Los m¨¢s bellos goles en verso
El f¨²tbol fue para Eduardo Galeano ¡°la ¨²nica religi¨®n que no tiene ateos¡±
Nada puede despertar m¨¢s pudor que poner letras min¨²sculas a quien las embelleci¨® con may¨²sculas. La temeridad se acepta porque frente al inevitable sonrojo pesa m¨¢s disfrutar por en¨¦sima vez del mejor poeta futbol¨ªstico. Entre otras muchas cosas, eso era Eduardo Galeano (Montevideo, 1940-13 de abril de 2015), autor de los goles org¨¢smicos m¨¢s l¨ªricos, rapsoda de ¡°esos carasucias que cometen el disparate de gambetear (¡) por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad¡±. Tambi¨¦n fue ex¨¦geta del dios redondo, el f¨²tbol, ¡°la ¨²nica religi¨®n que no tiene ateos¡±. Sus feligreses son ¡°hinchas en el manicomio¡± cuya camiseta es ¡°la segunda piel¡± y la ¨²nica unanimidad es el ¨¢rbitro, ¡°al que todos odian¡±.
Como los pies de palo no le obedec¨ªan salvo en sue?os, jug¨® al f¨²tbol con la palabra. Con ella, como mendigo del buen f¨²tbol, suplicaba ¡°por una linda jugadita, por amor de Dios¡±, lo que pod¨ªa llegar a neutralizar su pasi¨®n por Nacional y la Celeste. Incluso dejaron de importarle los colores de aquellos jugadores que le brindaban la alegr¨ªa ¡°del juego bien jugado¡± y cada vez que comenzaba un Mundial, ¨¦l y su compa?era Helena colgaban en la puerta de casa el siguiente cartel: ¡°Cerrado por f¨²tbol¡±. Era su estadio, ¡°porque no hay nada menos vac¨ªo que un estadio vac¨ªo¡±, y ¨¦l se somet¨ªa a la dictadura de la ¡°telecracia¡±. All¨ª, como en las canchas en directo, disfrutaba del ¨ªdolo, f¨¢cil de identificar porque ¡°la pelota lo busca, lo reconoce y lo necesita¡±. Tambi¨¦n se compadec¨ªa del jugador en el ocaso, ¡°al que la fama, se?ora fugaz, no le dejaba ni una carita de consuelo¡± en su retiro.
No solo padec¨ªa por el jugador, el divo ca¨ªdo. Ten¨ªa sentimientos encontrados con la ¡°orgullosa y vanidosa pelota¡±. La menina, caricia verbal de los brasile?os, ten¨ªa motivos para la petulancia: ¡°Bien sabe ella que a muchas almas da alegr¨ªa cuando se eleva con gracia, y que son muchas las almas que se estrujan cuando ella cae de mala manera¡±.
Maradona llevaba la pelota atada al pie, Messi lleva la pelota dentro del pie¡±
En ese ¡°triste viaje del placer al deber¡± por el que ha transitado el f¨²tbol, el gol era una pesadumbre, signo de los tiempos modernos. ¡°El gol es el orgasmo del f¨²tbol y como el orgasmo es cada vez menos frecuente en la vida moderna¡±. Gran culpa ten¨ªan los arqueros, ¡°aguafiestas del gol que bien podr¨ªan ser llamados m¨¢rtires, paganinis, penitentes o payasos de las bofetadas¡±. Como Zamora, ¡°p¨¢nico de los delanteros¡±, porque si le miraban ¡°el arco se encog¨ªa y los postes se alejaban hasta perderse de vista¡±. Y Yashin, ¡°brazos de ara?a y manos de tenaza¡±.
Para alivio org¨¢smico ah¨ª estaban los grandes delanteros, los que hac¨ªan del gol un do de pecho. El brasile?o Friedenreich, hijo de alem¨¢n y una lavandera negra, genio del Sudamericano de 1919 ¡°que hizo m¨¢s goles que Pel¨¦¡± y cambi¨® la geometr¨ªa de todo un pa¨ªs: ¡°Desde Friedenreich, el f¨²tbol brasile?o que es de veras brasile?o no tiene ¨¢ngulos rectos, como tampoco los tienen las monta?as de R¨ªo ni los edificios de Niemeyer¡±. Sin olvidar a su compatriota Le¨®nidas, ¡°al que en el Mundial del 34 le contaron seis piernas y opinaron que era cosa de magia negra¡±.
A los primeros t¨®tems brasile?os les sucedi¨® un rey, Pel¨¦: ¡°Cuando iba a la carrera pasaba a trav¨¦s de los rivales, como un cuchillo. Cuando se deten¨ªa, los rivales se perd¨ªan en los laberintos que sus piernas dibujaban. Cuando saltaba, sub¨ªa en el aire como si el aire fuera una escalera. Cuando ejecutaba un tiro libre, los rivales que formaban la barrera quer¨ªan ponerse al rev¨¦s, de cara a la meta, para no perderse el golazo¡±. Con Pel¨¦ se alistaba en la selecci¨®n alguien que regateaba como ¡°un Chaplin a c¨¢mara lenta que muri¨® de su muerte: pobre, borracho y solo¡±. Ten¨ªa el apodo de un fe¨²cho e in¨²til pajarillo: Garrincha.
