¡°Lo mismo nos da si nos vamos a casa¡±
El ¨²nico d¨ªa en que Indurain tir¨® la toalla fue en 1996, en Hautacam, donde el Tour llega el jueves
Si nada extra?o en el Tour de todas las novedades ocurre en los dos primeros d¨ªas pirenaicos (el martes, repetici¨®n maratoniana de la traves¨ªa que termina con el vertiginoso descenso del puerto de Bal¨¨s, all¨ª donde la aver¨ªa de Andy y el ataque de Contador en 2010, hasta Bagn¨¨res de Luchon; el mi¨¦rcoles, la etapa reina, con la subida a Pla d¡¯Adet), del tercero, el que termina en Hautacam, ya saldr¨¢ Nibali consagrado como el primer italiano ganador del Tour desde Marco Pantani, y con la contrarreloj de dos d¨ªas despu¨¦s como punto de ajuste definitivo de las plazas del podio. Ser¨¢ la quinta vez que el Tour termina en la ascensi¨®n que domina Lourdes, la primera desde 2008, pero para los aficionados su nombre est¨¢ pegado con loctite al de Miguel Indurain, quien all¨ª, entre la niebla, sell¨® la victoria de su cuarto Tour en 1994, que all¨ª, un d¨ªa terrible de 1996, comprendi¨® que nunca ganar¨ªa el sexto, que nunca volver¨ªa a ganar el Tour. Indurain cumpli¨® 50 a?os el 16 de julio. Su mejor gregario en el 96, Jos¨¦ Luis Arrieta, se convirti¨® a?os despu¨¦s en el director del equipo, que ahora se llama Movistar, y a¨²n recuerda con rabia aquel Hautacam del 96, el ¨²nico d¨ªa que vio a su l¨ªder rendirse.
Hautacam, martes 16 de julio de 1996.
Indurain nunca llevaba el puls¨®metro Polar en la mu?eca y casi nunca lo miraba. Lo sol¨ªa dejar en el bolsillo de atr¨¢s del maillot y despu¨¦s de las etapas, sin mirarlo siquiera, se lo daba a Sabino Padilla para que volcara los datos en el ordenador. Aquel d¨ªa, sin embargo, s¨ª lo hab¨ªa consultado. Lo hab¨ªa sacado del bolsillo, le hab¨ªa echado una mirada r¨¢pida y se hab¨ªa asustado.
¡ªTe digo una cosa, Arri. Lo mismo nos da si nos vamos a casa.
Est¨¢n Miguel Indurain y Jos¨¦ Luis Arrieta solos en la furgoneta Vitus azul del Banesto en la que se refugian los corredores despu¨¦s de las etapas de monta?a, metas a las que no puede subir el autob¨²s del equipo. Cuando Arrieta, el dorsal n¨²mero 4 del Tour, el segundo ciclista del equipo que ha terminado la etapa, casi nueve minutos despu¨¦s de su l¨ªder, llega al veh¨ªculo de los negros cristales tintados, discreto, sin pegatinas, Indurain est¨¢ solo. Ya se ha quitado la ropa sudada, se ha comido un pl¨¢tano; Iza, el masajista, ya le ha pasado la manopla con colonia para limpiarle el sudor y se ha puesto ropa seca. Respira m¨¢s tranquilo, casi resignado, pero su mirada sigue vagando perdida, incr¨¦dula.
¡ªMira, Arri. En los dos primeros kil¨®metros de ascensi¨®n ya iba a m¨¢s de 190 pulsaciones. Sab¨ªa que me iba a tocar sufrir como nunca. Y ese Riis, subiendo en plato¡.
