El espejismo de la guerra justa

Que me perdone fray Luis de Le¨®n, pero tengo previsto, mientras dure la Copa Mundial de Brasil, renunciar a la descansada vida del que huye del mundanal ruido. Ya en tiempos pasados atraves¨¦ un periodo en que intent¨¦ sin ¨¦xito ser uno de los pocos sabios que en el mundo han sido. Me impuse entre otros fines el aborrecimiento del f¨²tbol, del que, como a toda actividad colectiva humana, no me cost¨® encontrarle sus facetas reprobables.
La pr¨¢ctica del f¨²tbol presupone la existencia de una compleja estructura organizativa que dice no poco del grado de desarrollo de los pa¨ªses y, por supuesto, de su particular idiosincrasia. De forma que la referida estructura, que empieza en el f¨²tbol infantil y culmina en la divisi¨®n superior de una liga, alberga similares virtudes y defectos que la sociedad en que est¨¢ insertada. En unos sitios las corruptelas, el tr¨¢fico de influencias o los usos mafiosos salpican el mundo del deporte, no s¨®lo el del f¨²tbol, como en otros la eficacia en la gesti¨®n p¨²blica o el aceptable nivel educativo de los ciudadanos.
Me entero de los gastos exorbitantes que le ha supuesto a Brasil, donde no escasea la penuria, organizar la Copa Mundial y me tiro de los pocos pelos que me van quedando. Pero luego pienso m¨¢s y, sin caer en el cinismo de quienes, beneficiados por el acontecimiento, alegan que con ¨¦l se han creado puestos de trabajo, veo que el f¨²tbol supone para el pa¨ªs organizador un est¨ªmulo en otras direcciones que no son las meramente econ¨®micas. Lejos de ocasionar o agravar los problemas sociales que algunos le achacan, los alumbra, llev¨¢ndolos a las planas de los peri¨®dicos del mundo entero.
Otra opci¨®n consistir¨ªa en reservar la organizaci¨®n de estos costosos campeonatos a un grupito de pa¨ªses ricos, como Qatar, cuyas arcas se lo pueden permitir, a¨²n m¨¢s si los trabajadores que edifican los estadios a 40? grados en la sombra vienen del extranjero y se desloman en un r¨¦gimen laboral cercano a la esclavitud.
El f¨²tbol, que es muchas cosas a la vez, incluso cosas opuestas seg¨²n qui¨¦n las observa y juzga, procura en un formato como el de la Copa Mundial la ocasi¨®n de que unas naciones hagan algo entre ellas dirigido a conseguir victorias y endosar derrotas, pero sin causar devastaci¨®n. Pone a rivalizar en guerra pac¨ªfica a las naciones de acuerdo con unas normas iguales para todas, ni decididas ni aplicadas por ninguna de ellas, que para eso est¨¢ el ¨¢rbitro presuntamente imparcial. Aqu¨ª no lucha la ametralladora contra la lanza ni se enfrentan 800 contra 20.000. 90 minutos, 11 contra 11 y r¨¢pido a la ducha, que hay que arreglar el c¨¦sped para la batalla siguiente.
?Qu¨¦ guerra es esta que proh¨ªbe la violencia? Alguien debi¨® explic¨¢rselo a tiempo al uruguayo Pereira. Tal vez lo habr¨ªa apartado de dar la imagen apenas edificante de un deportista que desconoce el noble arte de saber perder; de un hombre, adem¨¢s, escasamente juicioso que, ante numerosas c¨¢maras de televisi¨®n y a falta de un pu?ado de segundos para que acabara el partido, le arre¨® un patad¨®n de caballo cabreado al costarricense Campbell. Tarjeta roja.
Nadal cuando pierde lo hace ¨¦l, pero la selecci¨®n tiene rango de ej¨¦rcito
M¨¢s all¨¢ de sus componentes est¨¦ticos y festivos, y de su indudable valor cultural, el f¨²tbol se deja f¨¢cilmente concebir en t¨¦rminos b¨¦licos. De ah¨ª que el espectador patriota tenga mucha tarea en la grada o delante del televisor. Esta caracter¨ªstica afecta a todos los deportes colectivos; pero uno entre todos ellos ten¨ªa que descollar y ese papel le ha tocado, en gran parte del planeta, al f¨²tbol. Si Rafael Nadal pierde un partido de tenis, lo pierde ¨¦l, y eso que tambi¨¦n le tocan el himno cuando gana. En cambio, una selecci¨®n de f¨²tbol posee rango de ej¨¦rcito, con sus defensores y atacantes, con su estrategia y su capit¨¢n. Acude al choque en nombre de la naci¨®n.
Esta faceta patri¨®tica del f¨²tbol hiere algunas sensibilidades, exalta a otras y consuela a no pocas. Me impresionaron d¨ªas atr¨¢s las declaraciones del delantero hondure?o Jerry Bengtson. Hablaba, en el curso de una entrevista, con cejas tristes, de la pobreza de su pa¨ªs, del horrendo ¨ªndice de homicidios que hay en Honduras, y asum¨ªa en nombre de su equipo la responsabilidad de aportar alg¨²n motivo de alegr¨ªa a una poblaci¨®n maltratada y deprimida.
De j¨²bilo, por el contrario, puede conceptuarse lo que pas¨® el otro d¨ªa en los Pa¨ªses Bajos tras el triunfo por la m¨¢xima, como dec¨ªa uno, contra Espa?a. Pa¨ªses desde entonces m¨¢s bajos (no me extra?ar¨ªa que les volviera a entrar el agua) por los saltos que pegaba la poblaci¨®n anaranjada con cada gol de su equipo. Y es que los holandeses conforman, seg¨²n se dice, un pueblo alegre, bien avenido con su corona, sus molinos de viento, sus tulipanes y consigo mismos, a diferencia de la enfurru?ada Espa?a, que es, al menos en el momento actual, uno de los pa¨ªses menos holandeses de Europa. Que nos perdone tambi¨¦n por esto fray Luis de Le¨®n.
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