Tan poca pol¨ªtica

La d¨¦cima entrega de ¡®El mundo entonces¡¯, un manual de historia sobre la sociedad actual escrito en 2120, trata de aquellas democracias anquilosadas, desde?adas por muchos, que se defend¨ªan del ataque de otras maneras del poder ¨Cy buscaban su futuro

Vista general de la primera jornada del debate sobre el Estado de la Naci¨®n, en el Congreso de los Diputados, el 12 de julio de 2022.
Vista general de la primera jornada del debate sobre el Estado de la Naci¨®n, en el Congreso de los Diputados, el 12 de julio de 2022.Eduardo Parra (Europa Press)
Mart¨ªn Caparr¨®s

En esos d¨ªas, dec¨ªamos, hab¨ªa casi 200 estados-naci¨®n repartidos por el mundo (ver cap.9). Su modelo de gobierno m¨¢s difundido era la ¡°democracia¡±, en sus diversas variantes. La democracia era un sistema de delegaci¨®n y ejercicio del poder conformado durante el siglo XIX ¡ªcon los medios t¨¦cnicos y las premisas ideol¨®gicas del momento¡ª, que supon¨ªa que los ciudadanos deb¨ªan elegir a trav¨¦s del voto individual a unos representantes que decidieran por ellos en esas asambleas llamadas congresos o parlamentos o c¨¢maras o cortes, donde elaboraban las leyes y resoluciones que sus estados deb¨ªan aplicar. En sus inicios, solo ten¨ªan derecho a elegir a esos representantes los hombres propietarios ¡ªa partir de cierto nivel de fortuna. A partir de 1850 ese derecho empez¨® a extenderse: primero a todos los hombres y, finalmente, ya entrado el siglo XX, tambi¨¦n a las mujeres. Sin embargo algunos de los pa¨ªses m¨¢s reaccionarios, como Estados Unidos, tuvo leyes que imped¨ªan votar a negros y otros pobres hasta 1965.

La delegaci¨®n, en cualquier caso, se manten¨ªa en todas partes. En el siglo XIX ese sistema se justificaba por la dificultad de consultar a los ciudadanos y por su falta de educaci¨®n y conocimiento de las cuestiones p¨²blicas. En 2020 esa excusa ya no funcionaba: la enorme mayor¨ªa de las personas ten¨ªa cierta educaci¨®n y acceso a la informaci¨®n, por un lado, y manejaba los medios t¨¦cnicos necesarios para responder a cualquier consulta sobre las decisiones importantes. Sin embargo, el formato de delegaci¨®n se manten¨ªa y, en general, ni siquiera se pon¨ªa en cuesti¨®n. Solo aparec¨ªan, de tiempo anto en tanto, voces perdidas que clamaban por su actualizaci¨®n.

Papeletas en un colegio electoral del barrio de Santa Eugenia de Girona, en 2019.
Papeletas en un colegio electoral del barrio de Santa Eugenia de Girona, en 2019.?Toni Ferragut

El modelo ¡°democracia¡± se divid¨ªa, grosso modo, en dos vertientes principales: la parlamentarista, la presidencialista. En las democracias parlamentarias, muy difundidas en Europa, los ciudadanos no votaban por un jefe de gobierno sino por unos cientos de representantes ¡ªdiputados, congresistas¡ª que ocupar¨ªan asientos en la asamblea nacional. All¨ª esos representantes eleg¨ªan a un jefe ¡ªmiembro, en general pero no siempre, del partido m¨¢s votado. El juego de alianzas pod¨ªa variar: por eso, en el momento de votar, el ciudadano no sab¨ªa si su elecci¨®n servir¨ªa para poner al mando a tal o cual partido, a tal o cual candidato, ya que eso ser¨ªa definido despu¨¦s, en las negociaciones entre los pol¨ªticos.

En cambio, el modelo de democracia presidencialista ofrec¨ªa a los ciudadanos la opci¨®n de elegir, junto con sus representantes legislativos, a un jefe de gobierno o presidente. El modelo fue, en su origen, norteamericano, pero se difundi¨® por el resto del continente y algunos pa¨ªses de Europa y de ?frica ¡ªy ofrec¨ªa, seg¨²n algunos, m¨¢s estabilidad; seg¨²n otros, m¨¢s autoritarismo. En ¨¦l, el presidente no estaba sometido a la revisi¨®n constante de las alianzas y se aseguraba ¡ªsalvo cataclismo¡ª cuatro, cinco o seis a?os de ejercicio; en el modelo parlamentario, al contrario, cualquier cambio en las relaciones de los partidos pod¨ªa acabar con un gobierno. En el presidencialista la inacci¨®n pod¨ªa venir de un poder ejecutivo que no consegu¨ªa transformar en leyes sus iniciativas por falta de poder legislativo; en el parlamentarista, de la necesidad de poner de acuerdo a varias partes para cualquier intento importante. En el presidencialista, un gobierno en crisis no pod¨ªa ser reemplazado y deb¨ªa seguir ejerciendo sin poder ni legitimidad; en el parlamentarista esas crisis pod¨ªan resolverse con un cambio de alianzas y la formaci¨®n de un nuevo ejecutivo ¡ªy as¨ª de seguido: los pros y contras de cada modelo llenaban listas infinitas.



