Las vidas largas

La sexta entrega de ¡®El mundo entonces¡¯, un manual de historia sobre la sociedad actual escrito en 2120, cuenta c¨®mo las vidas se alargaron gracias a los avances y qu¨¦ pas¨® con la nueva vejez

Multitud congregada en una plaza.
Multitud congregada en una plaza.Getty
Mart¨ªn Caparr¨®s

Se pueden discutir muchas cosas sobre el comienzo del siglo XXI, pero una es indudable: las personas viv¨ªan tanto m¨¢s que antes. Lo mostraba una cifra que entonces se impon¨ªa: la llamaban ¡°esperanza¡± o, m¨¢s claro, ¡°esperanza de vida¡±.

Pese a su nombre espl¨¦ndido, la esperanza de vida era un c¨¢lculo estad¨ªstico: t¨¦cnicos y programas promediaban la edad a la que mor¨ªan las personas en un determinado espacio geogr¨¢fico y as¨ª pronosticaban cu¨¢ntos a?os podr¨ªan durar los que nac¨ªan all¨ª en ese momento. La esperanza de vida era una cifra b¨¢sica que dec¨ªa lo m¨¢s b¨¢sico: vivir o no vivir. Esperanza de vida significaba retrasar por m¨¢s tiempo la muerte ¡ªque segu¨ªa siendo ineludible.



Durante siglos la esperanza de vida se hab¨ªa mantenido m¨¢s o menos constante. Hasta mediados del XVIII era raro que superara los 35 a?os; era cierto que en esa cuenta pesaba mucho la gran cantidad de chicos que mor¨ªan: dos de cada cinco no llegaban a la edad adulta. La esperanza de vida era un promedio: un intento de describir un conjunto limando sus particularidades. Pero, a¨²n as¨ª, era un promedio brutalmente elocuente ¡ªaunque, como todos los n¨²meros, se usaba para cualquier enga?o. Era f¨¢cil decir, por ejemplo, que en 1950 ¡°la esperanza de vida de la humanidad¡± eran 46 a?os y en 2020 eran 73. Era f¨¢cil y, aunque ahora la cifra nos pueda parecer menor, representaba un avance extraordinario. Pero decirla supon¨ªa no decir, por ejemplo, que en 2020 se calculaba que los nacidos en Norteam¨¦rica deb¨ªan vivir ¡ªen promedio¡ª hasta los 79 a?os y los nacidos en ?frica hasta los 59. No decir que entre un norteamericano y un africano la famosa desigualdad se med¨ªa as¨ª de f¨¢cil, as¨ª de despiadada: que uno ten¨ªa muchas posibilidades de vivir 20 a?os m¨¢s, un tercio de vida m¨¢s que el otro.



Para eso, las diferencias econ¨®micas eran centrales, pero tambi¨¦n actuaban otras: estilos de vida, clima, presiones, cataclismos varios y dem¨¢s sobresaltos. En esos d¨ªas los cinco pa¨ªses con mayores esperanzas eran, en ese orden, Jap¨®n, Suiza, Espa?a, Singapur y Francia, que superaban los 83 a?os; los cinco con menores eran Suazilandia, Lesotho, Sierra Leona, Chad y Costa de Marfil, que andaban por los 50: m¨¢s de 30 a?os menos.

(El ser humano promedio ¡ªdec¨ªan entonces, aunque sab¨ªan que el ser humano promedio no exist¨ªa¡ª ten¨ªa 31 a?os, y el africano promedio ¡ªque tampoco exist¨ªa¡ª ten¨ªa menos de 20, y el italiano o espa?ol promedio ten¨ªa m¨¢s de 45. Era otra forma de decir lo mismo.)

Y si las diferencias entre pa¨ªses eran dram¨¢ticas, las internas eran casi m¨¢s feroces: en los Estados Unidos, en 2020, por ejemplo, un var¨®n blanco esperaba vivir siete a?os m¨¢s que un var¨®n negro ¡ªporque entonces los negros ten¨ªan menos plata para curarse y cuidarse y alimentarse bien, y m¨¢s chances de morir violentamente. En Rusia, por ejemplo, un hombre esperaba vivir 10 a?os menos que una mujer ¡ªporque entonces ellos segu¨ªan bebiendo y fumando y empach¨¢ndose mucho m¨¢s que ellas. En Francia, por ejemplo, tan ¨¦galit¨¦ fraternit¨¦, los se?ores del 5% m¨¢s rico, que ganaban m¨¢s de 6.000 euros, esperaban vivir 13 a?os m¨¢s que el 5% m¨¢s pobre, que ganaban 500. Y as¨ª de seguido. La esperanza de vida era un indicador imprudente: hablaba, cantaba, gritaba tantas cosas ¡ªpero no es cierto que esa haya sido la raz¨®n para dejar de usarlo. Y, m¨¢s all¨¢ de esas desigualdades, la mayor¨ªa de las personas viv¨ªan mucho m¨¢s que antes.