A pesar de dejarlo caer, m¨¢s que como un deseo como una constataci¨®n de que no hab¨ªa nada que hacer, Indurain no se fue a casa, como tampoco se hab¨ªa ido despu¨¦s de la primera vez en que encontr¨® refugio en la Vitus an¨®nima despu¨¦s de un d¨ªa duro en la monta?a. Hab¨ªa sido una semana antes, en la otra punta de Francia, en los Alpes: fue un d¨ªa asqueroso de lluvia y manguitos y chubasquero sauna que Miguel no se quit¨® hasta que no vio un poco de sol. Agua en la Madeleine, agua en el Cornet de Roselend, sol en Les Arcs, donde terminaba el primer d¨ªa alpino. A tres kil¨®metros de la cima, Miguel baj¨® al coche, devolvi¨® el chubasquero, el abrigo, y le dijo a Jos¨¦ Miguel Ech¨¢varri: voy a atacar. Pocos metros despu¨¦s, Jos¨¦ Miguel es quien acelera para ponerse al lado de un Miguel desfigurado, ciego, que con una lengua hinchada, estropajo, suplica: ¡°sales, sales, agua con sales¡¡±, y con gesto impaciente bebe una gota de los bidones que le tienden y los desecha, pues solo contienen agua. Y tambi¨¦n tira el de Emanuele Bombini, el director del Gewiss de Berzin, que se hab¨ªa compadecido. Es el primer d¨ªa en seis Tours en el que Indurain no consigue estar donde quiere estar, el primer d¨ªa que piensa que quiz¨¢s no gane el Tour, pero su an¨¢lisis, reforzado por el recuerdo de lo que le ocurri¨® dos a?os antes subiendo el Valico de Santa Cristina en el Giro, le da una respuesta circunstancial: lo ocurrido ha sido una deshidrataci¨®n provocada por la excesiva ropa de abrigo, y el p¨¦rfido chubasquero. Entonces, en el Giro, fue en el Stelvio donde Indurain corri¨® muy abrigado. Aqu¨ª, en el Tour, ha sido la lluvia y la Madeleine y el Cornet¡ Y quiz¨¢s piensa en todo ello mientras se come un pl¨¢tano y una papilla de yogur con cereales en la Vito aparcada pocos metros detr¨¢s de la meta de Les Arcs.
En Hautacam, sin embargo, piensa pesimista. ¡°En Hautacam, Arri, he visto lo que pens¨¦ que nunca ver¨ªa, he visto a Riis subiendo a plato, silbando, y mi coraz¨®n ya estaba a 200. Y he sufrido como un perro, Arri. Y ma?ana nos esperan en Pamplona¡±.
En el Movistar, Arrieta ha encontrado en Imanol Erviti, el dorsal n¨²mero 12 del Tour, el guardi¨¢n y protector de Valverde en el llano, navarro como ¨¦l, de la casa de toda la vida, quiz¨¢s a su heredero. Y cuando habla con ¨¦l le cuenta historias, le transmite as¨ª lo que significa estar en ese equipo, la l¨ªnea. ¡°No s¨¦, Imanol¡±, le cuenta un d¨ªa de estos Arrieta. Est¨¢n los dos ante un mapa de Francia enmarcado en el que est¨¢ dibujado el recorrido del Tour del 96, desde Hertogenbosch, en Holanda, la ciudad del Bosco, lluviosa, hasta Par¨ªs. ¡°Yo creo que Miguel sigui¨® porque al d¨ªa siguiente la etapa llegaba a su ciudad y para ¨¦l era una tortura y al mismo tiempo una obligaci¨®n a la que se entreg¨® voluntariamente. Sab¨ªa que iba a sufrir much¨ªsimo, sab¨ªa que iba a perder mucho tiempo porque la etapa se las tra¨ªa, pero sab¨ªa que ten¨ªa que seguir, que habr¨ªa miles de navarros esper¨¢ndole, y que le aplaudir¨ªan y le amar¨ªan llegara como llegara¡±.
¡ªSi all¨ª estaba yo, que tendr¨ªa 12 a?os, all¨ª estaba yo, en la cuneta, le responde Imanol. ¡°Y le vi pasar, vi a Miguel¡±.
