Agua pura y cristalina
La tensi¨®n de la Ryder es similar a la de la final de un Mundial, pero la deportividad que se ve en el golf no tiene nada que ver con el mundo del f¨²tbol
¡°Las ra¨ªces de nuestra tribu futbolera yacen en las profundidades de nuestro pasado m¨¢s primitivo¡±. Desmond Morris, zo¨®logo y escritor
Durante un partido clave el domingo pasado un jugador sufri¨® insultos constantes desde las gradas. A uno de sus rivales no le gust¨® nada y decidi¨® intervenir, solicitando la ayuda de un agente de seguridad.
No, no hablamos de f¨²tbol. Por supuesto que no. Hablamos de golf. Del torneo de la Copa Ryder entre Europa y Estados Unidos disputado la semana pasada en Chicago; concretamente, del duelo decisivo (como todos lo fueron en el ¨²ltimo de los tres d¨ªas de la competici¨®n) entre el ingl¨¦s Justin Rose y el estadounidense Phil Mickelson. Durante una fase del partido se le ocurri¨® a un fan estadounidense la gracia de hacer unos ruiditos ofensivos con los labios cada vez que Rose se preparaba a lanzar un golpe. ¡°Tipo Hanibal Lecter¡±, dir¨ªa despu¨¦s Rose. Tuvo el efecto deseado. Le quit¨® la concentraci¨®n. Cuando Mickelson se dio cuenta de lo que estaba pasando avis¨® a un guarda para que le silenciara.
La tensi¨®n en la Ryder fue equiparable a una final de la Copa del Mundo de f¨²tbol; la emoci¨®n que expresaban los jugadores cuando met¨ªan un putt era igual a la de un futbolista cuando marca un gol vital. Un equipo representaba a su pa¨ªs, el otro a un continente. Y cada uno de los 12 jugadores de cada bando ten¨ªa plena, orgullosa, angustiada, conciencia del prestigio que hab¨ªa en juego. Quinientos millones de personas vieron la competici¨®n en todo el mundo.
Aun as¨ª, aun cuando de repente se empez¨® a oler que Europa ten¨ªa serias posibilidades de lograr una ¨¦pica remontada (imag¨ªnense ir perdiendo 5 a 0 en el descanso de una final de f¨²tbol y que se llegue a 5-4 faltando 15 minutos), aun sabiendo que era absolutamente imprescindible vencer a Rose en un duelo individual ajustad¨ªsimo, Mickelson intervino con aquel gesto de sublime deportividad. Y hubo m¨¢s. Cuando Rose emboc¨® un putt enorme en el hoyo 17 para igualar el partido, Mickelson lanz¨® una mirada c¨®mplice a su adversario y, levantando el pulgar, lo felicit¨®.
Mickelson, uno de los grandes golfistas contempor¨¢neos, demostr¨® una gentileza extrema, pero no fue at¨ªpica. Durante los tres d¨ªas de la Ryder todos los jugadores, pero especialmente los del equipo anfitri¨®n, tuvieron un comportamiento ejemplar.
El f¨²tbol es otra cosa. En el f¨²tbol, llegado un momento de similar tensi¨®n, por ejemplo en la tanda de penaltis de un Mundial, el portero har¨¢ lo posible, junto a las hordas en el estadio, para desconcertar al que le toca lanzar. En el f¨²tbol el barullo y la brutalidad son la norma; a la afici¨®n se le consiente el derecho de dirigir cualquier obscenidad al equipo rival. El espect¨¢culo que montan los protagonistas, fuera y dentro del campo, socava muchas veces la dignidad del deporte. Algunos d¨ªas el Real Madrid, por ejemplo, parece m¨¢s una telenovela (¡°?se quieren, o no se quieren?¡±) que un club de f¨²tbol; Jos¨¦ Mourinho, m¨¢s un realizador que un entrenador. La noche anterior a esa gloriosa final de la Copa Ryder, Cesc F¨¢bregas ensuci¨® su reputaci¨®n y la del Barcelona con un numerito teatral que enga?¨® al ¨¢rbitro y logr¨® la expulsi¨®n de un jugador rival.
Ver a Rose y a Mickelson, a Sergio Garc¨ªa y a Tiger Woods y al noble capit¨¢n de Europa, Jos¨¦ Mar¨ªa Olaz¨¢bal; sentir adem¨¢s el ¡°esp¨ªritu de Severiano Ballesteros¡± al que se aferraban todos los jugadores europeos el domingo mientras completaban una de las haza?as m¨¢s memorables de la historia de cualquier deporte fue ¡ªpara una persona cuyo h¨¢bitat natural es el mundo del f¨²tbol¡ª como lanzarse de cabeza a una laguna de agua cristalina y pura.
No es que no se den casos de elegante deportividad en el f¨²tbol tambi¨¦n. Miren a Vicente del Bosque. Pero lo habitual en el f¨²tbol es el fundamentalismo y la furia, el s¨¢lvese quien pueda, c¨®mo pueda. No hay tribu mayor que la futbolera porque no hay fen¨®meno social que despierte sentimientos m¨¢s primarios. Hoy se disputar¨¢ en Barcelona el partido m¨¢s grande del mundo. La pena es que si hablamos de clase humana y de competitividad honrada, si lo comparamos con lo que vimos en Chicago el fin de semana pasado, se quedar¨¢ peque?o.
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