Desde el planeta rojo
Nada m¨¢s llegar, Procopio pudo comprobar que no hab¨ªa marcianos. Ni prodigiosos colibr¨ªes como Messi ni raudos centauros como Cristiano Ronaldo
Marte es m¨¢s peque?o que la Tierra. Pero, al carecer de mares, la superficie apta para los especuladores del ladrillo es muy similar. Nada m¨¢s llegar, Procopio pudo comprobar que no hab¨ªa marcianos. Ni prodigiosos colibr¨ªes como Messi ni raudos centauros como Cristiano Ronaldo. Al ser un planeta rojo, tampoco hab¨ªa mantis religiosas. Eran todas ateas. Bien es verdad que su caleidosc¨®pica visi¨®n y su feroz lucidez compensaban con creces la falta de beatitud.
Una de aquellas mantis, llamada Susana, estaba al tanto de los acontecimientos m¨¢s relevantes de nuestro planeta azul gracias a los rayos cat¨®dicos emitidos por los televisores en mal estado que, entre otra chatarra c¨®smica, surcaban el espacio.
Con ¨ªnfulas de tertuliana, la verde y enhiesta Susana comentaba la actualidad recurriendo a referencias cinematogr¨¢ficas. Por ejemplo, seg¨²n ella, el largo asedio al asesino de Toulouse, con la expl¨ªcita intenci¨®n de atraparlo vivo, contrastaba con el hecho de haberlo matado a tiros en lugar de aturdirlo y reducirlo con bombas lacrim¨®genas o disparos de somn¨ªferos como se cazan los animales para llevarlos al zoo. Adem¨¢s, una vez descartado que el terrorista acorralado fuera a entregarse voluntariamente, la prolongaci¨®n del espect¨¢culo le confer¨ªa un mayor protagonismo y acentuaba, por otro lado, el sospechoso sesgo electoralista.
A esta perspicaz mantis los hechos de Toulouse le provocaban reminiscencias de El gran carnaval, pel¨ªcula de Billy Wilder que precisamente se estaba proyectando en uno de esos cr¨¢teres de impacto que abundan en el planeta Marte y se utilizan como salas de cine. Aleccionador ejemplo para nuestro pa¨ªs, donde el cine y las salas desaparecen a tenor del eclipse cultural generalizado, pens¨® Procopio.
No obstante, a pesar de que la pr¨¢ctica del f¨²tbol en campos de lava resultaba imposible, las p¨¢ginas deportivas de los diarios espa?oles brotaban con la profusi¨®n de la mala hierba en las dunas de arena y en los cauces de basalto. Ello propiciaba que cualquier escarabajo pelotero conociera las trifulcas, suspicacias y malevolencias que aderezaban la Liga de Dos.
Con fingida ingenuidad, Susana pregunt¨® a Procopio qu¨¦ quer¨ªa decir ¡°hijo de puta¡± y si en portugu¨¦s ten¨ªa un sentido peyorativo o, existiendo putas tan buenas como buenas madres, pod¨ªa considerarse una espont¨¢nea expresi¨®n de afecto y respeto. ¡°Eso depende¡±, respondi¨® Procopio. ¡°?De qu¨¦?¡±, insisti¨® ella. ¡°De qui¨¦n lo dice, a qui¨¦n se lo dice y qui¨¦n lo juzga¡±, arguy¨® ¨¦l, evasivo. ¡°Comprendo¡±, le replic¨® la mantis atea; ¡°a falta de criterio, depend¨¦is de lo que Dios quiera¡±, y se sumi¨® en un despectivo silencio que, t¨¢citamente, pon¨ªa de manifiesto la repugnancia que las conchabanzas de la pol¨ªtica le inspiraban y de las que el deporte profesional no estaba exento.
Hasta en Marte segu¨ªan la tensa pugna entablada entre el Bar?a y el Madrid
Sin embargo, hasta en Marte segu¨ªan la tensa pugna entablada entre el Bar?a y el Madrid, que para las mantis ateas era una tormenta solar m¨¢s y para Procopio algo parecido a un hipot¨¦tico enfrentamiento entre un estilista como Nicolino Locche y un pegador como Carlos Monz¨®n si la diferencia de peso no lo hubiera impedido.
Por supuesto, Susana no conoc¨ªa a Locche ni a Monz¨®n y ni siquiera hab¨ªa o¨ªdo hablar de boxeo, pero el duelo entre Messi y Cristiano Ronaldo despertaba su apetito como si se tratara de dos suculentos insectos a devorar. ¡°?Qui¨¦n ganar¨¢?¡±, inquiri¨® ella, girando 180 grados la cabeza y abarcando con sus m¨²ltiples ojos al interlocutor y al paisaje en una ¨²nica panor¨¢mica. ¡°Depende¡±, volvi¨® a decir ¨¦l. ¡°?De qu¨¦?¡±, reiter¨® ella. Y ¨¦l le solt¨® lo que hab¨ªa le¨ªdo en aquel manual de boxeo encontrado bajo las nieves de Laponia: ¡°El que m¨¢s se afana en vencer por KO es candidato seguro a perder por puntos¡±. Pero, mientras lo dec¨ªa, reflexionaba sobre el caso Guardiola.
Ya era hora de que el hamletiano entrenador desvelara lo que hac¨ªa tiempo ten¨ªa decidido, salvo que pensara abandonar el equipo o su decisi¨®n estuviera condicionada por los resultados. En cualquiera de los supuestos, no deb¨ªa seguir confundiendo la elegancia e inteligencia que, sin duda, le distingu¨ªan de su m¨¢s directo oponente con una actitud que podr¨ªa interpretarse como resignada aceptaci¨®n del acontecer, sea el que fuere. Sonaba a superflua jactancia declarar que estuvo viendo una pel¨ªcula en lugar de sacar conclusiones del sintom¨¢tico partido del Madrigal y resultaba una peligrosa estrategia seguir insistiendo en que la Liga estaba perdida, contrariando las esperanzas del equipo y de sus ilusionados seguidores.
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