Los trabajos del ocio

El cap¨ªtulo #20 de ¡®El mundo entonces¡¯ trata sobre una revoluci¨®n que tard¨® en asumirse: la del tiempo libre. Por primera vez las personas lo ten¨ªan a raudales ¡ªy lo usaban sobre todo para mirar y escuchar: m¨²sica, televisi¨®n, deportes, videojuegos

Mart¨ªn Caparr¨®s
Turistas en la playa central de Pattaya, en Tailandia, el d¨ªa internacional de la cometa, en febrero de 2023.
Turistas en la playa central de Pattaya, en Tailandia, el d¨ªa internacional de la cometa, en febrero de 2023.Lauren DeCicca (Getty Images)

En esos d¨ªas una revoluci¨®n que no sol¨ªa contarse como tal hab¨ªa cambiado radicalmente las vidas de las personas: la explosi¨®n del tiempo libre. El derecho al ocio era un invento reciente. La jornada de ocho horas no ten¨ªa m¨¢s de un siglo, las vacaciones pagas menos, la semana de cinco d¨ªas y la consagraci¨®n del ¡°fin de semana¡± como momento de reposo eran m¨¢s nuevas todav¨ªa (ver cap.15). Tanto que, para una buena mitad de la humanidad, la idea de que les pagaran por descansar segu¨ªa siendo una ilusi¨®n o un disparate. Pero a lo largo del siglo XX grandes sectores hab¨ªan accedido a la posibilidad de trabajar menos de un tercio del tiempo de sus vidas: era una novedad absoluta en la historia de los hombres, un cambio que aquella ¨¦poca no supo valorar en toda su importancia. Fue, sin duda, un primer paso de grandes proporciones.



Las vacaciones ten¨ªan una funci¨®n principal: ¡°Si el negocio ¡ªnec otium¡ª defini¨® el trabajo como falta de ocio, la vacaci¨®n invierte los t¨¦rminos y define el ocio como falta de trabajo: vacaciones es cuando no hay que hacerlo. Para eso sirven, como sol¨ªa servir el carnaval: suspenden por unos d¨ªas el orden habitual para que, pasada la pausa, lo retomes y sigas respet¨¢ndolo. Los mismos patrones que nunca quisieron ofrecerlas ¡ªque precisaron una revoluci¨®n social para entregarlas¡ª descubrieron, con el tiempo y el uso, que pocas cosas les sirven mejor: las vacaciones son la zanahoria que te ofrecen para que aceptes l¨¢tigos, el espejismo que te lleva a seguir caminando en el desierto, la forma m¨¢s ladina de puntuar el tiempo¡±, escribi¨® alguien entonces. Y matiz¨®: ¡°Son, tambi¨¦n, gozosas. Las vacaciones son ese momento raro de no tener la vida organizada por la necesidad de gan¨¢rsela. Es el mes corto en que decimos que ejercemos nuestra libertad, despu¨¦s de entregarla once muy largos a cambio de dinero para vivir ¡ªe irnos de vacaciones. Pero la libertad actual, faltaba m¨¢s, tambi¨¦n tiene sus reglas: pocas cosas tan previsibles como esas semanas, esa ruptura que repara. Viaje, playa, comida, m¨¢s alcohol, caprichos, las deshoras, familia, el ansia de un encuentro: el placer habitual de no ser el de siempre o, por lo menos, intentarlo¡±.

Personas en la terraza de un restaurante en Tel Aviv (Israel), en diciembre de 2022.
Personas en la terraza de un restaurante en Tel Aviv (Israel), en diciembre de 2022.NurPhoto (Getty Images)


Las vacaciones ampliaron, obviamente, el espacio del ocio, pero otros elementos tambi¨¦n contribuyeron: por un lado, en todos los pa¨ªses ricos y en muchos que no lo eran tanto se hab¨ªa consolidado la noci¨®n de ¡°pensi¨®n¡± o ¡°jubilaci¨®n¡±: el derecho de cada trabajador de retirarse entre sus 60 y sus 65 a?os y percibir, desde ese momento, una suma mensual que ¡ªcon ciertas estrecheces¡ª le permit¨ªa vivir (ver cap.15). Esa suma pod¨ªa venir del ahorro personal o, en muchos pa¨ªses, de fondos estatales que se nutr¨ªan con los pagos obligatorios de los trabajadores en activo; el sistema supon¨ªa que, cuando a estos les tocara jubilarse, lo recibir¨ªan a su vez gracias a los que estuvieran trabajando entonces.

(Pero ya entonces la ecuaci¨®n estaba en problemas: en el MundoRico la poblaci¨®n trabajadora disminu¨ªa por la baja de la natalidad y la tecnificaci¨®n de las tareas y la poblaci¨®n pensionada aumentaba por la prolongaci¨®n de las vidas (ver cap.6), as¨ª que el equilibrio amenazaba con romperse. En la sociedad post-laboral, un mecanismo basado en la asunci¨®n de que el trabajo segu¨ªa siendo el eje no ten¨ªa buen pron¨®stico.)

Y, por otro lado, las personas en ¡°edad activa¡± trabajaban menos tiempo ¡ªpor esa misma tecnificaci¨®n¡ª o ninguno ¡ªpor la escasez de empleo¡ª: su ocio se agregaba al de los pensionados para formar una masa muy considerable. Por distintas razones, entonces, la civilizaci¨®n de principios del siglo XXI fue la primera en milenios que rebos¨® de ¡°tiempo libre¡± ¡ªy las maneras de ocuparlo ocuparon un lugar preponderante.

