El combate que soldados alemanes y estadounidenses libraron codo a codo contra tropas de las Waffen-SS
La batalla del castillo de Itter es uno de los episodios m¨¢s incre¨ªbles de la Segunda Guerra Mundial, descrita por Stephen Harding en un libro extraordinario, pide a gritos un Spielberg para llevarla a la pantalla
Que tropas del ej¨¦rcito regular alem¨¢n, la Wehrmacht, combatieran contra el cuerpo de combate de las SS, las Waffen-SS, era algo que pensaba que s¨®lo hab¨ªa ocurrido en alguna pel¨ªcula o novela. De hecho, que soldados alemanes lucharan en el campo de batalla contra otros soldados alemanes durante la Segunda Guerra Mundial (y no fuera por equivocaci¨®n, i. e.: el pelot¨®n del sargento Steiner diezmado por fuego amigo en La Cruz de Hierro) ¨²nicamente lo hab¨ªa visto en un tebeo de ...
Que tropas del ej¨¦rcito regular alem¨¢n, la Wehrmacht, combatieran contra el cuerpo de combate de las SS, las Waffen-SS, era algo que pensaba que s¨®lo hab¨ªa ocurrido en alguna pel¨ªcula o novela. De hecho, que soldados alemanes lucharan en el campo de batalla contra otros soldados alemanes durante la Segunda Guerra Mundial (y no fuera por equivocaci¨®n, i. e.: el pelot¨®n del sargento Steiner diezmado por fuego amigo en La Cruz de Hierro) ¨²nicamente lo hab¨ªa visto en un tebeo de Haza?as b¨¦licas en el que hacia el final de la contienda un regimiento de la Wehrmacht se enfrentaba a tropas fanatizadas de su pa¨ªs para impedir que masacraran a efectivos de un regimiento brit¨¢nico con el que, descubr¨ªan al ver que llevaban las mismas insignias, hab¨ªan estado hermanados y servido juntos durante las guerras napole¨®nicas, lo que crea muchos lazos¡
Podr¨ªa a?adir la escena de arranque de Ha llegado el ¨¢guila, en la que los paracaidistas del coronel Steiner (sin parentesco que se sepa con el sargento m¨¢s all¨¢ de lo bien que nos caen James Coburn y Michal Caine; no nos cae bien en cambio el general de las SS F¨¦lix Steiner) casi llegan a las manos, bueno, las Schmeissers MP-40, con una unidad de las SS al tratar de salvar, infructuosamente, a una ni?a jud¨ªa. Hay casos por supuesto de militares alemanes peleando con sus armas contra militares alemanes, desde Doce del pat¨ªbulo y El desaf¨ªo de las ¨¢guilas a Malditos bastardos, pasando por Tobruk, pero se trata en esos casos de comandos Aliados disfrazados. En alguna novela de Sven Hassel, vemos c¨®mo Porta, Hermanito y sus camaradas del frente liquidan a algunos nazis. Y Von Stauffenberg, claro, mat¨® a varios de sus propios colegas oficiales en el atentado contra Hitler del 20 de julio en la Guarida del Lobo y luego se lio a tiros en el Benderblock en Berl¨ªn al fracasar la operaci¨®n Valkiria. Pero no hablamos de verdadero combate en el campo de batalla.