Mientras tanto hab¨ªa, a¨²n, una cantidad apreciable de pa¨ªses que manten¨ªan reg¨ªmenes mon¨¢rquicos. En un esfuerzo de s¨ªntesis quim¨¦rica, abundaban en este conjunto las llamadas ¡°monarqu¨ªas parlamentarias¡±. En ellas el sistema electoral y legislativo era el mismo de los dem¨¢s reg¨ªmenes parlamentarios pero se manten¨ªa a la cabeza del estado a un descendiente del monarca anterior. Ese hombre o mujer serv¨ªa como t¨®tem de su pa¨ªs, con funciones eminentemente simb¨®licas y decorativas: era caro, era inquietante, era una renuncia. Su funci¨®n ¡ªsu posici¨®n¡ª contradec¨ªa cualquier principio de igualdad ante la ley: una persona ten¨ªa, por el solo m¨¦rito de su filiaci¨®n, enormes privilegios. Sin embargo en esos a?os lo pon¨ªan en pr¨¢ctica pa¨ªses que se jactaban de su modernidad, como los Bajos, Inglaterra, Dinamarca, Suecia, Espa?a, B¨¦lgica. La contradicci¨®n no tardar¨ªa en estallar.

Y hab¨ªa tambi¨¦n ¡°monarqu¨ªas plenas¡±: aquellos reinos de derecho m¨¢s o menos divino donde el emir o rey o emperador o papa adem¨¢s de cumplir funciones simb¨®licas ejerc¨ªa realmente el poder y el gobierno ¡ªy era, en muchos casos, propietario de los recursos de su reino, que usaba seg¨²n se le cantara. Era el caso en Arabia Saudita, los Emiratos, Marruecos, But¨¢n o Tailandia, donde los reyes se suced¨ªan por sangre y, en general, se atribu¨ªa su poder a la decisi¨®n de alg¨²n dios regional. (En el Vaticano, en cambio, su dios, como prohib¨ªa a sus sacerdotes que se reprodujeran, deb¨ªa buscar un nuevo papa cada vez que mataba al reinante.)

Y hab¨ªa una cantidad importante de pa¨ªses donde diversos mecanismos de coerci¨®n permit¨ªan al grupo gobernante o al l¨ªder carism¨¢tico mantenerse indefinidamente en el poder y/o ejercerlo sin l¨ªmites. En algunos de ellos el sistema simulaba ofrecer a sus ciudadanos la posibilidad de manifestarse en elecciones, tan controladas y manejadas que no pasaban de ser un simulacro: pod¨ªa ser el caso, en esos d¨ªas, de Rusia, Ir¨¢n, Kazajist¨¢n, Venezuela, Nicaragua, Egipto y una parte considerable de ?frica. En otros, la autoridad no hac¨ªa ning¨²n esfuerzo por disimular: eran los pa¨ªses con r¨¦gimen de partido ¨²nico ¡ªdonde una organizaci¨®n pol¨ªtica pod¨ªa decidir cu¨¢l de sus miembros gobernar¨ªa¡ª, que funcionaba en China, Cuba, Corea del Norte, Vietnam, Libia, Sud¨¢n y otros pa¨ªses africanos.

En s¨ªntesis, sobre los 8.000 millones de habitantes de la Tierra entonces, unos 2.500 millones ten¨ªan plenos derechos democr¨¢ticos, 3.500 los ten¨ªan nominales pero no muy reales, unos 2.000 no los ten¨ªan ni reales ni nominales. Las diferencias eran importantes ¡ªaunque hab¨ªa quienes insist¨ªan en que, para los habitantes del MundoPobre, gozar o no de las supuestas libertades democr¨¢ticas no produc¨ªa grandes diferencias en sus vidas cotidianas.

La idea se difund¨ªa con fuerza: que la igualdad formal de las democracias no imped¨ªa que subsistieran enormes diferencias y discriminaciones marcadas por los dineros, los or¨ªgenes, los g¨¦neros ¡ªy que esas democracias de delegaci¨®n no eran, por lo tanto, la panacea que pretend¨ªan, sino solo una de las formas posibles e imperfectas del funcionamiento pol¨ªtico, la manera de tantas injusticias.

