F¨²tbol y pol¨ªtica
La pol¨ªtica ha pegado un aceler¨®n en Catalu?a. Y el FC Barcelona, primera instituci¨®n deportiva del pa¨ªs, no se ha librado de la sacudida. Su presidente, Sandro Rosell, intent¨® dejar a la instituci¨®n al margen, con el argumento de las distintas sensibilidades que la conforman. Sin embargo, pronto tuvo que rectificar.
Rosell empez¨® participando en la manifestaci¨®n del Onze de Setembre a t¨ªtulo personal y acab¨® por declarar ante la asamblea de socios compromisarios: ¡°La instituci¨®n siempre ser¨¢ fiel a su historia y a sus convicciones. Siempre defenderemos nuestras ra¨ªces y el derecho de los pueblos a decidir su futuro. Somos parte de la sociedad catalana y siempre defenderemos la voluntad de la mayor¨ªa. Queremos que nos entiendan y nos acepten tal como somos: catalanes¡±.
Entremedio, el Camp Nou hab¨ªa coreado ¡°independencia¡± por primera vez en la historia de un partido del equipo azulgrana, como aconsejando a su presidente que no son tiempos para ambig¨¹edades. Y ya se sabe que el pr¨®ximo domingo el clamor por la independencia de Catalu?a volver¨¢ a o¨ªrse ante el Real Madrid y que la presencia de estelades ser¨¢ masiva porque sus partidarios no piensan desperdiciar un partido de tama?a repercusi¨®n mundial.
Esta efervescencia independentista se vive de forma muy distinta en Catalu?a y en el resto del Estado espa?ol, l¨®gicamente, y el FC Barcelona, como entidad transversal, con seguidores en ambos lados sentimentales, lo padece internamente. Hace unos d¨ªas, el tenista y cul¨¦ Carlos Moy¨¤ public¨® en este mismo diario un art¨ªculo en el que ped¨ªa dos cosas: que nadie le expulsara del barcelonismo por no ser catal¨¢n y que no se mezclara el deporte con la pol¨ªtica. Por lo primero no deber¨ªa temer porque no suceder¨¢. Por lo segundo, tampoco deber¨ªa sufrir, m¨¢s que nada porque es inevitable.
Deporte y pol¨ªtica han mezclado siempre. De hecho, el origen mismo del deporte tiene ra¨ªces sociopol¨ªticas. Los soci¨®logos Norbert Elias, alem¨¢n, y Eric Dunning, ingl¨¦s, han demostrado el papel del deporte como agente civilizador: la transformaci¨®n de los pasatiempos ingleses en deportes reglamentados a partir de los siglos XVIII y XIX habr¨ªa actuado en paralelo a la parlamentarizaci¨®n de las facciones pol¨ªticas inglesas y ambos procesos habr¨ªan contribuido a cambiar las estructuras de poder en Inglaterra y a civilizar los h¨¢bitos sociales de la aristocracia y los caballeros ingleses, tanto por lo que se refiere a sus relaciones pol¨ªticas como por lo que respecta a su manera de divertirse, en un sentido menos violento y bas¨¢ndose en unas normas reglamentadas y aceptadas por todos los participantes. Y entremedio, como bien han explicado los historiadores Xavier Pujadas y Carles Santacana, los clubes deportivos surgieron como intermediarios entre la reglamentaci¨®n y los practicantes y los espectadores, en cuanto asociaciones que contribuyen a la sociabilidad deportiva a partir de agrupar a sus asociados por afinidades territoriales, de g¨¦nero, socioprofesionales, ideol¨®gicas, generacionales, etc¨¦tera.
El caso del FC Barcelona es paradigm¨¢tico. Su vinculaci¨®n con Catalu?a es casi inmediata a su fundaci¨®n. Un dato comparativo con el Real Madrid vale para entender su significado sociopol¨ªtico. Su masa social pas¨® entre 1921 y 1924 de 4.302 a 12.207 socios coincidiendo, por un lado, con el mito Josep Samitier y la construcci¨®n del estadio de Les Corts, y por otro lado, con el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera y el advenimiento de la dictadura, que dio al FC Barcelona un valor de refugio simb¨®lico. Por su parte, el Real Madrid ten¨ªa 1.000 socios en 1922 y no lleg¨® a los 5.000 hasta el a?o 1933. Que los clubes y las asociaciones deportivas ten¨ªan una significaci¨®n cultural, social y pol¨ªtica, fruto de las diversas tradiciones que las hab¨ªan motivado, lo supo de inmediato el franquismo y por esta raz¨®n actu¨® de manera represiva contra las consideradas desafectas por ser pr¨®ximas a postulados obreristas, republicanos o nacionalistas.
No nos enga?emos: tampoco las democracias han renunciado nunca a aprovechar la potencia social del deporte. Basta con pensar en los Juegos Ol¨ªmpicos, el Mundial de f¨²tbol o la Copa Davis de tenis para comprender el valor nacionalista del deporte.
Es cierto: el deporte, la pr¨¢ctica deportiva propiamente, no es pol¨ªtica en s¨ª misma. Sin embargo, es inevitable que disciplinas con tanto arraigo social y, por ello, de tanta trascendencia convivan con la pol¨ªtica. El problema no es esta convivencia, o conllevancia casi, sino el uso que se hace del deporte en cuanto instrumento al servicio de la actividad pol¨ªtica; entonces puede ser positivo o negativo, a beneficio individual o colectivo. Sucede que estas cualidades casi siempre son relativas y siempre dependen de la perspectiva del observador.
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