La guerra del sargazo
El escritor mexicano Jorge Comensal recorre en esta cr¨®nica realizada para el proyecto ¡®Cuenta Centroam¨¦rica¡¯ las playas dominicanas, donde ¡°en vez del binomio arena blanca y agua turquesa nos enfrentamos a una amplia variedad de tonos que van del amarillo mostaza al negro carbonizado¡±
1. La primavera ebria
El mar est¨¢ indigesto. Borracho de carbono, ars¨¦nico, nitratos. En vez de azul turquesa y transparente, tiene la piel biliosa, turbia, enferma. El mar viene mareado y se tropieza. ?Qui¨¦n puso aqu¨ª esta isla? De rodillas sobre la arena blanca del Caribe, expulsa toneladas de alga enmara?ada con basura. En vez de hojas y tallos, el sargazo tiene l¨¢minas y estipes; carece de ra¨ªces porque vive sin patria, flotando a la deriva; esas peque?as uvas fraudulentas son ves¨ªculas llenas de gas para no hundirse.
El mar escupe, se alivia y reincorpora, pero ah¨ª viene otra arcada. El v¨®mito se pudre bajo el sol de mayo. Las moscas proliferan y los turistas huyen. Un batall¨®n de S¨ªsifos descalzos se pasa la ma?ana trabajando para disimular esta cat¨¢strofe. El tridente de Poseid¨®n ser¨ªa ¨²til para demoler las cordilleras de ensalada rancia que cubren las playas.
?Ah¨ª vienen dos fuere?os.
?Parece que est¨¢n locos.
Uno le toma fotos a un mont¨®n de sargazo como si se tratara de una supermodelo en bikini, posando para un calendario tropical. ?Qu¨¦ tanto escribe el otro en su cuaderno? Act¨²a como si el mar estuviera dando una conferencia de prensa.
?Seguro est¨¢n drogados.
?Tal vez se confundieron y se liaron un churro de sargazo.
?Yo creo que s¨ª.
2. El viejo mar de los sargazos
El domingo 16 de septiembre de 1492, los tripulantes de La Ni?a, La Pinta y la Santa Mar¨ªa ¡°comenzaron a ver muchas manadas de yerva muy verde que poco hab¨ªa, seg¨²n le parec¨ªa, que se hab¨ªa desapegado de tierra¡±. As¨ª lo escribe fray Bartolom¨¦ de Las Casas al resumir el diario de Crist¨®bal Col¨®n. Esa hierba le dio falsa esperanza al almirante; estaban muy lejos de tierra, en el extremo oriental del Mar de los sargazos, una regi¨®n apacible del Atl¨¢ntico norte en donde prosperan, desde tiempos ignotos, grand¨ªsimas praderas de macroalgas pel¨¢gicas.
17 de septiembre de 1492: ¡°En amaneciendo, aquel lunes, vieron muchas m¨¢s yervas y que parec¨ªan yervas de r¨ªos, en las cuales hallaron un cangrejo vivo, el cual guard¨® el Almirante¡±. Ese pobre cangrejo que atrap¨® Col¨®n es la primera v¨ªctima de la colonizaci¨®n occidental del Nuevo Mundo. Pertenec¨ªa probablemente a la especie Planes minutus, navegante perpetuo que habita en los caparazones de tortugas, el casco de los barcos y las islas de sargazo.
El diario de Col¨®n est¨¢ lleno de ¡°yerva¡±: el 29 de septiembre ¡°Vieron mucha yerva¡± y el 30 ¡°Vi¨¦ronse cuatro alcatraces en dos veces. Yerva, mucha¡±. El 2 de octubre el Almirante anot¨® que la ¡°yerva ven¨ªa del este a oeste por el contrario de lo que sol¨ªa: parecieron muchos peces; mat¨®se uno¡±. El 8 ¡°Pareci¨® la yerva muy fresca; muchos pajaritos del campo, y tomaron uno que iba huyendo al Sudoeste, grajaos y ¨¢nades y un alcatraz¡±. Entonces la hierba marina pierde protagonismo. Se topan con las Indias, la gente y sus aldeas. El sargazo vuelve hasta el regreso: el 17 de enero de 1493 Col¨®n ¡°vio mucha yerva de la que est¨¢ en la mar¡±. El 2 de febrero: ¡°Vieron tan cuajada la mar de yerva que, si no la hubieran visto [en el viaje de ida], temieran ser bajos¡±.
