De la bronca del compa?ero al usted del jefe
"A m¨ª me viene el c¨¢ncer ese y voy a por ¨¦l y le gano", sol¨ªa decir anta?o. Hace poco me dijo: "Cada a?o que pasa cumplo diez"
Era un lunes o un martes de noviembre de 1974. El presidente, Vicente Calder¨®n, hab¨ªa decidido prescindir de los servicios de Juan Carlos Lorenzo como entrenador tras disputarse la novena jornada de Liga y antes de tomar una decisi¨®n sobre su sustituto se reuni¨® con los capitanes del equipo. Adelardo y Luis eran los primeros capitanes, luego estaba G¨¢rate y tambi¨¦n me llam¨® a m¨ª a su despacho madrile?o. Recuerdo que nos ped¨ªa nuestra opini¨®n sobre los que estaban disponibles en aquel momento. En la conversaci¨®n iban desgranando nombres: Otto Bumbel (que ya hab¨ªa entrenado al Atl¨¦tico en 1964-65, Di Stefano, se habl¨® tambi¨¦n de Puskas. Nosotros pon¨ªamos cara de p¨®ker o haciendo esos gestos que lo mismo valen para decir que s¨ª que para decir que no. Calder¨®n dec¨ªa que, claro, un exfutbolista del Real Madrid, no ser¨ªa bien acogido por la afici¨®n del Atl¨¦tico. La conversaci¨®n continuaba y segu¨ªan nuestras se?as indescriptibles. De pronto el presidente lanz¨® una pregunta: "?Y qu¨¦ os parece Luis?". "Claro, Luis es el que mejor nos conoce", respondimos casi al un¨ªsono.
Calder¨®n nos llam¨® a Luis, G¨¢rate, Adelardo y yo: "?Qu¨¦ les parecen Di St¨¦fano o Puskas como t¨¦cnicos?". Pusimos cara de p¨®quer y solt¨®: "?Y Luis?"
Al d¨ªa siguiente, Luis se present¨® en el vestuario con una cartera en la mano. Nos sorprendi¨® que nos hablara a todos de usted, a gente que como Adelardo hab¨ªa estado con ¨¦l de jugador durante 13 temporadas, G¨¢rate, nueve, yo ocho. Enseguida lo entendimos: "Hasta ahora he sido vuestro compa?ero, ahora soy vuestro jefe". Lo mismo que como futbolista marcaba su territorio, disputando cada cent¨ªmetro al rival, como entrenador marc¨® el territorio desde el primer d¨ªa. Fue una sensaci¨®n extra?a, pero no inesperada para nosotros. Luis hab¨ªa disputado como futbolista seis partidos de esa temporada 1974-75 y en la jornada 10 hab¨ªa cambiado la camiseta de futbolista por el ch¨¢ndal de entrenador aunque el escudo segu¨ªa siendo el mismo. Yo hab¨ªa llegado al Atl¨¦tico desde el Real Uni¨®n de Ir¨²n, con 19 a?os, y ¨¦l ya era un veterano, deb¨ªa tener unos 29, pero sobre todo observ¨¦ desde el principio que su influencia en el vestuario era brutal. Y ahora resultaba que esa influencia se convert¨ªa en jerarqu¨ªa: ya no era la influencia del compa?ero, sino la del jefe que solo se separaba de su cartera o sus carpetas en el terreno de juego.
Yo sab¨ªa que desde mi llegada al Atl¨¦tico me hab¨ªa cogido afecto. Pero prevalec¨ªa sobre todo el esp¨ªritu ganador. La primera gran bronca que yo me llev¨¦ en el f¨²tbol profesional fue tras un partido contra el Pontevedra, el que hizo m¨ªtico aquel eslogan del "hay que roelo", cuando el equipo gallego descoll¨® en la Primera Divisi¨®n de la que lleg¨® a ser l¨ªder al t¨¦rmino de la primera vuelta. Supongo que habr¨ªamos perdido porque me ech¨® una bronca de campeonato, imagino que por alg¨²n error imperdonable que habr¨ªa cometido o por realizar un mal encuentro. No lo recuerdo. Lo que me qued¨® grabado es que el apoyo no estaba re?ido con la exigencia.
