Mi t¨ªo Dominique Lapierre
El escritor Javier Moro recuerda a su t¨ªo, fallecido en Francia el 2 de diciembre
Quer¨ªa mucho a mi t¨ªo. Era m¨¢s que un t¨ªo, fue un padre cuando el m¨ªo falleci¨® muy joven; fue un amigo, un c¨®mplice.
Ahora que se ha ido, qu¨¦ de recuerdos me vienen a la memoria. Qu¨¦ de viajes, cu¨¢ntas amistades compartidas y buenos momentos. Prefiero quedarme con el recuerdo suyo antes de la ca¨ªda tr¨¢gica que le da?¨® el cerebro y le rob¨® la lucidez, porque Dominique muri¨® dos veces, primero en 2011, y luego el pasado 2 de diciembre, d¨ªa del aniversario del accidente de Bhopal, lo que no pas¨® inadvertido a los chabolistas de aquella ciudad india que vieron en ello el signo de una coincidencia divina y encendieron velas en su honor. Y ese es el primer recuerdo que me viene, un recuerdo que es tambi¨¦n una lecci¨®n. Dominique hab¨ªa decidido entregar la mayor parte de los derechos de autor del libro que hab¨ªamos escrito sobre la tragedia de Bhopal a la construcci¨®n de una cl¨ªnica para curar a las v¨ªctimas m¨¢s graves del envenenamiento por escape de gas. El d¨ªa de la inauguraci¨®n, hace 22 a?os, pude comprobar con mis propios ojos c¨®mo un libro pod¨ªa mejorar la vida de la gente, y eso de una manera concreta, cotidiana, palpable. Vi c¨®mo un trabajo intelectual, que nos hab¨ªa costado varios a?os culminar, se transformaba en... una cl¨ªnica. Ese d¨ªa descubr¨ª que s¨®lo con un bol¨ªgrafo y un cuaderno de notas se pod¨ªa cambiar el mundo, o por lo menos incidir en su mejora.
Dominique sab¨ªa tocar el coraz¨®n de la gente. Los que escuchaban sus conferencias en Calcuta, Ginebra, Jerusal¨¦n o Santiago de Compostela, ya fuesen ricos o pobres, blancos, negros, indios, cristianos, budistas o hind¨²es, todos re¨ªan y a veces lloraban. Porque sab¨ªa emocionar. Y era un aut¨¦ntico cosmopolita, sin renegar de ser franc¨¦s, al contrario. Pero en Italia, se sent¨ªa italiano ¡ªcierto que le gustaba la pasta, era comil¨®n¡ª. La India la conoc¨ªa mejor que los propios indios. Era admirado y respetado por la ¨¦lite del pa¨ªs, cuya historia hab¨ªa escrito en Esta noche la libertad junto a su amigo del alma Larry Collins, y era adorado y venerado por el pueblo llano al que tanto ayud¨®.
En Espa?a era espa?ol. Conoc¨ªa el pa¨ªs no s¨®lo porque parte de su familia viv¨ªamos aqu¨ª, sino por haber dedicado cuatro a?os de su vida a escribir un libro sobre la posguerra espa?ola, O llevar¨¢s luto por m¨ª, uno de los libros m¨¢s bellos que se han escrito sobre Espa?a. Aprendi¨® a amar la tauromaquia, los campos olivareros que sobrevolaba en la avioneta de El Cordob¨¦s y el ¡°ram¨®n y queso¡±, como dec¨ªa con su acento franc¨¦s, y sobre todo a la gente. Volv¨ªa de las firmas en la Feria del libro de Madrid exultante, diciendo que los espa?oles eran los m¨¢s afectuosos del mundo. Luego se preguntaba c¨®mo esa gente tan maravillosa hab¨ªa podido caer en los horrores de una guerra civil. Siempre quiso que sus sobrinos le llam¨¢semos ¡°t¨ªo¡±, hasta en franc¨¦s, y para nosotros siempre fue ¡°le t¨ªo Dominique¡±.
A nosotros, a su familia espa?ola, nos hizo descubrir cosas que no conoc¨ªamos, como la peregrinaci¨®n al Roc¨ªo, de la que era un ferviente devoto. Esa mezcla de fiesta y fe, de aventura y espiritualidad le apasionaba tanto que a los 80 a?os no quiso perderse el que iba a ser el ¨²ltimo de sus roc¨ªos, incluso con el brazo en cabestrillo. Siempre se lament¨® de que hubiera tantos espa?oles que no valorasen esta peregrinaci¨®n, un espect¨¢culo ¨²nico. Doy fe, porque hicimos el camino juntos cinco veces, siempre a caballo, durmiendo en una tienda o en un carromato, a veces al raso viendo las estrellas, llenos de polvo, rodeados de gente bebiendo, bailando o rezando. Para ¨¦l, eso era el aut¨¦ntico lujo.
Mi t¨ªo Dominique era un ¨¢rbol viejo. Ofrec¨ªa sus ramas a todo el que quisiese o necesitase agarrarse a ellas. Me lo dijo mi abuela ¡ªsu madre¡ª cuando era ni?o: ¡°Dominique es muy generoso¡±. Ten¨ªa raz¨®n, ella, que le hab¨ªa transmitido la idea de que la religi¨®n era querer a la gente y proteger a los d¨¦biles. Ayud¨® a su familia, y a m¨ª en concreto me brind¨® la oportunidad de escribir al alim¨®n un libro cuando yo era un desconocido para el gran p¨²blico. Un gesto que le retrata, le honra y que le agradezco de coraz¨®n. Me gusta saber que despu¨¦s ¨¦l disfrut¨® de mis propias historias.
Tambi¨¦n ayudaba a sus amigos, y a los dem¨¢s, a los desconocidos, a los pobres sin rostro.
Cuando cumpli¨® 50 a?os quiso dar un sentido a su vida dedic¨¢ndose en cuerpo y alma a una formidable misi¨®n humanitaria que cambi¨® la vida de millones de personas (si, millones, no exagero) y tristemente siento que no tuvo el reconocimiento que merec¨ªa. Le he visto abogar por los m¨¢s pobres ante los m¨¢s poderosos de la India. He sido testigo de c¨®mo miles de campesinos le recib¨ªan en rincones perdidos del delta del Ganges para agradecerle su ayuda, y de la envidia que provocaba en los pol¨ªticos locales, incapaces de galvanizar tales multitudes. ?Eso le hac¨ªa tan feliz! S¨ª, cambiaba el mundo con los instrumentos que dominaba, con la palabra y con la pluma (porque a los ordenadores lleg¨® tarde).
En el crep¨²sculo de su vida, ¨¦l, escritor y fil¨¢ntropo, se convirti¨® en personaje de libro, en un Don Quijote que recorr¨ªa las rutas del mundo con la idea loca de convertirlo en un lugar de justicia y de amor.
Buen viaje, ¡°t¨ªo¡±. Tu ejemplo vive en nosotros, en todos los que tu alma supo tocar. Y hoy soy yo quien lleva luto por ti.
Babelia
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