Wallace Stevens, el extraordinario poeta de vida extraordinariamente ordinaria
¡®A Foreign Song¡¯, centrada en la influyente figura del estadounidense, gan¨® el premio a la mejor pel¨ªcula espa?ola en el festival de cine de Gij¨®n
En tiempos en los que se debate sobre la conveniencia del teletrabajo, el poeta estadounidense Wallace Stevens (1879-1955) es una muestra de las peculiares virtudes que puede ofrecer la presencialidad: escrib¨ªa sus poemas mentalmente en sus caminatas diarias de ida y regreso de la oficina, en la ciudad de Hartford, Connecticut, y el ritmo de su paseo serv¨ªa de hilv¨¢n a la musicalidad de los versos.
Stevens era un se?or normal y corriente, en las pocas fotos que se conservan aparece vestido con traje gris, corbata roja, orondo, con el pelo canoso cuidado y bien cortado. Se despertaba a las seis y se acostaba a las nueve de la tarde. Trabajaba como abogado en una compa?¨ªa de seguros, la Hartford Accident and Indemnity Company, de la que lleg¨® a ser vicepresidente por tres d¨¦cadas. No le gustaba hablar de poes¨ªa, ni los actos literarios, ni las entrevistas. Pero dentro de aquel se?or estaba uno de los poetas fundamentales del siglo XX. ¡°El mundo es feo / y la gente est¨¢ triste¡±, escribi¨® en uno de sus textos.
El documental A Foreign Song, dirigido por C¨¦sar Souto y producido por Daniel Froiz, est¨¢ inspirado no tanto en la biograf¨ªa del escritor (que, por lo dem¨¢s, no tiene nada de especial), sino en su figura y su poes¨ªa. En el ¨²ltimo festival internacional de cine de Gij¨®n (FICX), en noviembre, fue galardonado con el premio a la mejor pel¨ªcula espa?ola y el premio RCService a la direcci¨®n de la mejor pel¨ªcula espa?ola.
¡°Me interesaba la idea de hacer una pel¨ªcula basada en un individuo ordinario, y no en el artista extravagante que tiene una personalidad arrebatadora¡±, dice el cineasta. ¡°Una existencia que parece tener m¨¢s que ver con la prosa que con la poes¨ªa¡±. Stevens ni siquiera disfrutaba hablando de su obra, porque consideraba que la poes¨ªa no era cosa personal, sino la voz de otro que hablaba a trav¨¦s de sus versos. Ese rapto po¨¦tico, esa sensaci¨®n de ser instrumento de otras voces lejanas y desconocidas, le ser¨¢ familiar a casi cualquiera que escriba, pero Stevens lo afrontaba con total humildad y honestidad. Algo que Souto valora en ¡°una ¨¦poca marcada por el culto a la personalidad destacada y por la exposici¨®n permanente del yo¡±.
Stevens fue un ¡°h¨ªbrido inexplicable de dos facetas aparentemente irreconciliables de la experiencia americana: los negocios y la poes¨ªa¡±, se?ala Milton J. Bates en el libro Wallace Stevens. A Mythology of Self (University of California Press). En A Foreing Song no aparecen bustos parlantes glosando al poeta, ni demasiados datos biogr¨¢ficos, lo que predominan son planos de los espacios por los que transit¨®, del Nueva York de su juventud a los apacibles suburbios de la burgues¨ªa de Hartford, pasando por las zonas financieras donde trabaj¨®, que se acompa?an de una voz en off, a veces del poeta, a veces de otros locutores, que recita poemas o lee cartas. Las im¨¢genes y el ritmo pausado en un metraje de 82 minutos invitan al espectador a entrar en un estado de contemplaci¨®n, quiz¨¢s propicio a la po¨¦tica de Stevens, que tanto trat¨® la imaginaci¨®n y la naturaleza. ¡°Me llama la atenci¨®n que momentos que consideramos banales, como ir y volver del trabajo, suponen en realidad una parte important¨ªsima de nuestras vidas¡±, dice el director, ¡°de ah¨ª a veces nace la poes¨ªa¡±.
Muchas de las im¨¢genes del filme son extra¨ªdas de cintas caseras estadounidenses obtenidas por internet. ¡°Quer¨ªa ir al origen del material dom¨¦stico: el momento en el que Stevens public¨® su primer libro fue tambi¨¦n el momento en el que Eastman Kodak lanzaba una c¨¢mara de 16 mil¨ªmetros para aficionados. Es como un punto fundacional del cine. Hay una manera de retratar el mundo como si fuese una posesi¨®n¡±, dice Souto. Otras im¨¢genes son rodadas por el equipo sobre el terreno o proceden de documentaci¨®n hist¨®rica.