Ese lugar era demasiado significativo como para que el capitalismo no lo volviera un producto. El ocio se hab¨ªa convertido en algo que los ociosos no hac¨ªan: compraban, adquir¨ªan. Las maneras de llenar el ocio eran una mercader¨ªa. Que supon¨ªan, en general, diversas formas del relato.

* * *

Esos relatos inclu¨ªan, por supuesto, im¨¢genes en movimiento, palabras dichas, sonidos iracundos, y sacaban mejor partido de las posibilidades de la m¨¢quina ineludible de esos d¨ªas. Aunque se hab¨ªan pensado pensando en el trabajo, los ordenadores o computadores serv¨ªan perfectamente para el ocio: con ellos, a diferencia del esquema cl¨¢sico, trabajo y ocio empleaban el mismo instrumento. As¨ª, los tiempos de uno y otro se mezclaban mucho m¨¢s que lo acostumbrado hasta entonces. Aquellas m¨¢quinas ¡ªjunto con la televisi¨®n ¡°a la carta¡±¡ª soportaban los dos formatos m¨¢s caracter¨ªsticos de la ¨¦poca: los ¡°videojuegos¡± ¡ªpro-gramas de simulaci¨®n donde cada jugador deb¨ªa realizar ciertas acciones, a menudo violentas, a trav¨¦s de dibujos animados que lo representaban sobre una pantalla¡ª y las ¡°series¡± ¡ªhistorias con imagen plana en movimiento partidas en cap¨ªtulos. Una de las caracter¨ªsticas decisivas de ambos era su globalizaci¨®n: tanto las series de ¨¦xito como los videojuegos de ¨ªdem circulaban por todo el mundo. La diferencia era, si acaso, que en los pa¨ªses ricos las consum¨ªa un porcentaje muy alto de la poblaci¨®n y en los m¨¢s pobres uno m¨¢s bajo ¡ªlo cual colaboraba en el armado de esa costra global formada por esa mayor¨ªa en los pa¨ªses ricos y minor¨ªa en los pobres: lo que hemos llamado el MundoRico (ver cap.2). Ligados por ese consumo com¨²n, los m¨¢s ricos de los pa¨ªses pobres se parec¨ªan mucho m¨¢s, en sus esquemas culturales, a la poblaci¨®n de los pa¨ªses ricos que a sus propios pobres. La desigualdad desment¨ªa los espejismos nacionales: la clase, en muchos casos, determinaba m¨¢s que la naci¨®n.



Las ¡°series¡± eran un invento relativamente reciente ¡ªo, mejor, una reformulaci¨®n reciente de un invento viejo. Consist¨ªan en adaptar el mecanismo del follet¨ªn o follet¨®n, la novela por entregas de los peri¨®dicos de papel del siglo XIX, al formato audiovisual de entonces. Hab¨ªan empezado a imponerse a fines del siglo XX y terminaron de consolidarse con la difusi¨®n de esos nuevos proveedores de historias que, a cambio de un abono general, ofrec¨ªan una gran cantidad de opciones que el espectador pod¨ªa elegir y programar para mirar cuando quer¨ªa. El receptor/consumidor no ten¨ªa que aceptar, como hasta entonces, las elecciones y los tiempos del emisor sino que ¡ªdentro de cierta oferta¡ª pod¨ªa manejar los suyos: era un ejemplo t¨ªpico de lo que entonces se entend¨ªa por ¡°libertad¡±. Y origin¨® una forma de consumo que consist¨ªa en las llamadas ¡°maratones¡±: lo que hac¨ªan ciertos espectadores m¨¢s ociosos que otros, que pod¨ªan pasarse muchas horas mirando sin parar el desarrollo de un relato. Con ese auge, las ¡°pel¨ªculas¡± unimembres sufrieron: de pronto, tras parecer novelas, se convert¨ªan ¡ªcon perd¨®n de la referencia arcaizante¡ª en cuentos breves que condensaban las historias y se acababan cuando reci¨¦n estaban empezando.

Una claqueta en el set de la serie 'And Just Like That', la secuela de 'Sexo en Nueva York', en noviembre de 2022 en Nueva York.
Una claqueta en el set de la serie 'And Just Like That', la secuela de 'Sexo en Nueva York', en noviembre de 2022 en Nueva York.James Devaney (GC Images)

Aquellas ¡°series¡±, que sol¨ªan tener entre ocho y doce entregas ¡ª¡°episodios¡±¡ª por a?o ¡ª¡°temporada¡±¡ª, estaban entonces en la cumbre de su ola, tanto en difusi¨®n como en prestigio. Eran, sin duda, la forma de narraci¨®n m¨¢s difundida de la ¨¦poca: cada a?o se filmaban unas 10.000, mitad ficci¨®n, mitad documentales. Su circulaci¨®n ocupaba entonces el lugar que d¨¦cadas antes llenaba la novela escrita ¡ªconvertirse en el comentario de sobremesa m¨¢s habitual de los c¨ªrculos medianamente informados¡ª y su irrupci¨®n hab¨ªa roto con la concentraci¨®n de la producci¨®n audiovisual: era cierto que los Estados Unidos segu¨ªan siendo los productores principales, pero tambi¨¦n lo era que muchos otros pa¨ªses las fabricaban y que, con el sistema de televisi¨®n globalizada, esas series llegaban a todos los rincones ¡ªy pod¨ªan, eventualmente, conseguir un ¨¦xito mundial que poco antes habr¨ªa sido imposible. Segu¨ªa habiendo, sin embargo, un centenar de naciones que nunca produjeron ninguna: lo que entonces se entend¨ªa por diversidad exclu¨ªa a buena parte del planeta.