En realidad, tras el libro que desmont¨® el mito de una Wehrmacht de manos limpias contrapuesta a unas SS tintas de sangre, Los cr¨ªmenes de la Wehrmacht (Cr¨ªtica, 2010), sabemos perfectamente que Wehrmacht y SS iban bastante al un¨ªsono. Por eso me ha impresionado tanto descubrir la historia de la Batalla por el Castillo de Itter. En esa batalla, en los ¨²ltimos compases de la Segunda Guerra Mundial, el 5 de mayo de 1945, con Hitler ya muerto y la rendici¨®n de Alemania a la vuelta de la esquina, soldados de EE UU, efectivos de la Wehrmacht y prisioneros de guerra franceses combatieron codo con codo contra tropas de la 17? divisi¨®n SS de Granaderos Panzer Gotz von Berlichingen -el potente nombre ven¨ªa de un caballero imperial franconio que portaba una mano artificial de hierro, de ah¨ª el emblema de la unidad; tambi¨¦n le dijo al obispo de Bamberg que ya pod¨ªa besarle el culo (primera menci¨®n atestiguada hist¨®ricamente de la expresi¨®n), pero esa es otra historia-. El episodio del castillo es bien conocido, por lo visto, de muchos aficionados a la Segunda Guerra Mundial (hasta hay un juego de mesa y reconstrucciones virtuales), pero he de reconocer que yo, que le¨ª a Cornelius Ryan antes que a Enid Blyton y ya sab¨ªa decir ¡°Sturmbannf¨¹hrer¡± cuando hice la Primera Comuni¨®n, no ten¨ªa ni idea.
Ha sido ahora al caer en mis manos el espl¨¦ndido The last battle, de Stephen Harding (Hachette Books, 2020), obra de referencia sobre el asunto, que me he enterado de ese extra?o cap¨ªtulo de la segunda contienda. Acab¨¦ el otro d¨ªa el libro tras devorar sus doscientas sensacionales p¨¢ginas en una sentada y todav¨ªa estoy que no me lo creo. ?Qu¨¦ histori¨®n! Baste con decir que el amigo Andrew Roberts en su cr¨ªtica del libro se preguntaba, con raz¨®n, c¨®mo Steven Spielberg pod¨ªa haberse perdido semejante historia, que tiene algunos puntos en com¨²n ¡ªel ataque de tropas de las Waffen-SS a un peque?o grupo de combatientes que defiende en inferioridad una posici¨®n¡ª. ¡°Parte El desaf¨ªo de las ¨¢guilas, parte Los ca?ones de Navarone, esta historia es tan excitante y tan descabellada como ellas, aunque a diferencia de esas ic¨®nicas pel¨ªculas de guerra, cada palabra de The last battle es verdad¡±, se?ala Roberts. Y yo no lo dir¨¦ mejor.
La historia de la batalla del castillo de Itter es alucinante, y mientras vas pasando las p¨¢ginas de la minuciosa reconstrucci¨®n de Harding los acontecimientos que se suceden son m¨¢s asombrosos a¨²n. Viniendo como ven¨ªa de un castillo de la Segunda Guerra Mundial, el de Colditz, por el libro de Ben Macintyre (Cr¨ªtica, 2023), me sorprendi¨® encontrarme con otro, el de Itter, que tambi¨¦n sirvi¨® de prisi¨®n y fue escenario de aventuras a¨²n m¨¢s emocionantes. El castillo de Itter, est¨¢ en Austria, en el Tirol, en una colina cerca del pueblo del mismo nombre. Con una historia muy interesante que se remonta al siglo X y en la que figuran cacer¨ªas de brujas, las estancias de Liszt, Wagner y Tchaikovsky y su transformaci¨®n en hotel en los a?os veinte con aire de castillo de cuento de hadas, el Schloss Itter ¡ªque tras la Segunda Guerra Mundial fue alquilado en parte por Niki Lauda y actualmente est¨¢ en manos privadas¡ª fue expropiado por las SS, que eso s¨ª que es un fondo buitre, y convertido en campo de prisioneros en 1943. Se lo destin¨® a prisioneros especiales: si en Colditz eran grandes expertos en fugas, Itter fue para famosos y en el momento que nos ocupa reten¨ªa a un pu?ado de presos VIP franceses (muchos de ellos a la gre?a por qu¨ªtame all¨¢ un colaboracionismo), como ?douard Daladier, Paul Reynaud, Jean Borotra, los generales Maurice Gamelin y Maxime Weygand, Michel Clemenceau (hijo del pol¨ªtico) y Marie-Agn¨¨s Cailliau, n¨¦e De Gaulle, hermana mayor del general de la Francia Libre.