(Era precisamente esa constataci¨®n, dec¨ªan algunos, la que hac¨ªa m¨¢s odiosas a¨²n las diferencias: cuando no se pod¨ªa, no se pod¨ªa; ahora que se pod¨ªa, no hacerlo era violencia pura.)

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Nada de esto niega que la ciencia y t¨¦cnica m¨¦dicas hab¨ªan avanzado como nunca antes. Aunque la medicina pr¨¢ctica m¨¢s desarrollada estaba en un momento de transici¨®n: el trabajo del m¨¦dico ya no consist¨ªa, como hab¨ªa sido durante muchos a?os, en revisar a su paciente y evaluar sus s¨ªntomas para deducir, gracias a sus conocimientos, el posible diagn¨®stico. En ese momento un m¨¦dico era ¡ªsalvo marcadas excepciones¡ª un operador que ped¨ªa estudios y m¨¢s estudios y pod¨ªa definir que en un porcentaje apreciable de los casos la combinaci¨®n de tal y cual resultado supon¨ªa tal o cual dolencia. La medicina ya era una pr¨¢ctica estad¨ªstica: era lo mismo que poco despu¨¦s har¨ªan las m¨¢quinas, acotado todav¨ªa por las limitaciones de almacenamiento, actualizaci¨®n y proceso de la mente humana.

Pero en esos d¨ªas, en el MundoRico, las personas visitaban servicios m¨¦dicos m¨¢s que nunca antes. Durante milenios los m¨¦dicos ¡ªo curadores varios¡ª hab¨ªan sido personajes que solo se consultaban en circunstancias extraordinarias. En 2020 la proliferaci¨®n de especialistas, de centros de salud, de terapias diversas ¡ªy de miedo a las enfermedades, uno de los temas que el p¨²blico m¨¢s buscaba en la inter-net (ver cap.19)¡ª hizo que un ciudadano medio de pa¨ªs rico viera a alg¨²n m¨¦dico entre ocho y diez veces por a?o. Por lo cual la cantidad de m¨¦dicos creci¨® enormemente: los pa¨ªses ricos ten¨ªan una media de 4 cada 1.000 habitantes; los m¨¢s pobres no llegaban a 0,4: 10 veces menos m¨¦dicos por persona.

Pero, globalmente, su cantidad se hab¨ªa multiplicado como nunca. Hab¨ªa m¨¢s de 10 millones en todo el mundo ¡ªy la Organizaci¨®n Mundial de la Salud planteaba que faltaban cuatro o cinco millones m¨¢s. Estados Unidos, con el 4% de la poblaci¨®n, concentraba el 8% de los m¨¦dicos y el 17% de los enfermeros.

(Una consecuencia secundaria de ese ascenso del n¨²mero de m¨¦dicos fue el descenso social de la profesi¨®n: la mayor¨ªa de sus practicantes dejaron de pertenecer a la burgues¨ªa acomodada y pasaron a ser empleados de clase media, funcionarios que no siempre llegaban bien a fin de mes.)



Ning¨²n pa¨ªs ten¨ªa tantos m¨¦dicos por habitante como Cuba ¡ªque los exportaba¡ª con m¨¢s de 8 cada 1.000, aunque Italia lo segu¨ªa de cerca y Francia, Grecia, el Reino Unido, Georgia o Israel rondaban los 6 cada 1.000 habitantes. Chad, N¨ªger, Liberia o Somalia pod¨ªan tener, si acaso, un d¨¦cimo de m¨¦dico cada 1.000 personas. Y algo parecido pasaba con las camas de hospital: la media europea era de 4 por cada 1.000 habitantes; la media africana, menos de una. En los pa¨ªses m¨¢s pobres la escasez de m¨¦dicos e instalaciones segu¨ªa siendo grave: una de las principales causas de muerte de su poblaci¨®n. Acceder a la medicina siempre que fuera necesario todav¨ªa era un privilegio del MundoRico.

