desarrollar y, sobre todo, no entraban en ese rubro de remedios permanentes que m¨¢s dinero les hac¨ªan ganar.
Algo parecido suced¨ªa con otras drogas indispensables que las grandes empresas no terminaban de poner a punto. Una vacuna contra la malaria, por ejemplo, parec¨ªa imprescindible en tiempos en que esa enfermedad tropical mataba, cada a?o, a medio mill¨®n de africanos. Pero era un mercado pobre, que no anunciaba grandes beneficios, y la vacuna llevaba d¨¦cadas ¡°en proceso¡± infructuoso. En 2022 se anunci¨® que, tras 30 a?os de experimentos ¡ªy un gasto, en ese lapso, de 200 millones de d¨®lares¡ª en dos o tres a?os habr¨ªa una vacuna m¨¢s o menos eficiente. La gran vacuna del momento, en cambio, recibi¨® muchos miles de millones y se resolvi¨® en menos de un a?o: las drogas para combatir lapandemia (ver cap.7) fueron la demostraci¨®n de que, si quer¨ªan, pod¨ªan. Porque esa peste afectaba tanto a pobres como ricos ¡ªy al sistema econ¨®mico global¡ª y porque sus beneficios se anunciaban tremebundos. Una sola farmac¨¦utica, la norteamericana Moderna, report¨® en 2021 ganancias de 13.000 millones de d¨®lares vendiendo entre 18 y 24 d¨®lares cada dosis cuyo coste se estimaba en 2,85.
Aquella peste tuvo, entre tantos efectos imprevistos, el de aumentar los contagios del sida: en los pa¨ªses m¨¢s pobres, muchos chicos y chicas que ya no pod¨ªan ir a la escuela o sus trabajos se la transmitieron. En 2020 murieron de sida en ?frica unas 450.000 personas; en Estados Unidos y Europa, con una poblaci¨®n apenas inferior, murieron en ese mismo a?o unas 13.000. El sida es un ejemplo muy brutal: una enfermedad que la medicina aprendi¨® a controlar ¡ªporque apareci¨® primero en los pa¨ªses ricos¡ª con remedios m¨¢s o menos caros que muchos no pod¨ªan comprar y se mor¨ªan por eso. En 2022 ya casi nadie se mor¨ªa de sida: cientos de miles se mor¨ªan de pobreza.
En esos d¨ªas, adem¨¢s, terminaba de conocerse el gran esc¨¢ndalo del oxycontin, el opi¨¢ceo que una compa?¨ªa norteamericana, Purdue Pharma, vendi¨® durante d¨¦cadas asegurando que no era adictivo gracias a una autorizaci¨®n del gobierno federal: un circuito de complicidades y corrupciones hab¨ªa permitido que una empresa se llenara de dinero envenenando a millones. En 2020 se calcul¨® que la oxicodina ya hab¨ªa provocado la muerte de unos 500.000 adictos y toda la violencia social que sol¨ªa rodear esas situaciones. La compa?¨ªa hab¨ªa sido condenada a pagar unas compensaciones de m¨¢s de 8.000 millones de euros a todas sus v¨ªctimas ¡ªparticulares, administraciones¡ª y la reputaci¨®n de las farmac¨¦uticas estaba por los suelos: sol¨ªan aparecer en todas las encuestas como el sector m¨¢s detestado por el p¨²blico, junto con los gobiernos y las petroleras. La peste ¡ªlapandemia¡ª les sirvi¨® para recuperar parte de ese prestigio y ganar carradas de dinero.
Pr¨®xima entrega: 7. La muerte y sus variantes
Las personas todav¨ªa se mor¨ªan, aisladas y mecanizadas. Qu¨¦ hac¨ªan aquellas sociedades con la muerte. La llegada de una gran peste que cambi¨® muchas cosas.
El mundo entonces
Una historia del presente
MART?N CAPARR?S
'El mundo entonces' es un manual de historia que nos cuenta c¨®mo era este planeta, sus sociedades, sus personas, en 2022. 'El mundo entonces' ser¨¢ escrito en 2120 por la c¨¦lebre historiadora Agadi Bedu y llega a nosotros gracias a la gentileza de Mart¨ªn Caparr¨®s.