La variedad de sus temas tampoco estaba a la altura de su cantidad. La proliferaci¨®n de relatos criminales podr¨ªa hacer creer a la historiadora despistada que aquella era una sociedad ahogada en sangre. El crimen estaba sobre todo en las pantallas: su presencia en ellas no guardaba proporci¨®n con su peso en la vida cotidiana. Pa¨ªses cuyas tasas no llegaban a un homicidio cada 100.000 personas al a?o ¡ªtoda Europa Occidental, entonces muy segura (ver cap.23)¡ª produc¨ªan cataratas de historias delictivas como si eso fuera lo central de su experiencia. M¨¢s all¨¢ de esa rara confluencia, los temas de esas series buscaban otras vetas: rom¨¢nticas, hist¨®ricas, costumbristas, dist¨®picas, b¨¦licas, c¨®micas, pat¨¦ticas. Pero la f¨®rmula empezaba a mostrar sus primeros signos de agotamiento, tanto creativo como comercial. El destino de las series fue una met¨¢fora demasiado obvia de las maneras del mundo en ese entonces: casi todo se arruinaba a fuerza de sobreexplotarlo.



Los videojuegos, en cambio, manten¨ªan su ascenso. Se hab¨ªan convertido en la segunda industria cultural por peso econ¨®mico, solo superada por la televisi¨®n, y eran una muestra de cierta din¨¢mica de aquellos tiempos: algo que pocos a?os antes no exist¨ªa se hab¨ªa vuelto un sector decisivo. Los videojuegos generaban, en esos d¨ªas, unos ingresos anuales de 180.000 millones de euros ¡ªel PIB de pa¨ªses como Hungr¨ªa o Irak¡ª, el doble que el cine y la m¨²sica y la pornograf¨ªa sumados, bastante m¨¢s que toda la industria editorial globalizada. Sus grandes compa?¨ªas eran, como siempre en esos d¨ªas, chinas y norteamericanas, con alguna participaci¨®n coreana y japonesa. Y produc¨ªan esas sumas porque ¡ªseg¨²n c¨¢lculos de ¨¦poca¡ª un tercio de la poblaci¨®n mundial jugaba con frecuencia. No eran, como podr¨ªa suponerse, mayormente j¨®venes: los usaban personas de todas las edades, hombres y mujeres, ricos y m¨¢s pobres. Cuando un juego consegu¨ªa ¨¦xito global ¡ªdigamos, por ejemplo, uno llamado ¡°Fortnite¡±, muy difundido entonces¡ª hab¨ªa en cada momento unos 20 millones de personas que lo jugaban simult¨¢neos. Y los cruces eran sorprendentes: no era raro que se encontraran en una misma pantalla competidores de los lugares m¨¢s alejados de la Tierra. Si las series llegaban a personas de todos esos lugares, los videojuegos las integraban en una participaci¨®n realmente global y virtual: para usarlos, la ubicaci¨®n real de la persona no ten¨ªa importancia (ver cap.19).

Aquellos juegos eran artefactos complejos ¡ªpara la tecnolog¨ªa de la ¨¦poca¡ª que inclu¨ªan cientos de opciones y niveles y desv¨ªos posibles. Los dise?aban legiones de programadores que los segu¨ªan redise?ando en un sinf¨ªn de actualizaciones que prolongaban su consumo ¡ªy los ingresos de sus propietarios¡ª por per¨ªodos relativamente largos. Para usarlos se precisaba aprender diversas destrezas; al principio los jugadores las adquir¨ªan a trav¨¦s de la pr¨¢ctica y, si acaso, compartiendo lo que pod¨ªan averiguar. M¨¢s tarde la demanda creciente dio lugar a unos expertos muy j¨®venes, jugadores experimentados, que contaban sus secretos en breves intervenciones audiovisuales. Algunos de ellos se volvieron gur¨²s inesperados y ten¨ªan multitud de seguidores. Los llamaban ¡°youtubers¡± y ganaban millones.


Un estadio durante el Valorant Champions Tour 2023, un torneo de 'e-sports', en Sao Paulo (Brasil).
Un estadio durante el Valorant Champions Tour 2023, un torneo de 'e-sports', en Sao Paulo (Brasil).Riot Games (Getty Images)

Ahora, a la distancia, los mecanismos de esos juegos pueden parecernos extremadamente primitivos. Pero comentaristas de la ¨¦poca subrayaban que uno de sus mayores atractivos era que permit¨ªan a los participantes entrar en otras pieles: volverse vicariamente un mercenario o un constructor de templos o un jugador de f¨²tbol y actuar en ¨¦l como si fueran ¨¦l. Encarnarse en lo que entonces se llamaba un ¡°avatar¡±, una primera aproximaci¨®n a la elecci¨®n-de-persona.