Hospital de campa?a en Java, Indonesia, tras el terromoto de magnitud 5,6 que sacudi¨® la isla el 22 de noviembre de 2022.
Hospital de campa?a en Java, Indonesia, tras el terromoto de magnitud 5,6 que sacudi¨® la isla el 22 de noviembre de 2022. Dasril Roszan (Getty Images)

(Pero las enfermedades segu¨ªan relacionadas con lo m¨¢gico. No exist¨ªan formas de preverlas a partir del mapa gen¨¦tico y, as¨ª, nadie sab¨ªa cu¨¢les podr¨ªan tocarle y se interpretaba su aparici¨®n como un azar inveros¨ªmil o el designio de alg¨²n ser superior m¨¢s inveros¨ªmil a¨²n. En cualquier caso, no hab¨ªa hoja de ruta previa y la zozobra que produc¨ªa esa amenaza siempre presente era, seg¨²n algunos historiadores, un c¨ªrculo extremadamente vicioso: causaba muchas de las enfermedades entonces en circulaci¨®n.)



Las desigualdades de la atenci¨®n m¨¦dica no solo acortaban las vidas de los individuos; tambi¨¦n produc¨ªan enfermedades diferentes. ¡°La civilizaci¨®n es morirse de un infarto. O, por lo menos, eso es lo que hacen cada vez m¨¢s las personas de los pa¨ªses que se piensan m¨¢s civilizados, los m¨¢s ricos¡±, escribi¨® un comentarista guaso en esos d¨ªas. Y era cierto que en Suecia o Alemania el 39% de las personas se mor¨ªan por enfermedades cardiovasculares; en Kenia, por ejemplo, s¨®lo el 11%. No era porque tuvieran corazones m¨¢s fuertes; se mor¨ªan antes de otras cosas. Diarreas y otros males g¨¢stricos, VIH, tuberculosis, desnutrici¨®n, malaria y todos esos ni?os que no consegu¨ªan cumplir los cinco a?os. En el MundoRico, en cambio, la vejez ¡ªel aumento exponencial de la cantidad de viejos¡ª era la consecuencia m¨¢s directa de las mejoras sanitarias, y un problema que todav¨ªa no sab¨ªan resolver.

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En esos d¨ªas la vejez era un rompecabezas nuevo, de proporciones nunca vistas. Hacia 1960 viv¨ªan en el mundo unos 3.000 millones de personas y 150 millones ten¨ªan m¨¢s de 65 a?os: el 5%. En 2022, sobre 8.000 millones, 800 superaban esa edad: el 10% de la poblaci¨®n. El doble de viejos: a veces los n¨²meros parecen mudos; otras, gritan. El incremento, sobre todo en los pa¨ªses ricos donde los retiros y pensiones eran un derecho adquirido de quien cumpliese 65 a?os, complic¨® muchas cosas: si demasiadas personas viv¨ªan demasiado tiempo no hab¨ªa forma de que los ¡ªrelativamente¡ª j¨®venes que todav¨ªa trabajaban sostuvieran con sus trabajos sus descansos (ver cap.15).

Pero, adem¨¢s, hab¨ªa una complicaci¨®n que podr¨ªamos llamar ontol¨®gica. Con la extensi¨®n de la vejez y el aumento de los viejos, la contradicci¨®n se hac¨ªa m¨¢s evidente: aun en las mejores condiciones posibles, esos hombres y mujeres se volv¨ªan mucho m¨¢s fr¨¢giles que unos a?os antes, viv¨ªan mucho peor. Era evidente que, a partir de cierto momento, todas sus facultades, f¨ªsicas y mentales, disminu¨ªan y nada las reemplazaba: envejecer era pura p¨¦rdida. Se escrib¨ªan tratados que intentaban entender por qu¨¦ la naturaleza, de ordinario tan sabia, hab¨ªa dise?ado un proceso en que las personas s¨®lo se degradaban. ¡°Por mucho que intentemos disfrazarlo con adornos tribales, envejecer es ir perdiendo fuerzas, facultades, esperanza, gracia¡±.

Tardaron en entender que el error estaba en atribuir la vejez a la naturaleza: que ese estado no era un devenir natural sino un invento humano ¡ªo, punte¨® alguien, un ¡°error humano¡±. Que, silvestres, las personas sol¨ªan morirse cuando dejaban de ser capaces de reproducirse ¡ªcuando dejaban de ser ¨²tiles a la manada¡ª: que un hombre que no pod¨ªa cazar o una mujer que no pod¨ªa masticar duraban poco.

