Peligros, dilemas ¨¦ticos y extremismo: un documentalista empotrado entre los talibanes
El director de ¡®HollywoodGate¡¯, que se proyecta en el festival de Venecia, logr¨® un acuerdo con los fundamentalistas para seguir durante un a?o el resurgimiento del r¨¦gimen afgano desde dentro
Mientras todos se marchaban, Ibrahim Nash¡¯at lleg¨®. Su misi¨®n empezaba, al fin y al cabo, justo cuando el ¨²ltimo soldado estadounidense abandonara Afganist¨¢n. Para ello tra¨ªa su c¨¢mara. Y, pocos d¨ªas despu¨¦s de que los talibanes proclamaran la reconquista de Kabul, el 31 de agosto de 2021, la encendi¨®. Solo, con su equipo, en medio del resurgimiento de un r¨¦gimen islamista totalitario. Y grabando durante un a?o entero. Pod¨ªa firmar un documental. O su condena a muerte. De hecho, cree que su destino oscil¨® alguna vez hacia la segunda opci¨®n. Gan¨® la primera, tambi¨¦n gracias a una especie de pacto con los fundamentalistas: no filmar¨ªa lo que ellos no quisieran. As¨ª que el estreno de HollywoodGate estos d¨ªas en el festival de cine de Venecia ofrece al p¨²blico una visi¨®n exclusivamente ¨ªntima e in¨¦dita, desde dentro, de los talibanes. Pero, a la vez, un dilema ¨¦tico: ?un documental merece un acuerdo con los extremistas?
¡°Por supuesto que me atorment¨® la futilidad del proceso. Si fracasamos en mostrar qui¨¦nes son realmente, puedes tirar lo que grabamos a la basura. Pero si funciona, puede ayudar a abrir los ojos del mundo hacia el sufrimiento diario de los afganos y el trauma causado por los se?ores de la guerra pasados y presentes¡±, reflexiona el cineasta egipcio por correo electr¨®nico. En realidad, su idea entera estuvo a punto de quedarse en intento fallido. Acostumbrado a filmar como periodista a grandes l¨ªderes mundiales, Nash¡¯at considera que solo se obtiene acceso a ellos a trav¨¦s de un mediador. Y cre¨ªa haberlo conseguido tambi¨¦n en este caso, hasta que dej¨® de contestar a sus llamadas, justo cuando se dispon¨ªa a viajar a Kabul. Fue igualmente, insisti¨®, busc¨® otros contactos. Cuando se le agot¨® el dinero, sin embargo, a¨²n no hab¨ªa filmado nada.
De ah¨ª que se preparara para devolver el filme al caj¨®n de los sue?os. Pero, justo antes de irse, su traductor le anim¨® a ir a grabar por lo menos a su primo, enviado por los talibanes a trabajar en el aeropuerto. Result¨® que se trataba de la base HollywoodGate, que el personal de EE UU hab¨ªa dejado atr¨¢s junto con material b¨¦lico por valor de 7.000 millones de d¨®lares. Y que, para dejarse filmar, el hombre necesitaba autorizaci¨®n de un superior. Nash¡¯at fue subiendo as¨ª el escal¨®n de mando hasta llegar a Malawi Mansour, nuevo jefe de las fuerzas a¨¦reas, y al teniente Muhktar. Ten¨ªa a dos protagonistas. Su visto bueno, a ciertas condiciones. Y un lugar. Hab¨ªa encontrado, en definitiva, a su documental.