El emperador de los helados
Stevens supuso una fuerte influencia en la poes¨ªa en lengua inglesa, que se not¨® en la obra de grandes nombres posteriores, como John Ashbery, Mark Strand o Anne Carson. Entre sus lecturas estaban los cl¨¢sicos, los rom¨¢nticos, especialmente Wordsworth, o la tradici¨®n francesa, sobre todo los simbolistas. Tambi¨¦n la filosof¨ªa de Ralph Waldo Emerson. ¡°Toda la poes¨ªa estadounidense de la segunda mitad del siglo XX est¨¢ influida por ¨¦l¡±, dice Andreu Jaume, responsable de la edici¨®n de la Poes¨ªa reunida (Lumen) de Stevens, con traducciones propias y de Andr¨¦s S¨¢nchez Robayna y Daniel Aguirre Oteiza. ¡°De alguna manera fue un poeta que ayud¨® a salir del callej¨®n sin salida del modernismo [en el sentido anglosaj¨®n del t¨¦rmino] de T.S. Eliot y Ezra Pound¡±, a?ade Jaume.
Stevens fue, adem¨¢s, un poeta tard¨ªo, al menos en cuanto a publicaci¨®n, pues sac¨® su primer poemario, Armonio (1923), a los 44 a?os. En ¨¦l se encuentra uno de los poemas m¨¢s conocidos del autor, El emperador de los helados, que relata el fallecimiento de su madre de forma tremendamente ambigua, con un estribillo desconcertante que cambia el tono en dos ocasiones: ¡°El ¨²nico emperador es el emperador de los helados¡±. Es la perplejidad que en ocasiones provoca este autor que, en 1955, recibi¨® el Premio Pulitzer de poes¨ªa por sus The Collected Poems. ¡°Pues la muerte es la ¨²nica madre de la belleza¡±, dej¨® escrito en otro lado.
La poes¨ªa de Stevens es compleja, misteriosa y por momentos incomprensible, al menos para el lector poco entrenado. Si clasificamos a los poetas en dos campos, los que se aprehenden mediante la emoci¨®n o mediante el intelecto, y existiendo en medio una gama de grises, tal vez deber¨ªamos encasillar a Stevens m¨¢s cerca de los segundos, m¨¢s cerebrales. No todos los lectores dir¨¢n lo mismo. ¡°Stevens no es un poeta herm¨¦tico en el sentido de que sus poemas oculten un significado en clave¡±, opina Jaume. ¡°?l simplemente piensa as¨ª. Es un poeta mental, un gran cantor de la imaginaci¨®n, pero tambi¨¦n es muy c¨¢lido y transmite una extra?a e inmediata emoci¨®n. En ese sentido, creo que no se puede clasificar en ning¨²n bando¡±. En 2020, Javier Mar¨ªas edit¨® y tradujo el largo poema Notas para una ficci¨®n suprema, de Stevens, en su editorial, Reino de Redonda.
Uno de los pocos momentos fervorosos de la vida del sosegado Stevens, se relata en el pr¨®logo de su Poes¨ªa reunida, fue cuando, en 1936, durante un c¨®ctel en Cayo Hueso, Florida, notablemente bebido, le habl¨® muy mal de su hermano a la hermana de Ernest Hemingway. Ella, disgustada, fue a buscar al escritor, que acudi¨® y se encontr¨® a Stevens furioso, probablemente con unas copas de m¨¢s. El poeta, que ten¨ªa 56 a?os y era 20 m¨¢s viejo que Hemingway, trat¨® de encajarle un pu?etazo a la mand¨ªbula, pero err¨® el tiro y cay¨® al suelo. Al levantarse, Hemingway le acert¨® en el rostro, y Stevens hizo lo propio, pero se rompi¨® la mano. ¡°No deja de ser llamativo que el poeta m¨¢s introvertido y sedentario quisiera romperle la cara al escritor m¨¢s f¨ªsico y aventurero. Parece una met¨¢fora entre uno y otro extremo de la literatura estadounidense¡±, seg¨²n Jaume.
Wallace Stevens, poeta can¨®nico, fue, por lo dem¨¢s, un tipo normal. ¡°El poeta del siglo XX ya no es una figura heroica al modo de Lord Byron¡±, contin¨²a Jaume. ¡°Stevens responde al tipo de su ¨¦poca y de su pa¨ªs: alguien que nunca sali¨® de Estados Unidos y que solo viaj¨® leyendo. Kafka ya era un escritor parecido en ese aspecto. Por detr¨¢s de los seguros, las leyes, los d¨ªas laborables y los salarios, la ¨¦pica de una imaginaci¨®n ind¨®mita¡±.
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