La vejez, entonces, ese camino de pura p¨¦rdida, no era una falla de la naturaleza; era otra consecuencia del orgullo humano. Inventar la vejez fue un largo proceso que implic¨®, entre otras cosas, ir controlando los factores que la imped¨ªan: primero fueron fieras hambrientas, fr¨ªos extremos, el hambre, plantas venenosas; despu¨¦s las guerras y masacres, aguas podridas, infecciones, virus, partos. La extensi¨®n de las vidas fue una gran meta y un esfuerzo extraordinario de la civilizaci¨®n que, durante siglos, hab¨ªa dado resultados muy escasos hasta que, en el siglo XX, los cambios t¨¦cnicos consiguieron una explosi¨®n de a?os. Y sin embargo en 2022 la vejez todav¨ªa era aquella novedad incompleta: los cient¨ªficos hab¨ªan logrado que las personas vivieran muchos a?os m¨¢s, pero todav¨ªa no hab¨ªan aprendido a hacerlos buenos. Ese momento de transici¨®n dejaba a tantos perplejos o infelices.

Una anciana empuja un carrito con comida el 1 de noviembre de 2022 en Ucrania.
Una anciana empuja un carrito con comida el 1 de noviembre de 2022 en Ucrania.Carl Court (Getty Images)

Contra la vejez o, mejor dicho, contra el envejecimiento de los cuerpos, y a favor de esa cultura del yo que fue una de las marcas principales de la ¨¦poca, hubo entonces un desarrollo in¨¦dito de todo tipo de t¨¦cnicas destinadas a conservar y mejorar las carnes personales. Hasta entonces los ejercicios corporales siempre hab¨ªan servido para preparar a su ejecutante para ciertas actividades f¨ªsicas: la caza, el deporte, la guerra. En ese principio de siglo se empezaron a usar ¡ªcon frenes¨ª, sin medida¡ª para modelar el cuerpo de cada quien y adaptarlo a los gustos y temores de la ¨¦poca. Florecieron los gimnasios llenos de aparatos e instructores ¡ªdonde gentes de toda edad y condici¨®n intentaban parecerse a los modelos dominantes¡ª, las lecciones grupales o personales en vivo o en virtual, e incluso esos sirvientes de los m¨¢s privilegiados que llamaron ¡°personal trainer¡±: alguien que trabajaba el cuerpo de un solo cliente. Los ejercicios se complementaban con muchas otras operaciones: dietas, potingues, cirug¨ªas.

En s¨ªntesis, se podr¨ªa decir que en ning¨²n otro momento de la historia tantos hicieron tanto por sus cuerpos. No lo sab¨ªan, por supuesto, pero fue su cima: la digitalizaci¨®n creciente de todos los aspectos de la vida los fue volviendo m¨¢s y m¨¢s superfluos.

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En cualquier caso, era cierto que la salud hab¨ªa progresado m¨¢s que otras necesidades. Durante el siglo XX aparecieron medicinas que parec¨ªan ineludibles ¡ªla aspirina, los antibi¨®ticos, la anestesia, la p¨ªldora anticonceptiva¡ª y t¨¦cnicas revolucionarias como la radiograf¨ªa y la ecograf¨ªa, los by-pass, los transplantes de ¨®rganos y la cirug¨ªa l¨¢ser. Pero la mayor¨ªa de los expertos coincid¨ªa en que nada hab¨ªa prolongado tanto las vidas como la mejora de la higiene.

Hacia 1920 la enorme mayor¨ªa de las viviendas no ten¨ªa un ba?o propio conectado a redes cloacales; el aumento de esas conexiones salv¨® a millones. Pero en 2020, aunque los habitantes de los pa¨ªses ricos ni lo imaginaban, la otra mitad del mundo segu¨ªa sin tener cloacas (ver cap.2). La mitad que las ten¨ªa viv¨ªa muy distinto: las personas todav¨ªa defecaban y, tras milenios, hab¨ªan resuelto las formas de hacerlo en espacios higi¨¦nicos; gracias a una mezcla de t¨¦cnicas cloacales cada vez m¨¢s desarrolladas y mano de obra barata, los ba?os de los que ten¨ªan ba?os eran lugares casi limpios. La mitad que no ten¨ªa cagaba muy parecido a sus tatarabuelos: alrededor de 1.000 millones de personas sol¨ªan hacerlo al aire libre.

En un mundo que se jactaba de su ¡°globalizaci¨®n¡±, la falta de ba?os era un ejemplo tan elocuente de desarrollo desigual: mientras que en el MundoRico cagar era la actividad m¨¢s privada y m¨¢s oculta, en el Pobre hab¨ªa muchas personas que siempre lo hab¨ªan hecho con otras, en descampados o letrinas comunes. Lo que para algunos era un tab¨² absoluto era, para otros, la costumbre.