El Mar de los Sargazos era una zona estable del Atl¨¢ntico hasta que, en 2009, el viento desbocado comenz¨® a propiciar las migraciones. Las carabelas de alga llegaron a la costa norafricana y bajaron, llevadas por la corriente de las Islas Canarias, a la corriente ecuatorial del Norte, que avanza hacia el oeste impulsada por la rotaci¨®n de la Tierra en el sentido contrario.
El sargazo prosper¨® en el soleado ecuador. A principios de 2011 arriban las primeras oleadas al Caribe. El mundo est¨¢ cambiando y ¨¦ste es uno de sus s¨ªntomas. Se forma un nuevo pi¨¦lago yerboso. En la revista Science lo bautizaron Gran Cintur¨®n Atl¨¢ntico de Sargazo.
Doce a?os despu¨¦s, en mayo de 2023, llego a Rep¨²blica Dominicana para escribir esta cr¨®nica.
3. Una misi¨®n peligrosa
Son las 7:30 de la ma?ana del s¨¢bado 20 de mayo en el restaurante del hotel. La m¨²sica ambiental parece de pel¨ªcula softporn. La escena, sin embargo, no es er¨®tica: el fotorreportero Orlando Barr¨ªa y yo esperamos a Radam¨¦s, conductor capitale?o con quien recorreremos las playas al oriente de Santo Domingo. Aparte de una taza de combustible expreso, ped¨ª un jugo verde que al oxidarse parec¨ªa un licuado de sargazo (por desgracia, el sargazo no es buena opci¨®n alimenticia, pues acumula ars¨¦nico y otros metales). Orlando es chileno y lleva muchos a?os en Rep¨²blica Dominicana. Le pregunto qu¨¦ clase de reportajes suele hacer. Me cuenta que ha cubierto, entre otras cosas, la guerra en Ucrania (donde le toc¨® vivir los tiroteos), la visita del papa Juan Pablo II a Cuba, el terremoto de 2010 en Hait¨ª. Ha trabajado muchas veces en el pa¨ªs vecino, el m¨¢s pobre y atormentado del continente. Hace un par de a?os recorri¨® La Saline, un barrio de Puerto Pr¨ªncipe, con Jimmy Ch¨¦rizier, al¨ªas Barbecue, l¨ªder del G9 Fanmi, uno de los grupos armados que luchan por el poder en Hait¨ª. En el funeral de Jovenel Mo?se, el presidente asesinado el 7 de julio de 2021, hubo disparos. ¡°Ah¨ª casi me fui a la mierda¡±, me dice en un tono que rompe el hielo entre dos tipos que acaban de conocerse. Comparada con esas experiencias, nuestra misi¨®n debe resultarle m¨¢s aburrida que ir al peluquero, donde al menos hay tijeras afiladas. De haberlo sabido, lo habr¨ªa tratado de intimidar cont¨¢ndole que se ha descubierto la presencia de bacterias carn¨ªvoras del orden Vibrio en el sargazo, por lo que nuestro recorrido equivale a salir en busca de can¨ªbales.
En esta isla cabe todo: en un extremo la miseria del fallido estado haitiano, en el otro la opulencia de Punta Cana, a donde llegan hordas de millonarios a cebarse bajo el sol. En medio est¨¢ la vida caribe?a: siglos de buena m¨²sica y mal gobierno, la fr¨¢gil bonanza del turismo, la precariedad del transporte y la vivienda. Tambi¨¦n cabe el ingenio: un grupo de estudiantes dominicanos acaba de ganar el Engineering Inspiration Award de la competencia FIRST Robotics, por desarrollar ¡°un reactor que genera combustible¡± a partir del sargazo. El Instituto Tecnol¨®gico de Santo Domingo tambi¨¦n est¨¢ tratando de aprovechar el sargazo como abono org¨¢nico. En el Caribe mexicano, donde el sargazo tambi¨¦n se ha convertido en un problema enorme, se han fabricado ladrillos para construcci¨®n. Aunque estas iniciativas son dignas de celebraci¨®n y apoyo, el suministro disperso e intermitente de la materia prima complica la viabilidad de estos proyectos. Por eso no soy tan optimista ante la posibilidad de sacarle provecho a esta abundancia. Espero equivocarme, como me equivoqu¨¦ al creer que Radam¨¦s nos hab¨ªa dejado plantados esa ma?ana.