La tem¨¢tica de esos juegos era m¨¢s restringida, en general, que la de las series. Necesitaban el enfrentamiento para poder establecer la competencia entre los jugadores, as¨ª que los m¨¢s exitosos sol¨ªan limitarse a dos t¨®picos: los combates virtualmente violentos y esos combates inermes que llamaban ¡°deporte¡±. As¨ª, algunos de los m¨¢s difundidos consegu¨ªan que los participantes se encarnaran en los futbolistas m¨¢s conocidos de esos d¨ªas. Otros, la mayor¨ªa, llevaban a millones de ni?os y j¨®venes a mejorar sus habilidades militares en tiroteos y emboscadas apocal¨ªpticas que los convert¨ªan en fr¨ªas m¨¢quinas de matar dibujos. Hubo quienes dijeron, en esos d¨ªas, que esa proximidad acr¨ªtica con la muerte criar¨ªa generaciones de asesinos sin remordimientos; la predicci¨®n no pareci¨® cumplirse.

A¨²n as¨ª, hubo reacciones. En China, por ejemplo, se calcul¨® que un cuarto de la poblaci¨®n ¡ªm¨¢s de 350 millones de personas¡ª pasaba por lo menos diez horas por semana jug¨¢ndolos. As¨ª que su gobierno inici¨® una campa?a de desprestigio ¡ªlos llamaba, evocando lo que un activista alem¨¢n hab¨ªa dicho sobre las religiones, ¡°un opio espiritual¡±¡ª y prohibi¨® que los menores de edad los practicaran m¨¢s de tres horas semanales. Quiz¨¢ no lo habr¨ªan hecho si hubieran entendido que la violencia era una componente secundaria de esos juegos. La central era la competencia: propon¨ªan situaciones donde todo consist¨ªa en ganar, donde el m¨¢s fuerte, el m¨¢s astuto, el m¨¢s rico y el mejor armado derrotaba a todos los dem¨¢s. Eran, en ese sentido, una escuela de conducta cuyos efectos se manifestaron despu¨¦s con tanta fuerza.

Comentaristas del torneo internacional de 'Dota' de 2019 en el Mercedes-Benz Arena, en Shanghai (China), en agosto de 2019.
Comentaristas del torneo internacional de 'Dota' de 2019 en el Mercedes-Benz Arena, en Shanghai (China), en agosto de 2019.Hu Chengwei (Getty Images)
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El otro relato decisivo de esos tiempos era uno que no sol¨ªa considerarse como tal: la m¨²sica.

La m¨²sica, entonces, estaba en todas partes: el cambio era casi reciente. A principios del siglo XX la m¨²sica era todav¨ªa esa irrupci¨®n escasa y bienvenida, algo que alguien deb¨ªa producir especialmente ¡ªun cantante, una banda, una pianista, la prima Dolores, los borrachos de la taberna, el coro de la iglesia¡ª, algo que se esperaba y escuchaba con agradecimiento. Pero despu¨¦s, con la invenci¨®n del gram¨®fono, la radio, los altavoces poderosos, el reproductor m¨®vil y el resto de los aparatos, la m¨²sica se volvi¨® omnipresente: se produc¨ªa sin el menor esfuerzo con solo el toque de un bot¨®n, estaba en todos los lugares todo el tiempo ¡ªy lo que resultaba cada vez m¨¢s dif¨ªcil de conseguir era el silencio. De esas incomodidades ¡ªy otras a¨²n m¨¢s inc¨®modas¡ª hablaba el texto de un autor menor publicado en esos d¨ªas:

Personas en el metro de Par¨ªs, en abril de 2018.
Personas en el metro de Par¨ªs, en abril de 2018.NurPhoto (Getty Images)

¡°Hubo tiempos en que escuchar m¨²sica era dif¨ªcil: tiempos en que para que alguien la escuchara alguien ten¨ªa que hacerla en ese lugar, ese momento. Tiempos en que lo habitual era el silencio; en que la m¨²sica era un privilegio y no un engorro, no un apremio. Eran tiempos ¡ªque duraron milenios¡ª en que la m¨²sica era fugaz y hab¨ªa que atenderla, respetarla. Eran tiempos, sobre todo, en que solo sonaban las voces, los sones de los vivos: tiempos en que, para hacerse o¨ªr, no hab¨ªa m¨¢s remedio que estar vivo.

¡°Ahora, en cambio, vivimos en un mundo con m¨²sica perpetua, donde no hay nada m¨¢s dif¨ªcil que el silencio. La m¨²sica ya no se escucha; se oye sin querer, sin cesar, sin atender. La m¨²sica dej¨® de ser una experiencia: es sonido de fondo, batifondo, el ruido que precisamos para no tener que escucharnos vivir. Y los muertos nos la cantan, nos la tocan. Anta?o, de los muertos quedaban los recuerdos, que el tiempo iba gastando. Alguien pod¨ªa comentar, escribir que hab¨ªa o¨ªdo cantar a Carusso, recitar a la Duse, pero no era sino una evocaci¨®n. Las grandes voces eran un apunte cada vez m¨¢s tenue que se desvanec¨ªa; ahora, en cambio, John Winston Lennon canta igual que en 1967, cuando ten¨ªa 26 a?os: cuando viv¨ªa, digamos. Son, es verdad, parte de un mundo que rebosa de memorias: vivimos con su presencia inveros¨ªmil. Nunca hab¨ªa sucedido pero ahora sucede sin parar: desde ultratumba, sus voces nos llegan con una naturalidad que nadie, hace poco, habr¨ªa encontrado natural. Nos hemos acostumbrado, las escuchamos como si nada fuera. Ahora las voces de los grandes muertos ocupan el mismo espacio p¨²blico que las de grandes vivos. No pensamos que por mucho menos se inventaron religiones, satanes, el insomnio. No pensamos que la met¨¢fora definitiva de la muerte es el silencio. Y que, desde siempre, nada fue m¨¢s aterrador que o¨ªr las voces de los muertos.¡±



