Arde Mil¨¢n
Los aficionados valencianistas 'incendiaron' el centro de la ciudad lombarda con sus tracas y petardos estruendosos
La Madonnina fue testigo de un estr¨¦pito de traca: pum, pum, pum. Toda la ma?ana, toda la tarde, el ruido se extendi¨® a los pies de la patrona de Mil¨¢n. Pum, pum, pum. La p¨®lvora se quem¨® a carretadas en el Duomo, a las puertas de la catedral y en el pasaje cubierto de las Galer¨ªas Vittorio Emanuelle II, donde la b¨®veda de cristal multiplic¨® la sonoridad para horror de tenderos y desconcierto de turistas japoneses.
Unos 20.000 hinchas del Valencia liberaron tensiones entre la plaza de la Scala y la plaza del Duomo. All¨ª explotaron su vocaci¨®n estruendosa. Uno relat¨®: "Hemos salido ayer de Valencia, hemos tardado 12 horas de viaje en coche a trav¨¦s de Niza, Montecarlo, San Remo... y hemos venido cargados de petardos". Y por fin, la tierra prometida. "?Esto es una masclet¨¢!", previno otro, en las Galer¨ªas Vittorio Emanuelle, al tiempo que un rollo de cart¨®n grueso y azul vol¨® contra los mosaicos con la cruz roja sobre blanco del escudo de la casa de Saboya. ?Bom! Y el humo blanco se levant¨® hasta la c¨²pula de cristal.
M¨¢s de 20.000 b¨¢varos, menos efusivos, eligieron un monumento ecuestre frente al Duomo como centro de reuni¨®n. Parapetados alrededor del mariscal Radetzky, entre leones de piedra y caballos de acero, observaron las charangas con aparente des¨¢nimo o como esperando una orden de ataque. Se produjeron algunos incidentes entre los miembros m¨¢s incontrolados de ambas aficiones que obligaron a intervenir a la polic¨ªa.
El caso es que los valencianistas, de blanco y naranja, no pararon de hacer ruido y bailar entre el humo. Los alemanes, de rojo, bebiendo cerveza-los que regatearon la ley seca impuesta-, proven¨ªan, en su mayor¨ªa, del grupo ultra Sud Kurve, en alusi¨®n al fondo sur del Ol¨ªmpico de M¨²nich. Entre vigorosos, espigados y obesos, algunos provistos de los t¨ªpicos bigotes b¨¢varos, todos resultaban com¨²nmente inescrutables: se hac¨ªa dif¨ªcil determinar si aquella gente se lo estaba pasando en grande o era presa de astenia primaveral.
Frente a las joyer¨ªas Swarovski, contra el escaparate mayor de Prada y a unos metros del hist¨®rico restaurante Savini, las tracas estallaban sin parar y la onda expansiva pon¨ªa a prueba los t¨ªmpanos de la concurrencia. Los hinchas del Valencia se metieron con el Real Madrid, pidieron "que bote Mestalla" y agitaron banderas de la Comunidad Valenciana en un ritual nacionalista al que se unieron individuos de todo tipo: ancianos, ni?as y ni?os, familias enteras, gamberros y ciudadanos de bien.
Las hinchadas repusieron fuerzas a base de panini, pizza, comida r¨¢pida o el paso por una de las muchas trattorias del centro. "C¨²per es inteligente", asegur¨® un orondo muchacho valenciano; "¨¦l sabe que ¨¦ste es un partido para jugar al f¨²tbol, porque a los alemanes hay que jugarles al f¨²tbol, y, si quieres jugarles al f¨²tbol, tienes que poner a Aimar". As¨ª estaba la mayor¨ªa: convencida de que El Payaso, el peque?o media punta de cintura de goma y ritmo endiablado, jugar¨ªa desde el primer minuto. Los alemanes, en cambio, s¨®lo parec¨ªan reconocer "a Mendieta".
El refrigerio dur¨® hasta que la columna alemana y la columna espa?ola enfilaron agotadas hacia la primera boca de metro que encontraron. Muchos llevaban m¨¢s de un d¨ªa sin dormir, entre viajes y trasiego, y se quedaron dormidos de pie en los vagones que los llevaron hasta la estaci¨®n Lotto, en el barrio de San Siro, donde conviven urbanizaciones de clase media con descampados s¨®rdidos frecuentados por travestidos y prostitutas: el escenario perfecto para una pelea callejera o para un partido de f¨²tbol, como fue el caso, frente al hip¨®dromo del Gallopo, donde se levanta el estadio m¨¢s fabuloso de Italia, el Giuseppe Meazza, semicubierto por una trama de vigas de acero apoyadas en 11 escaleras de hormig¨®n con forma de amortiguadores colosales. Y la traca que no cesa: pum, pum, pum.
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