Un vergonzoso Madrid tira la Liga
La pereza general y el incomprensible penalti de Helguera sobre Aranz¨¢bal hunden a los blancos en Anoeta
El Madrid tir¨® la Liga en Anoeta con una actuaci¨®n bochornosa. Hizo el vago y recibi¨® su merecido frente a una impetuosa Real, que jug¨® con fe y energ¨ªa, a toque de tambor, como no pod¨ªa ser de otra manera.
Tumb¨® al Madrid con tres goles y le dej¨® desairado. No le quit¨® el campeonato porque de eso se encargaron los madridistas, con sus estrellas a la cabeza. Ni jugaron, ni pretendieron hacerlo, como si la cosa no fuera con ellos, y resulta que all¨ª en ese campo se les estaba escapando el campeonato a chorros.
Fue un regreso al Madrid ap¨¢tico que sac¨® de quicio a sus aficionados hace alg¨²n tiempo, el equipo blando, perezoso y sin ninguna querencia por el trabajo bien hecho. No hubo novedades con respecto a los ¨²ltimos antecedentes. El Madrid, que se jugaba la vida, funcion¨® mal, sin gas, con la sensaci¨®n evidente de administrar demasiado las energ¨ªas y las piernas. Excepto gente como M¨ªchel Salgado, futbolista discreto que merece todas las medallas por su conmovedor despliegue, la mayor¨ªa de los jugadores se lo tom¨® con tanta abulia que provoc¨® extra?eza.
Hab¨ªa demasiada distancia entre las necesidades del equipo y la respuesta que encontr¨®. M¨¢s a¨²n con las noticias que llegaban de Valencia, noticias que no provocaron reacci¨®n alguna en el Madrid. En el mejor de los casos pas¨® de un periodo asedio a una cierta tranquilidad en el primer tiempo, con mucho traqueteo en el medio campo y poco m¨¢s. Al ¨¢rea s¨®lo lleg¨® Roberto Carlos en tres ocasiones, producto de su velocidad y de la flojera del ala derecha de la Real. Pero no ocurri¨® nada porque sus centros fueron rechazados por los centrales de la Real.
Tampoco era f¨¢cil encontrar a los delanteros, y especialmente a Munitis, cuyo fracaso le desacredita para acudir al Mundial. Pareci¨® un futbolista menor y sin su principal atributo: la febril confianza en sus posibilidades. Como ejemplo, el fallo que pudo desequilibrar el partido, un mano a mano con Westerveld que Munitis resolvi¨® con un tiro al palo cuando el remate era gol o gol.
La Real tambi¨¦n se jugaba la vida, y estuvo en el papel que se le ped¨ªa. Parece un equipo con cierta clase pero atormentado por la situaci¨®n que atraviesa en la tabla desde hace demasiado tiempo. Juega agarrotado, con tanta ansiedad que cada partido le quita a?os de vida a sus jugadores. Es el precio que paga a la larga cadena de errores que ha cometido el club, principalmente el despojo de las se?as de identidad de un equipo que est¨¢ plagado de futbolistas procedentes de los lugares m¨¢s ex¨®ticos de Europa.
Que la mayor¨ªa de ellos no jueguen es el s¨ªntoma definitivo del fracaso de una pol¨ªtica. Pero, en cualquier caso, la Real no decepcion¨®. No jug¨® bien, ofreci¨® numerosos datos de los problemas que atraviesa y concedi¨® alguna oportunidad que el Madrid no aprovech¨®. La de Munitis, especialmente. Sin embargo, la Real tuvo el lado abnegado que le falt¨® al Madrid. Si hab¨ªa que disputar una pelota dividida, sus jugadores la ganaban, y nunca se hizo m¨¢s
evidente que en el penalti de Helguera. Aranz¨¢bal lleg¨® como un tren, tanto que se le escap¨® levemente la pelota, lo suficiente para que Helguera la interceptara. Pues no. Helguera hizo dejaci¨®n de todo lo que caracteriza a un defensa. Se abland¨® y se qued¨® inerme, como si le hubiera dado un aire. Luego extendi¨® los brazos y empuj¨® al sorprendido Aranz¨¢bal. Ese penalti tiene delito para el Madrid, que probablemente tir¨® la Liga all¨ª mismo.
Antes de que Helguera regalara la victoria a la Real, el partido pas¨® de un arranque impetuoso del equipo donostiarra a una especie de armisticio que se prolong¨® hasta el medio tiempo. La Real comenz¨® con br¨ªo y mucha fe en los centros sobre el ¨¢rea madridista. Y con raz¨®n. Cada falta, cada c¨®rner, era un calvario para el Madrid, cuyos centrales no se impusieron jam¨¢s en el juego a¨¦reo. Karanka, por ejemplo, no disput¨® ni uno de los centros, cosa m¨¢s que rara en un central. As¨ª de extra?o es muchas
veces el Madrid, que tuvo suerte de salir indemne de la ofensiva de su rival. Tayfun fall¨® un remate sencillo, a Idiakez se le escap¨® por una cuarte un buen remante, Kovacevic dejaba de cabeza numerosos centros pero nadie los aprovechaba. Del Madrid, nada. Se defend¨ªa muy mal y atacaba peor.
Figo estuvo de paseo. No se fue nunca de Aranz¨¢bal, ni lo intent¨®. Su ausente figura retrat¨® perfectamente la actitud del equipo. En la Real hubo un jugador por encima de la media. Khokhlov, jugador extremadamente fr¨ªo que da la impresi¨®n de no acompa?ar nunca en las guerras, fue el protagonista del partido. Se impuso en la media punta con una facilidad pasmosa, porque sabe de f¨²tbol. Fue importante en el primer tiempo y capital en el segundo, donde se encarg¨® personalmente de destrozar al Madrid con un estilo muy similar al de Mostovoi. Todo lo hac¨ªa con un aire moroso y la m¨¢xima habilidad. Su gol fue un prodigio de clase, si bien encontr¨® la ayuda de unos defensas que parec¨ªan hipnotizados por los regates del ruso.
El gol s¨®lo vino a confirmar los m¨¦ritos de la Real y los
dem¨¦ritos del Madrid, que hizo todo lo posible por perder la Liga en Anoeta. No aprovech¨® la gloriosa oportunidad de Munitis, cometi¨® uno de los penaltis m¨¢s absurdos de la temporada y nunca se dio por enterado de la trascendencia del encuentro. No es que jugara con suficiencia, es que no quiso jugar y se dio a la vida muelle. Una actuaci¨®n que habla muy mal de un equipo que ha dado demasiadas muestras de pereza a lo largo del campeonato. Pero esta vez, en un partido definitivo, se pas¨® de largo en su indolencia.
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