Bloqueo por falta de pr¨¢ctica
Los jugadores dicen que el Madrid se desorganiza arriba porque Mou solo entrena el contragolpe
El m¨¦todo de Jos¨¦ Mourinho se caracteriz¨® por su car¨¢cter simple, extenuante, y r¨¢pido. Al entrenador del Madrid solo le han servido las guerras-rel¨¢mpago. No pas¨® de los dos a?os en el Oporto ni en el Inter, y no cumpli¨® tres temporadas en el Chelsea, donde emple¨® unas cuantas semanas provocando conflictos hasta que el due?o del club, Roman Abram¨®vich, le despidi¨®. Hay algo agotador en el modo en que el t¨¦cnico gestiona al personal. Un observador que convive con ¨¦l diariamente en el vestuario lo anunci¨® en un corrillo, en Valdebebas, hace un a?o: ¡°La temporada que viene, si ¨¦l sigue, el club tendr¨¢ que cambiar a media plantilla¡±.
Mourinho acaba de iniciar su tercera temporada al frente del Madrid y cada vez le cuesta m¨¢s trabajo ponerse de acuerdo con sus jugadores. Las derrotas en Getafe (2-1) y en Sevilla (1-0) han servido de impulso para que el propio entrenador abriera una crisis con los jugadores. Si el objetivo de las provocaciones p¨²blicas fue generar un est¨ªmulo, el plantel no lo percibi¨® as¨ª. El hartazgo que arrastra el personal desde hace meses no ha contribuido a suavizar las relaciones. El origen del desencuentro no es reciente. Se remonta a 2010 y, entre otras cosas, tiene ra¨ªces t¨¢cticas. ¡°Cuando los rivales nos esperan ¨¦l [Mourinho] no sabe darle soluciones al equipo¡±, dice un jugador. ¡°Ocupamos los mismos espacios, nos estorbamos, no sabemos movernos. Nos bloqueamos. No es falta de voluntad por nuestra parte. Pero ¨¦l sale a las ruedas de prensa y nos echa la culpa a nosotros¡±.
El hartazgo que arrastra el grupo desde hace meses no ha contribuido a suavizar las relaciones
Desde hace dos a?os los jugadores del Madrid advierten que el c¨ªrculo de la preparaci¨®n no acaba de cerrar. A los entrenamientos les falta, dicen, una buena dosis de eso que llaman ¡°ataque est¨¢tico¡±. Insisten en que el t¨¦cnico no trabaja con el grupo para generar movimientos sincronizados capaces de crear espacios cuando los rivales se cierran en su campo a esperar y son ellos quienes deben llevar la iniciativa con el bal¨®n. Esto ocurri¨® en Sevilla (1-0), donde el Madrid se mostr¨® agobiado ante la necesidad de tener que elaborar el juego sin poder contragolpear. Mourinho insiste en los desplazamientos largos y r¨¢pidos, en la velocidad, y en la furia competitiva, como si fuera la panacea. Pero esto, observan sus futbolistas, no siempre es una soluci¨®n. Mucho menos cuando el rival se adelanta en el marcador.
El a?o pasado el Madrid debi¨® remontar 10 partidos en Liga. Perdi¨® uno y acab¨® imponi¨¦ndose en nueve. Pero, salvo contra el Zaragoza en el Bernab¨¦u (3-1), las ocho remontadas restantes se agilizaron gracias a decisiones arbitrales pol¨¦micas: ocho penaltis a favor del Madrid y siete expulsiones de rivales por una sola expulsi¨®n madridista (Di Mar¨ªa) fueron el saldo de aquellos combates. En Mallorca, adem¨¢s, el ¨¢rbitro anul¨® un gol legal de V¨ªctor que se habr¨ªa convertido en el 2-0. Y, cuando acab¨® el partido contra el Betis (2-3), los jugadores entraron al vestuario ri¨¦ndose porque el juez hab¨ªa ignorado sendas manos de Ramos y Alonso en el ¨¢rea de Casillas.
Mourinho siente que el vestuario no le apoya. Sentencia que la culpa de la actual crisis la tiene los jugadores porque, como dijo en Sevilla, se han desmandado hasta crear ¡°un estado de ¨¢nimo colectivo¡± en el que no abundan ¡°cabezas comprometidas con el f¨²tbol¡±. Los jugadores, por amplia mayor¨ªa, creen que Mourinho elude su responsabilidad, o incluso que emplea las conferencias de prensa ¡°para prepararse el camino¡± y, eventualmente, ¡°quitarse de en medio¡±. Le imaginan fuera del club m¨¢s pronto que tarde.
El dilema que inflama al vestuario del Madrid no ser¨ªa nuevo de no ser por el hecho de que el entrenador es el primer t¨¦cnico en la historia del f¨²tbol que se percibe a s¨ª mismo como una estrella de la cultura popular. Un fen¨®meno de masas, objeto de semideificaci¨®n por parte de miles de adoradores. Un hombre que, cada d¨ªa que pasa, va confundi¨¦ndose un poco m¨¢s con su propio mito, convencido de su infalibilidad. Cuando comenzaron las dificultades, a ojos de los futbolistas, no expres¨® la menor duda: si acaso es convicto de algo es de haberse puesto en manos de jugadores que no merecen estar a sus ¨®rdenes. ¡°?l se ve a s¨ª mismo como una celebridad¡±, observan en la plantilla. En este escenario, y con protagonistas tan celosos de su reputaci¨®n, las l¨ªneas de falla se multiplican y hasta los acuerdos de compromiso parecen inalcanzables.
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