El viento, lo ¨²nico libre
Kafka tuvo un gran ataque de celos cuando supo a quienes Felice Bauer estaba leyendo
En literatura, los colegas son los que te felicitan por no escribir demasiado y que pronto te felicitar¨¢n por no escribir nada. Y yo s¨¦ que a todos les encanta el ejercicio cr¨ªtico y demoledor de los dem¨¢s, ejercicio de malevolencia que, de no llevarlo a cabo peri¨®dicamente, podr¨ªa causarles trastornos y tormentos. Y no ignoro que, si hay una excepci¨®n a esta regla, es Samuel Beckett, que nunca hablaba mal de los dem¨¢s. Seg¨²n su amigo Cioran, para comprender esa ins¨®lita actitud de Beckett hab¨ªa que acudir a la expresi¨®n ¡°mantenerse apartado¡±, divisa t¨¢cita de aquel tipo de escritor que esencialmente es un ser ¡°fuera de todo¡±, lo que le lleva a proseguir sin descanso un trabajo literario implacable y sin fin.
Experto en escritores y malevolencia, W. H. Auden dec¨ªa que, si un d¨ªa el poema de un poeta importante se nos resist¨ªa, deb¨ªamos tener paciencia, porque en realidad lo que el poema quer¨ªa decirnos era:
¡ªL¨¦anme a m¨ª y no a los otros.
De Auden es tambi¨¦n el comentario de que ning¨²n poeta ni novelista desea ser el ¨²nico escritor de toda la historia, pero a la mayor¨ªa, en cambio, le encantar¨ªa ser el ¨²nico escritor de su tiempo, y un buen n¨²mero cree ingenuamente que ese deseo le ha sido concedido.
Y aqu¨ª entra Kafka, uno de los escritores m¨¢s humildes que han existido. Canetti fue de los primeros en detectarlo: ¡°Carec¨ªa realmente de las vanidades propias del escritor, jam¨¢s se envanec¨ªa, y bien har¨ªamos en seguir sus pasos, porque nos volver¨ªamos modestos¡±.
Ahora bien, es muy dif¨ªcil ser modesto cuando uno no es nadie. Una reciente invitaci¨®n a C¨¢diz, a las sesiones de Las parejas de los escritores (atractivo t¨ªtulo para un ciclo), me ha llevado a descubrir un lado no muy conocido de aquel joven Kafka que, tumbado en la hierba, se sent¨ªa un paria de la tierra.
En el ciclo gaditano se habl¨® de los amores de Virginia Woolf, de los de Nora y James Joyce, de los de Zelda y Scott Fitzgerald. Y en la sesi¨®n con Marta Carnicero y Antonio Soler analizamos la correspondencia entre Felice Bauer y Franz Kafka.
Kafka no estaba seguro de lo que Felice entend¨ªa por literatura. Le hab¨ªa enviado Contemplaci¨®n, su primer libro, y, pasados 17 d¨ªas, segu¨ªa ella sin comentarle nada del mismo. Pero creo que a Felice hay que comprenderla: era una joven sencilla a la que le toc¨® el papel¨®n de ser la ¡°primera lectora¡± del monstruo. Tuvo ¨¦ste un gran ataque de celos cuando supo a quienes Felice estaba leyendo y le escribi¨®: ¡°Siento celos de Werfel, de S¨®focles, de Ricarda Huch, de la Lagerl?f, de Jacobsen. Y Schnitzler no me gusta nada, con un sentimentalismo que yo no tocar¨ªa ni con la punta de los dedos¡±
Dos semanas despu¨¦s, le ped¨ªa a Felice comprensi¨®n para sus improperios, pero Kafka era Kafka y, acto seguido, le gritaba por escrito: ¡°?Pero cu¨¢nta raz¨®n ten¨ªa!¡±. En cuanto a los escritores ofendidos, ironiz¨® al decir que los ve¨ªa a todos ¡°sobrevolando como ¨¢ngeles el valle en el que yazco tumbado en la hierba¡±. ?Y cu¨¢nta raz¨®n ten¨ªa! ?O no nos preguntamos qu¨¦ fue de aquellos ¨¢ngeles y de tanta invenci¨®n como trajeron?
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