Un homenaje nacional a Zarra
Estos d¨ªas se habla mucho de Zarra por el asalto de Messi a sus 251 goles. Quiz¨¢ sea la ocasi¨®n de desempolvar un partido singular, El Homenaje Nacional que se le tribut¨® en el Bernab¨¦u el jueves 29 de abril de 1954, cuando su estrella declinaba. Un hecho sin precedentes entonces en nuestro f¨²tbol. S¨®lo Zamora, a?os m¨¢s tarde, tendr¨ªa un reconocimiento as¨ª.
Zarra, Telmo Zarraonand¨ªa Montoya, que reun¨ªa sangres vasca y gitana, fue jugador de dinast¨ªa. Sus dos hermanos mayores, Tom¨¢s y Domingo, jugaron antes de la guerra. Tom¨¢s fue portero del Arenas de Guecho y del Oviedo, y aun en la posguerra jug¨® en Osasuna. Domingo fue extremo izquierda del Arenas de Guecho. Muri¨® en la guerra, en el frente del Ebro, combatiendo en las filas de un Tercio Requet¨¦.
El Bernab¨¦u rindi¨® tributo al goleador vasco en 1954, un hecho sin precedentes, cuando su estrella declinaba
Telmo, nacido en 1920, apareci¨® al final de la guerra, en el Erandio y ya para la 40-41 le incorpor¨® el Athletic, tras un partido de selecciones Vizcaya-Guip¨²zcoa en el que marc¨® seis de los nueve goles de los suyos. Para el Athletic, con el equipo desarmado por la guerra y la excursi¨®n sin regreso de la selecci¨®n de Euskadi, Zarra fue pieza esencial en la reconstrucci¨®n.
Pronto se hizo jugador favorito de todas las aficiones. Entonces el Athletic tiraba mucho. Hab¨ªa sido el gran equipo de la preguerra y su insistencia en contar s¨®lo con jugadores de la tierra se ve¨ªa bien en todas partes. Zarra era adem¨¢s extremadamente correcto, hasta el punto de haber echado dos veces la pelota fuera, desperdiciando la posibilidad de rematar a puerta, por lesiones de sendos rivales: una ante el M¨¢laga, cuando el ca¨ªdo era el central Arnau, y otra ante el Depor, con Ponte en el suelo. Enseguida apareci¨® en la selecci¨®n y sus goles eran los goles de todos. Sobre todo lo fue el que sirvi¨® para ganar a Inglaterra en R¨ªo, en 1950, cantado por Mat¨ªas Prats. Ese gol hizo feliz a una generaci¨®n.
Para la 52-53, cuando Marca, el deportivo de la ¨¦poca, crea, entre otros, el trofeo Pichichi, lo gana Zarra, como no pod¨ªa ser menos. Fueron 26 goles en 30 partidos, una buena cifra, aunque por debajo de los 38 que hab¨ªa marcado dos temporadas antes. Pero era el primer Trofeo Pichichi como tal y nada m¨¢s l¨®gico que lo ganara ¨¦l. Estaba en el m¨¢ximo de su gloria, eje del ataque m¨¢s nombrado de nuestro f¨²tbol: Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Ga¨ªnza.
Pero justamente entonces lleg¨® el baj¨®n. Le alcanz¨® el tiempo, como dir¨ªa Alfonso Guerra. La 53-54 fue conocida por los aficionados bilba¨ªnos como la del Ocaso de los Dioses. La gloriosa delantera, que avanza en la treintena, va dejando paso a una nueva generaci¨®n, los Arteche, Marcaida, Arieta y Uribe. S¨®lo Ga¨ªnza aguantar¨¢ unos a?os m¨¢s. A Zarra le empuja Ignacio Arieta, m¨¢ximo goleador del Athletic ese a?o.
El ocaso de Zarra, su ca¨ªda en la suplencia, causa dolor nacional. Tan es as¨ª, que el General Moscard¨®, delegado nacional de Deportes, cursa el 23 de noviembre de 1953 un oficio a la Federaci¨®n con instrucci¨®n de que se le organice a Zarra un homenaje. Y la Federaci¨®n, que preside Sancho D¨¢vila, falangista de primera hora, se pone a ello.
Por en medio se produce un suceso que nos confirma que sin Zarra no somos nadie: Turqu¨ªa nos elimina, tras desempate y sorteo, del camino del Mundial de 1954. Tras haber sido cuartos en Brasil 50, no vamos a estar en Suiza 54.