Pero, adem¨¢s de los muertos, la industria de la m¨²sica necesitaba hacer cantar a los vivos: producir, cada mes, cada semana, fragmentos sonoros que deber¨ªan conocer y reconocer los aficionados que quisieran mantenerse ¡°al d¨ªa¡±. La m¨²sica era el espacio perfecto para el desarrollo de esa tendencia decisiva de la ¨¦poca: ¡°estar a la ¨²ltima¡± ¡ªen el sentido, entonces com¨²n, de intentar consumir los productos que acababa de lanzar tal o cual industria. Ya hablamos hace poco (ver cap.18) del FOMO: Fear Of Missing Out, que en castellano podr¨ªa ser PAPA: P¨¢nico A Perderse Algo.

Era el remedo ¡ªpasado por capitalismo post-industrial¡ª de la actitud de las vanguardias de un siglo antes, que valoraban la novedad por su poder de ruptura; en esos d¨ªas se la valoraba por su poder de venta. En unos mercados sobresaturados de oferta, se esperaba que el relato de lo nuevo pudiera hacer la diferencia.

Por eso, la m¨²sica era el producto m¨¢s anclado en el consumo juvenil: la enorme mayor¨ªa de esas novedades se fabricaban para ellos, a partir de la noci¨®n ¡ªmuy difundida¡ª de que cada persona se apegaba y asum¨ªa como ¡°su m¨²sica¡± la que sol¨ªa escuchar en sus a?os m¨¢s mozos. Y que era la que segu¨ªa consumiendo de all¨ª en m¨¢s, o sea: que era bastante impermeable a esas innovaciones que, en cambio, los m¨¢s j¨®venes necesitaban para sentir que ten¨ªan algo que no ten¨ªan sus mayores, para construirse en esa diferencia. Las m¨²sicas, al fin y al cabo, segu¨ªan funcionando como los tambores de la tribu o del regimiento: para crear mont¨®n.

Concierto de Rosal¨ªa en el WiZink Center de Madrid.
Concierto de Rosal¨ªa en el WiZink Center de Madrid.Claudio Alvarez

El momento culminante de esas m¨²sicas eran los ¡°conciertos¡± o ¡°recitales¡±, actuaciones ¡°en vivo¡± de los m¨²sicos. Eran grandes rituales: las m¨²sicas no se ofrec¨ªan para su conocimiento sino para su reconocimiento. La enorme mayor¨ªa de los espectadores las sab¨ªan de memoria por haberlas escuchado en grabaciones y concurr¨ªan para oir a sus autores repiti¨¦ndolas, dar saltos y reconocerse. Esos espectadores, cada vez m¨¢s, sol¨ªan mantener un brazo en alto; no era, como en los mitines fascistas anteriores, para saludar al gran jefe sino para grabarlo: nada de todo eso ¡ªnada en general, en esos d¨ªas¡ª ten¨ªa sentido si no quedaba registrado.

Y la m¨²sica serv¨ªa, por supuesto, para buscar ¡ªy encontrar¡ª compa?¨ªas. Siempre hab¨ªa sido un lubricante en las relaciones amorosas, pero entonces era una herramienta central de los ritos de cortejo. Si no quer¨ªan usar los recursos virtuales (ver cap.19), el escenario m¨¢s habitual para que dos j¨®venes de cualquier sexo intentaran seducirse era un baile, un concierto, una discoteca: con escuchas comunes, cierta idea de comunidad y bailoteos. El baile siempre hab¨ªa sido una m¨ªmica sexual pero nunca hab¨ªa alcanzado los niveles de explicitud que entonces s¨ª: seg¨²n consta en inn¨²meras im¨¢genes, muchos de los pasos habituales mimaban sin disimulo un coito ¡ªno necesariamente interrupto. La m¨²sica y sus derivados establec¨ªan un espacio de tolerancia que permit¨ªa aproximaciones que, sin ella, habr¨ªan estado fuera de lugar: eso le daba un papel decisivo en el ecosistema de esos tiempos.



A¨²n as¨ª, el negocio declinaba: en esos d¨ªas solo produc¨ªa unos 25.000 millones de euros anuales ¡ªnueve veces menos que los videojuegos, por ejemplo. Una consecuencia de esta proliferaci¨®n del ruido musical fue el auge de los sistemas de defensa. En 2022 el mundo se gast¨® casi tanto dinero en auriculares ¡ªo, dicho de otro modo: la industria de los ¡°cascos¡± era tan rica como la industria de la m¨²sica que se o¨ªa a trav¨¦s de ellos. Frente a la poluci¨®n sonora de todos los espacios, los auriculares ¡ªque se aplicaban directamente a las orejas de sus usuarios¡ª permit¨ªan que cada quien se aislara del entorno y decidiera sus propios sonidos. Los m¨¢s sofisticados ofrec¨ªan una funci¨®n llamada ¡°noise cancelling¡± ¡ªcancelaci¨®n de ruidos externos¡ª con vocaci¨®n de met¨¢fora: la decisi¨®n de apartarse del mundo, rechazar lo colectivo para refugiarse en un espacio individual.