El rey de Marruecos Mohammed VI en Rabat, en 2019.
El rey de Marruecos Mohammed VI en Rabat, en 2019.Carlos R. Alvarez (WireImage)



(A todo esto, en 2022 los tres pa¨ªses m¨¢s poderosos del planeta ¡ªChina, Estados Unidos y Rusia¡ª nunca hab¨ªan sido gobernados por una mujer. Entre los siguientes unos pocos ¡ªIndia, Reino Unido, Alemania, Pakist¨¢n, Indonesia¡ª s¨ª lo hab¨ªan sido espor¨¢dicamente, una o dos veces cada uno; muchos otros ¡ªFrancia, Italia, Espa?a, Brasil, M¨¦xico, Canad¨¢, Nigeria, Etiop¨ªa, Egipto, Ir¨¢n¡ª, no. A¨²n as¨ª, considerando que medio siglo antes ning¨²n pa¨ªs hab¨ªa tenido presidenta y que un siglo antes las mujeres no votaban, el avance era significativo ¡ªy muy insuficiente.)

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M¨¢s all¨¢ o m¨¢s ac¨¢ de los tipos de gobierno, las opciones pol¨ªticas eran escasas. En todos los pa¨ªses funcionaba esa forma de propiedad y circulaci¨®n de los bienes llamada capitalismo (ver cap.12). Las diferencias entre las distintas opciones se centraban en el grado de intervenci¨®n y el rol del estado: desde el hiperintervencionismo chino, digamos, hasta la gran laxitud luxemburguesa.

Pero, m¨¢s all¨¢ de esos extremos, hab¨ªa, en esos d¨ªas, dos grandes corrientes que se repart¨ªan el gobierno en casi todos los pa¨ªses ricos y muchos de los pobres: los partidos llamados de derecha o centroderecha y los partidos llamados de centroizquierda ¡ªo incluso de izquierda. A muy grandes rasgos, se podr¨ªa decir que los partidos llamados de derecha o centroderecha sosten¨ªan que el estado deb¨ªa intervenir lo menos posible y que el prop¨®sito de un gobierno era asegurar el orden y la libertad individual ¡ªla libertad econ¨®mica¡ª para que cada quien se las arreglara como pudiera y prosperara como fuera. Y que los partidos llamados de centroizquierda sosten¨ªan que ese orden y esas libertades deb¨ªan ser mantenidas y respetadas pero que el estado deb¨ªa intervenir y regularlas algo m¨¢s para mejorar la situaci¨®n de los m¨¢s pobres.

Hab¨ªa pa¨ªses donde estos dos sectores estaban representados por dos grandes ¡°partidos¡±; en otros, cada sector inclu¨ªa m¨¢s grupos, que eventualmente se aliaban entre s¨ª para gobernar juntos. Pero, en s¨ªntesis, ambas partes llevaban d¨¦cadas altern¨¢ndose en el gobierno de la mayor¨ªa de los pa¨ªses con sistema democr¨¢tico. Los de centroizquierda se jactaban de ofrecer m¨¢s y mejores servicios p¨²blicos ¡ªeducaci¨®n, salud, transporte¡ª y correg¨ªan, a veces, levemente la distribuci¨®n de la riqueza a trav¨¦s de mayores impuestos; los de centroderecha se jactaban de recortar esos impuestos y abrir m¨¢s posibilidades de negocios y crecimiento econ¨®mico. Los de centroderecha, que hablaban m¨¢s de la libertad individual, sol¨ªan instalar o conservar m¨¢s l¨ªmites para esas libertades en asuntos personales ¡ªlos matrimonios, la reproducci¨®n, las elecciones sexuales¡ª; los de centroizquierda, en cambio, sol¨ªan compensar su falta de cambios significativos en el reparto del poder y el dinero con medidas que mejoraban esas libertades. En s¨ªntesis, ambos sectores acordaban en mantener, con leves variaciones, el sistema socio-econ¨®mico de entonces, que defin¨ªan como ¨²nico posible. Por lo cual ofrec¨ªan a las grandes corporaciones y fortunas la garant¨ªa de que defender¨ªan ese sistema que las favorec¨ªa; as¨ª, instaladas como las ¨²nicas opciones ¡°razonables¡±, llevaban d¨¦cadas altern¨¢ndose en el gobierno de sus pa¨ªses.