4. El brujo de Boca Chica y el fantasma de Playa Caribe
Con un modesto retraso de hora y media, salimos de la ciudad. Llueve copiosamente cuando nos bajamos en la diminuta Playa de San Andr¨¦s para ver la primera acumulaci¨®n de sargazo del trayecto. A menos de un kil¨®metro del Club N¨¢utico de Santo Domingo, parece que ha nevado en el Caribe: las algas est¨¢n glaseadas con esferas de poliestireno expandido. Las llantas en la arena forman ollas de caldo venenoso. A lo lejos, las gigantescas gr¨²as del puerto carguero completan el paisaje antropog¨¦nico.
A diez minutos de esa distop¨ªa se encuentra un rinc¨®n paradisiaco. Boca Chica est¨¢ protegida del oleaje y del sargazo por islotes de manglar. Como a¨²n es temprano, casi no hay visitantes. Un restaurantero se nos acerca para convertirnos en comensales. Lo decepcionamos al decir que estamos en una misi¨®n period¨ªstica. Trato de interrogarlo sobre los impactos del sargazo, pero me aclara que, aparte de empresario gastron¨®mico, es brujo, lo cual le asegura abundacia y buena suerte. ¡°Primero Dios, despu¨¦s yo¡±. Tiene el cuello cargado de collares y amuletos. Con ellos se protege de envidias y agresiones sobrenaturales. Fuma un cigarro grueso. Nos dice que los lunes va al cementerio para hacer tratos con el gran var¨®n. Le cobra fortunas a pol¨ªticos y celebridades para invocarlo. Como mi conocimiento de hechicer¨ªa caribe?a es a¨²n peor que el de ficolog¨ªa, asumo que el socio del brujo es un var¨®n, cuando en realidad se trata de un pr¨ªncipe con b alta: el Bar¨®n del cementerio es la primera persona enterrada, primogenitura que le confiere poderes m¨¢gicos.
Nos despedimos del brujo y seguimos. En la siguiente playa que visitamos tampoco hay sargazo. Remojo los pies con fines puramente hedonistas y Orlando retrata a un perro muy simp¨¢tico que retoza en el agua junto a un par de ni?os.
Frustrados por la escasez de material para la cr¨®nica, tomamos la Autov¨ªa del Este. Radam¨¦s acelera conforme nos desesperamos de la pulcritud del agua en esa zona. Orlando y yo vamos atentos a las olas. Luego de un buen rato de persecuci¨®n, por fin avistamos una peque?a bah¨ªa azotada por olas de color chocolate. Grito con entusiasmo, como si acabara de ver al papa Juan Pablo II en una tabla de surf. Radam¨¦s frena abruptamente y mete reversa. Durante medio minuto, protagonizamos una pel¨ªcula de acci¨®n.
La playa luce abandonada. Hay un restaurante destartalado y una multitud de palapas vac¨ªas. Mucha yerva. Las olas muelen el sargazo contra las paredes rocosas de la bah¨ªa. Por eso el mar luce turbio. En cuclillas escucho el rumor multitudinario de las peque?as moscas blancas. La brisa disipa el olor de la materia descompuesta. Camino con el agua hasta las rodillas. Las l¨¢minas son m¨¢s ¨¢speras de lo que esperaba, acostumbrado a la suavidad de las algas que flotan en la sopa miso. Es como entrar a una alberca llena de hojarasca.
A lo lejos veo a un hombre que pesca. Me interesa preguntarle si el sargazo ahuyenta a los peces. Tomamos una vereda repleta de basura (platos blancos de poliestireno) y cuando llegamos a la punta ya no lo encontramos. No entiendo c¨®mo se fue sin que nos lo top¨¢ramos. Confundidos por la desaparici¨®n, Orlando y yo vemos las rocas batidas por el oleaje. Se trata de una violencia hipn¨®tica. Domina el pensamiento y lo relaja.
De regreso en la playa nos topamos con otro hombre. Se llama Alfredo. Le cuento a qu¨¦ venimos. Enciendo la grabadora y le pregunto c¨®mo se llama este lugar tan bello. Playa Caribe. ?C¨®mo enfrentan el sargazo? Los mi¨¦rcoles viene el cami¨®n que se lo lleva. ¡°Nosotros, que trabajamos aqu¨ª, venimos y limpiamos. Somos veinte¡±. Es lac¨®nico y pausado. ¡°Lo echamos en carretilla y en sacos. Hacemos un hoyo y lo enterramos, tambi¨¦n¡±. La grabaci¨®n est¨¢ repleta de olas y viento. ¡°Esta playa es bonita cuando est¨¢ limpiecita. A la gente le gusta ba?arse, as¨ª no se pueden ba?ar¡±. Nos aclara que el sargazo es estacional, que el resto del a?o las playas quedan limpias. Le pregunto si conoce otras playas que est¨¦n afectadas. ¡°En Guayacanes hay lomas, ah¨ª est¨¢n metiendo palas. Hay mucha, ah¨ª¡±. Al hablar de ¡°palas¡± no se refiere a las herramientas t¨ªpicas de jardineros y sepultureros sino a tractores con retroexcavadoras industriales, necesarias para lidiar con toneladas de alga mojada.