Varias personas con auriculares fotografiadas en Nueva York por el fot¨®grafo Mackenzie Calle, en octubre de 2022.
Varias personas con auriculares fotografiadas en Nueva York por el fot¨®grafo Mackenzie Calle, en octubre de 2022.The Washington Post (Getty Images)


La industria, adem¨¢s, hab¨ªa cambiado mucho. D¨¦cadas antes su base era la venta de grabaciones en diversos soportes ¡ªvinilos, casetes, discos¡ª pero el invento de un sistema de registro digital llamado MP3 y la difusi¨®n de la inter-net propici¨® la instalaci¨®n de un sistema semejante al de las series: proveedores que, por una suma fija, ofrec¨ªan una cantidad desmedida de opciones ¡ªy se quedaban con dos tercios de los ingresos totales del sector. Otro rasgo de ¨¦poca: el intermediario como beneficiario principal. Y la idea, que s¨ª era novedosa, de que no era necesario poseer algo para usarlo: las personas escuchaban canciones sin ¡°tenerlas¡± bajo ninguna forma f¨ªsica.

El m¨¢s usado de esos sistemas, una empresa sueca llamada Spotify, ofrec¨ªa en esos d¨ªas unos 80 millones de canciones ¡ªque aumentaban sin cesar y comprend¨ªan buena parte de lo grabado en los cien a?os anteriores. Pero de los ocho millones de autores de esas m¨²sicas, menos de 8.000 ganaban entonces m¨¢s de 100.000 d¨®lares al a?o con sus canciones, y menos de 800 m¨¢s de un mill¨®n. Las cifras, siendo desalentadoras, alcanzaban para llevar a tantos a tentar su suerte: cada cuatro segundos otra canci¨®n se agregaba a las listas. Spotify ten¨ªa unas 23.000 canciones nuevas cada d¨ªa, m¨¢s de 150.000 cada semana, 700.000 por mes: unos ocho millones de canciones nuevas cada a?o ¡ªy algunas incluso se escuchaban. Eran, por supuesto, ¨ªnfima minor¨ªa.

(Y, sin embargo, los dos artistas que ganaban m¨¢s dinero en esos d¨ªas ¡ªalrededor de 200 millones al a?o cada uno¡ª eran m¨²sicos brit¨¢nicos: el grupo Genesis y el cantor Sting. Los segu¨ªan un actor negro, los creadores de dos series de dibujos ¡ªSouth Park y Los Simpson¡ª y luego un actor blanco, un director de cine y otros tres m¨²sicos. De los diez, nueve eran hombres.)



La b¨²squeda del hit ¡ªel golpe¡ª era el motor constante. Nadie sab¨ªa de antemano cu¨¢les ser¨ªan, pero hab¨ªa algunas pistas. La m¨²sica segu¨ªa siendo, como lo hab¨ªa sido a lo largo de todo el siglo anterior, una industria que consist¨ªa en integrar al sistema la producci¨®n de los marginados ¡ªque, en general, cantaban su marginalidad pero aceptaban y festejaban esa integraci¨®n, los dineros y privilegios resultantes. El tango de los orilleros, el jazz de los negros, el rock de los j¨®venes rebeldes, el rap de los malandrines urbanos hab¨ªan sido los puntales de la m¨²sica m¨¢s popular precedente; ya en esos d¨ªas, una ensalada de ritmos latinos lascivos salpimentados con historias m¨¢s o menos criminales coparon el mercado internacional y vendieron sus cadencias en todos los continentes. Su producci¨®n sol¨ªa ser muy deliberada: los artistas ¡ªcompositores, instrumentistas y cantores¡ª resignaban su independencia para ponerse a las ¨®rdenes de unos artesanos llamados productores, que coordinaban todos los aspectos de su producto con la clar¨ªsima, indisimulada meta de vender todo lo posible. Y funcionaba: incluso los hits populares de los grandes mercados de la China o la India ¡ªa pesar de sus antiguas tradiciones propias¡ª llevaban la huella de globalizaci¨®n.

Quiz¨¢ por eso, la m¨²sica ocupaba ese lugar de privilegio que las otras artes hab¨ªan perdido: estaba en todas partes. La pl¨¢stica, por ejemplo, hab¨ªa cedido tanto que su circulaci¨®n restringida se hab¨ªa mantenido estacionaria durante d¨¦cadas, sin mayores novedades: era el coto de unos cuantos artistas y unos pocos entendidos que fogoneaban un mercado limitado a los m¨¢s ricos y a los museos estatales, y donde un cuadro o escultura recientes nunca alcanzaban los precios ¡ªla medida de la consideraci¨®n¡ª de las obras de m¨¢s de cien a?os.

Hasta que, de pronto, a fines de la d¨¦cada del ¡®10, empez¨® a conocerse una tendencia nueva, sorprendente: los NFT ¡ª¡±Non Fungible Token¡±¡ª eran, en s¨ªntesis, registros digitales, garantizados por su ubicaci¨®n dentro de sistemas de ¡°block chain¡± (ver cap.12), que confirmaban que tal o cual persona era la due?a de tal o cual obra. Lo curioso era que la obra, al ser digital, pod¨ªa ser reproducida infinitamente y disfrutada por cualquiera que tuviera una pantalla; lo que no pod¨ªa serlo era su propiedad. Hab¨ªa quienes dec¨ªan ¡ªaunque no terminara de estar claro¡ª que lo que se celebraba al fin sin m¨¢s tapujos, tras tanto disimulo, no era la obra sino su posesi¨®n.

