Ser joven en los a?os de plomo del terrorismo: ¡°Yo olvido, pero no perdono: no se puede perdonar lo imperdonable¡±
El libro ¡®Eso que llamabas para¨ªso¡¯ (Libros del K.O.) parte del testimonio del hijo del socialista asesinado Enrique Casas para ahondar en las vivencias de los ni?os en tiempos de terrorismo
La tarde del jueves 23 de febrero de 1984 fue desapacible, con nubes y chaparrones en San Sebasti¨¢n. Entre las rachas de viento, dos hombres ataviados como obreros llamaron a la puerta del socialista Enrique Casas, en el n¨²mero 12 de la traves¨ªa de la Alondra, que en aquel momento estaba preparando un discurso electoral. Casas pregunt¨®, desde el otro lado, qui¨¦n llamaba, qu¨¦ quer¨ªa. Los hombres respondieron que necesitaban no s¨¦ qu¨¦ ayuda o cosa para la obra cercana. Cuando Casas abri¨®, ...
La tarde del jueves 23 de febrero de 1984 fue desapacible, con nubes y chaparrones en San Sebasti¨¢n. Entre las rachas de viento, dos hombres ataviados como obreros llamaron a la puerta del socialista Enrique Casas, en el n¨²mero 12 de la traves¨ªa de la Alondra, que en aquel momento estaba preparando un discurso electoral. Casas pregunt¨®, desde el otro lado, qui¨¦n llamaba, qu¨¦ quer¨ªa. Los hombres respondieron que necesitaban no s¨¦ qu¨¦ ayuda o cosa para la obra cercana. Cuando Casas abri¨®, le descerrajaron 13 disparos con dos armas, un rev¨®lver del 38 especial y una autom¨¢tica de casquillos SF81. Entre disparo y disparo se escuchaban los gritos del atacado: ¡°?cobardes!¡±, ¡°?asesinos!¡±. Los atacantes eran miembros de los Comandos Aut¨®nomos Anticapitalistas.
El cuerpo inerte de Casas qued¨® tirado en el suelo. Su hijo, Ricardo, de 17 a?os, que estaba en el hogar familiar estudiando piano y preparando la Selectividad, se asust¨® por la violencia del asalto y no quiso ver el cad¨¢ver de su padre. Luego se arrepentir¨ªa por no haber salido a defenderle. ¡°?C¨®mo le ibas a defender? Te hubieran matado a ti tambi¨¦n¡±, le consolaron, sobre todo su madre, la pol¨ªtica B¨¢rbara D¨¹hrkop. El atentado fue sonado, por el rango del asesinado y por el viraje en la estrategia terrorista. La violencia dejaba de cebarse en polic¨ªas, guardias civiles y militares, para llegar a la sociedad civil, en lo que ETA llamar¨ªa a?os m¨¢s tarde la ¡°socializaci¨®n del sufrimiento¡±.
La manifestaci¨®n en San Sebasti¨¢n fue masiva, y Ricardo, en profundo estado de shock, fue por primera vez totalmente consciente de qui¨¦n era su padre fuera de casa (f¨ªsico, senador, secretario general del Partido Socialista de Euskadi y candidato a las siguientes elecciones auton¨®micas, para las que solo faltaban unos d¨ªas) cuando vio la multitud congregada y las personalidades presentes: Felipe Gonz¨¢lez, Alfonso Guerra, Txiki Benegas, Ram¨®n J¨¢uregui, tambi¨¦n Manuel Fraga, etc. ¡°Para m¨ª era un hombre normal, mi padre, una persona, por lo dem¨¢s, muy tranquila, que no hablaba mucho, pero que cuando hablaba era muy respetada¡±, recuerda Casas. ¡°All¨ª tom¨¦ conciencia de la importancia de mi padre¡±.
Fue una manifestaci¨®n tensa y silenciosa, en la que el silencio se romp¨ªa con gritos contra ETA, aunque los autores del asesinato fueron los Comandos Aut¨®nomos Anticapitalistas. Un grupo formado por exmiembros de ETA pol¨ªtico-militar (los berezis); pero tambi¨¦n por elementos surgidos de los c¨ªrculos anarquistas y el movimiento de la autonom¨ªa obrera, m¨¢s preocupados por la lucha anticapitalista que por el nacionalismo vasco. ¡°Eran un grupo muy radical, descontrolado y por ello impredecible, muy peligroso¡±, recuerda el profesor Francisco Uzcanga, amigo de Ricardo Casas.