Lo que prevalec¨ªa en sus charlas de entrenador era fomentar el esp¨ªritu an¨ªmico de los futbolistas, fortalecer la convicci¨®n de que ning¨²n rival era inasequible
Y ese futbolista que me apoyaba y me exig¨ªa, ahora era mi entrenador, mi jefe, algo de lo que sin darnos cuenta quiz¨¢s ya ven¨ªa ejerciendo por su influencia en el juego y en el vestuario. De hecho, lo que prevalec¨ªa en sus charlas de entrenador era fomentar el esp¨ªritu an¨ªmico de los futbolistas, fortalecer la convicci¨®n de que ning¨²n rival era inasequible. Ven¨ªamos de sufrir la decepci¨®n de la final de la Copa de Europa de 1974, pero habiendo sido v¨ªctimas del infortunio, primero, y del cansancio, despu¨¦s, en el desempate, ante un rival como el Bayern de enorme cr¨¦dito. "Ir a por ellos" o frases similares eran habituales en su charlas, sin dem¨¦rito de los planteamientos t¨¢cticos del partido. En eso tambi¨¦n observamos un cambio radical, porque Juan Carlos Lorenzo era m¨¢s dado a la palabrer¨ªa y Luis iba al grano, sin rodeos. Despu¨¦s, Luis fue evolucionando porque el f¨²tbol tambi¨¦n iba cambiando y ¨¦l no era de los de quedarse atr¨¢s y viv¨ªa por y para el f¨²tbol, un canchero, que dir¨ªan en Argentina.
Al menos pudimos resarcirnos en la Copa Intercontinental que disputamos a Independiente tras la renuncia del Bayern M¨²nich. Se manejaron muchos rumores sobre las razones por las que el equipo alem¨¢n no disput¨® ese torneo, entonces a ida y vuelta: que si los incidentes de 1969 entre Estudiantes y Milan, que si boic¨® a la dictadura argentina de Videla, que si problemas de fecha. Al final, la Intercontinental fue nuestra tras perder 1-0 en Argentina y ganar 2-0 en Madrid. Yo marqu¨¦ el primer gol y el definitivo lo hizo Ayala. No creo que aquello le cerrase a Luis la herida de la derrota contra el Bayern porque las derrotas para Luis siempre eran dolorosas y aquella especialmente qued¨® siempre en la memoria de los que participamos en esos dos partidos.
Cuando el Athletic se dirigi¨® al Atl¨¦tico para hacerse con mis servicios, Luis me dijo tajante: "Iru, t¨² te quedas". No quer¨ªa que me fuera, aunque al final tuvo que ceder ante Vicente Calder¨®n, que contaba con el dinero de mi traspaso para fichar a Luiz Pereira y a Leinvinha. Entonces cambi¨¦ de jefe, pero el compa?ero segu¨ªa estando ah¨ª, muy cerca, aunque fuera en el otro banquillo.
Hace apenas mes y medio, o algo as¨ª, coincid¨ª con ¨¦l en un acto de presentaci¨®n de un libro sobre las leyendas del Atl¨¦tico de Madrid. Est¨¢bamos diez o doce ex futbolistas en una mesa y naturalmente las an¨¦cdotas fueron polarizando la conversaci¨®n porque Luis, al gusto por las an¨¦cdotas un¨ªa una memoria prodigiosa. Sin embargo, entre risas y bromas, una frase me dej¨® descolocado, pensativo, temeroso: "Iru", me dijo, "cada a?o que pasa me caen como diez". "Vamos, Luis, que t¨² eres muy joven todav¨ªa para pensar as¨ª", le contest¨¦. "Diez por uno, Iru", repiti¨®. Yo desconoc¨ªa lo que suced¨ªa en su interior, hasta recibir hoy la peor de las noticias. Poco despu¨¦s del sobresalto, record¨¦ algo que ¨¦l sol¨ªa decir en nuestra ¨¦poca de futbolistas. En los a?os 60 apenas se nombraba la palabra c¨¢ncer, se elud¨ªa con eufemismos, como si no utilizarla nos librara de sus males. Despu¨¦s, en los 70, volvi¨® al diccionario cotidiano. "A m¨ª me viene el c¨¢ncer ese y voy a por ¨¦l y le gano", dec¨ªa entonces con una firmeza atronadora. Pero hay derrotas que no tienen partido de vuelta. Si no, Luis hubiera ganado la eliminatoria.
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