* * *

Vista desde ahora, las tasas de ocio que viv¨ªan las sociedades de principios del siglo XXI parecen desde?ables, pero esa ¡ªrelativa¡ª explosi¨®n fue decisiva en el desarrollo de los relatos reci¨¦n rese?ados. A¨²n as¨ª, es probable que las dos formas m¨¢s novedosas y decisivas de ocupar los nuevos tiempos libres fueran dos fen¨®menos que se originaron y crecieron a lo largo del siglo XX y ocupaban, ya a principios del XXI, un lugar absolutamente preponderante: el turismo, el deporte. Ya nos hemos ocupado del turismo (ver cap.14). Y quiz¨¢s el rasgo cultural m¨¢s sorprendente de esos tiempos fue la influencia y difusi¨®n que consegu¨ªan esos eventos protagonizados por cuerpos de personas ¡ªentre una y quince, grosso modo¡ª que se enfrentaban seg¨²n diversas reglas para tratar de imponerse a cuerpos semejantes: el deporte.

La noci¨®n de deporte siempre hab¨ªa existido, pero termin¨® de codificarse y consolidarse a fines del siglo XIX, impulsada por los colonos brit¨¢nicos en muy diversos rincones de la Tierra. Fue entonces cuando se convocaron los primeros ¡°Juegos Ol¨ªmpicos¡± ¡ªcopia de unos rituales griegos que inclu¨ªan diversos enfrentamientos de los cuerpos¡ª y fue entonces, sobre todo, cuando se afianzaron en el mundo los grandes deportes que lo dominaban todav¨ªa en la Tercera D¨¦cada: el f¨²tbol, m¨¢s que nada, y el basketball, el tenis, el beisbol o el cricket, el rugby, el box, las carreras de m¨¢quinas diversas.

Ser¨ªa engorrosos repasarlos en detalle. Algunos ten¨ªan predominios parciales ¡ªel cricket solo se jugaba en los pa¨ªses ex brit¨¢nicos, el b¨¦isbol en los ex norteamericanos, el hockey sobre hielo en los helados, y as¨ª de seguido¡ª pero el f¨²tbol se hab¨ªa difundido en casi todos. Su fuerza ten¨ªa una caracter¨ªstica particular: un pensador de la ¨¦poca lo defini¨® como ¡°el invento m¨¢s exitoso que podr¨ªa no haber existido nunca¡± ¡ªpara decir que nada permit¨ªa prever su creaci¨®n y auge: que si no hubiera existido nadie lo habr¨ªa extra?ado.



El f¨²tbol ¡ªpiepelota¡ª era, quiz¨¢, el relato m¨¢s seguido de esos tiempos: la historia de c¨®mo dos grupos contrapuestos pretenden hacer lo mismo al mismo tiempo y solo uno de ellos lo consigue. La gran puesta en escena de esa idea central, que pod¨ªa discutirse pero all¨ª era indiscutible: que para que unos ganen es necesario que otros pierdan.

(Y que el triunfo compartido ¡ªque llamaban empate¡ª es una variaci¨®n de la derrota.)



Como algunos saben todav¨ªa, el f¨²tbol f¨ªsico era un juego que practicaban cuerpos humanos verdaderos, once personas contra otras once encerradas en un predio de una hect¨¢rea para disputarse con los pies el control de una esfera de cuero real de unos 22 cent¨ªmetros de di¨¢metro y medio kilo de peso con el fin de introducirla ¡ªsiempre sin las manos¡ª en un espacio de 171.288 cent¨ªmetros cuadrados delimitado por dos tubos verticales y uno horizontal. Aunque ya empezaban a imponerse los torneos femeninos, los de hombres ¡ªque hab¨ªan sido casi exclusivos durante el siglo XX¡ª manten¨ªan su ventaja de p¨²blico, repercusi¨®n, ganancias.

Los futbolistas eran grandes agentes dinamizadores de la econom¨ªa: su pr¨¢ctica produc¨ªa negocios por valor de unos 40 o 50.000 millones de euros al a?o. Estaba, por supuesto, todo el movimiento directo ¡ªtransmisiones, publicidades, grandes contratos de las grandes estrellas. Estaba la venta de sus camisetas y dem¨¢s chucher¨ªas: en 2021, las cinco grandes ligas europeas vendieron 16 millones de camisetas de sus jugadores: un negocio de 1.600 millones de euros. Y hab¨ªa efectos m¨¢s impensables, como la explosi¨®n de una rama artesanal de ¨¦poca: la peluquer¨ªa para hombres. Hasta entonces los peluqueros inventivos eran para mujeres. Pero los futbolistas impon¨ªan peinados o cortes complicados que millones quer¨ªan imitar y para eso se precisaban profesionales preparados. Gracias a ellos, la peluquer¨ªa para hombres se multiplic¨® como salida laboral para miles y miles.