¡°Yo ahora voy a subir para all¨¢¡±. Se sube a su motocicleta y sale disparado hacia la autov¨ªa. Radam¨¦s encienda la camioneta y pisa el acelerador para seguirlo.
5. La guerra: drones y submarinos
El buzo de Guayacanes me pidi¨® que no revele su nombre ni su apodo. Para ocultar su identidad debo omitir otros detalles pintorescos de nuestra conversaci¨®n, que transcurre rodeada de pescadores. Tampoco hay turistas en esta playa. S¨®lo botes pesqueros y lomas de sargazo, como nos advirti¨® Alfredo.
El buzo me cuenta que ellos han llegado a recoger el sargazo en balsas y con redes para alejarlo de la costa. A diferencia de Alfredo, es muy locuaz. Despu¨¦s de describir los dolorosos piquetes de la pulga de tibur¨®n (¡°pican m¨¢s que un mosquito y una hormiga juntos¡±), me pregunta si somos bi¨®logos. ¡°No¡±, le aclaro, ¡°periodistas. ?l, fot¨®grafo, y yo, escritor.¡±
¡°Aqu¨ª hay otra cosa y ojal¨¢ y t¨² lo pongas, que eso s¨ª est¨¢ afectando la pesca: la b¨²squeda de almeja. El que busca almeja desbarata todo¡ Vamos a suponer: en una piedra, en esa cueva ah¨ª, es que los peces ponen sus huevos; si usted viene y les desbarata eso, ?qu¨¦ hace? Les quita la cueva y son millones de peces que nacen ah¨ª. Pueden ser langostas, pulpos. Porque la mayor¨ªa vienen a desovar aqu¨ª, a la orilla. Y es un sacrilegio lo que le est¨¢n haciendo¡ Porque anteriormente se buscaba bien, t¨² buscabas la almeja en la arena con una cuchilla, la cog¨ªas, pero ahora no, ahora entre las piedras, desbarat¨¢ndolas¡ eso es un abuso, no se ve pulpo, no se ve nada. Al no venir carnada para ac¨¢, no bajan¡ Y aqu¨ª es que desovan los peces, el pargo, todo aqu¨ª desova en la orilla, y si no encuentra piedras, ?c¨®mo crece para despu¨¦s irse afuera?¡±.
Intento reencausar la charla hacia el sargazo; le pregunto si cree que tambi¨¦n afecta al ecosistema marino. ¡°?Claro! Porque es que calienta. Ojal¨¢ tuviera una careta, que yo lo iba a llevar, para que vea, que la jaiba, los lamb¨ª, las almejas que hay desbaratadas, cada vez que el sargazo les da, que calienta el sol, las mata, los lamb¨ª se mueren, el pulpo se muere, las sardinas se mueren, porque es que el sargazo calienta como si fuera una estufa. Cuando le da el sol calienta el agua y el pez busca agua media. Tambi¨¦n cuando se desbarata [el sargazo se pulveriza por el oleaje y la deshidrataci¨®n en la arena], el grumo que queda fino tapa esa cueva [se refiere a la cueva donde se refugian los peces]. El pulpo, la morena, todos le huyen a eso. El mar lo va arrastrando [el sargazo pulverizado], va cayendo, va cayendo, tapa las cuevas, si el pescado est¨¢ ah¨ª, o el pulpo, tambi¨¦n lo tapa. El jueves yo estaba en Juan Dolio [la siguiente playa que visitaremos] y estaba buscando pescado y vi un congr¨ª en la cueva, pero muerto, la boca llena de esa sargaza negra, esa sargaza desbarata todo¡¡±.