Sus operadores, gen¨¦ricamente denominados ¡°pol¨ªticos¡±, eran ciudadanos que pertenec¨ªan a esas estructuras profesionales llamadas ¡°partidos¡±, donde entraban j¨®venes con la esperanza de hacer carrera. En la mayor¨ªa de los pa¨ªses, la profesi¨®n de ¡°pol¨ªtico¡± estaba tan desprestigiada que nunca atra¨ªa a los mejores. Aunque en su origen se le supon¨ªa cierta voluntad de servicio p¨²blico, la idea se hab¨ªa desdibujado con tantas historias de vanidades y corruptelas y traiciones menores. As¨ª, el atractivo de otras opciones ¡ªempresariales para los m¨¢s ¨¢vidos, cient¨ªficas o art¨ªsticas para los m¨¢s vanos¡ª era mucho mayor: los mejores j¨®venes pensaban en ellas y solo los que no encontraban o pod¨ªan sostener una vocaci¨®n mejor se dedicaban a carreras pol¨ªticas institucionales. As¨ª, no era de extra?ar que el nivel cultural y t¨¦cnico de esos administradores fuera con frecuencia muy justito.

Los pol¨ªticos eran, por lo que se puede ver en la documentaci¨®n que sobrevive, personas muy atildadas que hablaban raro, usando solo un centenar de palabras muy largas que recombinaban en frases donde lo ¨²nico que quedaba claro era que nada deb¨ªa quedar del todo claro, y se vest¨ªan con un uniforme de chaqueta y pantal¨®n (ver cap.16) de la misma tela y una camisa blanca o celeste con un mo?o de colores calmos atado alrededor del cuello. Su contacto con la poblaci¨®n sol¨ªa producirse a trav¨¦s de im¨¢genes grabadas y difundidas por distintos medios, donde usaban aquellas palabras para hacerse querer por los suyos y atacar por los ajenos. O para hacerse querer por los suyos atacando a los ajenos.

En esos d¨ªas, en la mayor¨ªa de los pa¨ªses, ¡°los pol¨ªticos¡± siempre aparec¨ªan en las compulsas como el sector m¨¢s repudiado de cada sociedad. Y, al mismo tiempo, las elecciones que los consagraban depend¨ªan cada vez m¨¢s del dinero que empresarios y otros ricos les daban para gastar en ellas: eso los convert¨ªa en sus deudores ¡ªy transformaba sus candidaturas en campa?as publicitarias que copiaban las campa?as comerciales para ¡°vender¡± a cada candidato por su sonrisa, sus slogans, sus agresiones, su familia feliz, m¨¢s all¨¢ de cualquier debate serio sobre sus intenciones de gobierno. Muchos cr¨ªticos insist¨ªan en que, afectada por esas campa?as, la mayor¨ªa de los ciudadanos ejerc¨ªa sus derechos sin mayor reflexi¨®n. As¨ª, curiosamente, segu¨ªan votando ¡ªcada vez menos¡ª y entregando el gobierno de sus vidas a personas que ni siquiera respetaban. Era una muestra del ¡°car¨¢cter grit¨®n¡± de muchas sociedades de entonces: se quejaban mucho de cosas que no pod¨ªan o quer¨ªan o sab¨ªan modificar.

Por eso, entre otras razones, la participaci¨®n ciudadana en esas ¡°elecciones¡± estaba, en esos d¨ªas, bajo m¨ªnimos. La gran mayor¨ªa no se ocupaba de los asuntos p¨²blicos. Su participaci¨®n consist¨ªa en votar cada dos o tres a?os y quejarse en las reuniones con amigos o parientes y sostener enf¨¢ticamente que todo eso de la pol¨ªtica era una mierda. Alg¨²n chusco de entonces escribi¨® que

Fue uno de los el mundo en esos d¨ªas ¡ªuna parte del mundo en esos d¨ªas¡ª parec¨ªa un ni?o enrabietado: le dol¨ªa la panza y gritaba y se enojaba con quien tuviera cerca porque no pod¨ªa identificar y combatir la causa de su malestar.grandes cambios de esos a?os: que ¡ªa diferencia de per¨ªodos anteriores¡ª los ¡°pol¨ªticos¡± hab¨ªan conseguido convencer a los ciudadanos de que la pol¨ªtica era esa sucesi¨®n de tejes y manejes, pactos y pactitos que ellos mismos anudaban en rincones m¨¢s o menos oscuros, m¨¢s o menos lujosos y, as¨ª, hab¨ªan logrado que la mayor¨ªa de la poblaci¨®n se asqueara de la pol¨ªtica y les dejara el monopolio de su ejercicio. Si la pol¨ªtica era eso que hac¨ªan los pol¨ªticos muy pocos quer¨ªan mezclarse en ella. Lo cual inmovilizaba sociedades enteras ¡ªen la medida en que la pol¨ªtica era la ¨²nica v¨ªa conocida para mejorarlas.