¡°Seguramente no lo habr¨ªa mirado de no ser por el sol: el sol sal¨ªa tan rojo, bien al fondo, deslumbrante, pero en el contraluz, como sombras chinescas, repartidos por el campo en l¨ªneas muy irregulares, dos o tres docenas de cuerpos en cuclillas cagaban en la madrugada. La imagen no era fija: uno se levantaba, uno llegaba, alguno alzaba un brazo en el esfuerzo. Cada cuerpo no importaba mucho: entre todos, compusieron mi primer paisaje de la India¡±, dec¨ªa un reportaje de la ¨¦poca, curiosamente autorreferencial.

Y miles de millones de personas tampoco imaginaban que el agua debiera ¡°conseguirse¡±. El agua, si acaso, deb¨ªa ¡°pagarse¡± a fin de mes, pero tenerla consist¨ªa en abrir la canilla o grifo o pluma. Mientras tanto, una persona de cada cuatro ¡ªcasi 2.000 millones¡ª segu¨ªa viviendo sin agua potable en sus casas, y ten¨ªa que ir a buscarla a alg¨²n lugar m¨¢s o menos cercano, una fuente o, si acaso, alg¨²n r¨ªo. Ese gesto que para tantos era absolutamente natural ¡ªabrir el grifo y dejar correr el agua¡ª para tantos otros era un sue?o, y la diarrea y otras enfermedades sanitarias segu¨ªan matando m¨¢s gente que todas las guerras juntas. Visto desde aqu¨ª sorprende que tantos, en tiempos ni siquiera tan lejanos, no tuvieran conciencia de que su mundo era dos mundos.



La higiene, a¨²n as¨ª, hab¨ªa mejorado lo suficiente como para incidir en la reducci¨®n de otro rubro estad¨ªstico muy en boga entonces: la tan mentada ¡°mortalidad infantil¡±. Los ni?os eran particularmente sensibles a las condiciones sanitarias. Era cl¨¢sico el ejemplo de la evoluci¨®n de Londres tras la ¡°Revoluci¨®n Industrial¡± del siglo XIX, cuando la mitad de los chicos se mor¨ªa antes de los cinco a?os y, gracias al agua potable y las cloacas, esas muertes se redujeron a ¡°solo¡± una quinta parte de los nacidos vivos.

Lo mismo se reprodujo en muchos rincones del planeta durante el siglo y medio posterior; tambi¨¦n es cierto ¡ªqueda dicho¡ª que en muchos rincones no fue as¨ª. Por eso la mortalidad infantil ¡ªla proporci¨®n de ni?os nacidos vivos que no llegaban a los cinco a?os¡ª fue otro indicador de las enormes diferencias. Todav¨ªa en pleno 2020, en todo el mundo, 30 de cada 1.000 chicos se mor¨ªan antes de cumplir los cinco. Pod¨ªan llegar a 100 en Afganist¨¢n, Somal¨ªa o la Rep¨²blica Centroafricana y, por supuesto, no alcanzaban a tres en la mayor¨ªa de los pa¨ªses ricos. Las condiciones del parto, el acceso a los remedios y los cuidados sanitarios, la alimentaci¨®n de sus madres, su propia alimentaci¨®n o la falta de ella ¡ªentre otros factores¡ª produc¨ªan estas diferencias abismales.

***

Las t¨¦cnicas m¨¦dicas, mientras tanto, segu¨ªan mejorando. Y segu¨ªan mostrando con demasiada claridad la desigualdad en el reparto de la salud: la diferencia de recursos entre los pa¨ªses ricos y los pobres era disparatada. Un ejemplo obvio eran los transplantes. El transplante de ¨®rganos era, entonces, una t¨¦cnica relativamente nueva: el primer transplante de h¨ªgado ¡ªentre gemelos¡ª se hab¨ªa realizado en 1954, el primero de coraz¨®n en 1967, el primero de pulm¨®n en 1983, el primero de mano en 1999, el primero de cara completa en 2010. Los transplantes todav¨ªa consist¨ªan en la inserci¨®n del ¨®rgano de un muerto ¡ªlo cual, por supuesto, limitaba mucho sus posibilidades y hab¨ªa obligado a las asociaciones m¨¦dicas a redefinir la muerte como ¡°muerte cerebral¡±, para evitar que pacientes con cerebros da?ados fueran mantenidos artificialmente vivos y sus ¨®rganos no pudieran usarse.