¡°Aclar¨¦ en mi acuerdo que mostrar¨ªa lo que quer¨ªan que viera, pero tambi¨¦n lo que yo viera¡±, subraya el cineasta. Es decir, una de las celeb¨¦rrimas cuevas donde los talibanes se ocultaban en la monta?a; la reparaci¨®n de aviones y helic¨®pteros hasta poder presumir de ellos en un desfile militar, con batall¨®n suicida incluido; el descubrimiento de medicinas, fusiles o walkie talkies en la base estadounidense, pero tambi¨¦n de botellas de Jaggermaister en el congelador; o frases como: ¡°Mi deseo es tener a¨²n a las tropas de EE UU aqu¨ª, organizar una emboscada con una ametralladora y 500 balas y seguir disparando hasta que mi coraz¨®n est¨¦ satisfecho. Y luego convertirme en m¨¢rtir¡±.
En HollywoodGate un talib¨¢n tambi¨¦n es un ser humano: vive momentos familiares con sus ni?os, arroja un vaso de pl¨¢stico por la ventana del coche o se preocupa por qui¨¦n le haya robado un pepino en la comida. Pero, a la vez, comete banales errores de c¨¢lculo, muestra una sed de poder por encima de su fe, castiga los errores a base de bofetones o se pregunta si de verdad su maltrato despiadado a las mujeres est¨¢ justificado por la shar¨ªa, la ley isl¨¢mica. ¡°Ellos quer¨ªan que fuera una obra de propaganda. Pero mi intenci¨®n y la de mis cinco compa?eros fue, desde el principio, crear un fragmento de cine que pudiera conservarse para siempre como documento de este momento¡±, afirma el creador.
¡°La pel¨ªcula lleg¨® sin que supi¨¦ramos nada, rodeada de misterio y preocupaci¨®n. Parec¨ªa clandestina. Pero en cuanto la vimos, no percibimos ning¨²n dilema ¨¦tico. No pact¨®, se hizo aceptar por los talibanes. Lo que se ve es tan impresionante que son evidentes los riesgos que corri¨®. Y el fuera de campo, lo que se intuye, es igual de fuerte. Ning¨²n reportaje period¨ªstico ha logrado algo as¨ª¡±, asevera Alberto Barbera, director art¨ªstico de la Mostra de Venecia. Lo cierto es que Nash¡¯at se vio obligado a renuncias. Bajo control constante, relata que no pod¨ªa transgredir ni mostrarse demasiado asustado, nervioso o disgustado con lo que presenciaba. Tampoco se le permit¨ªa filmar a otros sujetos. ¡°Habr¨ªa significado poner otras vidas en riesgo y, en el mejor escenario, la retirada de mi permiso. En el peor, el fin de mi vida¡±, apunta. Tampoco aparece en el metraje el tipo de los servicios secretos que, por lo visto, le describ¨ªa orgulloso sus torturas a presos, entre risas de sus colegas.
El filme en absoluto promociona la visi¨®n talibana o sus logros. Tampoco muestra, sin embargo, las mayores atrocidades de las que est¨¢n acusados: represi¨®n, asesinatos, censura, pobreza o violaci¨®n sistem¨¢tica de los derechos de las mujeres, que la ONU ha calificado de ¡°aparth¨¦id de g¨¦nero¡±. Aunque el cineasta dice que las percibi¨® ah¨ª donde fue: ¡°Gobiernan a trav¨¦s del miedo. Lo cual no significa que no asusten. Pero es importante mostrar que es una fuente de su poder. Estar en compa?¨ªa de los talibanes en Kabul hizo que los civiles me confundieran por uno de ellos. Y las miradas horribles que me dirig¨ªan expresaban el nivel de supresi¨®n y sufrimiento que est¨¢n experimentando¡±. Ni propaganda, ni denuncia chocante, HollywoodGate se convierte m¨¢s bien en un retrato de la vida cotidiana de los se?ores de la guerra. Y ah¨ª es donde Nash¡¯at espera que el p¨²blico entienda tambi¨¦n lo que no se dice expl¨ªcitamente: ¡°El diablo est¨¢ en los detalles¡±. Para sugerirlos, afront¨® riesgos y dilemas. Pero solo los espectadores pueden responder al m¨¢s importante: si ha merecido la pena.
Babelia
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