La mejor arma
Los actos que cambian el mundo son los que, en principio, parecen los m¨¢s peque?os
La generaci¨®n de mujeres a la que pertenezco creci¨® agradeciendo ruidosamente su suerte: pod¨ªamos decidir si casarnos o no, si ser o no ser madres, si estudiar una carrera o quedarnos en casa. Viv¨ªamos en una envolvente luz de gas que nos hac¨ªa sentir afortunadas. Call¨¢bamos por prudencia. A pesar de encender el televisor y vernos vestidas con biquinis min¨²sculos junto a otras mujeres que acariciaban a un se?or gordo y rico remojado en un jacuzzi, o de tragarnos a cucharadas la falacia de que la ¨²nica verdad universal era la del hombre occidental, no ¨¦ramos del todo conscientes de que ¨Dcito a Pierre Bourdieu¨D aparec¨ªamos en el orden social como s¨ªmbolos cuyo sentido se constitu¨ªa al margen de nosotras y cuya funci¨®n era contribuir a la perpetuaci¨®n o al aumento del capital simb¨®lico pose¨ªdo por los hombres para aceptar los s¨ªmbolos de una posici¨®n inferior.
Escribo esto con gusto de higos verdes en la boca y un optimismo extra?o. Lo hago despu¨¦s de comprobar qu¨¦ pasa cuando el silencio de las mujeres pasa de invisibilizarlas a otorgarles poder. Me explico: si¨¦ntate con nosotras en un autob¨²s que atraviesa caminos polvorientos en la ciudad de El Cairo. Nuestro amable gu¨ªa, que lleva un buen rato llam¨¢ndonos guapas a pesar de que le hayamos pedido que no lo haga, suelta una broma machista. Nosotras callamos y el gu¨ªa repite el chiste. Da varios golpecitos en el micro y se gira para preguntar si el aparato no funciona. Un silencio limpio, educado y contundente puede ser la mejor arma para que quien no lo ha hecho nunca, empiece a revisarse.
Vi¨¦ndonos all¨ª sentadas pienso en la escuela de Safo o en la de Plautilla Nelli. En las compa?eras Letraheridas de Pamplona y la necesidad de construir espacios de y para las mujeres. Pienso tambi¨¦n en la pintora Ad¨¦la?de Labille-Guiard, que se autorretrat¨® junto a dos alumnas en una horizontalidad desde la que sabemos que podemos construir con mayor firmeza. En Cindy Sherman, que us¨® su cuerpo para representar el de tantas otras y que se rio del artificio y la cosificaci¨®n al que estamos abocadas. En el discurso de Annie Ernaux por la concesi¨®n del Nobel.
Antes pensaba que, si eres mujer y pintora, has de olvidar que puedes transitar la calle sin estar alerta, porque el simple hecho de ocupar con tu cuerpo el espacio p¨²blico es un reclamo. Si viajaba acompa?ada por un hombre era m¨¢s f¨¢cil: deb¨ªa de ser que se entend¨ªa que ya ten¨ªa due?o. Una de nosotras escribe que sacar 21 cuadernos a la vez ha sido una acci¨®n poderosa, donde pon¨ªa ¡°don¡¯t touch, no photos, no flash¡± nadie se atrevi¨® a prohibirnos pintar. Nadie nos interrumpi¨®. Nos daba miedo cruzar solas la destartalada carretera que hab¨ªa delante de nuestro hotel, escribe, pero juntas par¨¢bamos el tr¨¢fico. De vuelta en el autob¨²s, las de las ¨²ltimas filas se levantan y abrazan a Lara Izagirre, que acaba de saber que su trabajo ha sido nominado para los Goya. Lara llora, se tapa la cara con las manos, y nuestro gu¨ªa grita feliz: ¡°??Est¨¢ embarazada!?¡±.
Decidiendo d¨®nde mirar, nos hemos autorretratado en los cuadernos. Vi¨¦ndonos hacerlo, pensaba en las que hicieron posible que esto sucediera haci¨¦ndolo antes que nosotras, pint¨¢ndose en los reflejos brillantes de los objetos de sus bodegones, retratando a sus hermanas, dejando constancia de su existencia sentadas delante de un caballete. Judith Leyster, Dorothea Tanning y Leonora Carrington viajaban en nosotras. Alice Neel ha aparecido de un modo estremecedor, su autorretrato como calavera est¨¢ en nuestros cuadernos porque la muerte puede ser bella, ha escrito Jara Dom¨ªnguez: viendo tumbas y momias nuestro viaje se convirti¨® en una celebraci¨®n de la vida.
Despu¨¦s de una semana nuestro gu¨ªa ya no nos dice guapas, nos llama por nuestro nombre. Sabe cu¨¢ndo ha de callar y apartarse. Tambi¨¦n ¨¦l disfruta vi¨¦ndonos crecer en los cuadernos y aprende de lo que vamos descubriendo. Mientras escribo este texto me manda cuatro fotos en las que aparece el dibujo de una mujer envuelta por una bella noche estrellada. ¡°Es la diosa Nut. El dios Ra, el sol, nace de su ¨²tero¡±.
Los actos que cambian el mundo son los que, en principio, parecen los m¨¢s peque?os.
Babelia
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