Charlie Watts, el perro verde de The Rolling Stones
El m¨²sico desahogaba cualquier frustraci¨®n tocando jazz. Aunque tuviera que pagar por darse ese lujo
La pregunta surge inmediatamente cuando se conversa sobre Hackney diamonds, la nueva entrega de The Rolling Stones: ¡°se nota la ausencia de Charlie Watts?¡±. La respuesta: ¡°claro que s¨ª. Charlie, que hab¨ªa estudiado dise?o gr¨¢fico, jam¨¢s hubiera aprobado la imagen de ese disco, que hace m¨¦ritos para competir como portada m¨¢s fea de los Stones¡±. De hecho, tambi¨¦n le hubiera horrorizado la vestimenta de la actriz Sydney Sweeney en el video del tema Angry, un combinado de cuero y tachuelas extra¨ªdo de alguna boutique para fan¨¢ticos de las bandas angelinas de rock de peluquer¨ªa.
Charlie era un esteta. Y tambi¨¦n un exc¨¦ntrico, encajable en la gama tibia de los abundantes exc¨¦ntricos Made in England. Mientras sus compa?eros practicaban todas las variedades del hedonismo, el baterista se consagraba al coleccionismo: desde objetos de la Guerra Civil estadounidense a coches ic¨®nicos (aunque no sab¨ªa conducir). De hecho, en unos d¨ªas, Christie¡¯s subasta su acopio de primeras ediciones, que incluye tomos autografiados de El gran Gatsby o Agatha Christie. Aparte, tambi¨¦n se ofrecen partituras y trofeos conectados con su principal pasi¨®n: el jazz.
No era un capricho de boquilla. Desde 1985, Watts alent¨® diversas bandas jazz¨ªsticas que tuvieron vidas cortas ¡ªlos compromisos stonianos impon¨ªan su ley¡ª pero suficientes para grabar y emprender peque?as giras (estuvo en la sala barcelonesa Luz de Gas en 2011 con el cuarteto A B C & D of Boogie-Woogie). Eran proyectos caros, con instrumentistas renombrados y ¡ªocasionalmente¡ª con formaciones extensas o reforzadas por cuerdas. Aparte del boogie-woogie, interpret¨® be-bop y versiones lustrosas de grandes standards, con Bernard Fowler como vocalista. Para una visi¨®n panor¨¢mica, busquen la reciente Anthology (BMG), m¨¢s generosa en su versi¨®n CD que en la edici¨®n de vinilo.
Cuando Watts se incorpor¨® a los Stones, seguramente estaba pensando en crecer como baterista y saltar en alg¨²n momento al jazz. Pero los Stones sacaron el gordo de la loter¨ªa y Charlie cambi¨® su sue?o por la posibilidad de comprar cosas y llevar una existencia fastuosa. Su oficio le obligaba a resolver retos como marcar a la err¨¢tica guitarra ¡ªeh, no es una cr¨ªtica¡ª de Keith Richards: a veces le encauzaba, otras le segu¨ªa unas mil¨¦simas de segundos despu¨¦s.
Surg¨ªan adem¨¢s giros estil¨ªsticos. Se enfrentaba sin prejuicios con los bandazos de Mick Jagger, siempre adepto a lo que sonaba en las pistas de discotecas, o Keith, fascinado por el country o el reggae. Aunque parezca dif¨ªcil, por la antipat¨ªa que se profesaban ambos campos, acomod¨® a los Stones cuando se aproximaron a algo parecido al punk rock. Eran problemas t¨¦cnicos que resolv¨ªa con naturalidad, sin que se notara que estuviera deseando agarrar las escobillas para hacer jazz.
El jazz supon¨ªa materializar sus fantas¨ªas de veintea?ero. No solo creerse miembro del combo de Charlie Parker; tambi¨¦n le permit¨ªa disfrutar de la fraternidad entre m¨²sicos situados fuera del mainstream. Que conste que tanto Jagger como Richards aplaud¨ªan esas escapadas: ambos colaboraron en el m¨¢s at¨ªpico de los discos presentes en Anthology, el del Charlie Watts Jim Keltner Project. Las piezas llevaban los nombres de ilustres drummers mayormente afroamericanos, de Art Blakey a Elvin Jones, pero eran m¨¢s electr¨®nica que jazz. Uno puede imaginar la sonrisa sibilina de Charlie al concluirlo y comprobar que una vez m¨¢s burlaba las expectativas.
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