Ya fuera por fatiga, desilusi¨®n, ignorancia o una buena combinaci¨®n de todas ellas, millones de personas no ejerc¨ªan su derecho al voto. En muchos pa¨ªses la participaci¨®n electoral no alcanzaba a ser mayoritaria ¡ªlo cual contradec¨ªa el principio mismo de la democracia como ¡°gobierno de las mayor¨ªas¡±. En los Estados Unidos, modelo y supuesto palad¨ªn del sistema democr¨¢tico, nunca votaba m¨¢s de la mitad de las personas habilitadas para hacerlo: era una muestra clara de la decadencia de aquel modelo.

(En ese a?o 2022 hubo elecciones en varios pa¨ªses importantes: la participaci¨®n fue de 56% en Costa Rica, 58% en Serbia, 73% en Francia, 44% en Angola, 55% en Colombia, 63% en Italia, 70% en Israel, 79% en Brasil, 49% en Estados Unidos.)

Dos ciudadanos muestran sus pegatinas con el mensaje "Yo he votado" en Hialeah (Florida), el 8 de octubre de 2022.
Dos ciudadanos muestran sus pegatinas con el mensaje "Yo he votado" en Hialeah (Florida), el 8 de octubre de 2022. CRISTOBAL HERRERA-ULASHKEVICH (EFE)
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La organizaci¨®n pol¨ªtica de los pa¨ªses parec¨ªa haber entrado en una v¨ªa sin salida. El sistema no consegu¨ªa la legitimidad que le habr¨ªa dado una participaci¨®n importante, los ciudadanos se sent¨ªan constantemente disconformes o desinteresados, muchas sociedades sent¨ªan que no estaban bien conducidas o que lo estaban en contra de sus intereses o esperanzas. La situaci¨®n se degradaba ¡ªde distintas maneras¡ª en casi todas partes, y los dos grandes bloques pol¨ªticos comunes se ve¨ªan muy comprometidos con su mantenimiento. La ¡°democracia¡±, que durante d¨¦cadas hab¨ªa funcionado como una meta y una garant¨ªa, empez¨® a perder ese lugar: demasiadas sociedades comprobaban que a?os y a?os de gobiernos democr¨¢ticos no hab¨ªan sabido solucionar sus necesidades m¨¢s urgentes.

Lo cual empez¨® a dejar lugar a otros grupos m¨¢s peque?os, que se presentaban como ¡°fuera del sistema¡± y ofrec¨ªan la ilusi¨®n de su modificaci¨®n. Lo que sol¨ªa llamarse ¡°la izquierda¡± eran colectivos generalmente menos numerosos, m¨¢s juveniles, cuyos integrantes no sol¨ªan profesionalizarse. No ten¨ªan peso suficiente para gobernar solos, pero a veces consegu¨ªan participar de alguna coalici¨®n de gobierno. Mientras tanto, segu¨ªan insistiendo en la necesidad de profundizar la distribuci¨®n de las riquezas en ese modelo que llamaban ¡°socialismo¡±, pero hab¨ªan perdido mucho peso desde la comprobaci¨®n del fracaso de los pa¨ªses que lo intentaron durante el siglo anterior, y en muchos casos se dedicaban con m¨¢s ah¨ªnco a lo que entonces se llamaba ¡°cuestiones identitarias¡±: la defensa de las minor¨ªas raciales, las libertades sexuales, el cuidado del medio ambiente, la correcci¨®n pol¨ªtica. Estas iniciativas, que ten¨ªan buena repercusi¨®n entre j¨®venes y profesionales, sol¨ªan dejar fuera del juego a muchos de sus antiguos seguidores. O, m¨¢s directamente, los atacaban y descalificaban.



(Los movimientos identitarios ca¨ªan, por momentos, en desarrollos que ahora pueden parecernos raros. De aquellos d¨ªas queda registrada la pol¨¦mica que produjo el caso de una joven poeta negra estadounidense que se volvi¨® famosa por participar en ceremonias oficiales. Su libro iba a ser traducido al holand¨¦s por una joven poeta ¡°no binaria¡± muy prestigiosa; la norteamericana se neg¨® porque supon¨ªa que una persona no negra no pod¨ªa entender lo que ella escrib¨ªa ¡ªy la editorial holandesa se pleg¨®, y lo mismo sucedi¨® en otros pa¨ªses.

Hab¨ªa, entonces, una cantidad de cosas que no se pod¨ªan discutir: cuya sola menci¨®n llevaba a la censura o, seg¨²n la palabra de moda, la cancelaci¨®n. Libros que no pod¨ªan ser publicados porque debat¨ªan la pertinencia de cambiar de g¨¦nero, por ejemplo. O porque contaban la historia de alguien que anta?o hab¨ªa intentado seducir a alguien con los recursos de su ¨¦poca ¡ªque tiempo despu¨¦s ser¨ªan considerados abusivos. Y se impon¨ªa la idea de que solo pod¨ªan escribir sobre ciertos grupos ¡ªraciales, sexuales, religiosos, nacionales¡ª los integrantes de esos grupos, porque lo contrario ser¨ªa aprovecharse de su historia y sus tribulaciones. O la idea de que los actores ¡ªhumanos, materiales¡ª solo pod¨ªan actuar de lo que eran: que un actor heterosexual no deb¨ªa hacer de homosexual, o que una cat¨®lica no deb¨ªa hacer de jud¨ªa o musulmana y as¨ª. O sea: que las ideas de actuaci¨®n, de traducci¨®n, de observaci¨®n, de creaci¨®n se iban perdiendo.

