De Schwarzenbeck a Schweinsteiger
De la final de la Copa de Europa de 1974 con el Atl¨¦tico a la de hoy, Luis no ha dejado de respirar f¨²tbol
Taciturno y agrio en la distancia corta, socarr¨®n y chistoso en la larga. Con Luis Aragon¨¦s no hay t¨¦rmino medio. Quiz¨¢ porque nunca acaba las frases, como si le pareciera haberlo dicho todo un mill¨®n de veces. Hasta el punto de que un "tal" le sirve para atajar su discurso. Le dicen sabio, y su verbo castizo e incendiario de Hortaleza (Madrid) le hace parecerlo. Es tozudo y obsesivo, casi nunca asiente y le gusta poner el punto final. No se le puede negar pasi¨®n por el f¨²tbol. Y tampoco magisterio. Luis nunca ha dejado de ser jugador, lo de entrenar no es m¨¢s que el mejor modo de perpetuarse como futbolista. Para ¨¦l no hay frontera desde que en 1974 conjugara ambos oficios en el Atl¨¦tico de Madrid, equipo que lleva en la m¨¦dula pese a sus coqueteos con el Real Madrid y su largo recorrido por el f¨²tbol espa?ol. La Pepa , como cari?osamente llama a su mujer, lo sabe y su marido reconoce en privado que en casa no le aguantan cuando no tiene un banquillo en el que sentarse. Su vocaci¨®n es ilimitada y ahora, a punto de cumplir 70 a?os este hijo de campesinos que presume de 11 nietos se ir¨¢ a trabajar al extranjero por primera vez, a Estambul, al Fenerbah?e.
A Luis no le cansan los viajes, los hoteles, ni los aviones —a los que llama "pajaritos"—, y le basta un ch¨¢ndal para ser feliz. Lleva el f¨²tbol tan grapado en las entra?as que cuando no tiene ropa deportiva lo parece. Este zapatones que calzaba un 46 como jugador jam¨¢s ha cuidado su est¨¦tica. En todas las videotecas sobre Luis aparece en primer plano una imagen que le retrata: aquella en la que con kilom¨¦tricas y desali?adas patillas dirige un calentamiento del Atl¨¦tico en El Plant¨ªo, en un Burgos congelado, mientras hace estiramientos con una desnutrida pelliza puesta.
Luis es f¨²tbol, puro f¨²tbol y nada m¨¢s que f¨²tbol. La mayor parte de sus amistades tienen un ancla con este juego, salvo algunos banqueros como los March. "Es muy amigo de sus amigos", sostienen en su entorno, donde se le tiene por un hombre espl¨¦ndido, amante del marisco, de poco apetito, muy fumador y empachoso con las coca-colas. Siempre le rodea la misma corte, sobre todo Jes¨²s Paredes —el preparador f¨ªsico que hered¨® de su admirado Alfredo di St¨¦fano— y Armando Ufarte, compa?ero desde sus tiempos mozos en el Atl¨¦tico. Pero Luis es muy suyo, as¨ª que no sorprende cuando negocia un contrato sin consultar a su representante, Navarro, ex portero del Burgos y el Atl¨¦tico, al que intervenga o no nunca le falta la comisi¨®n.
En sus corrillos le sale una vena c¨®mica que chirr¨ªa con su imagen p¨²blica de rostro sufriente. Es irascible, como demostr¨® al zarandear a Eto'o en el Mallorca —el camerun¨¦s, en Viena para la final, adora al abuelo—, y excesivo: su arenga a Reyes con referencias al negro Henry es la mayor tacha de su carrera. Ni en sus volc¨¢nicas broncas con Jes¨²s Gil lleg¨® a tanto. No hay rival que le atemorice. Tambi¨¦n se plant¨® ante Romario y dej¨® plantado a Ra¨²l.
Ha dirigido a ocho equipos en 20 a?os (Atl¨¦tico, Betis, Sevilla, Oviedo, Mallorca, Barcelona, Espanyol y Valencia) y en muchos ha repetido, se?al de su buena huella, por lo que cuesta dar con la pista de alg¨²n jugador con algo que recriminarle. Es un gran motivador, dicen en los camerinos, en los que agita al grupo con piques constantes. "Nadie tira a¨²n las faltas mejor que Luis", les espeta el propio Luis, que siempre habla de s¨ª mismo en tercera persona. Jugador lento y de trote perezoso, a¨²n da gusto ver tocar la pelota a quien fue pichichi la temporada 69-70 con 16 goles, los mismos que G¨¢rate y Amancio.
En el vestuario se gana el respeto por su trato "humano", dicen los jugadores, que tambi¨¦n le reconocen su capacidad para codificar todos los detalles del f¨²tbol. Luis es muy canchero y defiende sin rubor todas las artima?as que aprendi¨® en Hortaleza. En el f¨²tbol barrial vale todo y en la ¨¦lite, tambi¨¦n. Le irrita ver a esos jugadores que caen en el ¨¢rea y r¨¢pidamente se disculpa ante el ¨¢rbitro. El f¨²tbol es para pillos, afirma quien hizo con el Atl¨¦tico el juego de contraataque m¨¢s brillante y efectivo de la Liga espa?ola. Italia es la selecci¨®n que m¨¢s valora y Brasil, influenciado por Ufarte, criado en aquel pa¨ªs, le cautiva.
Tras una Liga, cuatro Copas, una Supercopa y una Intercontinental, con Espa?a, a la que entrena desde agosto de 2004, ha llegado a la cima tras muchas vicisitudes. Y no s¨®lo deportivas. Se ha enfrentado con un sector de la federaci¨®n, con la prensa —"?me quer¨¦is matar!", les solt¨® en marzo de 2007— y hasta con un municipio de Dortmund al despreciar un ramo de flores al grito de "a m¨ª que no me cabe el pelo de una gamba?". La eliminaci¨®n mundialista ante Francia en 2006 le hizo rectificar. Hab¨ªa dicho que dejar¨ªa el cargo, pero se arrepinti¨®, como si se sintiera en deuda. Adem¨¢s, siempre estuvo convencido de que el equipo llegar¨ªa lejos. En su opini¨®n, el problema del futbolista espa?ol era no saber competir, no manejar eso que ¨¦l llama "detalles", que no son otra cosa que picard¨ªa y concentraci¨®n.
Al fin ha conseguido su meta y hoy, 34 a?os despu¨¦s, puede liquidar una vieja hipoteca con los alemanes. Entonces, Schwarzenbeck, que suena tan gutural como Schweinsteiger, le impidi¨® alzarse con la Copa de Europa con que acariciaba el Atl¨¦tico gracias a un gol suyo. De falta claro, porque nadie las tiraba como Luis. Ni las tira.
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