Metralletas bajo el olor a linotipia
En el s¨®tano del diario ¡®Madrid¡¯ zumbaba la rotativa y las noticias iban y ven¨ªan como en un telar. Al d¨ªa siguiente por la tarde se reencontraban en el kiosco con los lectores
En Mayo del 68 Madrid se hallaba desierto. Miguel era de los pocos que no estaba en Par¨ªs. Muchos intelectuales, periodistas y estudiantes que luego ser¨ªan funcionarios del posfranquismo presum¨ªan de haberse batido detr¨¢s de las barricadas del Barrio Latino. No eras nadie si no hab¨ªas participado, aunque solo fuera con la imaginaci¨®n, en el happening revolucionario que se mont¨® con la toma del teatro Ode¨®n y en las refriegas del Bulevar Saint-Michel, aquella llamarada fugaz de primavera con que se inaugur¨® una nueva forma de vivir. ?Qu¨¦ hac¨ªas en Par¨ªs? Buscaba el mar bajo el asfalto ¨Crespond¨ªan sin haber salido de Lavapi¨¦s. Suced¨ªa lo mismo con el concierto de Raimon en el vest¨ªbulo de la Facultad de Econ¨®micas aquel mes de mayo en la villa. ?Qui¨¦n no estuvo all¨ª escuchando su voz desgarrada colgado de la l¨¢mpara? Miguel entonces acababa de ensayar las primeras armas en el periodismo y se limitaba a escribir en la tercera p¨¢gina del diario Madrid, donde se le daba al franquismo algunos pellizcos de monja.
La Ley de Prensa de Fraga hab¨ªa suprimido la censura previa. Ya no era obligado ir con las galeradas al ministerio o a la Delegaci¨®n de Informaci¨®n en las capitales de provincia para que un censor, que ol¨ªa a cera de misa, tachara a su antojo con un l¨¢piz rojo cualquier palabra, frase, pensamiento u opini¨®n que no le gustara. En cierto modo, Fraga hab¨ªa cortado las alambradas, la parte m¨¢s humillante del oficio, pero hab¨ªa dejado el campo del periodismo y de la cultura sembrado de minas que pod¨ªan estallar si las pisabas y, en este caso, se llevaban por delante, no unas galeradas, sino la edici¨®n entera de un libro o toda la tirada impresa de un peri¨®dico. A la dictadura no le molestaba tanto lo que escribieras contra ella, que no pod¨ªa ser m¨¢s que alg¨²n peque?o ara?azo de gato, sino lo que dejabas de escribir, por ejemplo, elogios al caudillo, noticias de los logros del r¨¦gimen o que te negaras a insertar art¨ªculos provenientes del ministerio que antes eran obligatorios. Contra esa actitud no pod¨ªa hacer nada, salvo cabrearse hasta sacar un d¨ªa el pu?o de hierro.
De hecho, el diario Madrid saltar¨ªa por los aires, como aviso a navegantes. Miguel recuerda muy bien la noche en que empez¨® a embriagarse con el olor de la linotipia. A altas horas de la noche un colega, tambi¨¦n novelista, le pidi¨® que le acompa?ara a ver a un amigo periodista que trabajaba en el diario Madrid. La redacci¨®n parec¨ªa una trinchera en pleno combate, sonaban como metralletas las m¨¢quinas de escribir, hab¨ªa co?ac y cerveza en cada mesa, en la que tecleaban sus cr¨®nicas redactores muy j¨®venes que despu¨¦s ser¨ªan figuras muy famosas; en el s¨®tano zumbaba la rotativa y las noticias iban y ven¨ªan como en un telar. Al d¨ªa siguiente por la tarde se reencontraban en el kiosco con los lectores. Un redactor jefe le dijo a Miguel: ¡°Acabas de ganar un premio literario. M¨¢ndanos algo¡±. Miguel pens¨® que si le dejaran hacer literatura sobre ese papel que cada d¨ªa nac¨ªa y mor¨ªa, ese ser¨ªa su camino para siempre.
En ese tiempo Franco todav¨ªa pescaba cachalotes y mataba venados, perdices rojas y toda clase de marranos con rostro inexpresivo y el belfo ca¨ªdo. Un d¨ªa de Navidad en que para celebrar el nacimiento del Ni?o Dios el dictador tiraba a las palomas desde una ventana del palacio de El Pardo, la escopeta de caza le revent¨® la mano y no por eso dej¨® de firmar sentencias de muerte con la mano que le hab¨ªa quedado intacta. La rebeld¨ªa ten¨ªa varios frentes. En la Universitaria los estudiantes arrojaban tazas de retrete desde las ventanas de las facultades sobre los caballos de los guardias. Miguel tampoco pod¨ªa presumir de haberse enfrentado a la polic¨ªa en una de aquellas asonadas en que alguien descolg¨® un crucifijo que presid¨ªa un aula de Filosof¨ªa y Letras, lo utiliz¨® como arma ofensiva lanz¨¢ndolo por los aires y el crucifijo qued¨® abandonado en el solar del paraninfo, pisoteado por la estampida de los b¨²falos. Por este sacrilegio hubo un acto multitudinario de desagravio en la iglesia de San Francisco el Grande, en el que participaron todas las autoridades acad¨¦micas. El joven estudiante que arroj¨® ese crucifijo probablemente despu¨¦s lleg¨® a subsecretario.
Cada reuni¨®n clandestina se cerraba con la ceremonia de la recaudaci¨®n de la voluntad para los presos pol¨ªticos y la nueva expedici¨®n de los argonautas consist¨ªa en llevarles por Navidad turrones a la c¨¢rcel, aunque la de Carabanchel comenzaba a parecer una universidad expendedora de t¨ªtulos antifranquistas y algunos ve¨ªan que se les pasaba el tiempo si no adquir¨ªan su certificado para colocarse en la parrilla de salida que los llevar¨ªa al poder. Manuel Aza?a era entonces un valor creciente en el hipot¨¦tico horizonte republicano, con un sue?o que rebrotaba cada a?o en el aire de abril junto con las flores de las acacias. En naranjales de Vila.real el cardenal Taranc¨®n se fumaba un puro con las faldas de la sotana levantada hasta las rodillas y Franco hab¨ªa sido atropellado por un 600, camino de Benidorm.
Babelia
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