Y los debates se hicieron muy dif¨ªciles porque las ideas no eran analizadas sino juzgadas por su respeto ¡ªo falta de respeto¡ª a esas reglas hegem¨®nicas. Con lo cual los pensamientos que las cuestionaban eran descalificados, ¡°cancelados¡± en nombre de la obediencia que esas reglas merec¨ªan. Era el mecanismo cl¨¢sico de cualquier dogma religioso, de cualquier pol¨ªtica conservadora, aplicado so pretexto de defender a los d¨¦biles y sus nuevas libertades.

Esa era la gran novedad del momento: que cierta ¡°izquierda¡± ejerciera esa censura en nombre de las v¨ªctimas, en lugar de que lo hiciera la ¡°derecha¡± en nombre de los valores establecidos. Las miras se estrechaban ¡ªtanto que, como sabemos, estallaron.)


Donald Trump, en Palm Beach el 15 de noviembre de 2022.
Donald Trump, en Palm Beach el 15 de noviembre de 2022. Andrew Harnik (AP)

En un momento en que ¡°el sistema¡± estaba muy desprestigiado, la izquierda estaba perdiendo la pelea por ocupar el lugar de ¡°antisistema¡± a manos de poderosos pilares de ese sistema como el ex presidente norteamericano Trump o el brasile?o Bolsonaro. Con ellos y tantos otros, la derecha extrema se presentaba como la soluci¨®n a problemas que no ten¨ªa la menor intenci¨®n de solucionar.

La confusi¨®n se di¨® sobre todo en pa¨ªses ricos donde las izquierdas hab¨ªan representado durante m¨¢s de un siglo a los obreros industriales, pero esos pa¨ªses hab¨ªan transferido sus f¨¢bricas tradicionales a otros m¨¢s pobres, con salarios y condiciones laborales muy inferiores, y conservado solo las industrias m¨¢s especializadas. As¨ª que esos obreros cl¨¢sicos ya eran una raza en extinci¨®n, ni siquiera protegida como el tigre de Bengala o el camar¨®n barbudo: los m¨¢s se convirtieron en empleados de servicios o en desempleados y perdieron su lugar social. Perdieron, tambi¨¦n, esa condici¨®n redentora que el ¡°socialismo¡± les hab¨ªa conferido durante todo el siglo XX: entonces, ser obrero era formar parte de la clase que cambiar¨ªa el mundo. A principios del XXI, en cambio, lo mejor que las izquierdas les propon¨ªan era que, con un poco de suerte y esfuerzo y ayuda del estado, sus hijos lograran un trabajo en el sector terciario y consiguieran no ser como ellos. As¨ª, muchos buscaron un sector o partido que los alentara a conservar sus lugares, sus tradiciones de ruptura.

Los que se ofrecieron fueron, curiosamente, grupos nacionalistas, moralistas, religiosos que siempre se hab¨ªan identificado con los ricos y se consideraban ¡°de extrema derecha¡±. Esos grupos retomaron ciertas caracter¨ªsticas que hab¨ªan sido tradicionales de los grupos ¡°de izquierda¡±: el repudio de las elites, la defensa del trabajo manual, la incorrecci¨®n en sus manifestaciones, la pretensi¨®n de ofrecer cambios radicales ¡ªque nunca estaban claros. Y el discurso patri¨®tico: a diferencia de la ¡°izquierda¡±, que se preciaba de no distinguir a las personas por su origen nacional, esta ¡°derecha¡± culpaba a los inmigrantes de la degradaci¨®n de la vida de los ex trabajadores locales, que, en muchos casos, se reconocieron en su pr¨¦dica xen¨®foba y racista. En esos d¨ªas esos partidos gobernaban o hab¨ªan gobernado recientemente pa¨ªses tan diversos e influyentes como la India, Estados Unidos, Rusia, Italia, Brasil, Hungr¨ªa, Polonia.

Ya conocemos las consecuencias de ese giro.