(A principios de 2022 un hecho inesperado empez¨® a cambiar ese panorama: por primera vez en la historia un hombre recibi¨® el coraz¨®n de un cerdo. Sucedi¨® en Estados Unidos; el ¨®rgano proven¨ªa de unos puercos especialmente criados y tuneados para su uso humano. El evento no recibi¨®, entonces, mucha atenci¨®n ¡ªfue otro de esos acontecimientos cuya importancia el mundo solo entendi¨® tiempo despu¨¦s¡ª pero abri¨® caminos que, durante cierto lapso, fueron muy transitados y salvaron muchas vidas.)



A¨²n con esas dificultades los transplantes crec¨ªan much¨ªsimo ¡ªen ciertos lugares. Aquel a?o, sin ir m¨¢s lejos, Estados Unidos y Europa, con 800 millones de habitantes, hab¨ªan realizado 65.000 operaciones del transplante m¨¢s com¨²n, el de h¨ªgado: 1 cada 12.000 habitantes; aquel mismo a?o en ?frica hab¨ªa habido 800 operaciones: una cada 1.500.000 habitantes.

Eran m¨¢s de 1.000 veces menos, que se explican cuando se considera la desigualdad primordial: el gasto en salud de cada sociedad. Entre los 11.000 euros por persona y por a?o que le dedicaban los Estados Unidos o los 7.000 de Suiza, Noruega o Alemania, por un lado, y los 70 euros ¡ªs¨ª, anuales¡ª de N¨ªger, Burundi o Etiop¨ªa, la diferencia no pod¨ªa ser m¨¢s brutal. Va de nuevo: Estados Unidos, por ejemplo, gastaba en la salud de sus habitantes 170 veces m¨¢s que Gambia. Cada estadounidense pod¨ªa pagar por su salud en dos d¨ªas lo que un gambiano en todo el a?o.

Aunque, por supuesto, dentro de los Estados Unidos ¡ªque segu¨ªa sin tener un sistema de salud universal¡ª las diferencias tambi¨¦n eran estrepitosas. En Europa, mientras tanto, se manten¨ªan los sistemas de salud p¨²blica gratuita que se hab¨ªan formado en los a?os de la redistribuci¨®n ¡ªcada vez m¨¢s deteriorados. En casi todos los dem¨¢s pa¨ªses la diferencia entre la atenci¨®n p¨²blica ¡ªa menudo casi inexistente¡ª y la privada sol¨ªa ser cuesti¨®n de vida o muerte.



Cuando se hablaba de gastos en salud se ten¨ªa en cuenta el mantenimiento de los hospitales, la adquisici¨®n de maquinaria m¨¦dica y los salarios de los profesionales pero, sobre todo, el consumo de medicamentos. El MundoRico estaba lleno de pastillas. Entre Estados Unidos y los cinco pa¨ªses m¨¢s pr¨®speros de Europa ¡ª650 millones de habitantes, el 8% de la poblaci¨®n mundial¡ª compraban el 54% de los medicamentos del planeta, pero los pa¨ªses nuevorricos aumentaban su consumo a marchas forzadas y la industria farmac¨¦utica se expand¨ªa sin cesar. En 2019, justo antes de la peste, ingres¨® casi un mill¨®n y medio de millones de euros, 60% m¨¢s que 10 a?os antes: pocos sectores hab¨ªan tenido ese nivel de desarrollo.

Hab¨ªa, en ese negocio, varios rasgos peculiares. Para empezar, el hecho de que cada nuevo remedio fuera propiedad exclusiva de quienes lo hab¨ªan inventado. Se discut¨ªa: las farmac¨¦uticas argumentaban que los costos de investigaci¨®n eran muy altos; les contestaban que a menudo los investigadores hab¨ªan trabajado durante a?os en instituciones estatales con fondos p¨²blicos, pero las patentes que obten¨ªan eran absolutamente privadas. Se discut¨ªa: hab¨ªa quienes planteaban que si un remedio era necesario para salvar vidas nadie ten¨ªa derecho a retacearlo so pretexto de que le pertenec¨ªa.

De hecho, ya entonces, varios pa¨ªses populosos rechazaban esa imposici¨®n: tanto la India como Sud¨¢frica o Brasil autorizaron la fabricaci¨®n de ¡°gen¨¦ricos¡± ¡ªremedios iguales a los ¡°originales¡± que no pagaban su patente, ya porque hubiera vencido o porque un estado decid¨ªa no hacerlo. En muchos casos empezaron a exportarlos y otros pa¨ªses del MundoPobre los aprovecharon. En el Rico las patentes de las grandes farmac¨¦uticas segu¨ªan respet¨¢ndose rigurosamente.

