Sv¨¦tozar Gl¨ªgoric,el maestro venerado por Bobby Fischer
El campe¨®n serbio se convirti¨® en un reputado te¨®rico del ajedrez

Tuvo mucha menos fama y gener¨® mucha menos pol¨¦mica que Fischer, K¨¢rpov y Kasp¨¢rov. Sin embargo, esos tres ajedrecistas sagrados, y varios millones m¨¢s, admiraron profundamente a Sv¨¦tozar Gl¨ªgoric (Belgrado, Serbia, 1923), que muri¨® el 14 de agosto tras 89 a?os de una vida muy intensa. Doce veces campe¨®n de Yugoslavia, guerrillero partisano, m¨²sico, pol¨ªglota, periodista, escritor¡ Su perfil nada tiene que ver con el de los campeones exc¨¦ntricos.
Ya casi no es noticia ¡ªporque los casos abundan¡ª que un ajedrecista se mantenga mentalmente ¨¢gil hasta su muerte a una edad muy avanzada y reafirme as¨ª la teor¨ªa de que la pr¨¢ctica frecuente del ajedrez retrasa el envejecimiento cerebral y puede prevenir el alzh¨¦imer. Pero el caso de Gl¨ªgoric es particularmente interesante, porque su gimnasia mental fue siempre abundante, en muy diversos terrenos.
De familia pobre, conoci¨® el ajedrez a los 11 a?os, viendo c¨®mo jugaban los parroquianos en un bar. Ese descubrimiento, que marc¨® su vida, encajaba bien con un alumno mod¨¦lico y muy equilibrado, aplicado en los estudios y destacado en el deporte. Su prometedor talento ya despuntaba cuando estall¨® la Segunda Guerra Mundial, que le convirti¨® en guerrillero partisano, pero tuvo mucha suerte: uno de sus superiores tambi¨¦n era ajedrecista, lo que le alej¨® del campo de batalla.
Entonces, un poco tarde para lo que hoy se estila en una actividad que produce muchos ni?os prodigio, empez¨® la brillante carrera deportiva de Gl¨ªgoric, uno de los mejores ajedrecistas no sovi¨¦ticos en las d¨¦cadas de los cincuenta y los sesenta. Tambi¨¦n trabaj¨® como periodista y organizador de torneos y se convirti¨® en una estrella sin enemigos, admirado por doquier.
La causa b¨¢sica de esa veneraci¨®n general no est¨¢ en la calidad de sus partidas, sino en su car¨¢cter amistoso ¡ªque le llev¨® a ser una de las poqu¨ªsimas personas que mereci¨® la confianza de Fischer en su etapa m¨¢s paranoica¡ª y, sobre todo, en su gran capacidad did¨¢ctica. Millones de aficionados de todo el mundo anhelaban la publicaci¨®n de cada n¨²mero de las revistas especializadas m¨¢s importantes en cada idioma porque en todas ellas estaba el art¨ªculo mensual de Gl¨ªgoric. El t¨ªtulo gen¨¦rico era La Partida del Mes, que el gran maestro serbio diseccionaba con un an¨¢lisis sumamente minucioso.
Para entender bien el valor de ese trabajo hay que tener muy presente que las computadoras de ajedrez ¡ªmonstruos que hoy calculan millones de jugadas por segundo¡ª no llegaban entonces ni a la categor¨ªa de quimera. El ¨²nico m¨®dulo de an¨¢lisis era la propia cabeza, y la de Gl¨ªgoric, tan equilibrada desde la ni?ez hasta el fin, alumbraba cada mes con resplandor los procelosos secretos del deporte mental por excelencia. Y no satisfecho con ello, tambi¨¦n compon¨ªa m¨²sica y tocaba el piano.
Cuando muere un ajedrecista muy querido, es frecuente recurrir al consuelo de que sus partidas siempre estar¨¢n ah¨ª, aunque ¨¦l se haya ido. Pero en el caso del entra?able Gliga nos quedar¨¢n, adem¨¢s, sus libros, sus art¨ªculos magistrales y, sobre todo, el recuerdo de una forma de ser ejemplar. Cuando la dura realidad cotidiana incita a creer que el ser humano es malo por naturaleza, uno piensa en gente como Gl¨ªgoric y debe reconocer dudas razonables.
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