Los ni?os y j¨®venes vascos de aquellos a?os de plomo ten¨ªan una extra?a relaci¨®n con el mundo que les hab¨ªa tocado vivir. Uzcanga, por ejemplo, como resid¨ªa en el centro de la ciudad, era testigo con frecuencia de disturbios, cargas policiales, disparos al aire. ¡°Algunas veces me asustaba, pero eso no me hizo tener una infancia traum¨¢tica¡±. Casas, que resid¨ªa en una zona m¨¢s perif¨¦rica, viv¨ªa todav¨ªa m¨¢s alejado del conflicto. A veces se cancelaban las clases por huelgas o manifestaciones, pero en general, se trataba de proteger a los m¨¢s peque?os de aquellas tragedias cotidianas, al menos en el ambiente protector y burgu¨¦s del Colegio Alem¨¢n.
Un para¨ªso cargado de plomo
En Eso que llamabas para¨ªso. Una historia sobre los ecos del terrorismo, que publica el 18 de este mes la editorial Libros del K.O., Ricardo Casas Fischer, ahora m¨¦dico dedicado a la gesti¨®n p¨²blica en Valladolid, le cuenta su historia a Francisco Uzcanga Meinecke, profesor en el Centro de Humanidades de la Universidad de Ulm, Alemania. Las vidas de ambos se cruzan y entrelazan, por el hecho de que ambos tienen un progenitor alem¨¢n y, por tanto, un apellido alem¨¢n.
Si Casas naci¨® en Alemania, donde viv¨ªa su familia, Uzcanga naci¨® en San Sebasti¨¢n. Cuando Casas regres¨® a esa ciudad, sin hablar espa?ol, ingres¨® en el Colegio Alem¨¢n, donde coincidieron durante dos a?os, de los 12 a los 14. Ahora ambos tienen 57. ¡°Para m¨ª, llegar a San Sebasti¨¢n en verano, con la playa, la ciudad bonita, la gente amable, una familia bien estructurada, significaba el para¨ªso¡±, dice Casas. ¡°Pero era un para¨ªso cargado de plomo¡±.
Uzcanga, que es ahora el que vive en Alemania, encargado de la redacci¨®n del proyecto, insiste en que no es un libro sobre una v¨ªctima del terrorismo (como el reciente y exitoso Salir de la noche, de Mario Calabresi, hijo de un asesinado por las Brigadas Rojas italianas). ¡°Trata sobre la vida de una persona, Richard, que es m¨¦dico, que es pianista de cine mudo, y cuyo padre, en un momento de su vida, en efecto, es asesinado¡±, precisa. Precisamente la muy particular condici¨®n de pianista de cine mudo de Casas es la que les vuelve unir, cuando Uzcanga, muchos a?os despu¨¦s de haber perdido el contacto, tiene noticias de las sesiones en las que su excompa?ero, por diferentes localidades de Espa?a, va poniendo con sus dedos m¨²sica a pel¨ªculas de Chaplin, Eisenstein o Murnau. Y, de hecho, amplias secciones del libro no tratan de pol¨ªtica o terrorismo, sino que son prolijos ensayos sobre m¨²sica y cine mudo. Para cuestiones pol¨ªticas remiten a otro libro: Enrique Casas. Un socialista entre balas (Catarata), de Pedro Ontoso. En este libro hay otro arrepentimiento, adem¨¢s del Casas por no haber tratado de salvar a su padre. ¡°Me arrepiento de haber perdido el contacto con Richard, de no haber estado ah¨ª cuando ¨¦l lo necesitaba¡±, reflexiona Uzcanga.
