Era verano cuando perdi¨® la fe
El silencio de Dios ante el mal que exist¨ªa en el mundo fue lo que le abri¨® los ojos
No recordaba cu¨¢ndo perdi¨® la fe. Ten¨ªa la sensaci¨®n de que era verano. Montado en el caballo de cart¨®n del tiovivo con cinco a?os, antes de llegar al uso de raz¨®n, para ese ni?o Dios era el miedo a la oscuridad, el dedo amenazante y el ce?o adusto del padre; era aquel anciano de barba blanca sentado entre nubes de algod¨®n que ve¨ªa en los libros de Historia Sagrada o aquella hostia consagrada de la primera comuni¨®n que tom¨® vestido de marinero. Contra esa primera noci¨®n de Dios estaban los nidos de los p¨¢jaros y el sabor de la rebanada de pan tostado con sobrasada, que se hab¨ªa instalado en su paladar; estaban los juegos en la plaza con otros ni?os que gritaban y se persegu¨ªan como vencejos; estaba el alegre volteo general de campanas y los pasacalles de la banda de m¨²sica en la fiesta del pueblo. Estos placeres se un¨ªan al hecho de estrenar zapatos, aprender a montar en bicicleta, leer tebeos y coleccionar los cromos de futbolistas que le parec¨ªan m¨¢s importantes que los arc¨¢ngeles.
Mundo, demonio y carne constitu¨ªan los enemigos del alma. As¨ª se le¨ªa en el catecismo. ?Qu¨¦ era el mundo? El mundo era un ba¨²l que conten¨ªa toda clase de objetos, mantas sobre todo y ropa de invierno, seg¨²n dec¨ªa su madre. Estaba forrado de terciopelo verdoso algo ra¨ªdo y ten¨ªa unos remaches dorados. No comprend¨ªa que aquel mueble que nunca vio abierto escondiera un peligro mortal. El segundo enemigo del alma era el demonio. Este ser maligno formaba pareja con el ¨¢ngel de la guarda, ambos caminaban d¨ªa y noche siempre a su lado, uno a su izquierda y el otro a su derecha. Al ¨¢ngel de la guarda lo imaginaba con escopeta y cananas; en cambio el demonio era rojo como un ascua y tambi¨¦n ten¨ªa otros nombres que sonaban muy bien: Sat¨¢n, Satan¨¢s, Luzbel, Lucifer, pr¨ªncipe de las Tinieblas. Por ¨²ltimo, estaba la carne. A ese enemigo del alma, al parecer, lo llevaba consigo y a veces se manifestaba en un extra?o movimiento muy turbulento y placentero que sent¨ªa en el bajo vientre. Contra estos tres enemigos del alma estaba el aroma de pino que llegaba hasta la orilla del mar aquel verano en que descubri¨® que el esp¨ªritu era precisamente esa brisa de resina que bajaba de la monta?a. Dios segu¨ªa siendo solo una sensaci¨®n f¨ªsica cuando lleg¨® a la adolescencia.
Para ser un joven sano hab¨ªa que tener las piernas fuertes que te permitieran so?ar que pod¨ªas escalar la nieve de los Alpes en busca de la flor del Edelweiss para ofrec¨¦rsela a una muchacha de ojos azules y trenzas doradas. ¡°Ser ap¨®stol o m¨¢rtir acaso mis banderas me ense?an a ser¡±, cantaba en las excursiones con otros compa?eros de Acci¨®n Cat¨®lica, y frente a aquel acantilado que ten¨ªa cuatro ecos tocaba la arm¨®nica y pensaba que hab¨ªa llegado a este mundo a salvar almas, a bautizar negritos, o en su defecto a ayudar a un ciego a cruzar el paso de cebra.
En aquel tiempo nadie hablaba de los universos paralelos, pero un verano tumbado boca arriba ante la visi¨®n de las estrellas se pregunt¨® qui¨¦n hab¨ªa creado aquel inmenso brasero. No hab¨ªa ning¨²n problema: lo hab¨ªa creado Dios. A esta cuesti¨®n segu¨ªan dos preguntas que no ten¨ªan respuesta: ?por qu¨¦ y para qu¨¦ lo hab¨ªa creado?, ?c¨®mo ese Dios omnipotente creador del universo hab¨ªa permitido que muriera de tuberculosis aquel compa?ero de pupitre en la escuela? No parec¨ªa que le importara nada que hubiera en el mundo ni?os ciegos, hambrientos, humillados, que los inocentes fueran castigados con un dolor insoportable. Por otra parte estaban los cataclismos de la naturaleza que Dios no reivindicaba. El silencio de Dios ante el mal que exist¨ªa en el mundo fue lo que le abri¨® los ojos.
Lo daba todo por bueno con tal de no pensar. Al final encontr¨® la soluci¨®n diluyendo a Dios con la naturaleza, de modo que un d¨ªa el Creador se disfrazaba de un radiante amanecer y otro flotaba entre el hielo del gin-tonic, una tarde era la trompeta de Chet Baker, otra era la alfombra de hojas doradas que pisaba en oto?o. Lleg¨® un verano en que vivir sin pensar en la existencia de Dios le parec¨ªa una forma mucho m¨¢s c¨®moda de estar en este mundo. Bastaba con ensanchar el sentimiento de la naturaleza hasta meter a Dios en el coraz¨®n de los leones y colgarlo de las ramas de los abedules. Todo era Dios, nada era Dios sino ese soplo de brisa en primavera que en la alta monta?a te vibraba en las aletas de la nariz para abrirles paso a los m¨¢s delicados aromas silvestres. Todo comenzaba a tener sentido si consideraba que la materia se hab¨ªa creado a s¨ª misma con la ¨²nica finalidad de que nunca te preguntaras por qu¨¦ y para qu¨¦ se hab¨ªa creado, dejando esas preguntas y respuestas a los poetas. Fue un verano tumbado en la playa boca arriba ante el universo cuando perdi¨® la fe. De lejos llegaba la voz de un vocalista que cantaba en una verbena.
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