Dependiente del campo de Dachau, el castillo contaba con una guarnici¨®n de miembros de la SS-Totenkopfverb?nde bajo el mando del capit¨¢n de las SS Sebastian Wimmer, un bruto con experiencia en Majdanek, que ya es curr¨ªculo. Sus misi¨®n era mantener a los franceses como rehenes y posible moneda de cambio y matarlos en cuanto recibiera ¨®rdenes de hacerlo. Cuando las tropas de EE UU llegaron a la zona, preocupados por los rumores del refugio alpino en que se habr¨ªan concentrado los nazis m¨¢s irreductibles y con las ganas que puede imaginarse de los soldados de convertirse en las ¨²ltimas bajas de la guerra a punto de acabar, les llegaron noticias de los prisioneros franceses del castillo y de que su suerte pend¨ªa de un hilo.
La situaci¨®n en el ¨¢rea de Itter era compleja, con unidades die-hard de las Waffen-SS pululando cabreadas (es lo que tiene cuando has llegado casi al C¨¢ucaso y acabas defendiendo el Tirol, y adem¨¢s tu F¨¹hrer se ha suicidado), fogueadas tropas de monta?a (Gebirsj?ger), soldados de la Wehrmacht dispuestos a luchar lo justito, Juventudes Hitlerianas, Volksturm, miembros de la resistencia antinazi austriaca (?los hab¨ªa!) armados por la OSS y civiles prestos a izar la bandera blanca, adem¨¢s de un par de tanques Tiger. Ese batiburrillo y las incertidumbres del momento explican el l¨ªo que se mont¨® en torno al castillo de Itter y en el que tuvieron un papel decisivo el mayor de la Wehrmacht Josef Sepp Gangl, un h¨¦roe de guerra, premiado con la Cruz de Hierro de Primera Clase y la Cruz Alemana en oro pero proclive a acabar con la guerra y evitar m¨¢s sufrimiento; el capit¨¢n de las Waffen-SS Kurt-Siegfried Schrader, tambi¨¦n un combatiente experimentado que hab¨ªa luchado en Leningrado, Caen y el puente de Remagen, y tambi¨¦n desafecto ya al III Reich, y el teniente tanquista de Nebraska John Carey Lee, ex jugador de f¨²tbol americano, bebedor empedernido y otro fogueado militar que llegaba al coraz¨®n de Krautland tras cruzar media Europa peleando a bordo de su Sherman bautizado Besotten Jenny. Los tres se convirtieron en extra?os e improbables camaradas de armas.
Mientras la situaci¨®n en el castillo se desmadraba, Wimmer hu¨ªa con los guardias SS, tomaba el mando Schrader, partidario de rendir la fortaleza; los franceses se hac¨ªan con armas, y efectivos de las Waffen-SS converg¨ªan sobre Itter con muy malas perspectivas para los prisioneros, se produjeron distintos intentos para contactar con las fuerzas de EE UU y pedir ayuda a fin de salvar a los VIPS galos. Finalmente, tras idas y venidas para parlamentar en bicicleta y K¨¹belwagen, peligrosas pero tambi¨¦n dignas de Qu¨¦ hiciste en la guerra, papi, se congregaron para defender el castillo y a los franceses Gangl con 14 oficiales y soldados de la Wehrmacht bajo sus ¨®rdenes, Lee con una decena de GI y su tanque, el SS desafecto Schrader y los propios prisioneros (que sin duda pensaban en Zinderneuf). Para no confundir propios con extra?os, los alemanes aliados y valga la palabra ¡ªLee usaba el t¨¦rmino tame Krauts, Krauts domados¡ª se colocaron un trozo de tela negra anudado en el brazo izquierdo. Harding describe la incre¨ªble escena de la vigilia de la batalla con los dos oficiales del III Reich condecorados y el audaz carrista estadounidense planificando juntos la defensa del castillo medieval tirol¨¦s, y de verdad que parece cosa de Alistair MacLean.
