La meiga era Hansen

Los d¨ªas previos a las batallas se mueven entre la placidez y la tensi¨®n. A los que no les va nada en la batalla (o sea, el puerto de Ancares, el podio de Santiago), la presunta placidez les sienta bien. M¨¢s a¨²n si el ciclista es un tragakil¨®metros, un australiano de alma inquieta, criado en el triatl¨®n, que lleva tres a?os disputando las tres grandes carreras por etapas. Un rodador en el sentido literal de la palabra. Y este viernes el esp¨ªritu de aventura era como una invitaci¨®n a la locurra el ¨²ltimo d¨ªa de los espr¨ªnteres, el ¨²ltimo d¨ªa cotidiano. Y el Giant apostaba por Degenkolb, que hab¨ªa pasado con algo m¨¢s que dignidad los dos puertos de la etapa. Pero las carreteras gallegas esconden brujas de asfalto. Y lo que en el libro de ruta parece llano, resulta que es un repecho, y luego otro, y luego parece llano, pero resulta que es una bajada y despu¨¦s una subida. Nada que punt¨²e, pero animo a los intrepidos y desanima a los pl¨¢cidos.

Subiendo no paso nada, m¨¢s all¨¢ de los ataques ardorosos. Bajando el ¨²ltimo puerto pas¨® de todo. Un descenso espectacular de Samuel S¨¢nchez recordando sus mejores tiempos. Luego le cazaron, pero su aria ciclista fue de las que se guardan en la memoria. A cambio, Dario Cataldo, el compa?ero de Froome, se dio una costalada en una curva que al final qued¨® en un fuerte susto cuando pareci¨® peor de lo que fue. Es decir, pasaba de todo. Hundida la fuga de tres (Ligthart, Poels y Mangel), el Sky tom¨® el mando, luego se escap¨® Lutsenko, que dur¨® m¨¢s de lo que se intu¨ªa, descendi¨® Samuel S¨¢nchez como una cometa en d¨ªa de viento sur, se cay¨® Cataldo como solo un ciclista se cae en una curva, dirigi¨® el Sky las operaciones, agot¨® al equipo Degenkolb buscando su quinto espr¨ªn victorioso. Y se escap¨® el australiano Adam Hansen.

Un miliciano solitario parec¨ªa en una guerra perdida, un maquis huyendo cuando quer¨ªa ganar la guerra al pelot¨®n. Pero Hansen era la meiga escondida. El Giant era el polic¨ªa, estaba sin efectivos y a los dem¨¢s las piernas les pesaban como bloques de granito. Y Hansen se fue. Y se sigui¨® marchando. Ya no hu¨ªa sino que persegu¨ªa el ¨¦xito. Y lo obtuvo, quitando la pila a la calculadora del pelot¨®n. A los esprinteres, ya cansados, se les fue la luz, y como pasa en las redes sociales, se quedaron sin amigos. Y decidieron apagar el tel¨¦fono. A fin de cuentas, Degenkolb ya ten¨ªa cuatro etapas en el bolsillo y sus rivales o estaban cansados (Matthews) o eran de segundo nivel (Pozzato, Mart¨ªnez, Soupe).

Y Hansen, que hab¨ªa intentado otras fugas, aspir¨® el olor del mar de la playa de Cangas por la que borde¨® los ¨²ltimos kil¨®metros. Amenazaba lluvia, pero no llovi¨®, o lo hizo ligeramente; amenazaba viento, pero sopl¨® suave. Y all¨¢ que se fue, convencido de haber sorteado a la guardia del pelot¨®n, a unos por su cansancio, a otros por su despiste, a los jefes por su ahorro energ¨¦tico. La meiga segu¨ªa ah¨ª.

Suele ocurrir antes de los grandes d¨ªas, de los d¨ªas se?alados en rojo en las agendas cuando hay que combinar el relajo con la energ¨ªa. A Contador y a Froome les queda un mano a mano apasionante. A Purito y a Valverde les queda alzar la voz para no ser los acordeonistas del espect¨¢culo. Todo est¨¢ en juego ma?ana s¨¢bado en Ancares. Pero para llegar a ese puerto hab¨ªa que pasar por Cangas do Morrazo. Y por ah¨ª pas¨® primero un australiano al que seguramente le inspir¨® el olor del mar, aunque viva en Austria. Hay olores que nunca se olvidan. Y las meigas pueden ser australianas.