Aquellas compa?¨ªas defin¨ªan la medicina seg¨²n sus intereses. Por ejemplo: como les resultaba mucho m¨¢s rentable un remedio que debiera tomarse regularmente que uno que actuara de forma puntual, hab¨ªan desarrollado todo tipo de terapias que supon¨ªan la ingesta continua de sus productos. El mundo ¡ªy sobre todo el MundoRico¡ª se atiborraba de pastillas: casi cinco millones de millones de dosis consumidas cada a?o.



(Era un mundo drog¨®n. O, mejor dicho, el MundoRico lo era: all¨ª, un adulto promedio tomaba entre dos y cuatro pastillas cada d¨ªa. Pululaban ¡°remedios¡± para casi todo: las personas no ten¨ªan que revisar lo que hac¨ªan ¡ªsus comidas, sus h¨¢bitos, sus perezas¡ª porque alguna droga lo solucionar¨ªa. Y tomar medicinas se volvi¨® una costumbre. Hasta entonces, las personas las consum¨ªan cuando ten¨ªan alg¨²n problema ¡ªun d¨ªa, dos d¨ªas, cinco¡ª y dejaban de hacerlo cuando se curaban: tomarse una pastilla era el signo de una anomal¨ªa, una perturbaci¨®n. En cambio en esos d¨ªas la mayor¨ªa se tragaba los mismos remedios ma?ana tras ma?ana, noche tras noche, todos los d¨ªas de sus vidas. Medicarse se volvi¨® una costumbre; la farmacia, un destino habitual.)



Pero ya empezaba ¡ªaunque muy minoritaria¡ª una tendencia que se confirmar¨ªa en las d¨¦cadas siguientes y que cambiar¨ªa muchos rasgos de la industria farmac¨¦utica: era lo que algunos llamar¨ªan ¡°medicina ad hoc¡±. Despu¨¦s de siglos donde las enfermedades eran tratadas de forma gen¨¦rica ¡ªtodos los que sufren tal cosa deben tomar tal droga¡ª, la medicina fue aprendiendo a asistir a cada quien seg¨²n las caracter¨ªsticas particulares de su cuerpo y sus males y a producir, para eso, preparados espec¨ªficos. Lo cual fue particularmente efectivo para combatir la enfermedad m¨¢s temida de esos tiempos, esa que entonces se llamaba ¡°el c¨¢ncer¡± ¡ªy que era, en realidad, un conjunto de tantos males que esa designaci¨®n solo mostraba su ignorancia.

Hasta entonces, las terapias para los diversos ¡°c¨¢nceres¡± sol¨ªan atacar por igual c¨¦lulas enfermas y c¨¦lulas sanas. Fue entonces cuando especialistas en varios pa¨ªses empezaron a buscar ¡ªy encontraron¡ª maneras de atacar espec¨ªficamente a las enfermas. Para eso, por supuesto, primero tuvieron que mejorar las herramientas de an¨¢lisis para determinar qu¨¦ tipo de c¨¦lulas produc¨ªan la perturbaci¨®n; entonces pudieron crear ¡ªe introducir en el cuerpo del paciente¡ª elementos que atacaran directamente a las pertubadoras. Ese sistema ad hoc fue una revoluci¨®n, y se convirti¨® en el principio de una era nueva para la medicina. Que, en esos d¨ªas, solo estaba empezando, y todav¨ªa tardar¨ªa algunas d¨¦cadas en asentarse plenamente ¡ªaunque, por supuesto, con mucha m¨¢s fuerza en los pa¨ªses donde los pacientes o las instituciones pod¨ªan pagar esa atenci¨®n personalizada, que todav¨ªa resultaba especialmente cara.

***

Mientras tanto, planeaban diversas amenazas. La m¨¢s agitada era la ¡°crisis de los antibi¨®ticos¡±: m¨¦dicos, estudiosos, organismos varios sol¨ªan alertar sobre el hecho de que cada vez aparec¨ªan m¨¢s bacterias resistentes a los antibi¨®ticos en uso, y que llegar¨ªa un momento en que estos dejar¨ªan de funcionar y se producir¨ªa una situaci¨®n catastr¨®fica: los m¨¦dicos ya no tendr¨ªan c¨®mo contener las infecciones y el mundo volver¨ªa a su estado pre-Fleming, en que cualquier peque?a herida ¡ªu operaci¨®n¡ª pod¨ªa ser mortal por infecciosa. Las grandes farmac¨¦uticas, a todo esto, no hac¨ªan demasiado: los antibi¨®ticos eran dif¨ªciles y caros de desarrollar y, sobre todo, no entraban en ese rubro de remedios permanentes que m¨¢s dinero les hac¨ªan ganar.

