El Athletic mantiene su perfume
El Schalke, otra vez con gol de Ra¨²l, cae eliminado por un equipo m¨¢s laborioso que est¨¦tico
Tan acostumbrado est¨¢ San Mam¨¦s a las fiestas europeas que a poco que le echa agua a la bebida se le rebaja el ¨¢nimo y ya no parece inmerso en el glamour al que acostumbra. Es como si se le acabase el perfume de lujo y bajara a la tienda de urgencias a arramplar con lo que sea. Pero a veces, en las estanter¨ªas del campo encuentra alg¨²n vino joven reci¨¦n hecho o una colonia desconocida que huele a mar del norte. Ayer, por ejemplo Ibai G¨®mez, un muchacho que no hace casi nada correteaba por los terrenos del futbol de bronce, desconocido, sin marketing que exhibiera su enorme pegada, acorde a su musculatura y a sus huesos largos. Tampoco anda mal el muchacho de desparpajo y autoestima. Con ambos argumentos colgados del cuerpo se sac¨® un derechazo espectacular, curvado, apuntando a la barra curva que sujeta la red, all¨ª donde mueren los porteros, vencidos, entregados.
ATHLETIC, 2 SCHALKE 04, 2
Athletic; Iraoloa, Ekiza, Amorebieta, Aurtenetxe; Javi Mart¨ªnez; Susaeta, Herrera (Ibai G¨®mez, m. 30) (San Jos¨¦, m. 74), De Marcos; Muniain y Llorente (Toquero, m.58). No utilizados: Ra¨²l; Gabilondo, ??igo P¨¦rez y Ruiz de Galarreta.
Schalke 04: Unnerstail; Hoogland, Papadopuolos, Matip, Escudero; Holtby (H?gger,m. 72), Jones; Obasi (Marica, m. 62), Ra¨²l, Jurado (Farf¨¢n, m. 59); y Huntelaar. No utilizados: Schober; Metzelder, Uchida y Moritz.
Goles: 0-1. M. 28. Huntelaar 1-1. M. 40. Ibai Gomez 1-2. M. 52. Ra¨²l. 2-2. M. 54. Susaeta.
?bitro: Nicola Rizzoli (Italia). Amonest¨® a Obasi, Javi Mart¨ªnez, De Marcos, Matip
Unos 39.000 espectadores en San Mam¨¦s.
No solo fue un bello gol, sino un gol oportuno en un momento delicado del Athletic que hab¨ªa concedido a trav¨¦s de Herrera, el tanto de Huntelaar que buscaba el Schalke, a la media hora, para creer en los milagros, una costumbre muy alemana. Minutos antes Bielsa ya hab¨ªa mandado calentar a Ibai G¨®mez. El pubis de Herrera, maltrecho, apenas aguantaba media hora. Y quiso el destino que el exzaragocista se retirase del campo con el lastre de engrandecer al Schalke, cabizbajo y doliente.
El equipo de Ra¨²l sab¨ªa que ten¨ªa una sola manera de hacer realidad su sue?o: cercar al Athletic, quitarle el bal¨®n y disputarle el espacio como si cada mil¨ªmetro fuera una oportunidad de gol. Para algo el t¨¦cnico holand¨¦s, Huub Stevens hab¨ªa cambiado medio equipo respecto al de la ida, con tres espa?oles en el campo y sobre todo con el inquieto Holtby entre l¨ªneas.
Definitivamente, el Athletic no era el de las grandes fiestas, el de la gala de honor permanente, el ilusionista inesperado. Pero su personalidad estaba intacta. Hay cosas que no se pierden y perfumes que nunca caducan. El modelo Ra¨²l es un valor seguro. Lo puedes dejar en la estanter¨ªa, incluso abierto, que siempre huele a gol. A la primera, tras una contra urgente del Schalke puso el bal¨®n en la escuadra en su primer disparo a porter¨ªa. Es el perfume de toda la vida, intenso, a veces agobiante y que dura 90 minutos, sin necesidad de ponerle el tap¨®n.
El problema para Ra¨²l y para el Schalke fue que el perfume no narcotiz¨® al Athletic. Al contrario, lo despert¨®, le afil¨® las u?as, como si el hecho de que Ra¨²l una vez m¨¢s les cortara las alas hubiera sido una ofensa que superaba la adversidad del resultado (no de la eliminatoria). Despert¨® el le¨®n cuando se antojaba el nerviosismo. Y despert¨® con un gol de Susaeta, inmediato, rabioso, intenso. Y entonces si fue el Athletic made in Europa, el generoso, el insaciable, el Athletic de la liebre De Marcos y el gato Susaeta.
El gol de Ra¨²l engrandeci¨® su gloria, pero el de Susaeta mat¨® al Schalke. Demasiado remar contra corriente para recoger un guantazo a cada bofetada. No es que el Schalke dejara nunca de creer en los milagros, es que no cre¨ªa en la realidad, terca y pertinaz como las diagonales de De Marcos, un reto a la fisiolog¨ªa del cuerpo humano. Y ni a¨²n as¨ª vivi¨® feliz el Athletic, con el respeto debido al rival que atacaba por oleadas en busca ya de una pr¨®rroga imaginaria solo concebida por el hist¨®rico tes¨®n alem¨¢n. San Mam¨¦s era una fiesta que crec¨ªa a medidas que pasaban los minutos, con leves tartamudeos de silencios elocuentes. Era como si La Catedral esperase ansiosa que Los Rolling Stones se decidieran a tocar Satisfaction y la pista se llenase de saltos y bufandas.
Era el tiempo, de momento, del temple de Muniain para coser el bal¨®n, de la agilidad de Amorebieta para llegar a todos los cruces con superioridad, para apagar todos los incendios. Cuando el ¨¢rbitro italiano pit¨® el final fue como si de pronto Keith Richards puntease las primeras notas de la m¨ªtica canci¨®n. La gente cantaba ¡°lo, lo, lo, lo, lololo, lolo, lolo¡±, pero en el fondo era una traducci¨®n libre, muy libre del tema de Jagger y Richards. Aunque no lo supieran, lo sent¨ªan. A la siguiente, toca fado en la cuna de Portugal. La partitura contin¨²a, los solistas tambi¨¦n. El perfume sigue oliendo bien.
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