As¨ª que se decide no contratar ning¨²n equipo extranjero, sino convertir la jornada en una especie de exaltaci¨®n del f¨²tbol nacional al tiempo que una busca de valores para la selecci¨®n. S¨®lo habr¨¢ jugadores espa?oles, salvo las cuatro grandes estrellas extranjeras del momento: Kubala, Di St¨¦fano, Wilkes y el meta Domingo. El propio Zarra compone dos equipos, una selecci¨®n Centro-Norte y otra Levante-Catalu?a. La ¨²nica presencia andaluza ser¨¢ el asturiano del Sevilla Campanal II, que no llegar¨¢ a jugar. Antonio Barrios entrenar¨¢ al Centro-Norte, que vestir¨¢ de blanco. Benito D¨ªaz, al Levante-Catalu?a, que vestir¨¢ de azul. Ning¨²n club regatea un solo jugador. Es m¨¢s: pagan el desplazamiento. El Ayuntamiento de Madrid exime al partido de dos impuestos que en la ¨¦poca gravaban los espect¨¢culos deportivos, el de Protecci¨®n de Menores y el de Consumo, que reduce a 500 simb¨®licas pesetas.
El ocaso de Zarra, su ca¨ªda en la suplencia, causa dolor nacional
El partido se fija para el 29 de abril de 1954. Por desgracia, ese d¨ªa llueve mucho en Madrid. ¡°Llovi¨® como cuando enterraron a Zafra¡±, escribe un cronista. No hay lleno total, pero la entrada es magn¨ªfica. A las 5:30 saltan al estadio de Chamart¨ªn (a¨²n no rebautizado como Bernab¨¦u) los dos equipos:
Centro-Norte: Carmelo; Mart¨ªn, Lesmes I, Lesmes II; Mu?oz, Garay; Atienza, Coque, Zarra, Di St¨¦fano y Ga¨ªnza. Tras el descanso entrar¨¢n Eizaguirre, Venancio, M¨²jica y Panizo por Carmelo, Lesmes I, Mu?oz y Coque.
Levante-Catalu?a: Domingo; Argil¨¦s, Biosca, Segarra; Pasieguito, Puchades; Basora, Wilkes, Kubala, C¨¦sar y Manch¨®n. Tras el descanso, Bosch por Pasieguito y Marcet por Kubala.
En la puerta, se ha entregado a cada uno de los 80.000 espectadores una hojita con el himno a Zarra, composici¨®n del maestro Urrengoechea y letra de Pedro Montes. Al salir los equipos al campo, la megafon¨ªa emiti¨® la m¨²sica y el p¨²blico lo cant¨® a coro. Fue tremendo. Este era aquel texto:
Tiene Espa?a un futbolista que / es ejemplo de valor / recio temple, bravo estilo / e indudable pundonor. / Su nobleza es peculiar / siendo para la afici¨®n / el jugador caballero / de m¨¢s grande coraz¨®n. / Sus triunfos en el Athletic / y el equipo nacional / le han cubierto de laureles / del f¨²tbol universal.
Cantemos con alegr¨ªa / a esa figura bizarra / gritando ?Viva Mungu¨ªa! / ?Zarra, Zarra, Zarra!
Cuando Zarra sale al campo / le aplauden con ilusi¨®n / todos los hinchas de Espa?a / porque colma su emoci¨®n. / De su cadena gloriosa / son eslabones sin fin / San Mam¨¦s, R¨ªo de Janeiro, / Colombes y Chamart¨ªn. / Desde Amberes no ha tenido / nunca el equipo espa?ol / un ariete que se vaya / con m¨¢s decisi¨®n al gol.
Cantemos con alegr¨ªa / a esa figura bizarra / gritando ?Viva Mungu¨ªa! / ?Zarra, Zarra, Zarra!
No era natural de Mungu¨ªa exactamente, pero como tal se le ten¨ªa, pues su padre hab¨ªa sido jefe de la estaci¨®n de tren de esa localidad. Lo de Amberes alude a la gesta de 1920 en esa ciudad, con la plata ol¨ªmpica para la selecci¨®n.
Todo sali¨® redondo despu¨¦s. Ganaron los de blanco, los de Zarra, por 4-3, y el ¨²ltimo de los goles fue, justamente, el suyo. Di St¨¦fano estuvo cumbre y Ram¨®n Melc¨®n, el seleccionador, tom¨® nota de varios buenos j¨®venes con los que iniciar la renovaci¨®n: Argil¨¦s, Biosca, Segarra, Bosch, Garay, Coque, Manch¨®n. A Zarra le quedaron 823.000 pesetas, un dineral en la ¨¦poca.
A fin de temporada subi¨® a Segunda el Indauchu, que jugaba en Garellano, a dos manzanas de San Mam¨¦s. Zarra se enrol¨® con ellos. Las visitas del Indauchu fueron un man¨¢ rodante para los rivales de Segunda, porque la visita del club bilba¨ªno era llenazo seguro. Y cantaban a coro aquella estrofa: ¡°Cantemos con alegr¨ªa / a esa figura bizarra /, gritando: ¡®?Viva Mungu¨ªa! / ?Zarra, Zarra, Zarra!¡±.
Luego, un a?o en el Baracaldo, y la misma historia. Hasta que por fin baj¨® el tel¨®n.
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