Hay odios san¨ªsimos
El aburrimiento se pone amarillo en los bordes mientras esperamos desolados a que regrese la Liga. Despu¨¦s de doce d¨ªas sin competici¨®n, es f¨¢cil dejarse llevar y temer por unos segundos ¡ªen los que casi pueden o¨ªrse los violines chirriantes de Psicosis¡ª que nunca m¨¢s volveremos a verla. La historia est¨¢ llena de ausencias definitivas que iban a ser breves y¡ Algunos d¨ªas cuesta sustraerse a un temor irracional. Te dejas embaucar por un miedo est¨²pido hacia algo que sabes que no ocurrir¨¢, como es la desaparici¨®n de la Liga, igual que la noche que Canetti se pregunt¨® aterrado qu¨¦ ser¨ªa de ¨¦l si un d¨ªa le¨ªa todos los libros. Cuando al fin la Liga retorna, hasta el partido del colista te sabe ¡°a hierba de la que nace en el valle a golpes de sol y de agua¡±. Pero mientras no llega, tienes los pies fr¨ªos, hablas solo, y apartas las horas, que no pasan, como si fuesen cucarachas.
Unas pocas y ¨¢ridas semanas al a?o, el f¨²tbol consiste en ver tenis, motociclismo, f¨®rmula 1, incluso acabar un libro que empezaste en 2003. Ante la desesperaci¨®n, f¨²tbol puede ser cualquier cosa, a cambio de que te haga olvidar por un rato que durante doce d¨ªas no hay Liga. Su suspensi¨®n provoca una extra?a melancol¨ªa, equivalente a la de esas tardes que tus amigos se encerraban a estudiar, y t¨² buscabas consuelo en una lata de Fanta naranja, vac¨ªa y descolorida, a la que dabas patadas sin dejar caer, como si un bal¨®n no necesitase ser un bal¨®n.
Unas pocas semanas al a?o, el f¨²tbol consiste en ver tenis, motociclismo, F-1 o incluso acabar un libro que empezaste hace a?os
En f¨²tbol existe una clase de efervescencia que s¨®lo proporciona la competici¨®n interna: los derbis, el carrusel, tus columnistas favoritos¡ Cuando se aplaza y deja paso a los amistosos de la selecci¨®n, se decreta el oto?o, aunque sea abril. Te sientes raro, tal vez en el sentido que te duele una rodilla y vaticinas cambio en las temperaturas, o que notas un hueco, que no sabes si procede del est¨®mago, de los bolsillos, de tu estado de ¨¢nimo, o de los diarios, donde de pronto no escuchas la tos cr¨®nica del Madrid y el Bar?a.
En los partidos amistosos, o de clasificaci¨®n, donde casi todos nos pasamos al mismo bando, el f¨²tbol sabe a verduras cocidas, incluso a esos c¨®cteles que no llevan alcohol. No niegas que sean sanos, pero¡ En cambio, los clubs te prometen un amor tormentoso, desasosiego, incluso la emoci¨®n de tener enemigos ac¨¦rrimos. La vida se hace demasiado larga sin aversiones. ?Qui¨¦n estar¨ªa interesado en aborrecer a Holanda o a Ucrania? Sin embargo, c¨®mo no odiar al Atl¨¦tico, al Sevilla, al Madrid o al Celta.
La Liga te permite amar y repeler con entusiasmo, entre delirios. No imagino c¨®mo sobrevivir¨ªamos sin pasiones y alergias personales. A veces son el Bar?a, a veces los vasos de agua, el gin-tonic, las cacas de perro, el C¨®rdoba, Pitingo, las alpargatas o el Gobierno. Conviene alimentar un ardor y a la vez una sa?a, para experimentar el v¨¦rtigo de vivir. Son boyas, te mantienen a flote. Una existencia sin sobresaltos, ni emisiones de gases a la atm¨®sfera, ni odios, ni vicios, en la que te acuestas temprano y te levantas pronto, es eso que, como advirti¨® Thurber, hace de un hombre alguien saludable, pr¨®spero y muerto.
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