¡®Los ni?os de Winton¡¯: lo m¨¢s salvable, el se?or Anthony Hopkins

Al no poder (ni querer) recurrir a internet, fuente inagotable y ya exclusiva de informaci¨®n, acostumbro a no tener ni idea de lo que voy a ver en los pases de prensa. Acudo en la mayor¨ªa de las ocasiones en estado de virginidad. Y a veces salgo somnoliento, o indiferente, o blasfemando. Por lo tanto no conoc¨ªa el argumento de Los ni?os de Winton. Se debe a la casualidad, o a mi amor por lo que me parece gran cine, que la noche anterior revisara en mi casa Adi¨®s, muchachos, esa conmovedora obra maestra de Louis Malle.

Y en los ¨²ltimos meses tambi¨¦n he vuelto a sufrir con las estremecedoras La lista de Schindler y El pianista. Y se me vuelven a humedecer los ojos en el desenlace de Adi¨®s, muchachos, con el cr¨ªo y su amigo jud¨ªo despidi¨¦ndose casi furtivamente y para siempre con su mirada y con su manita, camino este cr¨ªo del exterminio, junto a otros dos camuflados ni?os jud¨ªos y el cura que les escondi¨® y protegi¨®. Es maravilloso c¨®mo narra Malle, con tanta credibilidad, hondura y complejidad, esa historia tan llena de vida, tan alegre y tan triste.

Impregnado de las im¨¢genes y los sonidos de la pel¨ªcula anterior, descubro a los pocos minutos que Los ni?os de Winton tambi¨¦n aborda aquella monstruosidad del Holocausto. La historia que cuentan aqu¨ª al parecer fue real, aunque l¨®gicamente se permitan licencias. Un ciudadano ingl¨¦s, pr¨®spero corredor de Bolsa, se propuso en 1939 buscar refugio en hogares de Inglaterra a centenares de ni?os jud¨ªos, residentes en Praga, destinados a que se cebara con ellos la barbarie nazi al ser invadido su pa¨ªs. ?l, ayudado por su resolutiva y humanista madre, sorte¨® a la burocracia, imagin¨® v¨ªas de escape, busc¨® incansablemente la solidaridad de familias inglesas dispuestas a la acogida, y consigui¨® evacuar clandestinamente en trenes a 669 cr¨ªos. Nunca publicit¨® su haza?a, pero guard¨® celosamente en su memoria y mediante m¨²ltiples documentos todo lo que ocurri¨® en el pasado. Se mantuvo en el anonimato hasta los a?os ochenta. Un programa de televisi¨®n muy famoso, en el que se anim¨® a ser entrevistado, le permiti¨® conocer el pasado y el presente de aquellos ni?os de los que no hab¨ªa vuelto a saber nada.

La historia y su glorioso desenlace re¨²nen multitud de elementos dram¨¢ticos y human¨ªsticos para que el espectador se derrita, pero en mi caso no ocurre. Lo que cuenta el director James Hawes es muy trascendente (se?or en cuyo curr¨ªculo aparecen varios episodios de la desigual serie Black Mirror, no s¨¦ si los mejores o los peores), pero lo hace de forma acad¨¦mica, con tendencia a lo convencional, no me transmite ni fr¨ªo ni calor aunque recurra abusivamente a la m¨²sica, ese recurso tan facil¨®n, para transmitir emoci¨®n al espectador.

De lo que resulta dif¨ªcil desentenderse es de la presencia del ya anciano Anthony Hopkins. Ese hombre introvertido, antiexhibicionista, natal, ilustrado tenaz y honrado, en celosa posesi¨®n de una memoria comprometida con la historia y con sus extraordinarias y generosas vivencias, desprende verosimilitud con la presencia de Hopkins. S¨ª, el can¨ªbal m¨¢s fascinante de la historia del cine. Es un placer ver a Hopkins. Y a Helena Bonham Carter, pura y eterna clase, interpretando a la colaboradora madre. La tem¨¢tica del Holocausto deber¨ªa ser inagotable. Pero mejor si se ocupan de ella directores como Spielberg, Polanski, Malle y, ¨²ltimamente, Jonathan Glazer con La zona de inter¨¦s. Y ser¨ªa deseable que el cine y las series retrataran alguna vez la masacre de ni?os que se est¨¢ perpetrando en Gaza, aunque ese tema lo tiene muy crudo para ver la luz en las pantallas.