Memorias memorables
Lo primero que juzga uno, tras leer los enormes cuadernos de recuerdos de Carlos Morla Lynch, es que era una buena persona
Lo primero que juzga uno, tras leer las ochocientas p¨¢ginas de estos enormes cuadernos de recuerdos (Editorial Renacimiento), es que su autor, Carlos Morla Lynch, era una buena persona. Una bondad, sin embargo, que no estaba inspirada por la compasi¨®n, la caridad, la piedad u otra virtud cristiana, sino por la inteligencia. Y buena prueba de ello es que no confunde en ning¨²n momento a los buenos con los malos. Los malos, por cierto, suelen ser tontos de remate.
Algunos lectores le conocen ya gracias a los diarios anteriores, los de 1928 a 1936, dominados por la figura de Lorca, ¨ªntimo amigo de Morla, y los de 1936 a 1939, estremecedores documentos sobre la Guerra Civil en los que no abandona nunca el juicio puramente humano para abrazar una ideolog¨ªa u otra. Su grandeza es evidente cuando sabemos que salv¨® la vida a dos mil personas acogi¨¦ndolas en la Embajada de Chile de la que era encargado de negocios, pero en realidad actuaba como embajador. Los primeros centenares eran ciudadanos de derechas perseguidos por los sayones rojos que los mataban en las checas y en las cunetas de Madrid. En la segunda parte son refugiados republicanos a los que persegu¨ªan con sa?a los esbirros de Franco. Total, dos mil vidas salvadas por este hombre, una especie de Schindler chileno.
Y ahora nos llega su diario de Berl¨ªn, cuya primera entrada es de enero de 1939 y la ¨²ltima de julio de 1940. As¨ª que da un testimonio ¨²nico del asalto de los nazis a la fortaleza europea y a la declaraci¨®n (nunca oficial) de guerra invasora. As¨ª, por ejemplo, asisti¨® en persona a la reuni¨®n del Reichstag en la que G?ring comunic¨® a todas las embajadas mundiales la anexi¨®n de Polonia: un disimulado anuncio de la guerra inminente.
Pero no es s¨®lo un testimonio hist¨®rico, es tambi¨¦n un cuadro esc¨¦nico del Berl¨ªn de aquel momento con toda su abigarrada y diversa complejidad. Morla era un hombre de curiosidad insaciable y un talento literario indudable con el que dibuja cientos de retratos ¡°al natural¡± de la m¨¢s variada ¨ªndole: viejos arist¨®cratas acabados y medio lelos, odiosos funcionarios del Reich, o la gente menuda que forma su ¨¢mbito favorito, camareros, vendedores callejeros, criadas, mendigos, bebedores de taberna, ch¨®feres, proletarios, en fin, el pueblo que tanto le hab¨ªa fascinado en Espa?a y que nunca olvidar¨ªa. De hecho, mientras est¨¢ viviendo el ascenso de Hitler, la invasi¨®n de Polonia o la ca¨ªda de Par¨ªs, no deja de preocuparse por los 17 comunistas que a¨²n estaban refugiados en la Embajada de Madrid y sobre los que tem¨ªa un asalto brutal que los sacara por la fuerza de la embajada y los fusilara de inmediato. Viv¨ªa espantado por las noticias que recib¨ªa de Espa?a sobre la barbarie del r¨¦gimen, aunque no todas eran ciertas.
La misma honestidad que le llev¨® a refugiar primero gente conservadora y luego revolucionaria le habr¨ªa llevado a proteger jud¨ªos de haberse quedado m¨¢s tiempo en Berl¨ªn. Su indignaci¨®n ante los primeros actos criminales antisemitas le encend¨ªa una c¨®lera que no pod¨ªa manifestar dada su posici¨®n oficial.
No le dio tiempo. En 1940 lo enviaron a Suiza donde permaneci¨® hasta 1947. Aquel hombre imparcial, tan de la Tercera Espa?a, vivi¨® la guerra en el m¨¢s neutral de los pa¨ªses europeos. Luego tendr¨ªa otros destinos hasta morir en 1969 y ser enterrado en Espa?a, su patria de adopci¨®n.
Los aficionados a la m¨²sica tenemos, adem¨¢s, un regalo. M¨²sico vocacional, amigo personal de Claudio Arrau y entusiasta de Furtw?ngler, vienen en sus memorias recuerdos de algunos conciertos sensacionales. La edici¨®n, a cargo de Inmaculada Lergo, con un estupendo conjunto de fotograf¨ªas, es soberbia. ?Ah, y con pr¨®logo de Trapiello!
Babelia
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