Froome no gana para sustos

En las etapas de transici¨®n, que las hay, aunque los ciclistas siempre reivindiquen el valor del esfuerzo, la alegr¨ªa est¨¢ en las aceras. Sobre todo cuando la carrera llega a poblaciones peque?as en las que la vieja serpiente multicolor se rejuvenece y se mueve con la alegr¨ªa en el cuerpo movilizando a la poblaci¨®n y alegr¨¢ndole un viernes cualquiera, ya distinto a cualquier viernes. La chica de al lado, esperando el primer paso por Alcaudete, rompe a re¨ªr, cuando ve pasar un coche previo: "Mira, ah¨ª va Currito, haciendo publicidad junto a la Guardia Civil. ?Ay ma?ana cuando le vea...!, ?Ya le voy a decir.". Y la risa, poderosa y amplia, no le cab¨ªa en la cara. Despu¨¦s, la chica de al lado se enfad¨® cuando vio, enfrente, a dos conciudadanos llegando a pie de acera con dos cubatas y un refresco: "?M¨ªrales, con dos cubatas bien fresquitos. Y eso que estamos en crisis total! ?Desde luego..!. El paso de la carrera acalla su risa y su rabia (ll¨¢menle envidia si quieren). En los bares de al lado se pr¨¢ctica la conversaci¨®n un¨ªvoca, algo muy genuino en la Vuelta: se trata de dos, tres, cuatro personas, que mientras ven la carrera van relatando por qu¨¦ lugares de la localidad est¨¢n pasando los ciclistas. Los cuatro, tres o dos conversadores saben perfectamente por d¨®nde est¨¢n pasando, aunque quiz¨¢s el n¨²mero dos no sabe que por ese sitio por el que est¨¢n pasando, vive una cu?ada del n¨²mero tres o por aquel otro el n¨²mero cuatro no sabe que una vez se sali¨® de la carretera un sobrino del n¨²mero dos. ?Vaya susto!

Y mientras en las aceras reina la alegr¨ªa, en la carretera duelen las piernas y se instala la rabia, por ejemplo. La rabia de Froome, que a eso de las dos de la tarde se cay¨®, siete minutos despu¨¦s caz¨® al pelot¨®n, pero se volvi¨® a quedar y lleg¨® a perder un minuto. El Tinkoff de Contador tira y tira porque intuye que al herido no solo le duele la ca¨ªda sino el infortunio, pero 19 minutos despu¨¦s el brit¨¢nico vuelve a la residencia del pelot¨®n. El susto queda en dolor. En Alcaudete, la chica del al lado estar¨ªa comiendo sin saber a¨²n que Currito iba a pasar haciendo publicidad junto a la Guardia Civil.

Las ca¨ªdas, como los besos, crean adicci¨®n. Y ca¨ªdo Froome, cayeron otros y se produjeron los primeros abandonos de la Vuelta. Y por delante circulaban cuatro escapados, ajenos al pelot¨®n y a la chica del al lado, con m¨¢s ¨¢nimo que convicci¨®n. Hesjedal, el cabecilla destronado, junto a Tschopp, De Marchi y Dupont. La mala y la buena suerte jugaban al mus, venga a pasar se?as: se cae Froome, abandonan cuatro ciclistas, Cancellara se pone a abortar la fuga y... sufre una aver¨ªa que le obliga a hacer una contrarreloj por detr¨¢s.

Cuando los fugados ven cercana la libertad y se preparan para ajustar cuentas entre ellos, Hesjedal, el m¨¢s renombrado, el que llevaba el peso de la escapada, se cae en una curva hacia la izquierda. Antes hab¨ªa dimitido Dupont. Y los dos que quedaban se van, pero De Marchi prefiere a los lobos esteparios y arranca hacia Alcaudete donde la chica del al lado acaba de molestarse por los chicos de los cubatas en plena crisis. El italiano se sabe ganador, sabe que ha elegido bien la etapa, los compa?eros y el recorrido y sobre todo, a elegido el d¨ªa de la mala suerte, que para ¨¦l era la buena suerte. Al final el pelot¨®n era como la chica de al lado: capaz de pasar de la risa a la rabia en apenas unos minutos. Hasta Barguil se cay¨® en el intrascendente espr¨ªn. Todo en un pueblo que huele a oliva, la de los olivares y la de la almazara. Un olor penetrante. Un olor que tiene la belleza de la humildad. Como el de Di Marchi. Como el de la chica del al lado.