El asedio del castillo comenz¨® con r¨¢fagas de ametralladoras MG-42 disparadas desde los bosques colindantes, a las que respondi¨® el ca?¨®n del Sherman, posicionado bloqueando la entrada de la fortaleza, un poco como el Fury de Brad Pitt. Mientras, otras fuerzas estadounidenses avanzaban hacia el castillo en plan S¨¦ptimo de Caballer¨ªa, en una galopada mecanizada que inclu¨ªa a dos periodistas que no quer¨ªan perderse tama?a historia. La ayuda era imprescindible, pues las fuerzas atacantes de las Waffen-SS, un centenar y medio de efectivos en sus uniformes de camuflaje caracter¨ªsticos (parte de la 17? SS Panzer) dispon¨ªan de un mort¨ªfero ca?¨®n de 88 mil¨ªmetros ¡ªun letal cazacarros¡ª, uno de 75mm, y otro de 20 mm, la inmisericorde arma picadora de carne que aparece en la batalla de Ramelle al final de Salvar al soldado Ryan. Durante las horas cruciales del asedio, el Sherman fue alcanzado y destruido por un proyectil (la tripulaci¨®n se salv¨®), y el valiente Gangl cay¨® muerto alcanzado en la cabeza por la bala de un francotirador mientras corr¨ªa para apartar de la l¨ªnea de fuego a Reynaud.
Entretanto, el m¨¢s incre¨ªble mensajero hab¨ªa sido enviado desde el castillo para contactar con los refuerzos, explicarles la situaci¨®n y guiarlos. Se trataba del franc¨¦s Borotra, conocido campe¨®n de tenis adem¨¢s de pol¨ªtico y que era, l¨®gicamente, el m¨¢s en forma de los prisioneros, adem¨¢s de haber tratado de escapar varias veces y conocer los alrededores. Tras atravesar audazmente las filas de los Waffen-SS, Borotra fue a dar con la persona m¨¢s improbable posible y que lo reconoci¨® inmediatamente: el corresponsal de guerra franco canadiense Ren¨¦ Levesque, futuro primer ministro del Qu¨¦bec, que iba con las fuerzas de socorro. El rescate, consistente en una columna de tanques, semiorugas con tropas y jeeps, arrib¨® al castillo en un momento cr¨ªtico, cuando los defensores se estaban quedando sin municiones. El primero, en verlos fue uno de los alemanes de la fortaleza que al ver los Shermans grit¨®, de manera alarmante para sus compa?eros estadounidenses: ¡°?Panzer!¡±. Ante la llegada masiva del enemigo, en plan Wild West, los Waffen-SS se esfumaron en los bosques.
El final de la batalla del castillo de Itter fue anticlim¨¢tico: los franceses VIP fueron enviados a Francia, los defensores estadounidenses se reintegraron a sus unidades y los alemanes que hab¨ªan luchado a su lado fueron enviados a campos de prisioneros. El d¨ªa 7 de mayo Alemania firmaba su rendici¨®n incondicional. Lee recibi¨® la Cruz de Servicio Distinguido, la segunda condecoraci¨®n m¨¢s alta de EE UU tras la Medalla de Honor, ¡°por su liderazgo y extraordinario hero¨ªsmo en acci¨®n¡±. Por su parte, el fallecido Gangl fue reconocido como un h¨¦roe nacional austriaco por su alianza con el movimiento de resistencia anti-nazi y su participaci¨®n en la defensa del castillo. Una calle de la localidad vecina de W?rgl lleva hoy su nombre. Wimmer, el malvado oficial de las SS que escap¨® de la fortaleza eludi¨® el castigo, pero se suicid¨® en 1952. El Waffen-SS amigo, Schrader, tras pasar un breve internamiento fue liberado y en 1953 entr¨® como funcionario en el Ministerio del Interior del estado de Westfalia. El castillo de Itter se puede contemplar desde fuera en la actualidad, pero no visitar.
En cuanto a m¨ª, espero volver a descubrir en mi vida algo tan excitante como la batalla del castillo de Itter, o al menos, que hagan la pel¨ªcula¡