Algo parecido suced¨ªa con otras drogas indispensables que las grandes empresas no terminaban de poner a punto. Una vacuna contra la malaria, por ejemplo, parec¨ªa imprescindible en tiempos en que esa enfermedad tropical mataba, cada a?o, a medio mill¨®n de africanos. Pero era un mercado pobre, que no anunciaba grandes beneficios, y la vacuna llevaba d¨¦cadas ¡°en proceso¡± infructuoso. En 2022 se anunci¨® que, tras 30 a?os de experimentos ¡ªy un gasto, en ese lapso, de 200 millones de d¨®lares¡ª en dos o tres a?os habr¨ªa una vacuna m¨¢s o menos eficiente. La gran vacuna del momento, en cambio, recibi¨® muchos miles de millones y se resolvi¨® en menos de un a?o: las drogas para combatir lapandemia (ver cap.7) fueron la demostraci¨®n de que, si quer¨ªan, pod¨ªan. Porque esa peste afectaba tanto a pobres como ricos ¡ªy al sistema econ¨®mico global¡ª y porque sus beneficios se anunciaban tremebundos. Una sola farmac¨¦utica, la norteamericana Moderna, report¨® en 2021 ganancias de 13.000 millones de d¨®lares vendiendo entre 18 y 24 d¨®lares cada dosis cuyo coste se estimaba en 2,85.


Dispensario de medicinas en una farmacia en Miami, Estados Unidos.
Dispensario de medicinas en una farmacia en Miami, Estados Unidos. Jeffrey Greenberg (Getty)

Aquella peste tuvo, entre tantos efectos imprevistos, el de aumentar los contagios del sida: en los pa¨ªses m¨¢s pobres, muchos chicos y chicas que ya no pod¨ªan ir a la escuela o sus trabajos se la transmitieron. En 2020 murieron de sida en ?frica unas 450.000 personas; en Estados Unidos y Europa, con una poblaci¨®n apenas inferior, murieron en ese mismo a?o unas 13.000. El sida es un ejemplo muy brutal: una enfermedad que la medicina aprendi¨® a controlar ¡ªporque apareci¨® primero en los pa¨ªses ricos¡ª con remedios m¨¢s o menos caros que muchos no pod¨ªan comprar y se mor¨ªan por eso. En 2022 ya casi nadie se mor¨ªa de sida: cientos de miles se mor¨ªan de pobreza.



En esos d¨ªas, adem¨¢s, terminaba de conocerse el gran esc¨¢ndalo del oxycontin, el opi¨¢ceo que una compa?¨ªa norteamericana, Purdue Pharma, vendi¨® durante d¨¦cadas asegurando que no era adictivo gracias a una autorizaci¨®n del gobierno federal: un circuito de complicidades y corrupciones hab¨ªa permitido que una empresa se llenara de dinero envenenando a millones. En 2020 se calcul¨® que la oxicodina ya hab¨ªa provocado la muerte de unos 500.000 adictos y toda la violencia social que sol¨ªa rodear esas situaciones. La compa?¨ªa hab¨ªa sido condenada a pagar unas compensaciones de m¨¢s de 8.000 millones de euros a todas sus v¨ªctimas ¡ªparticulares, administraciones¡ª y la reputaci¨®n de las farmac¨¦uticas estaba por los suelos: sol¨ªan aparecer en todas las encuestas como el sector m¨¢s detestado por el p¨²blico, junto con los gobiernos y las petroleras. La peste ¡ªlapandemia¡ª les sirvi¨® para recuperar parte de ese prestigio y ganar carradas de dinero.

Pr¨®xima entrega: 7. La muerte y sus variantes

Las personas todav¨ªa se mor¨ªan, aisladas y mecanizadas. Qu¨¦ hac¨ªan aquellas sociedades con la muerte. La llegada de una gran peste que cambi¨® muchas cosas.

El mundo entonces

Una historia del presente

MART?N CAPARR?S

El mundo Caparr¨®s

'El mundo entonces' es un manual de historia que nos cuenta c¨®mo era este planeta, sus sociedades, sus personas, en 2022. 'El mundo entonces' ser¨¢ escrito en 2120 por la c¨¦lebre historiadora Agadi Bedu y llega a nosotros gracias a la gentileza de Mart¨ªn Caparr¨®s.

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