Y dicen que vuelve el CD
Una de dos: o los discos compactos est¨¢n perdiendo su estigma o han llegado nuevos consumidores que aprecian sus ventajas sobre el vinilo
Sorpresa, sorpresa: lo anuncia la Recording Industry Association of America (RIAA), la patronal estadounidense del sector (bastante m¨¢s comunicativa y fiable que su equivalente espa?ola, Promusicae). Calculan que all¨ª se han vendido 111 millones de ced¨¦s en los ¨²ltimos tres a?os y, desde 2021, los discos compactos van aumentando su porcentaje del mercado de la m¨²sica en formato f¨ªsico. Advierto que hay quien discute esas cifras, alegando que la RIAA infravalora las tiendas independientes, donde manda el Rey Vinilo. Pero ya encuentras se?ales de cierta rehabilitaci¨®n del soporte digital en redes sociales.
Sobre el repunte: acepto que pueda tratarse de una anomal¨ªa temporal, tal vez debida al insaciable fandom de Taylor Swift, dado que el mundo parece haber optado en masa por la comodidad del streaming, con su oferta infinita (menos completa, pero aparquemos ese detalle para mejor ocasi¨®n). Eso deja en minor¨ªa a los que gustamos de tener discos en la mano, debido a alg¨²n perverso atavismo. Por no hablar de la muy real necesidad de consultar los cr¨¦ditos y leer las letras, si las hubieran incluido. H¨¢bitos enfermizos, sin duda.
En alg¨²n momento del presente siglo, las discogr¨¢ficas decidieron revalorizar el formato del elep¨¦ y dejar agonizar al CD. Desde su miop¨ªa, calcularon que eso ten¨ªa sentido econ¨®mico: ¡°Ya que dif¨ªcilmente volveremos a vender millones de una misma referencia, recuperemos un soporte m¨¢s vistoso, que genera m¨¢s beneficios por ejemplar¡±. Y hasta convencieron a los fabricantes de coches para que prescindieran del reproductor.
Pura especulaci¨®n: desconozco si hubo tal conspiraci¨®n, pero m¨²sicos y ejecutivos de la industria supieron pulsar la tecla retro. De repente, nos dec¨ªan que los discos plateados solo serv¨ªan para colgar en los balcones, como espanta palomas. Por el contrario, insist¨ªan en que los vinilos ten¨ªan ¡°un sonido c¨¢lido y natural¡±; costaban el triple o el cu¨¢druple, pero, vaya, una minucia trat¨¢ndose de ¡°una experiencia inigualable¡±.
Una dicotom¨ªa tramposa. Obvio que el LP tiene sus encantos, tanto visuales como t¨¢ctiles: el gusto de palpar el envoltorio, plastificado, mate, tal vez con relieve. Y tambi¨¦n asumo los inconvenientes del CD, como la tentaci¨®n de aprovechar su m¨¢xima capacidad: inicialmente, 74 minutos; ahora, casi 80. Un vicio en el que sol¨ªan caer los artistas de rap, que lo llenaban con skits, chistes u ocurrencias verbales que aguantaban mal las escuchas continuadas.
Mejor no entrar en discusiones sobre la calidad sonora, donde lo subjetivo siempre gana a los enojosos datos t¨¦cnicos. En realidad, pocos disponen del presupuesto o el espacio para disfrutar plenamente de un equipo Hi-Fi de alta gama. Pero s¨ª recuerdo n¨ªtidamente el alivio f¨ªsico de cambiar los elep¨¦s por compactos cuando ibas a pinchar a un club o la tranquilidad de hacer un programa de radio si sab¨ªas en qu¨¦ punto exacto quer¨ªas empezar (o desvanecer) un tema. Sin olvidar el argumento ecologista, pel¨ªn demag¨®gico: un CD consume menos recursos que un LP.
En fin, batallitas. Y adem¨¢s, contraproducentes: el renacimiento del CD como moda hipster acabar¨ªa con los chollos que todav¨ªa se encuentran en las tiendas de segunda mano. Fin a los viajes que algunos listillos hacen a Diskunion y otras cadenas baratas de Jap¨®n, para¨ªso del CD de calidad superior, aparte con temas extra. Como dec¨ªa: somos unos enfermos.
Babelia
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