La biograf¨ªa de Uzcanga tambi¨¦n se hilvana en el libro, porque su existencia fue determinada por la violencia. En 1980 su familia se muda a Madrid, despu¨¦s de que su padre fuera amenazado por los mismos Comandos Aut¨®nomos Anticapitalistas que mataron al padre de Casas. ¡°Mi padre, un donostiarra de toda la vida, de pronto se ve ¡®desterrado¡¯ a Madrid¡±, explica Uzcanga, ¡°le destrozaron la vida, porque nunca lleg¨® a integrarse, y extra?aba su tierra¡±. Desde el Madrid de los a?os 80, una ciudad tan vibrante, Uzcanga prefiri¨® olvidarse de aquel Pa¨ªs Vasco desde el que solo llegaban ¡°noticias funestas¡±. Era como si aquel conflictivo lugar al norte de la pen¨ªnsula, entre el mar y las monta?as, no existiese para ¨¦l. No fue hasta a?os despu¨¦s cuando se reconcili¨® con su tierra a trav¨¦s del estudio del mundo rural y marinero, de los libros de Bernardo Atxaga, de las pel¨ªculas de Julio Medem, cultivando una vascofilia cultural que a¨²n hoy practica.
La vida tras la violencia
¡°El tiempo va tamizando los traumas¡±, dice Casas. Seg¨²n cuenta, la falta de figura paterna le hizo dar algunos tumbos en la vida: el atentando sucedi¨® en un momento de decisiones de futuro y aquel chaval no sab¨ªa muy bien qu¨¦ camino transitar. Faltaba la figura paterna. ¡°Pero creo que, de todas formas, hubiera llegado al mismo sitio¡±.
Muchos a?os despu¨¦s, la sombra del terrorismo es alargada, aunque las bandas hayan desaparecido o hayan abandonado la lucha armada, vemos que ETA sigue en el debate p¨²blico, sobre todo utilizada como un arma pol¨ªtica que la derecha utiliza contra la izquierda. ¡°No creo que haya que volver a sacar figuras del pasado, que ya no intervienen con actos violentos¡±, opina Casas. ¡°No me parece bien que haya candidaturas de gente con delitos de sangre, pero creo que se puede hablar con un partido democr¨¢tico que se ha desmarcado de la violencia y que contribuye a la pol¨ªtica¡±.
¡°El recuerdo del terrorismo se presta a manipulaciones y usos partidistas¡±, apunta Uzcanga. Cree, no obstante, que es importante que no caiga en el olvido entre las generaciones j¨®venes, esas que ya no empu?an las armas para defender sus causas, como s¨ª lo hicieron las de la segunda mitad del siglo XX, cuando una ola de terrorismo recorri¨® Occidente. ¡°Creo que fue algo an¨®malo, animado por el triunfo de la Revoluci¨®n Cubana, el movimiento contra la guerra de Vietnam o el mayo del 68, corrientes que se fueron radicalizando¡±, dice el profesor, ¡°hoy, en cambio, lo que me preocupa, aqu¨ª en Alemania, son las derivas violentas de los neonazis y la extrema derecha¡±.
Lo que le parece m¨¢s triste a Uzcanga es que, casi siempre, para avanzar en la convivencia haya que ser m¨¢s flexible en cuanto a la consecuci¨®n de la justicia. ¡°Suele ocurrir en etapas de transici¨®n, como en la propia Transici¨®n Espa?ola, donde se olvidaron muchos cr¨ªmenes franquistas. Y tambi¨¦n pasa con el terrorismo. Es el dilema de los dem¨®cratas, entre justicia y convivencia. Pero probablemente sea bueno priorizar la convivencia¡±.
Casas quiere dejar todo aquello atr¨¢s. ¡°Todo lo que est¨¦ relacionado con el mal, cuanto m¨¢s lejos mejor: no me interesa hurgar en el rencor, ni en el horror, ni en las pulsiones que llevaron a alguno hacer lo que hicieron. Me interesa cultivar la belleza, la cultura, la convivencia, la preciosa suma de cosas diferentes¡±. Respeta a las personas que quisieron conocer a los asesinos de sus seres queridos, como Maixabel Lasa, la mujer de Juan Mar¨ªa J¨¢uregui. ¡°Yo olvido, pero no perdono, porque no se puede perdonar lo imperdonable¡±, concluye Casas.