***

M¨¢s all¨¢ y m¨¢s ac¨¢ de estas divisiones, una palabra dominaba la discusi¨®n pol¨ªtica: populismo. Con una tradici¨®n compleja, zigzagueante, la palabra ¡°populismo¡± hab¨ªa vuelto a escena en esos a?os, usada por los partidos y analistas del centro pol¨ªtico para calificar a casi todas las opciones que, dentro de la democracia, criticaban el peso de esos partidos tradicionales. La palabra defin¨ªa, supuestamente, a quienes ¡°ofrec¨ªan soluciones f¨¢ciles para problemas complejos¡± ¡ªlo cual, sostenido por los que no sol¨ªan ofrecer ninguna soluci¨®n a esos mismos problemas ten¨ªa un toque involuntariamente ir¨®nico.

El ¡°populismo¡± era, m¨¢s que nada, el resultado de la insatisfacci¨®n de muchas sociedades frente al fracaso de las instituciones supuestamente serias de la globalizaci¨®n y el neoliberalismo, que hab¨ªan hecho todo tipo de promesas de prosperidad que ¡ªcada vez parec¨ªa m¨¢s claro¡ª no cumplir¨ªan, sino bien al contrario: las clases medias y bajas de los pa¨ªses ricos, que hab¨ªan comprado esas promesas, sent¨ªan que su nivel de vida no hac¨ªa m¨¢s que bajar. La frase consagrada, en esos lugares y ese tiempo, fue que ¡°los hijos vivir¨ªan peor que sus padres¡± ¡ªdonde ¡°peor¡± significaba con menos estabilidad y ventajas econ¨®micas. En esa sola frase ¡ªen ese uso de la palabra ¡°peor¡± se sintetizaba buena parte de la ideolog¨ªa mayoritaria de la ¨¦poca.

Aunque los l¨ªderes populistas eran muy variados, los un¨ªa una t¨¢ctica com¨²n: la de establecer que en sus pa¨ªses hab¨ªa un actor bueno, ¡°el pueblo¡±, un conjunto indefinido pero siempre atacado por oscuros intereses y protegido por ?l, el amado l¨ªder, el ¨²nico que lo entend¨ªa y defend¨ªa. Con ese cometido, el padrecito de turno pod¨ªa emprender las pol¨ªticas m¨¢s diversas: las justificaban esa defensa del buen pueblo contra sus taimados enemigos. El m¨¢s habitual era la prensa: para un l¨ªder populista, pelear contra ciertos medios importantes era un gran negocio. Por un lado, se enfrentaba a empresas que no ten¨ªan ¡ªcomo una petrolera o un gran banco¡ª la posibilidad de parar su pa¨ªs; por otro, deslegitimaba cualquier informaci¨®n que estos medios publicaran sobre sus tropel¨ªas.



Mientras tanto, en la calificaci¨®n de populismo subyac¨ªa, no realmente oculta, la idea de que era f¨¢cil enga?ar a los pueblos ¡ªsostenida por los que m¨¢s sol¨ªan enga?arlos. ¡°Populismo es un nombre f¨¢cil, que se usa para definir gobiernos y sistemas muy distintos: algunos que proponen formas confusas de asistencialismo estatal, otros que modos tan claros de capitalismo de rapi?a. Los une si acaso alg¨²n desprecio por ciertas formas de la democracia. El populismo actual es el producto de una ¨¦poca de absoluta hegemon¨ªa del capitalismo de mercado, en que nadie lo cuestiona como base de nuestras sociedades. Como no hay discusi¨®n sobre el qu¨¦, se discute encarnizadamente el c¨®mo. Solo as¨ª se explica que gobernantes tan aparentemente distintos puedan ser calificados ¡ª?descriptos?¡ª con la misma palabra, el mismo set de ideas.

¡°Porque no se discute el sistema que manejan sino las formas en que lo manejan: con m¨¢s o menos delegaci¨®n, m¨¢s o menos debate, m¨¢s o menos respeto por ciertas reglas, m¨¢s o menos impuestos. Se discute c¨®mo y con qu¨¦ reglas funcionan los gobiernos, no c¨®mo y con qu¨¦ reglas funcionan las sociedades: qui¨¦n es due?o de qu¨¦, qui¨¦n tiene qu¨¦ derechos, qui¨¦n come y qui¨¦n no come. La estructura econ¨®mica y social no se discute; se disputa, si acaso, c¨®mo se administra. La insistencia en condenar el populismo es el discurso de una ¨¦poca que no consigue pensar c¨®mo podr¨ªa ser distinta¡±, escribi¨® un autor de la ¨¦poca que, obviamente, no supo ver lo que ven¨ªa.