¡°La de Pamplona fue la etapa m¨¢s dura que creo ha hecho nunca el Tour. Estaba pensada como homenaje a Miguel y fue su via crucis, y lo hicimos sin parar desde el primer puerto. Fueron 262 kil¨®metros, distancias que ya no se alcanzan en estos tiempos, una burrada. Se sal¨ªa de Argel¨¨s-Gazost y de all¨ª, a bal¨®n parado, ya comenz¨¢bamos a subir Soulor. Y eran aquellos tiempos. Los Festina estaban que se sal¨ªan. Y Neil Stephens, con el maillot rosa entonces de la ONCE, se hizo solo el Aubisque y el Marie Blanque. Y llegamos al Soudet, que es un horno, y all¨ª Squinzi, el due?o del Mapei, se volvi¨® loco y orden¨® a Rominger y Olano que se suicidaran, que no le val¨ªa para nada que acabaran segundo y tercero en el podio detr¨¢s de Riis y que ten¨ªan que ir a por todo. Atacaron con Gin¨¦s, y all¨ª murieron. Y todo lo ve¨ªa Miguel y sab¨ªa lo que le esperaba todav¨ªa. Despu¨¦s del Soudet, en el Larrau, ya se fueron los ocho voladores, Riis, Dufaux, Escart¨ªn y compa?¨ªa, que parec¨ªa que ni sufrieran, y los dem¨¢s subimos como pod¨ªamos. De la cima de Larrau a Pamplona hab¨ªa a¨²n 100 kil¨®metros, y a mi lado oigo a Chiappucci que suspira, ¡®uff, se acab¨® subir, se acab¨® sufrir¡¯. Y yo le dije, ¡®no te equivoques, Claudio¡¯, a¨²n queda lo m¨¢s duro, son 100 kil¨®metros llenos de repechos, que no punt¨²an pero duelen, y entra el viento y¡ Fue el d¨ªa m¨¢s duro sobre la bici que recuerdo. Y Miguel lleg¨® a Pamplona. Lleg¨® a m¨¢s de ocho minutos, pero lleg¨® sufriendo porque quiso sufrir, porque as¨ª es Miguel¡¡±.
Fue el ¨²ltimo Tour de Miguel Indurain. Dos meses m¨¢s tarde, Ech¨¢varri y Unzue, los jefes del Banesto, le pidieron que corriera la Vuelta a Espa?a. Indurain no estaba ni f¨ªsica ni psicol¨®gicamente preparado para la carrera y les pidi¨® que por favor no le obligaran. Le obligaron porque su sponsor as¨ª lo quer¨ªa. Indurain no termin¨® aquella Vuelta. El 20 de septiembre, despu¨¦s de ascender El Fito en las ¨²ltimas posiciones y al pie de la ¨²ltima subida de la etapa, la 13?, la de los Lagos de Covadonga, llegando al hotel El Capit¨¢n antes de Cangas, Indurain se baj¨® de la bicicleta para siempre. Ya no hab¨ªa nada que le atara al sufrimiento. Ning¨²n v¨ªnculo moral ni sentimental. Nunca m¨¢s volvi¨® a correr con dorsal. El 2 de enero de 1997, sin haber cumplido a¨²n los 33 a?os, el ciclista m¨¢s grande de la historia de Espa?a anunci¨® que dejaba el ciclismo.
Y ahora, a los 50, cuando habla de frustraciones, de d¨ªas que le gustar¨ªa cambiar, no habla de Hautacam, sino del Mundial de Duitama, en Colombia, que no pudo ganar. Fue el Mundial de Olano, pero a Indurain a¨²n le duele. ¡°Si no llego a pinchar en la ¨²ltima vuelta, estoy seguro de que la historia habr¨ªa sido diferente¡±, dijo hace unos d¨ªas en La Gazzetta dello Sport.
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