Al entronizado Pel¨¦ solo le discut¨ªa el trono Di St¨¦fano, al que ¡°todo el campo de juego cab¨ªa en sus zapatos¡±. La Saeta jug¨® en el Madrid con Kopa, ¡°un franc¨¦s al que llamaban el Napole¨®n del f¨²tbol porque era bajito y conquistador de territorios¡±. Y por la orilla izquierda del hist¨®rico Madrid volaba Gento, ¡°un forajido que ten¨ªa la captura recomendada por todos los equipos rivales, al que a veces consegu¨ªan encerrarlo en c¨¢rceles de alta seguridad, pero ¨¦l se zafaba siempre¡±. Al Madrid, primer colonizador de la Copa de Europa, le exig¨ªa, y mucho, el poderoso Benfica, que por esas paradojas del f¨²tbol lideraba Ningu¨¦m (nadie, ninguno). Hab¨ªa nacido ¡°destinado a lustrar zapatos, vender man¨ªes o robar a los distra¨ªdos¡±. Fue Eusebio, ¡°un africano de Mozambique el mejor jugador de la historia de Portugal¡±.
Tampoco hay duda de qui¨¦n fue el mejor jugador en Holanda. Cruyff fue ¡°un director de orquesta y m¨²sico de fila, calent¨®n, trabajador y talentoso¡±. Al genio naranja se le cruz¨® en el camino el Torpedo M¨¹ller, un depredador ¡°disfrazado de abuelita¡± para el que ¡°la red era el encaje de novia de una ni?a irresistible¡±. En los ochenta apareci¨® Platini, que hac¨ªa ¡°goles de ilusionista de esos que no pueden ser verdad¡±. Lo mismo suced¨ªa con el brasile?o, Zico, ¡°que met¨ªa goles que los ciegos quer¨ªan que les contaran¡±.
El f¨²tbol fue para el escritor uruguayo, ¡°la ¨²nica religi¨®n que no tiene ateos¡±
De dibujos animados era Romario, ¡°que ensayaba en su favela infantil los muchos aut¨®grafos que iba a firmar en el futuro¡±. Un futbolista ¡°que trep¨® a la fama sin pagar los impuestos de la mentira obligatoria: se dio el lujo de hacer siempre lo que quer¨ªa¡±. Un enigma este Romario, de piernas con arco y culo bajo. A este juego nunca le faltaron arcanos. Como el de Baggio. ¡°Su f¨²tbol tiene misterio: las piernas piensan por su cuenta, el pie dispara solo, los ojos ven los goles antes de que ocurran¡±.
Y para gigantes futbol¨ªsticos de cuerpos recortados, Maradona y Messi. El Pelusa, ¡°en el fr¨ªgido f¨²tbol de fin de siglo XX, que exige ganar y proh¨ªbe gozar, es de los pocos que demuestra que la fantas¨ªa puede ser eficaz¡±. Ocurre que el Diego ¡°jug¨®, venci¨®, me¨® y perdi¨®¡±. Lo de Messi en los dedos de Galeano tuvo que esperar. Hubiera merecido una edici¨®n ¨²nica de Su Majestad el F¨²tbol (1968), pero el escritor uruguayo cerr¨® su segundo gran partido literario en 1995. Y lo hizo as¨ª: ¡°Escribiendo iba a hacer con las manos lo que nunca iba a ser capaz de hacer con los pies, yo no ten¨ªa m¨¢s remedio que pedir a las palabras lo que la pelota, tan deseada, me hab¨ªa negado. De ese desaf¨ªo, y de esa necesidad de expiaci¨®n, ha nacido este libro (¡) No s¨¦ si es lo que ha querido ser, pero ha llegado a su ¨²ltima p¨¢gina. Y yo me quedo con esa melancol¨ªa irremediable que todos sentimos despu¨¦s del amor y al fin del partido¡±. Se llam¨® El F¨²tbol a Sol y Sombra. Un incunable, goles en verso.
Quedaba uno suelto. El de Messi, el ¨²ltimo gran asombro para el mayor trovador del f¨²tbol. Galeano, en una entrevista con el diario La Naci¨®n, defendi¨® su tesis de la messiolog¨ªa: ¡°Invent¨¦ una teor¨ªa, que se la hice llegar a ¨¦l a trav¨¦s del director t¨¦cnico de la selecci¨®n: as¨ª como Maradona llevaba la pelota atada al pie, Messi lleva la pelota dentro del pie. Lo cual es un fen¨®meno f¨ªsico. Inveros¨ªmil. La frase le lleg¨®. Y se ve que le gust¨®, porque me mand¨® una camiseta de regalo. Cient¨ªficamente es imposible, ?pero es verdad!¡±.
Palabra de quien aprendi¨® de Juan Carlos Onetti que las ¡°¨²nicas palabras que merecen existir son las que mejoran el silencio¡±. L¨¢stima que el f¨²tbol no haya guardado el suyo, un minuto silencioso por su mejor juglar, un coplista ¨²nico del bal¨®n impreso.
Y perdone, maestro, que le haya tomado las palabras.
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