Pero, m¨¢s all¨¢ o m¨¢s ac¨¢ de esos negocios, hab¨ªa algo que val¨ªa m¨¢s que nada: el f¨²tbol establec¨ªa un modelo. Gracias a la televisi¨®n globalizada, el mundo rebosaba de chicos que quer¨ªan ser como sus ¨ªdolos: apuntarse al mito del ¨¦xito s¨²bito, inmediato, casi sin esfuerzo, ganar fortunas sin saber gran cosa, acelerar los coches m¨¢s potentes, beneficiarse a las rubias m¨¢s taradas, ganarles a todos porque solo importaba yo yo yo; vivir para el triunfo y el dinero y los aplausos. Por eso al capitalismo global el f¨²tbol le sal¨ªa muy barato: lograba que millones, cientos de millones de chicos en el mundo pensaran que lo mejor que les pod¨ªa pasar era abandonar su barrio, sus amigos, su pa¨ªs, y apostar a la salvaci¨®n individual: no buscar la forma de crecer con todos sino dejarlos atr¨¢s y transformarse en uno de los otros, triunfar en esta vida.

Fans del equipo de f¨²tbol de Argentina antes de la final del Mundial de f¨²tbol de Qatar, en diciembre de 2022.
Fans del equipo de f¨²tbol de Argentina antes de la final del Mundial de f¨²tbol de Qatar, en diciembre de 2022.DeFodi Images (Getty Images)


Mientras tanto, un partido de f¨²tbol consist¨ªa en una sucesi¨®n interminable de fracasos: su meta de introducir la esfera entre los postes se cumpl¨ªa muy poco, quiz¨¢ dos o tres veces a lo largo de la hora y media larga que duraba. Esa conciencia del fracaso sostenido deb¨ªa darle, imaginamos, un car¨¢cter ejemplar que lo enaltecer¨ªa. En una ¨¦poca en que las v¨ªctimas eran la categor¨ªa m¨¢s reverenciada, unos cuerpos que eran v¨ªctimas permanentes de su dificultad y su torpeza se merec¨ªan toda consideraci¨®n.

Pero no parece que esta derrota permanente haya podido justificar por s¨ª sola su ¨¦xito incre¨ªble: el f¨²tbol era uno de los temas centrales de esos d¨ªas, lo segu¨ªan innumerables medios de prensa ¡ªdiarios y revistas y programas de radios y televisiones especiales¡ª y ten¨ªa una facilidad enorme para producir conciencia grupal, lealtades tremebundas. En tiempos en que las personas cambiaban con frecuencia de trabajos, parejas, pa¨ªses, actividades, idea de s¨ª mismas, a¨²n de sexo, muy pocas imaginaban la posibilidad de cambiar de ¡°pertenencia¡± futbol¨ªstica: la mayor¨ªa eleg¨ªa, en su infancia, ¡°ser¡± de un club y segu¨ªa ¡°si¨¦ndolo¡± a lo largo de su vida. Esta pertenencia implicaba alegrarse con las victorias de ese equipo y las derrotas de alg¨²n otro, apenarse con sus derrotas y las victorias de ese otro, prestarle una atenci¨®n extrema. Lo cual se reproduc¨ªa a nivel nacional: los ciudadanos de cada pa¨ªs supon¨ªan que su ¡°selecci¨®n¡± ¡ªel equipo formado con los mejores jugadores nacidos en su territorio¡ª representaba a sus patrias y a ellos mismos, enarbolaban su orgullo y su bandera: durante sus a?os de gloria el f¨²tbol probablemente fue, entre otras cosas, la mejor manera de resolver sin resolver los conflictos entre pa¨ªses y sectores: de mimarlos, disolverlos en un gran como si. Eran brutas explosiones de nacionalismo donde nada explotaba, una manera casi afortunada de encauzar la estupidez global por v¨ªas inocuas.

Ese fue su rasgo principal: la fuerza de la sustituci¨®n. Los millones y millones de aficionados consegu¨ªan sentir que lo que hac¨ªan esos once cuerpos en el campo los representaba, los involucraba; sol¨ªan hablar de esas acciones en primera persona del plural: ganamos, perdimos, salimos campeones. Era, sin duda, la consagraci¨®n m¨¢s extrema de la delegaci¨®n: ellos hacen, nosotros miramos, lo hacemos entre todos. Con el poder de este mecanismo, se hizo incre¨ªble la cantidad de personas que los segu¨ªan. El f¨²tbol lleg¨® a un grado de popularidad como nunca antes hab¨ªa tenido nada ¡ªsalvo, quiz¨¢s, alguna religi¨®n en su momento m¨¢s glorioso. El ¨²ltimo partido de su ¡°Mundial¡± de 2022 fue vista en directo por m¨¢s de 1.500 millones de espectadores: no hab¨ªa habido, en toda la historia de la humanidad, ning¨²n momento en que esa cantidad de personas hubiera hecho lo mismo al mismo tiempo.

(Y el triunfo en esa competencia de un pa¨ªs que se llamaba Argentina caus¨® la mayor movilizaci¨®n popular de su existencia, cinco millones de personas en la calle.)



Pero el deporte, en esos d¨ªas de preeminencia de los cuerpos, no solo era un espect¨¢culo: todav¨ªa estaba firmemente arraigada la convicci¨®n de que ¡°hacer deporte¡± era bueno para la mente y el cuerpo: los padres fomentaban esas actividades en sus hijos, las realizaban ellos mismos mientras pod¨ªan, sent¨ªan la p¨¦rdida de esas facultades como una prueba irrecusable de su decadencia. Resulta, a la distancia, tan sorprendente recordarlo.

Pr¨®xima entrega 21. Palabras, palabras, palabras

Por primera vez, la mayor¨ªa de las personas sab¨ªa leer. Hab¨ªa m¨¢s universidades y universitarios que nunca. Pero casi no le¨ªan libros y cada vez menos peri¨®dicos.

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