Afirma que la acumulaci¨®n del sargazo ha disminuido la profundidad del mar costero. ¡°Y esto ?se?ala la playa? ha subido much¨ªsimo, porque mucha la entierran para que se deshaga. Aqu¨ª hicieron hoyos con pala y atajaron toneladas¡ Ya eso es menos playa, hasta que venga un cicl¨®n, un cicl¨®n batatero y arrase.¡±
Ya entrados en confianza, me comparte su teor¨ªa sobre el origen de la crisis: ¡°Yo le voy a hacer una pregunta. Anteriormente no hab¨ªa guerra, no hab¨ªa tanto sargazo. Ahora hay guerra en algunos pa¨ªses y el sargazo no para. ?Qu¨¦ es lo que pelean? ?No son submarinos? ?Y d¨®nde est¨¢ eso? En el fondo. Cada vez que pasa un barco de esos con alta potencia lo remueve. Es una idea loca, pero me lleg¨® as¨ª, no s¨¦. Una idea de un buzo loco, dominicano. Imag¨ªnese, un barco de ciento sesenta mil toneladas, la expulsi¨®n que hace, y ya est¨¢ semimadura [la sargaza], los submarinos que se meten entre ellas¡ ?Me entiende? Imag¨ªnese cada vez que cae una bomba, un misil, una vaina, es en el fondo que explotan.¡±
Como ¨¦l mismo reconoce que la hip¨®tesis es una ¡°idea loca¡±, no siento obligaci¨®n de confrontarla y le pregunto qu¨¦ tanto ha cambiado el panorama a lo largo de su vida. ¡°Es muy diferente a los tiempos de cuando era ni?o. Porque inclusive yo como loco viejo he notado que las estaciones est¨¢n variando mucho¡ Nosotros estamos destruyendo nuestro planeta.¡±
Mientras el buzo mezcla perlas de sabidur¨ªa con ideas extravagantes, Orlando sobrevuela la playa con un dron y toma fotograf¨ªas cenitales. Ese punto de vista permite apreciar la magnitud del fen¨®meno que tapiza la costa de materia insalubre. En vez del binomio arena blanca y agua turquesa nos enfrentamos a una amplia variedad de tonos que van del amarillo mostaza al negro carbonizado, pasando por un marr¨®n excrementicio.
Por desgracia no hay submarino que sirva para luchar contra el sargazo. El enemigo tiene de su lado la rotaci¨®n terrestre, la radiaci¨®n solar en el Atl¨¢ntico tropical, el aumento del carbono en el agua y la atm¨®sfera. No queda claro qu¨¦ tanto influye la abundancia de fertilizantes que los r¨ªos llevan a ambos lados del oc¨¦ano; tampoco si el calentamiento del agua (que este a?o ha alcanzado niveles inauditos) propicia o inhibe la reproducci¨®n del alga. El Gran Cintur¨®n Atl¨¢ntico de Sargazo existe hace una d¨¦cada y apenas empieza a comprenderse; resulta dif¨ªcil prever si seguir¨¢ creciendo, se estabilizar¨¢ o disminuir¨¢. En cualquier caso, su tama?o vuelve necesaria la cooperaci¨®n internacional. Adem¨¢s, el calentamiento global plantea otros desaf¨ªos al Caribe. A corto plazo, el peor es el fortalecimiento de los huracanes; a largo, el aumento del nivel del mar.
6. La tregua
Nos despedimos del buzo y nos dirigimos a nuestra ¨²ltima escala. La playa de Juan Dolio est¨¢ repleta de ba?istas lugare?os. Juegan, nadan, reposan y caminan sobre el sargazo, con aparente indiferencia. Vinieron a divertirse, no a dar entrevistas. ¡°?No son de aqu¨ª?¡±, nos pregunta una joven. Su amiga se nos adelanta y le responde: ¡°Les gusta la piel morena¡±. Supongo que eso de que andamos preparando una cr¨®nica no suena veros¨ªmil.
Es hora de irnos. Camino de la camioneta, me detengo junto a un tronco que atraviesa la playa: hay un pez muerto en una cama de ensalada marr¨®n. Una se?ora se acerca y me ofrece ayuda con una mano para cruzar el obst¨¢culo. Sonr¨ªo y le doy las gracias. Soy flaco y torpe, pero no tanto. En la otra mano ella carga un vaso de pl¨¢stico lleno de ves¨ªculas flotadoras de sargazo. Se nota que ha escogido las m¨¢s frescas. Apenado, no me atrevo a preguntarle para qu¨¦ las recolecta. Sospecho que Col¨®n tambi¨¦n lo hizo. Aparte del cangrejo, se debe haber llevado algo de yerva.