Meter la mano en la vaca
El servilismo al trabajo y la gratuidad con la que las mujeres cuidamos a los dem¨¢s son algunas de las trampas m¨¢s peligrosas de este sistema
Quienes pintamos sabemos qu¨¦ es arrastrar el cuerpo por el barro. Meter los brazos en una cesta llena de anguilas y acompa?ar a los animales en sus movimientos resbalosos. Sumergirse en un profundo pozo natural. Coger aire y acariciar con la planta de los pies un suelo blando mientras las corrientes de agua fr¨ªa o el contacto con una carpa gelatinosa que nada veloz nos estremecen. Hurgamos en lo abstracto de las cosas. Adoptamos la actitud del campesino que acompa?a a un animal a punto de dar a luz: ¡°Antes de tirar del ternero, a veces es necesario meter la mano en la vaca y buscar en el interior¡±, apunta Yves Berger. Observamos de muy cerca, y tambi¨¦n desde lejos, con los ojos entornados. Cuando ¨¦ramos j¨®venes y reci¨¦n comenz¨¢bamos a entender el hecho art¨ªstico, intu¨ªamos la existencia de algo que nos dispon¨ªa de un modo determinado cada vez que entr¨¢bamos en el taller con la intenci¨®n de atacar una tela.
Hace unos d¨ªas volv¨ª a Valencia. Vi la Facultad de Bellas Artes pegada a la huerta, dando la bienvenida al visitante, y recorr¨ª de nuevo aquellos caminos cargada con telas, maderas y un malet¨ªn de pl¨¢stico para herramientas lleno de tubos de pintura al ¨®leo de dudosa calidad. Sent¨ª de nuevo la ilusi¨®n del principio, cuando perfumaba de aguarr¨¢s las calles por las que pasaba y pensaba que la pintura ser¨ªa mi salvaci¨®n, aquello que me alejar¨ªa de los peligros del mundo. Recorr¨ª la Avenida Blasco Ib¨¢?ez y cruc¨¦ el r¨ªo. Conduc¨ªa lo m¨¢s lento que pod¨ªa para no entorpecer el tr¨¢fico, miraba la luz colarse por entre las ramas de los ¨¢rboles. La luz valenciana, tan llena. Tan bella. Tan irreal.
Ayer llegu¨¦ a Toledo. Segura de que quienes viven aqu¨ª apenas prestan atenci¨®n a la belleza de la piedra y de las colinas que envuelven la ciudad, me volvi¨® a sorprender la facilidad del ser humano para normalizar lo extraordinario. Somos animales de costumbres, pero de vez en cuando suceden cosas que nos despiertan del letargo, como lo hace la carpa al rozar nuestra carne en el agua: la Escuela de Arte de Toledo me ha devuelto sentimientos olvidados. La luz de un invernadero lleno de esculturas, la antigua capilla que hace las veces de sal¨®n de actos, el aula de grabado. Al entrar en el aula de dibujo me he colocado delante de un caballete y he obligado a mi cuerpo a adoptar la postura que sol¨ªa adoptar hace veinte a?os. El gesto me ha arrastrado hasta un aula parisina en la que nunca estuve y he fantaseado con haber podido coincidir, carboncillo en mano, con Paula Modersohn-Becker.
¡°Vosotras no lo sab¨¦is, pero hab¨¦is elegido uno de los oficios m¨¢s necesarios e infravalorados¡±, quer¨ªa decirles a las estudiantes. Me habr¨ªa gustado alejarlas de los peligros a los que el capitalismo empuja a las creadoras, pero ?qui¨¦n soy yo para hacerlo? ?C¨®mo no van a querer que el p¨²blico las reconozca, c¨®mo no compartir en redes sociales lo que el sistema demanda, si es tan f¨¢cil hacerlo y tan dif¨ªcil vivir de aquello que realmente da sentido a su arte? Me pregunto c¨®mo se puede evitar querer ser complaciente a una edad temprana. ¡°Lo nuestro es una carrera de fondo¡±, les digo, ¡°intentad no dar la espalda a quienes sois¡±.
En mi af¨¢n por despertarlas, un pensamiento intruso me saca del adormilamiento: la imagen de una madre que tambi¨¦n es hija intentando calmar a su beb¨¦. Pienso en las autoras que enfrentan la verdad sin veladuras, sin querer complacer a aquel que mira. Con su largometraje Cinco lobitos, Alauda Ruiz de Az¨²a nos recuerda que el servilismo al trabajo y la gratuidad con la que las mujeres cuidamos a los dem¨¢s son algunas de las trampas m¨¢s peligrosas de este sistema. Alumbra zonas oscuras que es imposible no transitar y nos recuerda que el dinero y la opini¨®n ajena no siempre tienen tanta importancia. Ha metido la mano en la vaca y ha hurgado en su interior. Alauda Ruiz de Az¨²a tira de nosotras y comprendemos, entre otras cosas, lo necesario que es tocar, cuidar y estar con nuestros seres queridos. Qu¨¦ fortuna la nuestra.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.