(La democracia fue, durante un par de siglos, un deseo que requiri¨® mucha pelea para convertirse en realidad. Los revolucionarios franceses del siglo XVIII tardaron d¨¦cadas en terminar de concretarla; los chartistas ingleses debieron pelear ¡ªy morir¡ª a mediados del XIX para conseguir su aspiraci¨®n de ¡°un hombre, un voto¡±. Las sufragistas de distintos pa¨ªses lucharon mucho desde 1900 para conseguir que no fueran solo hombres sino tambi¨¦n mujeres ¡ªque nunca antes hab¨ªan participado. Durante todo ese tiempo la democracia estuvo viva: cambiaba, crec¨ªa con el tiempo y la pelea, nadie se atrev¨ªa a considerarla algo terminado; era un modelo en constante evoluci¨®n. Y sin embargo, tras el final de la guerra de 1939-45 y la consolidaci¨®n del imperio americano, pareci¨® que se hab¨ªa llegado a un modelo final de democracia que conven¨ªa mantener sin m¨¢s cambios. La democracia, en esos d¨ªas, parec¨ªa muerta, congelada: no solo llevaba d¨¦cadas sin cambiar, sino que a nadie se le ocurr¨ªa todav¨ªa en qu¨¦ direcci¨®n podr¨ªa hacerlo.)

Un trabajador camina entre bobinas de acero en una f¨¢brica en Changshou (China), en 2020.
Un trabajador camina entre bobinas de acero en una f¨¢brica en Changshou (China), en 2020.Damir Sagolj (REUTERS)


En esos d¨ªas, la democracia a¨²n se presentaba como el sistema de excelencia, la aspiraci¨®n global, pero el pa¨ªs m¨¢s exitoso no la practicaba en absoluto. Ese fue el resultado del famoso Error Nixon/Kissinger. Medio siglo antes, aquel presidente estadounidense y su secretario de Estado imaginaron que si permit¨ªan que China comerciara con Estados Unidos y el resto del mundo, su desarrollo econ¨®mico la llevar¨ªa a la democracia. La necedad de los jefes norteamericanos consisti¨® en creerse su propia propaganda: la idea de que el capitalismo estaba intr¨ªnsecamente relacionado con las libertades pol¨ªticas y individuales. Esta noci¨®n hab¨ªa sobrevivido a los numerosos desmentidos que recibi¨® durante el siglo XX, desde Hitler a Pinochet ¡ªdesechados como anomal¨ªas, ¡°excepciones que confirmaban la regla¡±. Esta noci¨®n estuvo en la base del error de Nixon, que tanto le costar¨ªa a su pa¨ªs: favoreci¨® el desarrollo de su principal enemigo y abri¨® las puertas para el establecimiento de un modelo alternativo ¡ª¡±capitalismo de partido ¨²nico¡±¡ª que cambi¨® radicalmente las opciones de esos tiempos.

Fue, sin dudas, el fen¨®meno m¨¢s significativo de esas d¨¦cadas: la transformaci¨®n del pa¨ªs m¨¢s poblado del mundo en la mayor potencia econ¨®mica. El crecimiento chino no era un acontecimiento sino un proceso y por lo tanto no aparec¨ªa demasiado en los ¡°medios de prensa¡± de la ¨¦poca, pero en esos a?os no sucedi¨® nada comparable. La expansi¨®n de su econom¨ªa y su producci¨®n, la consolidaci¨®n de su modelo industrial exportador, su influencia cada vez mayor en los pa¨ªses del as¨ª llamado Tercer Mundo, la ampliaci¨®n de sus fuerzas armadas, eran solo algunos de los datos que, sumados al evidente declive norteamericano, anunciaban un cambio de hegemon¨ªa, el fin de la Edad Occidental (ver Pr¨®logo).

Lo que entonces, por supuesto, no se sab¨ªa era si ese cambio se realizar¨ªa ¡ªcomo muchos quer¨ªan creer¡ª sin conflicto o si, en cambio ¡ªcomo siempre hab¨ªa sucedido¡ª, la potencia en declive no entregar¨ªa su posici¨®n de privilegio sin pelear. Hay, a lo largo de la historia, momentos as¨ª: situaciones en las que muchos hacen grandes esfuerzos para no ver lo evidente ¡ªy no mirarlo les impide evitarlo.

Pr¨®xima entrega 11. El imperio del centro

Tras unos pocos siglos raros, el mundo volv¨ªa a la normalidad y China a ser la naci¨®n m¨¢s poderosa ¡ªno sin conflictos con el imperio anterior, los Estados Unidos.

El mundo entonces

Una historia del presente

MART?N CAPARR?S

El mundo Caparr¨®s

'El mundo entonces' es un manual de historia que nos cuenta c¨®mo era este planeta, sus sociedades, sus personas, en 2022. 'El mundo entonces' ser¨¢ escrito en 2120 por la c¨¦lebre historiadora Agadi Bedu y llega a nosotros gracias a la gentileza de Mart¨ªn Caparr¨®s.

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